Mendigos de bendiciones

El árbol de la vida – Todo padre se hace de nuevo hijo para recuperar al hijo

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 27/07/2014

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Logo Albero della vita"‘¿Quién es ese hombre de mediana corpulencia, vestido con la elegancia de este mundo?’, preguntó Jacob ….‘Papá, es tu hijo José’, respondió Judá. … Con dolor y con amor miró larga e intensamente el rostro del egipcio y no lo reconoció. Pero los ojos de José, debido a tan larga mirada, se llenaron de lágrimas que le caían por las mejillas; y cuando lo negro de los ojos se ablandó completamente por el llanto, entonces aparecieron los ojos de Raquel” (Thomas Mann, José y sus hermanos).

El mejor punto para observar la existencia es el último. El sentido pleno y más auténtico de toda una vida se revela al final, cuando la vocación se cumple y el diseño se desvela. La vejez, para cuantos tienen el don de llegar a ella, es una etapa decisiva de la vida, porque allí es donde entendemos, a la luz luminosa del ocaso, la trama de nuestro relato.

Y así puede ocurrir que, cuando la vida natural parece aproximarse a su fin, la vida espiritual conozca una nueva y decisiva primavera (hay muchas primaveras en los otoños de la vida, pero no siempre tenemos ojos para reconocerlas, incluso viviendo a su lado). Y el camino vuelve a empezar, la aventura del alma vuelve a ponerse en marcha con el mismo entusiasmo de la primera juventud. Eso es lo que ocurrió en la vida de los patriarcas y en la vida de Jacob, que, ya viejo, se puso en camino hacia Egipto, siguiendo la misma voz que le había llamado de joven en Betel.

Tras reconciliarse con sus hermanos, José los envía a Canaán para que traigan a Egipto a Jacob y a todo el clan familiar, “pues la carestía durará cinco años más” (45,11). A cada uno de ellos le da una “muda”. A Benjamín, el hermano nacido de la misma madre, Raquel, le da “trescientas piezas de plata y cinco mudas” (45,22).

La colorida vestidura real de mangas largas, regalo de su padre Jacob (37,3), fue motivo central de conflicto entre el joven José y sus hermanos. La ropa que le quitaron antes de arrojarlo al pozo en el desierto (37,23) y entregaron después a su padre manchada con la sangre de un cabrito degollado (37,31), se convierte ahora en el regalo de José a sus hermanos. Todos reciben una vestidura nueva. Once vestiduras inmaculadas ocupan el lugar de la túnica manchada por la envidia. Donde un día abundó la culpa, ahora sobreabunda la charis.

“José sigue vivo” (45,26), le anuncian los hijos a Jacob-Israel. A diferencia de ellos, Jacob (tal vez con Benjamín y las mujeres) estaba convencido de que aquella sangre era la de José, muerto por una fiera. Durante muchos años había vivido con aquel dolor en el corazón. Después de la inicial incredulidad ante la noticia de la ‘resurrección’ del hijo (“pero él se quedó impasible”, 46,26), Jacob-Israel exclama: “¡José, mi hijo, está vivo! Iré y le veré antes de morir” (45,28).

Quiere ir, pero antes de salir debe hacer algo importante: “Israel levantó las tiendas con todas sus pertenencias y llegó a Berseba, donde hizo sacrificios al Dios de su padre Isaac” (46,1). Jacob deja Hebrón, la tierra de la promesa, y se dirige a la casa donde vivieron como emigrantes su padre Isaac y su madre Rebeca, en el desierto de Berseba, a donde huyó Agar, la sierva madre de Ismael. Allí, durante una carestía, Isaac se encontró con YWHW en uno de los momentos decisivos de su vida. Allí le habló, le anunció la promesa y le dijo: “No bajes a Egipto; habita la tierra que yo te mostraré” (26,2). Ahora, por otra carestía, Jacob está a punto de dejar la tierra de Canaán para ir precisamente al mismo Egipto que el Señor prohibió a Isaac. A su padre se le negó Egipto porque la tierra prometida por YHWH era otra: la tierra de Canaán, la que ahora habitaba Jacob. La primera voz, que le habló a Isaac para prometerle una tierra distinta de Egipto, no podía tener la misma fuerza que la voz de su corazón de padre, que quería volver a ver al hijo que creía muerto desde hacía años. En el humanismo bíblico, las voces no son todas iguales y la salvación está en reconocer y seguir la voz más verdadera, que no es la más cómoda ni la de los falsos profetas o la de los dioses de madera, ni tampoco simplemente la voz del corazón. Por eso Jacob vuelve a la tierra de Isaac (en el mundo de la Biblia también los lugares tienen una vocación), para comprender, para rezar, para escuchar, para discernir las voces y para elegir. También en esta ocasión “Dios dijo a Israel en visión nocturna: ‘¡Jacob, Jacob!’. ‘Heme aquí’, respondió. ‘Yo soy Dios, el Dios de tu padre; no temas bajar a Egipto … José te cerrará los ojos” (46,2-4). Solo ahora Jacob sabe que la voz que le habla y vuelve a llamarle (“¡Jacob, Jacob!”) es la del Dios de su padre, la de YHWH; y si es la misma voz la que le manda ir al Egipto prohibido a Isaac, entonces puede y debe partir.

Para escuchar de nuevo la voz y entender, Jacob no vuelve a Betel, donde recibió su primera vocación y donde vio los ángeles y el paraíso (28,13-22). Vuelve, por el contrario, a la tierra de sus padres, quiere escuchar al mismo Dios de Isaac, en el lugar del padre y de la madre. Quiere escuchar su nombre pronunciado por la misma voz verdadera, la que nunca le ha engañado, la de la Alianza y la promesa.

Muchas veces aquellos que tratan de vivir en la verdad, antes de realizar una elección importante y decisiva, vuelven a casa de sus ‘padres’, a su tierra y a sus lugares. Sobre todo vuelven cuando van a tomar una decisión que va en dirección contraria a la que ha constituido la primera alianza, la promesa, la vocación. Vuelven a la casa madre a buscar señales, esperando volver a escuchar una voz más profunda, para tener certezas más auténticas, para reencontrar el sentido de la vida, la vocación y la promesa. Para sentirse llamados por su nombre.

La empresa familiar atravesaba un largo periodo de dificultades. Llegó la oferta de compra de una multinacional por una suma importante. ‘¿Debo vender la empresa que fundó mi abuelo y que luego se convirtió en la vida de mis padres, en la gran historia de la familia, en la más hermosa historia que nos hemos contado? ¿Debo ser yo quien escriba la última palabra de esta historia?’. El plazo se acaba, las noches se hacen difíciles y largas. Luis siente deseos de volver a la primera nave, ahora en desuso, donde todavía sigue viva parte de una historia hecha de relaciones, palabras, dolores, corazón y carne. La nave donde aprendió el oficio de su padre. Desde allí se dirige a la granja del abuelo, en cuyo taller aprendió a trabajar la madera, y donde escuchó los gloriosos relatos de los primeros tiempos de la fundación de la empresa, de la emigración a América, de la guerra, la carestía, el hambre, el frente y la muerte siempre tremenda y siempre viva de los hijos. Y en ese silencio ‘habitado’ trata de captar las antiguas voces y reconocer entre ellas la voz de la juventud, cuando todo era claro y diáfano, la voz que le hizo renunciar a un puesto fijo para continuar esa historia.
Quiere entender si la voz que ahora parece decirle ‘vende’ es la misma buena voz que un día le dijo ‘quédate’. Se trata de verdaderas peregrinaciones en las que buscamos, tal vez sin ser conscientes, la bendición de los padres para las decisiones difíciles de hoy. Tal vez deberíamos hacer más peregrinaciones y acordarnos de mendigar la bendición, sobre todo cuando las voces buenas ya no nos hablan en nuestras casas, en estos tiempos de reforma de los pactos sociales, en estos siete años de vacas flacas (2008-2015).

Jacob, en la casa de sus padres, vuelve a escuchar la misma voz, entiende que tiene que partir y se pone en marcha. Sus ojos se cerrarán en Egipto y no en la tierra de Canaán. Ya viejo (“Ciento treinta son los años de mis andanzas”, le dirá al Faraón (47,9) que fue llamado a dejar la tierra de la promesa y a ponerse de nuevo en camino hacia una tierra extranjera (47,4), para morir allí exiliado. El ‘’ de la vejez es decisivo, tan decisivo como el primero, porque es el cumplimiento de su vocación.

Era necesario llegar hasta el final de la historia de Jacob para descubrir uno de los tesoros más valiosos de toda la Biblia: la tierra prometida no consiste en ocupar un territorio sino en seguir una voz. Y así toda tierra, incluso la tierra prometida, es tierra extranjera, porque la tierra es un regalo que se habita provisionalmente, no se posee. Todo hombre que sigue una ‘voz’ es un extranjero toda su vida y en cualquier tierra. La casa de la humanidad es la tienda del nómada.

“Llegaron al país de Gosen. José enganchó su carroza y subió a Gosen, al encuentro de su padre Israel; y viéndole se echó a su cuello y estuvo llorando sobre su cuello. Y dijo Israel a José: ‘Ahora ya puedo morir, después de haber visto tu rostro’” (46,29-30).

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