El árbol de la vida – José, verdadero "intérprete" de sueños, expresa (y da) la realidad
por Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 06/07/2014
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"Dios pronosticará algo bueno también a Faraón”. “Tú hablas de Dios”, inquirió Amenhotep. “Lo haces a menudo. ¿A qué Dios te refieres? Puesto que eres de Zahi y de Amu, supongo que te referirás al toro del campo, al que en oriente llaman Baal, el Señor”. José sonrió levemente y negó con la cabeza. “Mis antepasados, los soñadores de Dios”, dijo, “estipularon un pacto con otro Señor”. “Entonces sólo puede tratarse de Adonai, el Prometido”, dijo el rey rápidamente, “por quien el flautista se lamenta en los barrancos, el dios que resurge” (Thomas Mann, José y sus hermanos)
Las carestías son múltiples y diversas. Nuestro tiempo está atravesando la mayor carestía de sueños que la historia humana haya conocido nunca. La carestía de sueños que produce este capitalismo individualista y solitario es una forma muy grave de pobreza. La falta de pan no hace desaparecer el hambre, pero cuando nos privamos de los sueños terminamos por no percibir siquiera su ausencia. Nos acostumbramos a un mundo empobrecido, en el que las mercancías apagan los deseos. Y nos hacemos tan pobres que ni siquiera llegamos a percibir que se trata de una pobreza. ¿Cómo es posible soñar con ángeles, con el paraíso o con los grandes ríos de Egipto, si nos dormimos delante de un televisor? Para tener sueños grandes hay que dormirse con una oración en los labios o despertarse con el libro de poemas que ha velado nuestro sueño, abierto sobre el pecho.
El joven José se encontró, inocente, en la cárcel, arrojado de nuevo al fondo de un ‘pozo’ (40,15). Pero esa cárcel se convirtió también en el lugar del pleno florecimiento de su vocación, anunciada en los sueños proféticos que tenía de niño. Los primeros sueños le llevaron a Egipto como esclavo. Los sueños que interpretará en la tierra del Nilo serán el camino para la realización de sus grandes sueños juveniles y para el encuentro con sus hermanos-vendedores y con su padre. En la cárcel es donde comienza una nueva etapa de la vida de José, decisiva para él mismo y para su pueblo (no es raro que una ‘cárcel’ se convierta en lugar de comienzo de una vida nueva). En ese ‘pozo’, José pasa de ser contador de sus propios sueños a ser intérprete de los sueños ajenos. De muchacho contaba sus sueños, pero no los interpretaba. El dolor por haber sido odiado y vendido por sus hermanos, la esclavitud y finalmente la cárcel, le hacen madurar y le revelan quién es. En el crisol del sufrimiento y la injusticia descubre su vocación y se convierte en servidor de los sueños de los demás.
En aquella cárcel se encontraron con él dos altos oficiales de la corte: el escanciador y el panadero del faraón (40,1). Estos “soñaron sendos sueños en una misma noche, cada cual con su sentido propio” (40,5). Por la mañana “José vino a ellos y los encontró preocupados”, y les preguntó: “¿Por qué tenéis hoy mala cara?”. Le respondieron: “Hemos soñado un sueño y no hay quien lo interprete” (40,7-8). Ambos funcionarios contaron su sueño a José y él se lo interpretó. Sólo quien ha soñado y ha tenido la valentía de contar sus sueños puede convertirse en hermeneuta de los sueños ajenos. Por una ley de la paradoja que se encuentra en el corazón de muchas cosas elevadas de la vida, los mejores intérpretes de los sueños ajenos son aquellos que más han sufrido a causa de sus propios sueños.
Tener sueños y no encontrar a nadie que los interprete es un gran motivo de infelicidad para aquellos que siguen soñando, a pesar de la carestía. Son muchos los que siguen soñando, sobre todo en los países más pobres en PIB y más ricos en sueños. Sus sueños pronto producirán riqueza. Los sueños son siempre algo serio, pero los más importantes son los que se sueñan ‘con los ojos abiertos’, esos sueños a los que llamamos proyectos, aspiraciones, deseos de libertad y de justicia, deseos de futuro y de felicidad, esos sueños que nos hacen intuir cuál es nuestro lugar en el mundo. Pero hoy como ayer, los sueños necesitan intérpretes, necesitan de alguien que sepa descifrar su contenido. Si no, los sueños se apagan. Estos intérpretes siempre son importantes, pero en la juventud, en la época de los grandes sueños, son fundamentales.
José empieza a interpretar los sueños como un regalo para sus dos compañeros de cárcel: “José les dijo: ¿No son de Dios los sentidos ocultos? Vamos, contádmelo a mí” (40,8). La ‘buena’ interpretación de los sueños es la que nace de la gratuidad, no del beneficio (“¿no son de Dios los sentidos ocultos?”). En la necesidad esencial de esta gratuidad radica la razón de la escasez de buenos intérpretes para nuestros sueños. Es cierto que son un don raro, pero no excesivamente raro. Los ‘guías espirituales’ pertenecen a esa valiosa categoría humana de personas que escuchan e interpretan nuestros sueños y nuestros signos. La buena interpretación de los sueños es gratuidad pedida y regalada. No es un oficio, y cuando se convierte en oficio deja de ser buena.
José interpreta de forma muy distinta ambos sueños. Al jefe de los escanciadores le predice la liberación, al jefe de los panaderos le anuncia la muerte, como así sucederá. El valor moral de un intérprete de sueños se mide por su honradez, es decir, por la capacidad y la valentía para decirnos también las interpretaciones que no nos gustan. Hoy, como ayer, hay demasiados intérpretes rufianes que nos dicen sólo las interpretaciones que nos gustan. A veces también los intérpretes honrados dan interpretaciones equivocadas, cuando no tienen suficiente valentía ni suficiente amor. El carisma de la interpretación de sueños se apaga cuando no se salvaguarda en el sufrimiento de las interpretaciones difíciles. He conocido jóvenes con una vida muy difícil e incluso destrozada, por malos intérpretes de sueños, que no tuvieron el coraje ni la honradez de darles la interpretación verdadera, cuando había evidentes signos de que su vocación era distinta a la que ellos pensaban. En lugar de cargar con el dolor de esa dura verdad, manipularon los sueños de esos jóvenes, alimentando falsas ilusiones o, más bien, desilusiones, frustraciones e infelicidad. Fiarse de un manipulador de sueños hace más daño que dejar que el sueño muera por falta de intérpretes.
Dos años después, también el faraón tuvo un sueño. “Soñó que se encontraba parado a la vera del Nilo. De pronto suben del río siete vacas hermosas y lustrosas que se pusieron a pacer en el carrizal. Pero he aquí que después de aquellas subían del río otras siete vacas, de mal aspecto y macilentas … Pero las vacas de mal aspecto y macilentas se comieron a las siete vacas hermosas y lustrosas” (41,1-4). El faraón se despertó inquieto; volvió a dormirse e inmediatamente tuvo otro sueño: “Siete espigas crecían en una misma caña, lozanas y buenas. Pero he aquí que otras siete espigas flacas y asolanadas brotaron después de aquellas y las espigas flacas consumieron a las siete lozanas y llenas” (41,5-7). Esos dos sueños agitaron el alma del faraón, quien mandó “llamar a todos los magos y a todos los sabios de Egipto. Faraón les contó su sueño, pero no hubo quien se lo interpretara a Faraón” (41,8). Aquí el relato da un giro repentino. El jefe de los escanciadores, a quien José había interpretado el sueño dos años antes, se acuerda de él. Habla con el faraón y éste le manda llamar. José le revela inmediatamente la clave para comprender lo que va a ocurrir y la naturaleza de sus actos: “No hablemos de mí, que Dios responda en buena hora [shalom] a Faraón” (41,16). Estamos ante un momento crucial de cambio: es el fin de la era de los adivinadores, arúspices y magos, y el comienzo del tiempo de la profecía. José se convierte en el primer profeta de Israel. En la lectura que hace del sueño del faraón encontramos los rasgos esenciales que diferencian la auténtica interpretación profética de los productos de los adivinadores y falsos profetas de todos los tiempos. La interpretación profética es don-gratuidad, porque es el ejercicio de un carisma que el ‘profeta’ recibe. No es obra suya ni una técnica aprendida en una escuela, sino un don que su destinatario debe acoger y en el que debe creer, para poder ser eficaz. E impulsa siempre a la acción y al cambio.
En nuestra sociedad hay muchos consultores por dinero. Cada vez hay más magos y horóscopos. Pero no hay muchos buenos intérpretes de sueños y a los pocos que hay no se les busca ni se les escucha, están en peligro de extinción por falta de demanda. En cambio, el Faraón creyó en la interpretación-profecía de José y actuó. “He aquí que vienen siete años de gran hartura en todo Egipto. Pero después sobrevendrán otros siete años de hambre y se olvidará toda la hartura de Egipto, pues el hambre asolará el país [las vacas-espigas flacas que devoran a las gordas]” (41,29-30). Después José continuó: “Fíjese el Faraón en algún hombre inteligente y sabio, y póngalo al frente de Egipto … para recoger el quinto a Egipto durante los siete años de abundancia” (41,33-34).
Los tiempos ‘de vacas flacas’ pasan. Estas carestías, antes o después, se acaban naturalmente, aunque a veces haya que pagar un alto precio. Las carestías de sueños, en cambio, no acaban solas. Sólo terminan si, en un momento determinado, decidimos volver a aprender a soñar. No es imposible. Hemos sabido hacerlo después de miserias infinitas e indecibles, después de guerras y dictaduras, después de fratricidios, después de la muerte de los niños. Hemos querido volver a empezar a soñar juntos. Escuchando a los poetas, a los santos y a los artistas, que han sabido interpretar nuestros nuevos sueños. Rezando y llorando juntos, recitando sus poesías y cantando sus canciones, que son las nuestras. Sólo así las personas y los pueblos renacen y resurgen de verdad.
“El faraón se quitó el anillo de la mano y lo puso en la mano de José, le hizo vestir ropas de lino fino y le puso el collar de oro al cuello” (41,42).
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