Lo que hace que el mundo no se acabe

El árbol de la vida – La violación de Dina, la destructiva venganza y el pacífico gracias con el que volver a empezar

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 01/06/2014

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"Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. Tomó la palabra Jesús y dijo: «¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?"

(Evangelio de Lucas, 17,15-17)

Ante la historia de Dina deberíamos simplemente permanecer en silencio: “Dina, la hija que Lía había dado a Jacob, salió una vez a ver a las muchachas del país. Siquem, hijo de Jamor el jivita, príncipe de aquella tierra, la vio, se la llevó, se acostó con ella y la violó.” (34,1).

Al revivir los tristes acontecimientos de este capítulo del Génesis, uno siente la fuerte tentación de saltarse todo el capítulo para buscar otras historias. Pero no lo haremos, entraremos también en estas páginas cargadas de humanidad, tan desoladoras como comunes y frecuentes en la historia, y que, sin embargo, pueden esconder, entre líneas, mensajes de vida. Buena parte del esfuerzo de aquellos que intentan penetrar desde cualquier perspectiva la verdad de la condición humana, consiste en tratar de mantener juntos a Adán y a Caín, a Noé y a Lamek, a Sara y a Agar. Lo mismo ocurre con el abrazo entre Jacob y Esaú y la historia de Dina, sus secuestradores y sus hermanos vengadores. Cuando se lee la Biblia, con frecuencia se siente la fatal tentación de quedarse sólo con las páginas luminosas y saltarse las oscuras. Cuando esto ocurre, la lectura suele ser ideológica, convirtiendo una parte en el todo y perdiendo de vista la realidad, mestiza pero auténtica, de la vida humana. El auténtico humanismo bíblico no es una colección de ‘buenas prácticas’, sino una mirada de amor y de salvación sobre la humanidad entera. Es un humanismo que, para expresar la primacía de Adán sobre Caín y la victoria de la bendición sobre el mal, no esconde la parte oscura de nuestra condición. Un humanismo que conoce tan bien el alma y el cuerpo que puede enseñarnos que el mal, que aparece con su fuerza devastadora, no tiene la última palabra ni tampoco es nuestra primera palabra.

Dina, la hija única de Jacob, deja un día el campamento y las tiendas maternas “para ver a las muchachas del lugar”. Según la tradición, Dina es muy joven, tal vez todavía una niña (Génesis 30,21 y 31,41; el Libro de los Jubileos [30,2] habla de 12 años) y busca compañía. También hoy en muchos lugares de guerra y conflicto, los niños traspasan las barricadas y las fronteras visibles e invisibles puestas por los adultos. Los sobrepasan, con imprudencia y curiosidad por la vida, en busca de compañeros de juegos y de aventuras. Pero, hoy como ayer, la pureza de los niños y de las niñas puede tropezar, y de hecho tropieza, con la maldad y el delito de los adultos. Sobre todo las chicas jóvenes, al igual que su compañera Dina, siguen siendo vulnerables y viéndose amenazadas en su curiosidad, en sus juegos y en sus salidas de casa. Llevamos luchando miles de años, pero todavía no hemos conseguido que los juegos y las salidas de la tienda sean como las de sus hermanos varones. Basta la presencia de un solo Siquem en la ciudad, o la posibilidad de que esté, para que una chica no pueda salir cuando quiera “a buscar amigas”, y para que su libertad y sus oportunidades sean inferiores a las de sus hermanos. El grado de civilización de un pueblo se mide también por su capacidad para crear las condiciones culturales e institucionales para que los ‘paseos de Dina’ sean cada vez más posibles y seguros.

Después del asalto y la violación, la comunidad de los jivitas (cananeos) le pide a Jacob y a sus hijos que Siquem, el violador, pueda casarse con Dina (un “matrimonio reparador”), con la promesa de una abundante dote y un regalo de bodas: “pedidme cualquier dote, por grande que sea” (34,12). Pero Simeón y Leví, dos de los hermanos de Dina, cuando el trato parece llegar a buen puerto, “blandieron cada uno su espada y entrando en la ciudad … mataron a todo varón” (34,25). En la literatura antigua aparece muchas veces la imagen de la guerra desencadenada por el rapto de una mujer (Elena, las Sabinas…). Pero aquí esta guerra y esta violencia ocupan el lugar de las alianzas pacíficas y buenas con los pueblos cananeos que encontramos varias veces en los ciclos de Abraham e Isaac. Jacob, también él hombre de la Alianza, hombre de alianzas y pactos, que queda misteriosa y ambiguamente muy en segundo plano en el caso de Dina, no puede aprobar el acto homicida (y dice a los hijos: “Me habéis puesto a malas haciéndome odioso entre los habitantes de este país”, 34,30), que de repente conduce al pueblo de la promesa a la violencia anterior al arco iris de Noé.

Con el regreso de Dina a su familia, el Génesis retoma la historia de Jacob, sus epifanías y su camino. Elohim le habla de nuevo: “Levántate, sube a Betel y te estableces allí, haciendo un altar al Dios que se te apareció cuando huías de tu hermano Esaú” (35,1). En Betel, cuando huía hacia Labán, Jacob había recibido en sueños una vocación personal (28,13), había visto la escalera del cielo y allí había comenzado su verdadera historia. Ahora Jacob-Israel vuelve a Betel ciertamente más rico que la primera vez que pasó por allí. Ahora tiene una descendencia numerosa, muchos bienes y la reconciliación con Esaú, pero sobre todo tiene un nombre nuevo y la gran bendición del Yabboq. Está agradecido por las bendiciones recibidas a lo largo de los más de veinte años durante los cuales ha seguido la primera voz: “levantémonos y subamos a Betel, y haré allí un altar al Dios que me dio respuesta favorable el día de mi tribulación, y que me asistió en mi viaje” (35,3). La gratitud, toda gratitud verdadera, es expresión de gratuidad (la raíz griega, charis, es la misma). La más valiosa es la gratitud que ‘se vuelve hacia atrás’, no la que ‘mira hacia delante’. Hay muchos sentimientos y pasiones humanas en los que no es bueno mirar atrás (véase la mujer de Lot convertida por eso en estatua de sal; 19,26). La gratitud es una excepción a esta regla, porque cuando más genuina y eficaz es, más mira hacia atrás sin preocuparse del futuro. Es posible dar las gracias, con un regalo o con un ‘altar’, a un cliente o a un proveedor, mirando, como buenos empresarios, hacia delante y sabiendo que dar las gracias es una excelente inversión para el bueno futuro de las relaciones comerciales. No hay nada malo en ello. Pero decir gracias como si el mundo se acabara en ese agradecimiento es otra cosa, más alta y pura. Esta gratitud que mira hacia atrás es gracias-gratuidad, y por eso tiene un enorme valor, porque su único motivo es intrínseco a la relación. Es, por ejemplo, el agradecimiento de aquellos que practican el arte de ‘cerrar el círculo de una relación’, y después de un encuentro o un acontecimiento (que no se repetirá) escriben a las personas sencillamente para darles las gracias. Por este mismo motivo, la gratitud más grande es la que manifestamos a los pobres y a los pequeños, no a los poderosos (a quienes nunca hay demasiado que agradecer). Bien pensado, este es también el agradecimiento que expresamos cuando participamos en el funeral de un amigo o en las bodas de oro de nuestros padres. Es el agradecimiento que mostramos en la fiesta de jubilación de un compañero (esta dimensión debería ser suficiente para cuidar más estos detalles en nuestras empresas). Es también el agradecimiento a los artistas y filósofos del pasado, o a los santos (la santidad también puede verse como una gran gratitud colectiva que, al mirar hacia atrás en la vida de una persona, ayuda a todos a mirar hacia delante y hacia lo alto). Esta es la gratitud que le expresamos (y nos expresamos recíprocamente) a nuestra esposa en el lecho de muerte, cuando en un instante y en un punto se concentran todos los dolores y todas las bellezas del universo. Estos actos de ‘gratitud hacia atrás’ no son los únicos importantes de nuestra vida, pero cuando faltan también los demás agradecimientos pierden profundidad y valor.

Pero ese peregrinar nos recuerda también que en el camino de las auténticas vocaciones individuales y colectivas, de vez en cuando hay que repetir la ‘peregrinación de Jacob’ y volver a ponerse en marcha hacia el lugar de la primera vocación. Estas peregrinaciones siempre son útiles, pero para las personas y las comunidades nacidas de la escucha de una ‘voz’ y la creencia en una ‘promesa’ son indispensables, incluso para ese especial tipo de comunidad que es la empresa. Repetir la ‘peregrinación’ de Jacob es tremendamente valioso en los momentos de crisis, cuando se acaba de vivir un conflicto o una ‘guerra’. Salir hacia un ‘altar’ se convierte en un gran y eficaz medio para volver a empezar y recuperar los fundamentos éticos y espirituales de una relación, de una comunidad, de nosotros mismos. Salir juntos, encontrando antes del camino o a lo largo del mismo los motivos para agradecer y agradecernos. Después de su triste historia, Dina desaparece de la Biblia. Pero Dina sigue vive en demasiadas mujeres y niñas (y niños) secuestradas y violadas, ayer, hoy y mañana, en Italia, en la India o en cualquier lugar. Y si la Biblia ha querido presentarnos a la única hija de los tres patriarcas como una muchacha asaltada y violada, eso quiere decir que también este absurdo dolor lo ve Dios, que sigue sufriendo cada vez que las hermanas de Dina vierten sus mismas lágrimas y las recoge para siempre en su “odre” (Salmo 51). “Jacob llegó a Betel junto con todo el pueblo que le acompañaba, y edificó allí un altar” (35,6).

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