Regeneraciones/6 - Da cumplimiento a nuestras promesas "para siempre". Y su premio es ella misma.
de Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 06/09/2015
“En los otros veo y descubro mi misma Luz, mi verdadera Realidad; en los otros, mi verdadero yo (a veces enterrado o secretamente camuflado por vergüenza). Y tras encontrarme a mí misma, me reúno conmigo resucitándome."
Chiara Lubich, La resurrección de Roma.
La misericordia es el cemento con el que hemos aglutinado nuestra civilización durante siglos. Sin conocer y amar la misericordia no es posible entender la Biblia, la Alianza, el Éxodo, el libro de Isaías, el evangelio de Lucas, ni tampoco a Francisco de Asís, Teresa de Ávila, Francesca Cabrini, don Bosco, las obras sociales cristianas, la constitución italiana, el sueño europeo, la vida y el amor después de los campos de concentración, las familias que viven unidas hasta el final.
La misericordia hace que nuestras relaciones sean maduras y duraderas; transforma el enamoramiento en amor, la simpatía y la sintonía emocional en proyectos fuertes y grandes; da cumplimiento a los “para siempre” que pronunciamos en la juventud, e impide que la madurez y la vejez se conviertan en una simple y nostálgica narración de sueños rotos.
La misericordia vive de tres movimientos simultáneos: el de los ojos, el de las vísceras (el racham bíblico) y el de las manos, la mente y las piernas.
En primer lugar, el misericordioso es capaz de ver con más profundidad. La primera misericordia es una mirada que reconstruye, en el interior de la persona misericordiosa, la imagen moral y espiritual de aquel que le suscita misericordia. Antes de “ocuparse de él” con actos, el misericordioso le ve con una mirada distinta: ve el “todavía no”, más allá del “ya” y de lo que “ya ha sido” que todos ven. La misericordia es, antes que una acción ética, un movimiento del alma, que permite ver al otro en su diseño original, anterior al error o la caída, y amarle con el fin de recrear su naturaleza más verdadera. Permite reconstruir dentro del alma la imagen rota y recomponer la trama interrumpida. Ver que existe una solidaridad humana más profunda y verdadera que cualquier delito. Creer que ningún fratricidio puede anular la fraternidad. Después de Caín, ver de nuevo al Adam.
Mientras la pureza aparece en la impureza, la belleza en la fealdad, la luz en la oscuridad, el cuerpo también se mueve y la carne se ve involucrada. Las vísceras, las entrañas, se conmueven. La misericordia implica a todo el cuerpo, es una experiencia total, parecida al alumbramiento de una nueva criatura. Si no existiera la misericordia, la experiencia del parto sería totalmente inaccesible para nosotros, los varones. Sin embargo, podemos intuir algo de este misterio, el mayor de todos, cuando volvemos a dar la vida con la misericordia. La misericordia se siente, se sufre, es trabajosa. Es una experiencia encarnada, corporal. Por este motivo, los que conocen la misericordia también conocen la indignación. No podemos ser misericordiosos sin sufrir visceralmente por la injusticia y el mal que nos rodea. Con las mismas entrañas que se mueven hoy con indignación y rabia por los niños muertos de asfixia en un camión o ahogados en un brazo de mar y mañana por la traición de un amigo necesitado de perdón.
La misericordia es un entramado de don y virtud. La capacidad de ver la parte viva del corazón del otro, que sigue inmaculada incluso después del crimen más atroz (una parte viva que existe realmente, y que permanece viva hasta el último segundo de nuestra existencia, porque si no existiera no seríamos más que demonios), no es fruto de nuestro esfuerzo. Es pura gratuidad. Es un don de la vida, de nuestra familia y de la educación recibida durante la infancia y la juventud. Pero la misericordia también requiere esfuerzo y virtud, cuando, después de haber visto el alma y escuchado las entrañas, decidimos libremente que ha llegado el tiempo de la acción, de mover las piernas, las manos y la mente. Además, la virtud y el esfuerzo, que siempre vienen después del don de un “corazón de carne” y de unos “ojos de resurrección”, son necesarios para mantener y potenciar a lo largo de la vida esa mirada que tiende a empañarse con el paso de los años.
No somos misericordiosos con cualquiera. Sólo con aquel que se encuentra en una situación de error, defecto o pecado que nos ha afectado o herido personalmente. El primer dolor del proceso de la misericordia es el que siente la persona misericordiosa por el mal recibido. Ese primer dolor, por una traición, un delito o una injusticia que nos afecta directa o indirectamente, debe ser real y concreto. Gracias a ese primer sufrimiento se activa la mirada distinta, la conmoción por el dolor del otro y la acción tendente a sanar la herida. Por eso la misericordia nace y se ejerce sobre todo dentro de nuestras relaciones primarias de comunión (no es casualidad que en la Biblia se use para las relaciones entre Dios y su pueblo, así como para las relaciones con los hijos y los amigos).
El campo semántico de la misericordia no tiene nada que ver con el de la meritocracia. Sentimos misericordia, por su propia naturaleza, hacia el demeritorio, hacia el que sólo merecería desprecio y repulsa. Por este motivo, entre otros, no la encontramos en el mundo de la economía y de las grandes empresas, donde no se comprende y, si se comprende, se lucha contra ella porque es subversiva con respecto a todas las leyes y normas de la justicia de los mercados, que solo conocen y practican la lógica meritocrática del “hermano mayor”. En cambio, la misericordia es imprudente, parcial, asimétrica, desequilibrada, de parte. Por eso no puede gustarle al capitalismo. Pero si no hubiera al menos un misericordioso en toda organización o comunidad, el terreno estaría demasiado envenenado por las toxinas que producen y no crecería ningún fruto bueno.
Además, la misericordia tiene una relación intrínseca y necesaria con el perdón. Pero el perdón del misericordioso tiene características peculiares. Por ejemplo, no necesita el arrepentimiento del otro, ni una petición de perdón. La conmoción de las entrañas y la mirada curativa se activan antes de que el otro haya reconocido su culpa y se haya convertido, si bien es cierto que el arrepentimiento y la contrición favorecen la activación de la misericordia. El padre espera al hijo pródigo a la puerta de su casa, cuando él todavía no ha devorado sus últimas posesiones con las prostitutas y sigue comiendo con los cerdos. Estar delante de la puerta y mirar al horizonte ya es misericordia. Le “vio” cuando todavía “estaba lejos”. Y sale corriendo al encuentro del hijo, le besa y le abraza antes aún de verificar su arrepentimiento y su conversión. Nada hay más incondicional que un acto de misericordia. Y nada hay más libre. El arrepentimiento y la conversión son muchas veces consecuencia de la misericordia. Decir “me levantaré e iré” muchas veces es un misterioso efecto de la misericordia de alguien que, tal vez sin que lo sepamos, ha comenzado a pensarnos y a vernos en su corazón con ojos misericordiosos y curativos. Nunca sabremos cuántos pasos de liberación de las condiciones más oscuras comenzaron porque alguien nos miró con misericordia, a lo mejor mientras dormíamos, curando así nuestra herida en su alma. Y un día nos descubrimos capaces de levantarnos para ponernos de nuevo en camino. La tierra está llena de pasos de liberación de trampas morales y espirituales muy profundas que comenzaron en el corazón de los misericordiosos. Empezamos a renacer cuando resurgimos en el corazón de alguien que nos ve con ojos de madre.
Nuestra misericordia siempre es segunda. Descubrimos con sorpresa que podemos ser misericordiosos porque alguien lo ha sido antes con nosotros. En la misericordia, el “me” precede al “yo”: alguien me ha amado y curado con sus entrañas y su mirada y por eso yo he sido capaz de hacer lo mismo. Un recibir y dar misericordia recíprocamente que siempre vale, pero cuando somos pequeños y jóvenes es esencial. Detrás de una persona capaz de misericordia hoy se ocultan, invisibles, muchos rostros misericordiosos que le han dado la posibilidad de la misericordia.
"Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia". Una bienaventuranza maravillosa, la única que se ofrece a sí misma como premio. La promesa de la misericordia es la misericordia. ¿Pero qué misericordia encontrará el misericordioso? No tenemos ninguna garantía, como vemos cada día, de que nuestra misericordia genere en los otros misericordia para con nosotros. Tal vez exista un nexo entre la misericordia ofrecidas y la recibida, pero el mundo también está lleno de personas misericordiosas que, cuando se encuentran necesitadas de misericordia, no la encuentran o encuentran muy poca en comparación con toda la que han dado.
Pero hay dos tipos de misericordia que sin duda el misericordioso “encuentra”. La primera es la misericordia dada, que se multiplica al darla. La misericordia, como todas las grandes virtudes, aumenta con su ejercicio. Si practicamos la misericordia nos hacemos más misericordiosos. El dolor que enjugamos a los otros se convierte en el alimento que nutre nuestra capacidad de misericordia. Al igual que los chopos y los tamariscos, que curan y desintoxican terrenos enfermos y envenenados, nutriéndose de las sustancias nocivas que les hacen vivir y crecer. Si el mundo no estuviera habitado por los misericordiosos (que son más de los que pensamos), la tierra estaría totalmente envenenada y la primavera no florecería nunca.
Otra forma de misericordia que encuentra el misericordioso, verdaderamente valiosa y sublime, es la que ejerce consigo mismo. Aquel que es capaz, por gratuidad y por virtud, de practicar la misericordia con los otros, un día descubre en sí mismo el don de una mirada distinta para ver también dimensiones de la propia vida que no le gustan y le hacen sufrir. Ese día, las entrañas comienzan a moverse en el encuentro cara a cara con la persona en la que no nos queríamos convertir y que sin embargo somos, con las citas perdidas, con las encrucijadas equivocadas, con la historia que no queríamos escribir y sin embargo hemos escrito.
Al salir de Taranto, veo que los 640 esquejes de chopo y los 300 de tamarisco, que algunos ciudadanos plantaron hace ocho meses, han superado ya los tres metros de altura. Curan y crecen, como nuestra esperanza.
Mentre parto da Taranto vedo che le 640 talee di pioppo e i 300 tamarici che alcuni cittadini hanno piantato otto mesi fa, hanno già superato i tre metri di altezza. Curano e crescono, come la nostra speranza.
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