stdClass Object ( [id] => 19657 [title] => Capitalismo, un nuevo espíritu católico [alias] => capitalismo-un-nuevo-espiritu-catolico [introtext] =>La tierra del nosotros/8 - El mercado, los mercaderes y el Evangelio : entre reflexión científica y obras sociales.
Luigino Bruni.
Publicado en Avvenire el 11//11/2023.
La época de los mercaderes medievales y de sus empresas, donde en el Libro de la Razón se podía encontrar los libros contables a nombre de "Messer Domineddio", fue la época en que la alianza entre mercaderes y frailes mendicantes impulsó Florencia, Padua o Bolonia. Una época extraordinaria que no llegó a convertirse en la cultura económica italiana y moderna del sur, porque la Reforma luterana y la Contrarreforma católica partieron Europa en dos e impidieron que las semillas civilizadas medievales florecieran en plenitud. El mundo nórdico protestante fue, paradójicamente, el que recogió una parte de la herencia de la primera economía de mercado medieval (pero sin sus carismas, sin Francisco ni Benedicto), aunque hubiera nacido polemizando con la riqueza de la cristiandad romana de los papas renacentistas. Los países católicos, e Italia especialmente, vivieron la Reforma protestante como un trauma religioso y civil, y los frutos fueron los típicos de un gran trauma colectivo. No podemos saber en qué se habrían convertido la sociedad y la economía italianas y del sur si aquella alianza entre franciscanos y mercaderes hubiera continuado después del siglo XVI, si la Iglesia católica no se hubiera asustado, y hasta a veces aterrorizado, frente a toda forma de libertad individual, convencida de que el "foro interno", privado del control de los pastores, estaba demasiado expuesto a los vientos de la herejía del Norte. Toda esa clase de mercaderes humanistas que había crecido entre Dante y Masaccio, entre Miguel Ángel y Maquiavelo, entre las empresas y bancos de los toscanos y de los lombardos, se hizo añicos bajo el precipicio del Concilio de Trento, y con el final del siglo XVI comenzó la época barroca que aportó algunas excelencias artísticas y literarias, pero que no generó ni hijos ni nietos a la altura de aquellos primeros mercaderes amigos de los frailes y de las ciudades. La historia barroca de Italia es la historia de un camino interrumpido, de una asignatura pendiente en lo civil, lo religioso y lo económico, que tuvo un efecto decisivo en la forma que la economía y la sociedad modernas adoptaron bajo los Alpes. Ese conjunto de teología, normas jurídicas y morales, prácticas y prohibiciones, temores y angustias que llamamos Contrarreforma (no uso la expresión Reforma católica, aunque existe una Reforma en la Contrarreforma católica y una Contrarreforma en la Reforma protestante) no sólo condicionó nuestra vida religiosa, sino que cambió y moldeó también nuestras empresas, la política, los bancos, las comunidades, las familias y los impuestos.
[fulltext] =>En esta Italia de la Contrarreforma, algunas dimensiones del ethos económico medieval y renacentista lograron sobrevivir a la restauración. Algún espíritu antiguo se coló por los accesos escondidos entre los pliegues de la vida de la gente, en los espacios vitales y no ocupados por el poder religioso. Espacios a menudo sumergidos, verdaderos ríos cársticos, donde algunos mercaderes y banqueros consiguieron abrirse paso sin dejarse desanimar y sin dejarse vencer por los manuales confesionales y los catecismos antieconómicos y anticívicos de los siglos XVII y XVIII. En estos siglos, muchos Montes de Piedad se extinguieron, otros se convirtieron en bancos comerciales. Los Montes frumentarios, como hemos visto, sobrevivieron más tiempo, durante cuatro siglos, y constituyeron recursos pobres pero decisivos para el sur de Italia. Fueron pocos, pero no faltaron los estudiosos de las cuestiones economicas que haciendo malabares entre las prohibiciones y las condenas eclesiásticas escribieron bellas páginas de teoría económica. Primero Antonio Serra y Tommaso Campanella, y luego Ludovico Muratori y Scipione Maffei fueron ese puente ideal que unió la orilla del Humanismo civil con la Ilustración reformadora de Genovesi y su escuela civil napolitana (de Dragonetti, Longano, Odazi, Filangieri, Galanti...), en una de las épocas más brillantes de la historia italiana. El siglo XVIII económico se enfrentó pronto con la restauración de las primeras décadas del siglo XIX, y luego con el antimodernismo de los siglos XIX y XX, los años del Non expedit de Pío IX(1) y del Pascendi dominici gregis de Pío X (1907), que culturalmente fue similar al clima creado por la Contrarreforma de los siglos pasados.
Viniendo directamente a la economía, el napolitano Francesco Fuoco escribió en los años 1820 y 1830 textos con un sabor todavía genovesiano y humanista, páginas heredadas de los comerciantes-banqueros humanistas de la Toscana de los siglos XIV y XV. Pero con Fuoco terminó la tradición genovesa de la Economía Civil, porque a mediados del siglo XIX nuestros mejores economistas refundaron la tradición italiana sobre bases francesas e inglesas, sin ningún vínculo vital con el siglo XVIII napolitano e italiano. Seguiremos teniendo buenos economistas, pero ahora todos están muy alejados de Genovesi e insertados en la corriente principal de una ciencia nueva, internacional y cada vez más anglosajona. Italia se convirtió en una periferia, aunque respetada todavía hasta la Segunda Guerra Mundial (fundamentalmente gracias a la enorme estima de todos por Vilfredo Pareto).
Algunos pocos economistas italianos, incluso de talento, intentaron sin embargo, entre los siglos XIX y XX, volver a conectar con la tradición clásica italiana, sin seguir el carril único de la ciencia en sus nuevas vías. Uno de ellos, y quizá el más interesante, es Achille Loria (1857-1943), de Mantua, a quien dejamos la semana pasada con su "teoría de la renta", similar a la de Francesco Fuoco. Loria fue uno de los pocos economistas de su tiempo que no pasó por alto los Montes frumentarios: "Los Montes frumentarios prestaban trigo en especie, dando al prestatario, en el momento de la siembra, una fanega de trigo caído y recibiendo, en el momento de la cosecha, una fanega de trigo lleno: la diferencia entre las dos fanegas representaba el interés. Pero con el tiempo este préstamo se hizo sobre todo en favor de los grandes propietarios y perdió así todo el carácter filantrópico, que era su virtud" (Corso di Economia politica, 1927, p.695). El interés de Loria por la renta, que él puso en el centro de su sistema, era la expresión de una visión economica y social centrada en los beneficios y, por tanto, en los empresarios, en la clase productiva, crítica por tanto con la tendencia parasitaria de la cultura italiana, que había crecido exponencialmente durante la Contrarreforma. El siglo XVII fue, de hecho, una época de retorno a la tierra, de nobleza de sangre, de condes y marqueses, de esa clase de nobles que vivían sin trabajar, y del resto de la sociedad que trabajaba sin vivir: "Luego viene otra subdivisión de las clases sociales, moldeada sobre la distinción del capital en productivo e improductivo: la de los capitalistas productivos, dedicados exclusivamente a la industria, y la de los improductivos que no aumentan la riqueza social, sino que especulan con los valores, formando su renta con la exacción sobre las rentas ajenas" (La sintesi economica, 1910, p. 211).
Queda todavía una pregunta. Loria es un continuador de la tradición civil italiana, pero no era católico (era de familia judía): ¿hacia dónde se orientó entonces el pensamiento económico católico del siglo XX? Loria también escribió también sobre la cooperación y sobre el movimiento cooperativo. De hecho, en sus escritos sobre la cooperación, las cajas rurales y luego las cajas de ahorro, encontramos algunas de las páginas más hermosas de la Economía Civil de los escritores italianos, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, incluidas algunas lindas páginas de Giuseppe Mazzini. Como los italianos católicos se dedicaron a construir Montes de Piedad, Montes frumentarios y una enorme cantidad (y calidad) de obras sociales, escuelas y hospitales en tiempos de la Contrarreforma, la noche del librepensamiento antimodernista de los siglos XIX y XX vio una gran proliferación de obras sociales, instituciones, cooperativas, bancos y escritores no académicos pero buenos constructores del bien común.
Eso no quita, sin embargo, que la oleada antimodernista de la Iglesia católica afectara también fuertemente a los pocos economistas católicos de la primera mitad del siglo XX, desde Giuseppe Toniolo hasta Amintore Fanfani. Esta tradición católica, que tuvo como centro importante la primera época de la Universidad Católica del Sacro Cuore de Milán fundada por Agostino Gemelli, siguió considerando la Edad Media como la edad de oro y la Escolástica de Tomás como el culmen de la cultura y la filosofía cristianas, incluso en el ámbito económico. Para Fanfani, un autor con su propio genio y originalidad, la cúspide ética de la ética económica se alcanzó entre el siglo XIII y principios del XIV, cuando, con los primeros asomos del Humanismo -leido como una regurgitación del paganismo-, comenzó el declive de la civilización cristiana, que daría vida, a finales del siglo XIV, al espíritu del capitalismo, que para Fanfani era un espíritu maligno. Fanfani, criticando a Max Weber (quizá sin saberlo), afirmó que el capitalismo no nació en el mundo protestante, sino en la Italia de los siglos XIV y XV, cuando la práctica económica abandonó las enseñanzas de la Escolástica y comenzó a seguir caminos diferentes, alejados del auténtico humanismo evangélico: "A lo largo de los siglos XIV y XV creció el número de los que en la obtención de la riqueza adoptaron métodos ilícitos según las reglas tomistas..... El vecino pierde la fisonomía del hermano y adquiere la del competidor, es decir, la del enemigo" (Le origini dello spirito capitalistico in Italia, Vita e Pensiero, 1933, p.162). Así, comerciantes como Marco Francesco Datini se redimen de una vida equivocada "intentando resarcirse a punto de morir" (p. 165). Porque, para entonces, "la riqueza es un medio únicamente apto para satisfacer las propias necesidades" (p. 165). Por otra parte, hasta mediados del siglo XIV, la economía era para Fanfani cristiana porque "la actividad económica, como todas las demás actividades humanas, debía desarrollarse en torno a Dios... Todas se encontraban en una idea: la del teocentrismo" (p. 158). El siglo XV fue así el nacimiento del espíritu del capitalista que "no conoce otro límite de conducta que la utilidad" (p.155).
Así, todo el trabajo de la escuela franciscana entre los siglos XIII y XIV (que Fanfani y Toniolo ignoran o no toman en serio), que había llevado a una nueva concepción del beneficio civil y del comerciante como amigo de la ciudad, es considerada degeneración y decadencia respecto al verdadero espíritu cristiano, aquel dominado por el tomismo, cuando sólo se trabajaba por el bien común, porque, se dice, trabajar por el bien privado es sólo una forma de egoísmo y de búsqueda de la propia utilidad personal. De ahí una visión, la suya, que lee el Humanismo contra la Escolástica, y sobre todo considera la centralidad de Dios en competencia con la centralidad del hombre, como si Dios hubiera querido un mundo orientado a sí mismo, un Padre que no gozara de la autonomía de sus hijos para quererlos a su servicio exclusivo -¿qué padre no incestuoso haría eso? Se olvidó entonces que los siglos XIV, XV y XVI fueron los siglos en los que la alianza entre franciscanos y mercaderes había operado auténticos milagros económicos, civiles, artísticos y espirituales, y aquella enemistad entre la centralidad de Dios y la centralidad de los hombres, que había dominado en la Contrarreforma, volvió en el siglo XX.
Muchos documentos de la Doctrina Social de la Iglesia se ven afectados por estas décadas antimodernas, antimercado, antiempresarios y antibancos (no extraña que ni la palabra empresario ni la palabra banco aparezcan en nuestra Constitución). Es por eso que hoy sería urgente y muy necesario que los estudios de Doctrina Social vuelvan a partir realmente del Humanismo, de aquel período en que el mercado nace del espíritu cristiano, de comerciantes y mendigos juntos, del Evangelio, y no en contra esto. Es lo que hemos intentado hacer estas semanas. Gracias a quienes nos han seguido en este camino, desafiante pero quizá también un poco útil.
1. Non expedit o ‘‘No conviene’’, en español, fue la resolución que mantuvo la Santa Sede -entre 1866 y 1919- de prohibir y de desaconsejar a los católicos italianos de participar en la política del incipiente Reino de Italia, ni como votantes ni como candidatos.
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Luigino Bruni.
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stdClass Object ( [id] => 19652 [title] => La verdadera economía comienza con el dolor humano [alias] => l [introtext] =>La tierra del nosotros/7 - Achille Loria, siguiendo a Fuoco, critica la renta en tanto elemento de injusticia.
Luigino Bruni.
Publicado en Avvenire el 04//11/2023.
La Contrarreforma fue una época ambivalente, en la que los ejemplos luminosos de los Montes franciscanos se entrelazaron con los fenómenos oscuros en otros terrenos. Sin embargo, para la ciencia económica italiana, fue una buena época. Mientras la teología y la filosofía se convertían en lugares arriesgados debido al control del Santo Oficio, las artes, la música, las ciencias e incluso la economía seguían siendo lugares seguros donde los pensadores podían expresarse con mayor libertad. Y así, una época pobre en grandes teólogos y filósofos (sobre todo si se compara con el norte de Europa) generó muchos literatos, músicos, artistas y economistas excelentes.
[fulltext] =>Fue en el Reino de Nápoles donde más se expresó el genio económico mediterráneo y católico. La tradición económica napolitana comenzó ya en los siglos XVI y XVII, gracias al cosentino Antonio Serra, que escribió un Breve tratado (1613) considerado por muchos como el primer estudio de economía moderna, y no sólo para Italia. Luego vino la gran temporada del siglo XVIII en Nápoles, la de Ferdinando Galiani, Antonio Genovesi, Filangieri, Dragonetti y docenas de otros excelentes economistas que escribieron sobre dinero, crédito y, sobre todo, de "felicidad pública". Una tradición que se mantuvo viva y saludable hasta la primera mitad del siglo XIX, con Francesco Fuoco, que puede ser considerado como el último de los autores clásicos italianos.
Más tarde, el nacimiento del Reino de Italia generó una fuerte tendencia a considerar solamente la ciencia inglesa y francesa como "verdadera" economía, por lo que la tradición napolitana acabó siendo juzgada como obsoleta y retrógrada. Mientras tanto, la ciencia económica anglosajona cambiaba de rumbo; de pronto dejó atrás los grandes temas del desarrollo y el bienestar de los pueblos y se centró en el individuo y su utilidad. En este contexto cultural, el paradigma napolitano de la felicidad pública, preocupado más por la sociedad que por los individuos, parecía aún más lejano y extraño, hasta que pronto cayó en el olvido.
Francesco Fuoco, un "espíritu singular y agudo" (T. Fornari, Teorie economiche delle province napoletane, p. 615), no fue sólo un excelente escritor sobre crédito y banca. Escribió páginas notables en muchos otros ámbitos de la ciencia económica. Siguiendo la huella de Genovesi, Fuoco consideraba el mercado como una forma providencial de "ayuda mutua" y de reciprocidad. Así, la "división del trabajo" no divide sino que une a las sociedades: "La división del trabajo no se opone a la unidad, al contrario, la presupone y sirve para hacerla más fuerte y duradera" (Scritti Economici, 1825, I, p. 205). En particular, las distintas profesiones son un gran lenguaje de cooperación y mutualidad, el primer cimiento de las sociedades: "La división del trabajo no es otra cosa que la distinción de las profesiones. Cuanto más se perfecciona la industria, más se multiplican las divisiones y más numerosas son las profesiones" (p. 207).
Por lo tanto, la industria y la economía son vistas por Fuoco como una densa red cooperativa en la que cada uno satisface, trabajando, las necesidades de los demás, en reciprocidad. El trabajo es un lenguaje civil de cooperación, gracias al cual miles, hoy millones de personas se ayudan y cooperan sin siquiera conocerse. Y en una época, la nuestra, en la que la narrativa del business está centrada en la competencia, en el vencer a los competidores, en las virtudes antagónicas y guerreras, Fuoco y la escuela napolitana nos cuentan una historia opuesta: el mercado es civilización porque favorece las virtudes cooperativas y amables, porque se basa en la ley de oro de la reciprocidad positiva: "De este modo, los pueblos se han convertido en miembros de una vasta familia, y se ha establecido una especie de comunidad entre todos los habitantes de la tierra" (p. x).
Pero fue en la "teoría de la renta" donde Fuoco concentró sus energías teóricas. Durante su estadía en Francia, se interiorizó en el debate inglés sobre la renta de la tierra. En particular, estudió la teoría de David Ricardo, que en sus Principios de economía política (1817) propuso una teoría de la destrucción de la renta y del capitalismo que difería de la de Adam Smith, centrándose en la renta vitalicia como clave para comprender la dinámica del capitalismo. Unos años más tarde, Fuoco escribió su propio ensayo sobre la renta vitalicia (en 1825), en el que exponía el debate, modificándolo y completándolo. ¿En qué se centra el discurso de Fuoco?
La teoría de la renta se apoya en dos pilares: (i) la centralidad de los empresarios (o capitalistas) para la riqueza y el desarrollo de las naciones; (ii) el conflicto estructural entre empresarios y terratenientes (o rentistas). Las clases sociales son tres, y tres son sus ingresos respectivos: el salario va a los trabajadores, el beneficio a los empresarios, la renta a los terratenientes. Dado que los salarios se fijan en el nivel de subsistencia, las dos variables del sistema económico son los beneficios y las rentas, que mantienen entre sí una relación de rivalidad: si uno sube, disminuye el otro. De ahí la idea fundamental: el desarrollo económico encuentra su límite en el conflicto radical entre rentistas y empresarios, un conflicto ganado por los rentistas porque la dinámica del capitalismo conduce a un gran aumento de las rentas en detrimento de los beneficios. Y como los empresarios son el motor del desarrollo, la reducción de los beneficios conduce al estancamiento del sistema: "Cuando aumentan las rentas, disminuyen los beneficios, y cuando disminuyen los beneficios, se hace más difícil el ahorro y, por tanto, las acumulaciones" (Scritti Economici, I, p. 57).
Fuoco estaba convencido de que la Felicidad pública dependía del crecimiento de la industria y, por tanto, de los empresarios y, en consecuencia, de la disminución del poder de los rentistas; también porque, a diferencia de Ricardo y Malthus, Fuoco estaba convencido de que el crecimiento de las rentas también empujaba los salarios hacia abajo y empobrecía a los trabajadores y "consumidores" (palabra presente en su sistema). De aquí deriva también su propuesta radical en materia fiscal: "Si los ingresos del gobierno [impuestos] se recaudasen únicamente de la renta de la tierra, la industria no recibiría ningún perjuicio" (p. 67). Una tesis que sigue siendo hoy una profecía, si pensamos en la baja imposición del patrimonio y de las rentas de todo tipo. Y aquí Fuoco va todavía más lejos, tocando el buen terreno de la utopía social: "Si las tierras no pertenecieran a nadie, la renta total de las mismas podría servir para los gastos del Estado" (p. 67). Una tesis que prefigura la teoría de la "tierra libre" del mantuano Achille Loria (1857-1943), otro gran economista italiano olvidado.
De hecho, el propio Loria elogia a su predecesor napolitano: "Francesco Fuoco, agudo ilustrador de la teoría ricardiana de la renta vitalicia y notable por la preeminencia que asigna a las relaciones de distribución por sobre las de producción" (A. Loria, Verso la giustizia sociale, 1904, p. 90). En realidad, para Fuoco la producción era muy importante, pero estaba convencido, y nosotros con él, de que si se distorsiona y pervierte el mecanismo que asigna las cuotas de renta a las distintas clases sociales (es decir, "la distribución"), la producción se atasca.
Loria es un autor importantísimo en nuestra historia de búsqueda del "spirito meridiano" del capitalismo. Cuando el carro de la ciencia económica se desplazó hacia las preferencias del consumidor y se volvió una matemática aplicada a las elecciones del individuo, Loria, con una tenacidad infinita, puso la "vieja" renta en el centro de su teoría. Y lo hizo toda su vida como una auténtica vocación, desde sus primeros estudios universitarios en Siena hasta su muerte que le sorprendió en su casa de Luserna San Giovanni, mientras los fascistas intentaban capturarlo por judío. En su tesis de licenciatura escribió: "La renta de la tierra no sólo es el fenómeno más importante de todo el organismo social, sino que es ella misma su síntesis" (La rendita fondiaria, 1880, p. xiii). Loria fue un crítico del capitalismo similar y diferente de Karl Marx. Como Marx, también él quería comprender los grandes movimientos de la sociedad a partir de las relaciones económicas; pero mientras que para Marx el eje del capitalismo estaba en el conflicto entre salarios y beneficios, para Loria (y para Fuoco) el conflicto decisivo era entre rentas y beneficios: "La verdadera escisión de fondo de las dos clases de riqueza es aquella que existe entre la clase de los terratenientes y la clase de los capitalistas, con intereses antitéticos y opuestos, y por tanto en perpetuo conflicto" (La sintesi economica, 1910, p. 211).
Entre los siglos XIX y XX, Loria escribió obras monumentales para fundamentar mejor su tesis y presentar una teoría del materialismo histórico alternativa a la de Marx y Engels -con quienes mantuvo encarnizadas polémicas públicas, en parte relatadas en su Prefacio al tercer volumen de El Capital de Marx. La historia de Loria es la historia de una derrota. Su teoría de la renta fue aplastada "por izquierda" debido al crecimiento del marxismo (Gramsci acuñó sarcásticamente la expresión "lorianismo") y "por derecha" por la nueva economía liberal neoclásica representada en Italia por Pantaleoni y, sobre todo, por Pareto (que, con su conocida altanería, consideraba a Loria un charlatán). Loria, cada vez más solo y marginado (y estimado por unos pocos, entre ellos Luigi Einaudi), siguió sin embargo creyendo en su teoría de la renta, que con el paso del tiempo ya no se refería sólo a la renta de la tierra sino que se extendía a toda forma de renta que llega hoy gracias a los privilegios de ayer (esto es, en esencia, la renta). Por eso escribió también sobre las rentas financieras y los bancos; ¿hoy se hubiera ocupado de las rentas de asesoría a expensas de los empresarios? La teoría de la renta fue así la herramienta con la que Loria criticó un capitalismo cada vez más especulativo y más alejado del trabajo: "La verdad es que bajo el mundo económico sano y normal que la escuela clásica se complace en pintar, bajo las haciendas y los latifundios, los talleres y las fábricas, en sombríos lugares subterráneos se agita y se intercambia una turba de falsificadores, que manipulan y trafican la riqueza de otros y de ella extraen con fraude enormes beneficios" (Corso di Economia Politica, 1910, p. 303).
Podemos entender así una de sus más bellas afirmaciones: "Quien observa con ánimo desapasionado la sociedad humana, percibe fácilmente cómo esta presenta el extraño fenómeno de una absoluta e irrevocable escisión en dos clases rigurosamente distintas; una, sin hacer nada, se apropia de rentas enormes y crecientes, mientras que la otra, mucho más numerosa, trabaja la mañana y la noche de su vida a cambio de un salario miserable; la una, es decir, vive sin trabajar, mientras que la otra trabaja sin vivir, o sin vivir humanamente" (Le basi economiche della costituzione sociale, 1902, p. 1). E l sistema clásico de Ricardo, Fuoco y Loria era tridimensional: tierra, trabajo, capital. En cambio, la ciencia económica neoclásica de finales del siglo XIX pasó a ser bidimensional: trabajo y capital. Esta transformación generó no sólo la pérdida de la profundidad teórica que traía consigo la tercera dimensión de la tierra. El eclipse de la tierra en el capitalismo es una de las principales causas de la destrucción del planeta y de la pérdida de sus raíces. En una entrevista (en "L'ufficio moderno") que concedió con motivo de su jubilación de la docencia en la Universidad de Turín, Loria respondió a la pregunta "¿qué es lo que más estimula su interés científico?" con una frase que debería escribirse en todos los Departamentos de Economía del mundo: "El dolor humano".
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La tierra del nosotros/7 - Achille Loria, siguiendo a Fuoco, critica la renta en tanto elemento de injusticia.
Luigino Bruni.
Publicado en Avvenire el 04//11/2023.
La Contrarreforma fue una época ambivalente, en la que los ejemplos luminosos de los Montes franciscanos se entrelazaron con los fenómenos oscuros en otros terrenos. Sin embargo, para la ciencia económica italiana, fue una buena época. Mientras la teología y la filosofía se convertían en lugares arriesgados debido al control del Santo Oficio, las artes, la música, las ciencias e incluso la economía seguían siendo lugares seguros donde los pensadores podían expresarse con mayor libertad. Y así, una época pobre en grandes teólogos y filósofos (sobre todo si se compara con el norte de Europa) generó muchos literatos, músicos, artistas y economistas excelentes.
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Luigino Bruni
Publicado en Avvenire el 28/10/2023.
La idea de que el intercambio es un "juego" en el que las ganancias de uno son iguales y opuestas a las pérdidas del otro es la primera dificultad que encuentra un profesor en sus primeras clases de economía. Los estudiantes se acercan a la ciencia económica convencidos de que el mercado es un lugar de relaciones de "suma cero" (+1/-1). En efecto, es difícil transmitir la idea de que en el intercambio económico la ley de oro es el beneficio mutuo, y que por tanto las ganancias de una parte corresponden a las ganancias de la otra, y cuando no se produce este beneficio mutuo se está distorsionando y negando el mercado, que acaba pareciéndose a la guerra, al robo o al atletismo (la metáfora deportiva en economía es casi siempre errónea). Detrás de la mala fama que durante siglos pasaron los agentes económicos había el mismo error que cometen hoy mis alumnos. Si, de hecho, el mercado es realmente una relación en la que una parte se enriquece a costa de la otra, se vuelve necesario proteger a la parte débil, reducir el ámbito del comercio y mirar con gran desconfianza a comerciantes y banqueros. Las prohibiciones religiosas de los préstamos con interés solo reforzaron una negatividad que ya existía. En realidad, los operadores económicos y financieros sabían bien que el mercado era un "juego de suma positiva"; lo sabían porque estaba basado en contratos, que cuando se llevaban a cabo en libertad revelaban la naturaleza del beneficio mutuo de las partes (¿por qué debería dar mi libre consentimiento a una relación depredadora?); del mismo modo, sabían que el beneficio mutuo era a menudo asimétrico (+4, +1) por las diferencias en las informaciones y por las relaciones de poder. Pero cuando el contrato llegaba a generar un signo menos en alguna parte (+2, -1), sabían que se estaba saliendo de la economía y entrando en el hurto, se estaba saliendo de la fisiología y entrando en la patología del mercado.
[fulltext] =>Por tanto, el verdadero problema estaba en otra parte, estaba fundamentalmente entre los teólogos y los filósofos. Los que de hecho escribieron sobre los precios, los mercados o el interés eran, en gran medida, intelectuales que (con la feliz excepción de los franciscanos y algunos dominicos) predicaban sobre el comercio y los negocios sin tener, en general, la menor idea de lo que eran los mercados reales, los préstamos reales, los contratos reales, las tiendas reales y los empresarios reales (un problema que, en parte, todavía existe). Y así, la idea fue superior a la realidad, y los tratados morales y los manuales para confesores hablaban de un mundo comercial distorsionado y alejado de la vida real del pueblo. Tanto así que, mientras se multiplicaban los tratados contra el comercio y la usura, la Edad Media se llenaba de decenas de miles de banqueros y mercaderes cristianos, que obtenían ganancias, tomaban y daban prestado con usura y volvían estupendas nuestras ciudades.
De hecho, al describir la gran difusión de la usura en la Italia de los siglos XIII y XIV, Ludovico Antonio Muratori recuerda que el préstamo a interés estaba previsto en los estatutos de las ciudades, donde a menudo existía incluso un registro público de los usureros: "Ninguna persona en Siena podía prestar a usura de ningún modo, si no se inscribía primero en el libro llamado Usuraio di Bischerna" (Opera Omnia, 1790[1738-1743], XVI, p. 310), se lee en un documento de 1339, citado por Muratori - la 'Bischerna' era la antigua magistratura. Y prosigue: 'El que prestaba con usura, sólo hacía el préstamo por seis meses, y el que recibía el dinero, aportaba un don al usurero; es decir, pagaba [inmediatamente] el fruto de los seis meses'. Transcurridos los seis meses, "si el deudor no pagaba, el interés que estaba obligado a pagar era de un cuarto del dinero por cada lira por cada mes" (p. 311), o sea, un 4% mensual equivalente a casi el 50% anual (y acá se entiende por qué el 5% anual sobre los préstamos con el Monte de Piedad era la taza de una institución sin ánimo de lucro). Es llamativo el lenguaje: se hablaba de don al usurero, porque presentar los intereses como don hacía facil evadir las prohibiciones eclesiásticas contra la usura. Pero cualquier comerciante sabía muy bien que la realidad era muy distinta a las palabras que se usaban, y que ahí el don no tenía nada que ver. Las palabras bellas son las primeras víctimas de todo alejamiento de la realidad, de la idea de realidad. Y así, la hipocresía y la doble moral se convirtieron en el medio ambiente de los comerciantes y los banqueros desde la Edad Media hasta ayer.
Esta hipocresía civil se vio reforzada y amplificada por los teólogos de la Contrarreforma, que retomaron después de siglos las antiguas prohibiciones abstractas del lucro y la usura, que en gran parte habían sido superadas por los franciscanos y los mercaderes entre los siglos XIII y XVI. En el siglo XVII volvió a crecer la distancia y la desconfianza recíproca entre mundo económico y mundo eclesiástico, incluidos los cristianísimos banqueros de los papas. La religión se convirtió en asunto de culto y de fiestas, de cofradías y de procesiones, de nacimientos y de defunciones, de esposas y mujeres, pero los comerciantes y banqueros se mantuvieron muy distantes de confesionarios y prédicas. Entre los numerosos predicadores y teólogos de la Contrarreforma se destaca el jesuita Paolo Segneri (1624-1694), estimado literato (colaborador en la tercera edición del Vocabolario della Crusca), y autor de muchos manuales para confesores y de tratados morales. Entre ellos, el más famoso es Il cristiano istruito secondo la sua legge1, de 1686. Aquí se leen palabras muy duras sobre los comerciantes, "que vendiendo fiado a los pobres las cosas de la hacienda les conceden luego ese gran privilegio de que como no tienen dinero pagan más caro que los demás". Así, pues, el crédito-creencia es una trampa creada por el vendedor con el único fin de aumentar sus ganancias a costa de los pobres. Y agrega: "Sé que los mercaderes se defienden con esos títulos suyos tan preciados de 'lucro cesante' y de 'daño emergente'..., aunque dudo de que sean para ellos muchas veces un simple anzuelo del que se valen para sacar por la fuerza aquellos frutos que no alcanzan a coger con la mano" (Ed. Veneziana, Carlo Todero, 1765, vol. 1, p. 207). Estas frases elegantes revelan en verdad una idea del mercado moralmente baja, llevada a cabo en talleres oscuros: "El comprador busca ventajas ilícitas, ó en la escasez del precio que ofrece ó en la debilidad de las monedas. El vendedor procura ocultar los defectos de la mercancía que espone, y preguntado, no los descubre, eligiendo á propósito las tiendas privadas de luz, para que se puedan conocer menos”. Luego continúa con sus dudas (que en realidad son certezas): “dudo que muchas veces se verifique este peligro grande, que aprenden de no ser pagados á tiempo ; porque no raras veces quieren fiador, y como si fuera poco el fiador, quieren las prendas”. Está claro que Segneri está hablando aquí de comerciantes, pero también de banqueros, que en el antiguo régimen eran a menudo las mismas personas. Y concluye: “el negociar mucho y no dañar á otros en su negocio, es cosa muy difícil”. Queda muy clara, en fin, la idea del intercambio como un "juego de suma cero": “En todo contrato, entre la compra y la venta, se pone en medio el pecado, como un palo clavado entre pared y pared… como que la injusticia entre aquellos dos términos se ha reducido á tanta estrechura, que no puede salir libre aunque quiera. De aquí la tiene fuertemente el comprador ; de allá la tiene fuertemente el vendedor: de suerte, que es tan inverosímil que se escape de allí, como lo es que se salga un palo de una pared”.
No debe entonces sorprender, dada esta idea dominante sobre el comercio y el crédito, que en nuestra hermosa constitución italiana no aparezcan ni la palabra empresario ni la palabra banco.
La economía civil napolitana e italiana nació en el siglo XVIII con una idea diferente del mercado y del crédito. Lo habíamos visto con Genovesi, y ahora lo vemos con uno de sus herederos, el casertano (Mignano) Francesco Fuoco (1774-1841). Fuoco, hoy olvidado en su patria, fue un autor extremadamente original, en ocasiones genial. Sacerdote, revolucionario napolitano del 1799, pedagogo, matemático, físico, geógrafo latinista y filólogo en sus primeros años, se convirtió más tarde en economista tras su exilio político en Francia (1821-23), donde estudió con el gran economista J.B. Say. Durante esta etapa francesa, inició su complicada colaboración con Giuseppe de Welz, empresario de la región de Como, para quien escribió, quizá por necesidad económica, sus primeras obras sobre economía y finanzas (que salieron a la luz con la firma de De Welz: una disputa de atribución que aún no está del todo resuelta). Entre ellos figura el libro La magia del credito svelata (1824)2, donde encontramos una teoría innovadora y sorprendente del crédito y la banca. Su punto de referencia es Antonio Genovesi, de quien cita extensos pasajes de sus Saggi Economici (1825-27), donde, entre otras cosas, hablando de máximos y de mínimos en economía (Fuoco es uno de los primeros economistas matemáticos), escribe: "La noción de salario mínimo es el punto en el que el trabajador se niega a trabajar por un salario insuficiente" (Vol. II, p. 11), recordándonos que el salario mínimo es todo menos una cuestión reciente o extraña.
En la introducción a La magia del crédito, Fuoco comienza su discurso diciendo que se había topado con una tesis de un autor francés tan extraña que, al principio, le pareció un delirio: “quien sabe contraer deudas posee el arte de hacerse rico”. El posible delirio procedía del recuerdo, que Fuoco como buen hombre de letras tenía presente, de textos satíricos como Il debitor felice, de Ser Muzio Petroni da Trevi, quien a finales del siglo XVI afirmaba que "no puede darse mayor felicidad en esta vida que el tener deudas", y alababa a quienes vivían sin trabajar, haciendo trabajar a los demás por sí mismos. Claramente, el elogio al crédito (no tanto a la deuda) que comparte Fuoco, tuvo raíces muy distintas y opuestas.
Unos años más tarde, en efecto, en sus Saggi Economici (Ensayos Económicos) escribiría páginas de gran belleza y actualidad sobre el crédito: "Los medios que dan al trabajo de un pueblo su mayor energía se crean y multiplican en virtud del crédito, y éste se fortalece en la medida en que se perfecciona el trabajo" (II, p. 395). Por eso habla de una "alianza entre el trabajo y el crédito", basada en el beneficio mutuo, esencial para la felicidad pública. Una alianza que califica de "íntima", gracias a la cual "la moral se propaga".
En cuanto a los intereses de los préstamos, para Fuoco "nada es más justo que recibir una compensación por el préstamo" (p. 397). Citando a Genovesi, "a quien no podríamos agregarle nada mejor", concluye diciendo que "el capital es una riqueza estéril cuando no se destina a un uso productivo, o sea, a cualquier rama de la industria. El crédito es, pues, una condición necesaria para destinar el capital a usos productivos" (II, p. 415).
La conclusión de su razonamiento es muy linda: "La creación y el uso del capital se sostienen en el crédito y, por lo tanto, en la moralidad que fue y será siempre su fundamento. Si los principios de la moral fuesen generalmente reconocidos y respetados, el crédito bastaría para dar vida a la economía general de los pueblos" (II, p. 416). Una economía sólo de crédito, una economía de pura creencia, un mercado sólo de fe. Hoy parece la utopía de ayer, pero ¿y si fuera una profecía del mañana?
1. El christiano instruido en su ley se tradujo al castellano un siglo después, por Don Juan de Espinola Baeza, en la traducción que aquí se usa.
2. El título en castellano es Del crédito y los empréstitos públicos, traducido en extractos por Pio Pita Pizarro, consultable en el sitio de la biblioteca Nacional de España (https://datos.bne.es/).
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La Economía Civil napolitana del siglo XVIII y el pensamiento de Francesco Fuoco.
Luigino Bruni
Publicado en Avvenire el 28/10/2023.
La idea de que el intercambio es un "juego" en el que las ganancias de uno son iguales y opuestas a las pérdidas del otro es la primera dificultad que encuentra un profesor en sus primeras clases de economía. Los estudiantes se acercan a la ciencia económica convencidos de que el mercado es un lugar de relaciones de "suma cero" (+1/-1). En efecto, es difícil transmitir la idea de que en el intercambio económico la ley de oro es el beneficio mutuo, y que por tanto las ganancias de una parte corresponden a las ganancias de la otra, y cuando no se produce este beneficio mutuo se está distorsionando y negando el mercado, que acaba pareciéndose a la guerra, al robo o al atletismo (la metáfora deportiva en economía es casi siempre errónea). Detrás de la mala fama que durante siglos pasaron los agentes económicos había el mismo error que cometen hoy mis alumnos. Si, de hecho, el mercado es realmente una relación en la que una parte se enriquece a costa de la otra, se vuelve necesario proteger a la parte débil, reducir el ámbito del comercio y mirar con gran desconfianza a comerciantes y banqueros. Las prohibiciones religiosas de los préstamos con interés solo reforzaron una negatividad que ya existía. En realidad, los operadores económicos y financieros sabían bien que el mercado era un "juego de suma positiva"; lo sabían porque estaba basado en contratos, que cuando se llevaban a cabo en libertad revelaban la naturaleza del beneficio mutuo de las partes (¿por qué debería dar mi libre consentimiento a una relación depredadora?); del mismo modo, sabían que el beneficio mutuo era a menudo asimétrico (+4, +1) por las diferencias en las informaciones y por las relaciones de poder. Pero cuando el contrato llegaba a generar un signo menos en alguna parte (+2, -1), sabían que se estaba saliendo de la economía y entrando en el hurto, se estaba saliendo de la fisiología y entrando en la patología del mercado.
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Luigino Bruni
Publicado en Avvenire el 21/10/2023
Los debates en torno a la usura, que han acompañado muchos siglos de historia europea, son la punta de un iceberg profundo y vasto, relacionado directamente con el bien común, los pobres y la justicia social. No era, ni es, un asunto exclusivo de los especialistas en finanzas o en ética económica, sino el corazón del pacto social y, por tanto, de la vida y la supervivencia de las comunidades. Por eso no debe sorprender que no sólo los economistas y los teólogos hayan escrito siempre sobre la usura, sino también los filósofos, los hombres de letras y los humanistas.
[fulltext] =>La Reforma de Lutero, y la consiguiente Contrarreforma católica, también influyeron mucho en la ética económica y en las actitudes respecto a la usura. Los teólogos y predicadores católicos de la segunda mitad del siglo XVI, muy preocupados, y a veces aterrorizados por los efectos nefastos de la libertad de conciencia individual no mediada por la autoridad eclesiástica, establecieron un sistema capilar de control de todas las acciones éticamente sensibles, entre ellas las relacionadas a la economía y a las finanzas. Y así, más o menos intencionadamente, la doctrina sobre la usura (y sobre la libre empresa y los beneficios en general) retrocedió al menos cuatro siglos. Olvidaron las reflexiones de los maestros franciscanos y devolvieron el tenor y el nivel de los debates y las prohibiciones sobre intereses y beneficios a los que se leían en los tratados de finales del primer milenio.
La mitad del siglo XVIII conoció una nueva edad de oro de la ética económica. Autores como Muratori o Genovesi retomaron el debate sobre los beneficios, el dinero y el interés, ahí donde lo había dejado el humanismo civil, y escribieron hermosas páginas. No olvidaron los daños de la usura, de hecho los estudiaron y los combatieron, pero no olvidaron la esencialidad del crédito para una nueva sociedad finalmente libre de las ataduras del feudalismo. Y nació la Economía Civil, uno de los capítulos más luminosos de la historia italiana y europea, y el abad Genovesi fue su alma.
Antonio Genovesi fue primero teólogo y luego economista. No tuvo una vida fácil con la Iglesia de su tiempo, que le quitó la cátedra de teología (1745) aconsejándole que pasara a la cátedra de ética. Recibió denuncias de ateísmo y de herejía, fue muy querido por los estudiantes y por la gente, pero "fue perseguido ferozmente, incluso después de su muerte, y para evitar males mayores fue prudente enterrarlo en secreto, sin lápida y con la piadosa 'complicidad' de los capuchinos de Sant'Efremo Nuovo" (Lina Sansone Vagni, Studi e Ricerche Francescane 23, 1994). Sus Lecciones de economía civil fueron inscritas en el Índice por decreto de 23.6.1817. En su autobiografía escribió: "Yo, que había empezado a hastiarme de estas intrigas teológicas y que empezaba a sentirme horrorizado por estudios tan turbulentos y a menudo sangrientos, hice algo más: retomé mis manuscritos y resolví definitivamente no pensar más en esos temas (Autobiografía, Cartas y otros escritos, p. 22).
Las grandes dificultades teológicas que encontró Genovesi lo llevaron a convertirse en economista, y a ser el primero en ocupar una cátedra de Economía. Enseñando, estudiando y viajando por el reino de Nápoles, escribió importantes páginas sobre la usura y el dinero, donde sus conocimientos teológicos y bíblicos fueron cruciales. Su sufrida carrera académica, forzosamente híbrida, generó páginas estupendas. Veamos algunas.
Genovesi conoce bien, como teólogo, las objeciones filosóficas y teológicas al pago de intereses sobre el dinero - usura o interés, que sin embargo él distingue (Conferencias, Vol. II, cap. 13, §1) -, pero sabe que estas prohibiciones abstractas habían complicado la vida a los comerciantes honrados y habían creado una cultura católica hipócrita, en la que nadie podía prestar pero todos prestaban y pedían prestado. De ahí su lucha tenaz y libre para desenmascarar estas hipocresías y modernizar a su pueblo en Nápoles.
La obra capital teórica y retórica sobre la usura y el crédito la encontramos cuando polemiza con los teólogos, a los que él llama "mis enemigos": "Dos dificultades nos plantean, pues, los teólogos. 1) Que la doctrina de la usura repugna a las doctrinas bíblicas. 2) Que se opone a la autoridad de los padres y de los teólogos". Sobre la segunda dificultad remite "a la docta obra del difunto marqués Maffei", donde se demuestra que “no es cierto, pues, que los padres y teólogos hayan sido todos de este sentir, siempre que se sepa exponer el estado de la cuestión" (§XIX). Y luego se enfrenta directamente a los teólogos, con un estilo maravilloso: "Quisiera estar en uno de esos concilios con los doctísimos y santísimos padres y hacerles dos preguntas. 1. Si uno, que no tiene necesidad, me pide un beneficio por puro lujo, por deleite, por codicia de riquezas, ¿estoy yo, padres, obligado a prestárselo? 2. Y si yo tengo necesidad, y no puedo vivir haciendo valer lo mío, ¿puedo decirle a este hombre : hermano, ayudémonos mutuamente; yo te haré el bien con mis cosas, pero tú me darás a cambio el precio corriente del préstamo; puedo, digo yo, hacerle justamente esta pregunta? Hasta que no escuche la respuesta del concilio a mis dos preguntas, doy por hecho que ni los padres ni los teólogos estuvieron nunca en contra de la usura en los términos de nuestra pregunta" (§XIX). Al leer la calidad de estos viejos debates aumenta la tristeza frente la "calidad" de nuestros talks shows.
Luego prosigue y entra en el terreno de la exégesis bíblica, mostrándonos a un Genovesi alumno de Erasmo y sobre todo de Muratori, verdaderos pioneros del estudio libre y científico de las Escrituras, que, como veremos, llega incluso a rectificar las traducciones oficiales de los Evangelios: "Empecemos por el Antiguo Testamento. La ley de Moisés en el Deuteronomio (23:20) es: "Non foeneraberis fratri tuo pauperi; foeneraberis alienigeno" (no darás prestado a tu hermano pobre, prestarás al extranjero). Expongamos esta ley. 1. El dio o dejó el derecho de dar usura a los que no eran judíos (esto es el 'alienigeno' o 'extranjero')'. Y de aquí concluye magistralmente: "Por lo tanto no consideraba la usura como contraria al jus y a la ley de la naturaleza. Dios no anula la ley de la naturaleza, porque Dios no puede anularse ni negarse a sí mismo. 2. Él prohíbe prestar a usura a su hermano (judío) pobre' (§20).
Y así formula su teoría general sobre el préstamo y la usura: "Así, la proposición principal es: tú tienes derecho a dar a usura a tus hermanos; la excepción: siempre que no sean pobres." (§20). Esta es su única solución: la Biblia prohíbe el interés aplicado a los préstamos a los pobres, pero no lo condena en general.
Después de refutar a sus críticos que citaban el Antiguo Testamento para negar los intereses, pasa al Nuevo Testamento. En primer lugar, hace una operación muy actual y muy correcta: lee el evangelio junto con toda la Biblia hebrea. Así, la famosa frase de Lucas sobre prestar sin pedir intereses (Lc 6,35), que los teólogos usaban para condenar cualquier interés, Genovesi la ubica dentro del discurso que acaba de hacer sobre el libro del Deuteronomio y, por tanto, en el contexto de la prohibición de prestar con intereses a los pobres. Genovesi parafrasea a Lucas 6:35 ss. y nos ofrece su propia y fascinante traducción: '"No hacéis el bien -dice- sino a aquellos de quienes esperáis retorno. Vuestro principio es, pues, que no se ha de hacer lo que no nos renta. Una máxima infame que subvierte a la humanidad. Todos los bribones, los malvados, los codiciosos, los ladrones, hacen lo mismo. ¿A qué se reducirá, pues, la gracia que os es debida? ¿Qué gratitud por ello merecéis de Dios? Ved estos publicanos, que prestan a aquellos de quienes esperan más dinero; ¿en qué os distinguiréis de ellos, si también hacéis a los pobres estos beneficios seductores para haceros con sus bienes? Si queréis ser justos y virtuosos, como lo exige el Altísimo, y pretendéis ser llamados hijos suyos, amad también a vuestros enemigos, hacedles el bien: prestad sin defraudar la esperanza que los necesitados y los pobres tuvieron en vuestra generosidad, y sin llevarlos a la desesperación". (§21).
Y ahora viene su verdadero golpe de genio (y de cultura). Como maestro del griego y del latín, Genovesi da a sus colegas teólogos una lección que sigue siendo actual y sobre la que vale la pena meditar. Veamos cómo: "Este precepto se ajusta, pues, a la primera parte de la ley del Deuteronomio. ¿No hay nada a favor de nuestros teólogos?" (§21). Genovesi, sin embargo, se da cuenta de que ha hecho una traducción con algún elemento de libertad que puede parecer intruso, a saber, su discurso sobre los pobres y necesitados. Y escribe: "Pero expliquemos algunas palabras que he puesto en mi paráfrasis, y que quienes lean las versiones considerarán intrusas. He dicho al principio que Jesucristo habla de los necesitados y de los pobres, lo que no está expresado en el precepto" (§22). Genovesi sostiene que la referencia de la prohibición se dirige a los pobres porque tal es el contraste original en el Deuteronomio (que Lucas cita implícitamente), y porque, añadiría yo, estas palabras vienen después del discurso de las Bienaventuranzas que se abre con "bienaventurados los pobres" (6,20). Nótese que el texto latino de la Biblia (la Vulgata) en ese pasaje de Lucas tenía la palabra 'indiget', es decir, 'necesitado', 'indigente', palabra que, sin embargo, la traducción italiana omite.
Pero la parte más bonita y verdaderamente conmovedora de su valiente e innovadora exégesis se refiere a la palabra esperanza. Las traducciones corrientes, empezando por la Vulgata latina, traducen apelpizo (la palabra griega en Lucas) como 'sin esperar nada a cambio'. Genovesi hace en cambio otra traducción, que aquí cito íntegramente: 'He puesto: sin defraudar la esperanza que los necesitados y los pobres tuvieron en vuestra generosidad, y sin llevarlos a la desesperación, porque, aunque los compiladores de las variantes del Nuevo Testamento lo hayan omitido, ciertos críticos sagrados han observado que απελπιξω (apelpizo), al ser acusativo masculino, debe ser tomado en sentido activo, es decir, para no hacerlos desesperar, con una fuerza que ha sido usada por muchos de los mejores escritores griegos". Y por eso propone también corregir la versión de Jerónimo (que aquí reza 'nihil inde sperantes': prestar sin esperar nada): "La versión latina podría haber sido: “mutuum date, neminem desperare facientes" (§22), es decir: ¡prestar, sin desesperar a nadie! Por eso Genovesi concluye su razonamiento con estas palabras: "Porque en este precepto se habla manifiestamente de prestar a los pobres y porque es más conforme con el texto, leer el verbo apelpizo en el sentido de no reducir a nadie a la desesperación" (§22). ¡Estupendo! Cuando hace muchos años empecé a estudiar y a escribir sobre economía, sobre ética y finalmente sobre la Biblia, esperaba el día en que pudiese encontrar, comprender, disfrutar y hacer disfrutar a los demás una página como esta de Genovesi, difícil y a la vez bellísima. Quizá su exégesis bíblica no sea la mejor ni la única, pero su exégesis económica de esos pasajes bíblicos sigue siendo insuperable y llena de esperanza civil.
La usura es un gran mal social porque reduce a las personas, a los pobres, a la desesperación. Es la desesperación de los pobres la primera medida de nuestra usura, desde la de algunos bancos hasta la de una civilización irresponsable que saquea la tierra y arroja a sus hijos y nietos a la desesperación.
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Alma de la economía civil, el abad Antonio Genovesi fue perseguido por sus ideas.
Luigino Bruni
Publicado en Avvenire el 21/10/2023
Los debates en torno a la usura, que han acompañado muchos siglos de historia europea, son la punta de un iceberg profundo y vasto, relacionado directamente con el bien común, los pobres y la justicia social. No era, ni es, un asunto exclusivo de los especialistas en finanzas o en ética económica, sino el corazón del pacto social y, por tanto, de la vida y la supervivencia de las comunidades. Por eso no debe sorprender que no sólo los economistas y los teólogos hayan escrito siempre sobre la usura, sino también los filósofos, los hombres de letras y los humanistas.
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Luigino Bruni.
Publicado en Avvenire el 14/10/2023.
El nacimiento de la Economía Política moderna está profundamente ligado al surgimiento de una nueva idea del Bien Común. El pensamiento antiguo y medieval lo hacía derivar de la renuncia voluntaria y consciente al bien privado de los individuos. En el siglo XVIII, en cambio, se empezó a decir que el Bien Común es el resultado (no intencional) de la búsqueda del propio interés, sin necesidad de renuncia alguna. Nadie pierde nada en el mercado, todos ganan. Este es el centro del discurso que se esconde en la metáfora de la "mano invisible" de Adam Smith, introducida unos años antes por el napolitano Ferdinando Galiani (Della Moneta, 1750) y también presente, en germen, en el otro gran napolitano Giambattista Vico. Una revolución bien expresada por Smith: "Nunca vi hacer nada bueno a los que se proponen trabajar por el Bien Común" (La Riqueza de las Naciones, 1776).
[fulltext] =>Sobre esto, la Economía Civil napolitana e italiana pensaba, y piensa, de manera diferente: aún reconociendo a los mecanismos de ventaja mutua del mercado el estatuto de regla de oro de la vida económica y social, nunca pensó que la ventaja mutua de la mano invisible fuera suficiente para el Bien Común. Conocieron la ventaja mutua, pero no la convirtieron en el único lenguaje social o económico para la civilización de los pueblos. Uno que tenía las ideas muy claras al respecto era Antonio Ludovico Muratori (1672, Vignola - 1750, Módena), una figura inmensa. En aquellos años, después del siglo XVII, que fue también el siglo de oro de la Contrarreforma y de la Inquisición (de la que, entre otras cosas, Muratori se ocupó), empezó un movimiento de reforma en Europa. En el ámbito eclesiástico, primero la elección de Benedicto XIII (en 1724), a quien ya hemos encontrado en los artículos precedentes por su gran acción en favor de los Montes frumentarios, y luego, tras el breve paréntesis de Clemente XII, la elección de Benedicto XIV (en 1740), marcaron una verdadera temporada de renovación, también social y económica. Benedicto XIV, además de escribir la encíclica Vix pervenit (1745) sobre la legitimación de los préstamos con interés, fue un reformador económico, e hizo una reforma agraria para reintroducir la institución bíblica del "espigamiento" para los campesinos pobres.
La era muratoriana fue una época de mayor tolerancia hacia las ideas nuevas y divergentes, un clima que propició la aparición de grandes intelectuales sociales que el siglo XVII no había generado -los talentos católicos de ese siglo se trasladaron a los ámbitos menos "peligrosos" del arte, la música y la poesía. Muratori fue una figura intelectual impresionante y gigantesca. Hizo aportes fundamentales a los estudios históricos, como los 27 volúmenes de los Rerum Italicarum Scriptores, los 6 volúmenes de los Antiquitates Italicae Medii Aevi y los 12 volúmenes de los Annali d'Italia. Fue maestro del joven Antonio Genovesi y escribió importantes páginas económicas tanto en La carità cristiana (1723) como en Cristianesimo felice (1743), donde describe y alaba el experimento socioeconómico de las "reducciones" jesuíticas en Paraguay. El año anterior a su muerte, publicó un resumen de su pensamiento en Della pubblica felicità, un libro cuyo título ha sido el lema del proyecto de investigación de los economistas italianos durante al menos un siglo, hoy nuevamente vivo. Entre los muchos campos abordados y renovados por Muratori, dos son muy importantes: la labor teológica para reformar la vida económico-civil y la coexistencia de la idea de ventaja mutua con la del don.
Después de casi dos siglos de Contrarreforma, Muratori se dio cuenta de que sin una profunda reforma de la "devoción" (divozione) y de la piedad popular, que en aquellos siglos se mezclaba con la magia y la superstición, la sociedad católica habría quedado definitivamente estancada. Y por tanto, el sacerdote Muratori criticó las devociones para salvar la devoción: "En la Iglesia católica abundan los libros de devociones y de piedad, autores que proponen cada día alguna nueva devoción y divinación" (Della regolata devozione dei cristiani, Prefazione, 1747). Sus críticas le valieron muchas reacciones duras, acusaciones de protestantismo y jansenismo, un destino común a los verdaderos reformadores.
La razón principal de su crítica religiosa es muy importante: "Debemos meternos en la cabeza una verdad importantísima: Dios no nos manda por nada que no sea nuestro propio bien, es decir, amar y buscar nuestra felicidad incluso en la vida presente" (p. 5). Porque, explica, toda la Revelación está orientada a nuestra felicidad: "Es voluntad de Dios que resistamos a los soplos de la lujuria desordenada, de la ira, de la gula, de la venganza y de otras pasiones tan vigorosas: ¿no es esto por nuestro beneficio?" (p. 35). En una Iglesia totalmente centrada en las almas del purgatorio, el valle de lágrimas, la penitencia, el dolor y la teología de la expiación, la obra de Muratori resplandece como un himno a la vida y a la persona, como un Humanismo, donde Dios es el primer aliado del hombre para su felicidad. Una visión totalmente bíblica y evangélica. La relación Dios-humano debe leerse como beneficio mutuo y reciprocidad: Su bien es el nuestro, el nuestro es el Suyo. Bellísimo. De este humanismo nace su crítica al culto de los santos y a la Virgen, e incluso llega a decir algo revolucionario: que la devoción a los santos "no es necesaria ni esencial al cristiano" (p. 205).
Es muy importante también la razón económica de su larga batalla por la reducción de los tantos festivos de precepto en la Iglesia católica. En los días festivos, los cristianos no podían trabajar, por lo que "la multiplicidad de las fiestas se vuelve un evidente perjuicio y agravio para los que tienen que ganarse el pan con las artes y el trabajo de sus manos" (p. 10). Y añade: "Los santos no tienen necesidad de nuestra gloria, y por el contrario los pobres tienen necesidad de pan, ni se ha de juzgar jamás que los santos tan llenos de caridad amen que por hacerles un honor innecesario se prive a los pobres de su necesaria porción de alimento" (p. 211). De nuevo, la falta de beneficio mutuo. Y concluye magistralmente: "Nuestra devoción es por nuestro beneficio" (p. 212). Unos años más tarde, su discípulo Antonio Genovesi no dejó de aprobar en sus Lecciones la visión de Muratori sobre la religión (cap. 10, IX, vol. 2). Su batalla teológica pastoral más compleja y más larga fue contra el "voto sangriento" (o voto de los "palermitanos") que teólogos, obispos y jesuitas aconsejaban a los cristianos. Quienes hacían ese voto debían defender al precio de su vida la doctrina de la Inmaculada Concepción de la Virgen. Muratori consideraba este voto supersticioso e ilícito. Su batalla comenzó en 1714 con el libro De ingeniorum moderatione (I7I4). La razón de su oposición reside, también acá, en la falta de beneficio mutuo: aunque la concepción inmaculada fuese cierta (cosa que Muratori no consideraba cierta, sino sólo probable), María no obtiene ninguna ventaja si los cristianos dan su vida para defender un dogma: "María no tiene necesidad de alabanzas dudosas, ni de sacrificios imprudentes. En cambio, tu necesitas de la vida" (p. 269). Muratori criticaba a una Iglesia que veía el sacrificio humano como moneda de cambio para dar gloria a Dios. De ahí su crítica a los excesos de las "devociones marianas", a la proliferación de "Cofradías de esclavos de la Madre de Dios" (Regolata Divozione, p. 280). Las únicas devociones buenas son aquellas, como dice al final de su libro, "que vuelven a la gloria de la religión y en beneficio del pueblo" (p. 283). . Alfonso Maria de Liguori, que también tenía en gran estima a Muratori, criticó duramente su estigmatización del "voto sangriento": apelando a la autoridad del Angelico, escribió: "Sigue siendo cierto que tal culto puede ser causa de martirio" (A. Maria de Liguori, Delle Glorie di Maria, cap. V, 1750).
Pasando ahora al segundo aspecto de su pensamiento, en su hermoso libro La carità cristiana, encontramos también los Montes de Piedad: "Otros Montes de Piedad inventaron la hacendosa caridad de los fieles. Tal es el Sacro Monte de la Harina, del cual el Beato Jerónimo de Verona fue el principal instructor en Módena, y en otras ciudades". El Monte della Farina era una variante de los Montes frumentarios -¡cuánto habría para estudiar sobre estas antiguas instituciones! Y continúa: "La labor de los directores de tales Montes debe consistir en comprar grano de buena calidad, con la mayor ventaja posible y en un plazo conveniente, y no emplear menos diligencia que si se tratara de un negocio propio, para revenderlo, sin interés alguno, convertido en harina, a quienes en el pueblo lo necesiten... A demasiada gente le gusta el negocio fácil de hacer fortuna chupando la sangre de los pobres". También nos dice que "en Bolonia, ciudad abundante en Obras piadosas, se erigió un Monte del cáñamo" (p. 315). Sobre los Montes de Piedad continúa: "Sagradas Casas de Empeño, fundadas en estos últimos siglos por la piedad de los cristianos, para gloria del Catolicismo en Italia y en Flandes" (p. 310). Esos Montes fueron realmente una gloria del "catolicismo", incluso en siglos ambivalentes para la Iglesia católica. Lo importante es cómo explica Muratori el funcionamiento de estos Montes, donde el que presta dinero lo hace 'con la intención de recibir nada más que el capital prestado..., y exigir más sería buscar sólo nuestro propio interés y no el beneficio del prójimo' (p. 311). El único interés lícito en los Montes de los pobres es el que sirve "para reembolsar los gastos de mantenimiento de los Oficiales' (p. 312). Un Muratori, por lo tanto, tan amante de la "ventaja mutua" como para ubicarla en el centro de su crítica a la religión, y que reconoce, sin embargo, que en algunos ámbitos de la vida económica y social la ventaja mutua es demasiado poca, porque existe la necesidad del registro del don. La ventaja mutua, en la religión, estaba del lado de los pobres; en los Montes, sólo el don estaba de su parte, y por tanto del Bien Común.
Muratori (con Scipione Maffei) reconocía la licitud del interés en la mayor parte de los asuntos comerciales, pero sabía que hay acciones humanas en las que el beneficio mutuo no funciona bien. Como para recordarnos que la "mano invisible" funciona en muchas cosas pero no en todas, si no esa mano se vuelve una herramienta ideológica para "chupar la sangre de los pobres". El "buen" Bien Común no nace sólo de los intereses: nace también del don, que es la levadura de la masa formada de intereses. Como se desprende de su Della pubblica felicità, donde leemos: "El más ordinario deseo, y padre de muchos otros, es el de nuestro Bien Privado...De esfera más sublime, y de origen más noble, hay otro Deseo, el del Bien de la Sociedad, del Bien Público, o sea de la Felicidad Pública" (p. vi). Del deseo del Bien Privado proceden muchos bienes, pero no todos, pues hay otros que surgen del amor al Bien Común. Dos bienes distintos, ambos esenciales. En el museo cívico de Módena hay un retrato del beato Jerónimo de Verona. El santo sostiene sólo un paño con las palabras: Mons charitatis. En plena Contrarreforma, la Iglesia entendió que existía una santidad ligada a la construcción de los Montes, de los bancos, y que construir un Monte para los pobres podía ser la única insignia de un santo, no se necesitaba nada más "religioso".
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Luigino Bruni.
Publicado en Avvenire el 07/10/2023.
Las instituciones económicas de nuestras tierras del sur nacieron mestizas, y así permanecieron hasta que la forma de hacer negocios en las tierras debajo de los Alpes tuvo rasgos típicos y diferentes, que ahora están desapareciendo en la distracción general. Mientras que el Norte protestante distinguía, siguiendo a Agustín y a Lutero, la "ciudad de Dios" de la "ciudad del hombre", y por tanto el mercado del don, el contrato de la gratuidad, la solidaridad de la empresa, el lucro del no lucro, el Humanismo latino reforzaba en el Siglo de la Contrarreforma la promiscuidad entre estos mundos y ámbitos. Y así engendró párrocos que dirigían cooperativas y cajas rurales, familias emprendedoras, frailes que abrazaban la alta pobreza mientras fundaban bancos para los pobres.
[fulltext] =>Ahora son muchos los que piensan que la economía comunitaria, mediterránea y católica, esa "tierra del nosotros" hecha de relaciones densas y de lazos cálidos, donde los vendedores ambulantes entonaban canciones en las plazas (la abbanniata siciliana) y donde se intercambiaban sobre todo palabras en los mercados, ya no tiene nada bueno para decir; y que se depuso para siempre aquel capitalismo latino en el que la solidaridad no se confiaba al 2% de los beneficios porque la solidaridad estaba inserta en la dinámica ordinaria de las empresas, bancos y cooperativas -la nuestra era la solidaridad del "durante", no la del "después". Aquel mundo mediterráneo en el que los salarios no se dejaban al mero juego del "mercado del trabajo" porque esa "sal" era algo más y era algo diferente a una mercancía. La vida y el dolor habían enseñado que cuando el trabajo se convierte en mercancía, el salario-sal se vuelve demasiado tonto para dar sabor a comidas buenas y dignas. Y así, lo que queda de economía comunitaria se ve y se trata cada vez más como la vieja Singer de la tía o la Lettera 35 del abuelo1..
La comunidad es ambivalente, lo tenemos claro, porque la vida real es ambivalente. Por eso, la comunidad es vida y muerte, fraternidad y fratricidio, amistad y conflicto, abrazos y luchas, lágrimas de alegría y de dolor, todo junto. Y una sociedad que sólo ve ataduras en los vínculos, que rinde culto al individuo libre porque se libera de toda relación humana que no sea la del mercado, los contratos y las redes sociales (que son lo mismo: el "me gusta" de Facebook es el "me gusta" del consumidor soberano), no puede sino huir de la comunidad, de toda comunidad hecha de carne y hueso.
Sin embargo, en todo este discurso, que se está convirtiendo en discurso único, debe haber algo equivocado y es la crisis medioambiental la que nos lo revela cada día.
En estas semanas estamos viendo que los franciscanos tenían otra idea de persona, de comunidad y de economía. Hicieron la elección totalmente carismática de irse a vivir al corazón de las nuevas ciudades comerciales medievales y renacentistas, dejaron los valles y bajaron a las plazas y se hicieron amigos de los comerciantes y ciudadanos, y a menudo los entendieron. Y cuando escribían sobre economía y sobre dinero, no miraban el mundo desde la altura de los tratados de teología, escritos en general por quienes ni los comerciantes ni los banqueros verdaderos veían jamás (la impresión que los teólogos que escribían sobre economía causaban a los comerciantes es muy parecida a la que causan hoy los políticos que escriben leyes para una economía que no conocen). En lugar de eso, se pusieron a la altura baja de los puestos del mercado, y allí se cruzaron con los ojos de los mercaderes, y nació otra economía, surgieron otros bancos, otros Montes.
Aquellos franciscanos fueron capaces de innovar porque se ensuciaron las manos con los asuntos económicos, incluso arriesgándose a cometer errores, porque la tierra sólo la cambia quien la pisa y no se refugia en la pureza etérea de los cielos - los nuevos cielos no se pueden encontrar sin tierras nuevas. Y errores cometieron, como aquel grave del tono antisemita de sus batallas contra la usura, basadas en la idea de que sólo los judíos prestaban dinero con usura. Esa idea era errónea, porque mucha usura, sobre todo la gran usura, la hacían buenos cristianos, ricas familias de banqueros que prestaban a ricos comerciantes cristianos, a los cardenales y a los papas; a los judíos les quedaban casi sólo los préstamos pequeños, sentados en sus banquitos bajo la tienda de alfombra roja. Ahí todo el mundo los podía ver, mientras que los grandes contratos usureros de los poderosos Strozzi, Medici o Chigi permanecían invisibles a la mayoría, a los frailes incluidos -las grandes finanzas siempre tuvieron su fuerza en la invisibilidad. Muchos usureros católicos hicieron brillantes carreras políticas (Massimo Giansante, L'usuraio onorato, 2008), en una finanza europea que, a diferencia de la mala leyenda antijudía, estaba también, y sobre todo en ciertos casos, en manos cristianas (F. Trivellato, Ebrei e capitalismo: storia di una leggenda dimenticata, 2021)
Nos cuesta mucho comprender las razones profundas de la antigua lucha moral contra la usura. La principal es un principio claro y firme: 'no se puede lucrar sobre el tiempo futuro, porque es el tiempo de los hijos y de los descendientes'. Es por eso que nuestra generación es una generación usurera, porque no sabe 'pensar en el bien común y en el futuro de sus hijos' (Laudate Deum, 60), esos 'hijos que pagarán los daños de nuestras acciones' (LD, 33). Usurero es el que hoy especula con el tiempo de sus hijos. Por eso, los pobres de hoy son también y fundamentalmente los niños nacidos y los que nacerán, que deben ser protegidos de nuestra usura individual y colectiva.
Volvamos a la maravillosa historia de los franciscanos, que hoy aquí en Asís, donde me encuentro para celebrar la "Economy of Francesco", resalta con una deslumbrante luz de futuro: Francisco es el nombre del mañana, no sólo del ayer.
Cuando el Concilio de Trento frenó la acción de los frailes franciscanos en la fundación de los Montes de piedad (que en las ciudades poco a poco se convirtieron en bancos), los capuchinos recogieron los testimonios y durante más de dos siglos construyeron cientos de Montes frumentarios. Los frailes operaban sobre todo en las ciudades del Centro-Norte, porque en aquellas economías monetarias era esencial evitar la usura con la gran intuición (de origen judío) de las casas de empeño, que se volvieron sus Montes de Piedad. Ahí las posesiones familiares (ropa, muebles, herramientas de trabajo, joyas, casi todo menos las armas) se liquidaban en dinero, algo esencial en las ciudades donde regía la división del trabajo. De hecho, eran pocos los objetos pignorados al Monte (empeñados) que se rescataban cuando se devolvía el préstamo, porque esos Montes cumplían una función mixta de préstamo-compra. En cambio, en el campo y en el sur, donde la economía era principalmente no monetaria, nacieron los Montes frumentarios, con la simple y extraordinaria innovación del trigo usado como moneda. En el campo y en aquellas economías de subsistencia había pocos bienes a pignorar, por lo cual, las garantías, necesarias en toda finanza, eran personales, como el aval o la caución. El crédito volvía así a su antigua etimología de creer, de confiar y de creer sobre todo en alguien, en las personas. En caso de insolvencia, los Montes de piedad vendían los objetos empeñados, y los Montes frumentarios se "enredaban"2: "No habiendo objetos que vender en caso de impago del préstamo, los montes se "encartaban" a sí mismos" (Paola Avellone, All'origine del credito agrario, p. 33). Las comunidades están hechas también de estas fragilidades.
Una gran, larga y desconocida historia de amor, totalmente evangélica y civil, una de las páginas más brillantes de nuestra historia económica y social. Añadamos entonces algunas páginas más.
Eufranio Desideri (1556-1612), que se convertiría en San José de Leonisa, fue uno de estos incansables frailes capuchinos que construyeron decenas de Montes frumentarios en los pueblos de los montes Sibilinos y de los montes de la Laga, desde Amatrice hasta Norcia, en casi todos los pueblos y ciudades de aquellas frágiles tierras. Esto leemos en los testimonios de sus compañeros: "Cuando el Hermano José predicaba en Borbona, yo era su compañero y en aquella tierra había una gran hambruna. Dos mujeres trajeron dos cestas llenas de pan. El padre José llegó a la iglesia, bendijo el pan y ordenó que se repartiera a los pobres: eran unos 200. Comenzamos la distribución del pan. Entretanto había venido mucha gente, pero al final hubo suficiente para todos, incluso sobró y se guardó en las casas: en la nuestra había 3 o 4 roscas de 12 panes cada una (http://www.manoscrittisangiuseppe.it/la-vita/). La multiplicación de los panes y los peces ha acompañado nuestra historia cristiana, se ha repetido mil veces en aquellos lugares donde "dos mujeres" o "un niño" daban algo, y alguien más seguía creyendo en el milagro del pan para los pobres.
Fray José fue proclamado santo por el papa Benedicto XIV en 1746, el papa que tomó el nombre de Benedicto XIII, es decir, aquel Francesco Orsini di Gravina, el "papa agricultor" inspirador de cientos de Montes frumentarios. El año anterior, Benedicto XIV había escrito Vix Pervenit, la primera encíclica papal que hacía legitimo el interés de los préstamos. En esa Encíclica se menciona también el préstamo en "trigo" ('frumento') (VP,3.V), como prueba de qué tan presente e importante era aún la experiencia de los Montes frumentarios. Y aunque se trata de un documento que pasó a la historia como la legitimación de los préstamos con interés, la casi totalidad de la Encíclica está dedicada, sin embargo, a reiterar la ilegitimidad de la usura y del préstamo con interés, que sólo es legítimo en condiciones particulares y precisas (variantes de los antiguos "daño emergente" y "lucro cesante") y "de ellas deriva una razón totalmente justa y legítima para exigir algo más que el capital debido por el préstamo" (VP,3.III). Por lo demás, reitera que "toda ganancia que exceda al capital es ilícita y de carácter usurario" (VP,3.II), lo que debería "avergonzar" a los que así ganan -aquel era un mundo en el que la ética de la vergüenza todavía era eficaz. Unos años después, dentro de la misma tradición civil y espiritual, Antonio Genovesi escribía: "La regla: tienes derecho a dar a interés a tus hermanos. La excepción: siempre que no sean pobres". (Lezioni di Economia Civile, 1767, II, cap. XIII, §20). A los pobres no se les piden intereses: basta con la devolución del capital. Todo esto, que la antigua tradición civil lo conocía bien, nosotros lo hemos olvidado.
El franciscanismo nos ha dado muchas cosas, algunas maravillosas. Entre ellas, la dignidad del pobre, que antes de ser ayudado debe ser estimado, porque sin la estima de lo que el pobre ya es, no se crea todavía ningún bien: "Recuerdo que los domingos, cuando suele entrar en nuestros Conventos una gran cantidad de pan blanco, el Hermano José me preguntaba por qué llevaba el pan oscuro a los pobres que tocaban la puerta. Y con gran énfasis me dijo: 'Quiero que les des a los pobres el blanco'". El valor del pan blanco para los pobres podía entenderlo sólo Francisco, y sus amigos de ayer y de hoy.
1. Máquina de escribir de la marca italiana Olivetti.
2. «Incartarsi», en italiano, podría también traducirse como «encartarse», que por ejemplo en Colombia y en México significa quedarse con algo que molesta, quedar en posesión de algo difícil de usar o descartar.
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Luigino Bruni.
Publicado en Avvenire el 07/10/2023.
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Luigino Bruni
Publicado en Avvenire el 30/09/2023
La política de los gobiernos centrales, primero el borbónico y luego el piamontés, con la intención de arrebatar a la Iglesia el control de las instituciones de crédito agrario, produjo muchos daños en el Sur y en los pequeños pueblos.
La época de la Contrarreforma conoció, al lado de páginas oscuras, algunas páginas luminosas. Porque la "tierra del nosotros" es la tierra de la comunidad, y la comunidad es siempre una trama de luces y sombras. Una de esas páginas brillantes es la que escribieron los capuchinos, los obispos y muchos cristianos que dieron vida a los cientos de Montes de Piedad y Montes Frumentarios, y que se pusieron decididamente del lado de la gente más pobre, sobre todo en el sur de Italia. Páginas tan luminosas como desconocidas y nunca contadas por la propia Doctrina Social de la Iglesia, que al nacer formalmente en 1891 (Rerum Novarum), cuando los Montes ya estaban en decadencia, quedaron sistemáticamente descuidadas. Y así es como ignoramos que los 114 Montes frumentarios de la República de Venecia a finales del siglo XVIII "serían sustituidos por las cajas rurales deseadas por Leone Wollemborg" (Paola Avallone, Alle origini del credito agrario, 2014, p. 85). Sin embargo, esta transformación de los Montes funcionó en una parte del Norte de Italia, menos en el Centro, y fracasó sustancialmente en el Sur, donde el vacío dejado por los Montes permaneció vacío. Veamos por qué.
[fulltext] =>En la historia de los Montes Frumentarios hay una específica cuestión del Sur, que comienza con los Borbones y luego pasa al Estado Unitario. En el Reino de Nápoles, los Montes frumentarios se desarrollaron gracias al impulso decisivo dado por la Iglesia, tanto institucional (obispos) como carismática (capuchinos). Una figura fundamental fue el obispo domínico Pierfrancesco Orsini (Gravina 1650, Roma 1730), el futuro papa Benedicto XIII. En Manfredonia (Siponto), donde fue obispo, Orsini erigió en 1678 su primer Monte frumentario, y cuando fue nombrado obispo de Benevento fundó ahí un Monte frumentario en 1686 e hizo que se creara al menos uno en cada pueblo y ciudad, y nacieron más de cien. Y una vez Papa, impulsó esa institución en todas partes.
Y es precisamente en torno al papel de la Iglesia en la gestión de los Montes donde se jugaron las retiradas decisivas de su historia en el Sur de Italia. En 1741, en efecto, hubo un Concordato entre los Borbones y el Papa Benedicto XIV, que llevó a una laicización de los Montes frumentarios, para reducir la injerencia de la Iglesia en la vida económica de las ciudades. ¿Con qué resultado? Francesco Longano, economista, filósofo y asistente de la cátedra de Antonio Genovesi, en su informe después de un viaje a Molise (y Foggia), escribió, unas décadas más tarde, unas palabras clarísimas e importantes: "Desde tiempo inmemorial, para el alivio público del pueblo, había en todas las Provincias del Reino una gran multitud de Montes de Piedad [Montes frumentarios], o Lugares Píos. Estaban tan sujetos a los obispos y era tan exacta su administración que habían prosperado al extremo. Sus ingresos se contaban mayormente en grano, pero también en ganado vacuno y ovino, así como en metálico. Una sobrevigilancia hizo que con los administradores anuales todos fueran extorsionados, despojados, empobrecidos... Ocho o diez privilegiados, pobres o ricos, formaron una especie de monopolio. Los ricos por avaricia, los pobres saquearon por necesidad" (-, 1790, pp. 188-189). La operación de los Borbones había producido "la pérdida irreparable de una obra de extrema utilidad pública en todas las ciudades, tierras y aldeas de la Provincia" (p. 259). Longano concluye: "Se comprende inmediatamente la necesidad de restablecerlas, declarándolas de nuevo bienes eclesiásticos y sujetos a la Dirección Episcopal" (p. 260). Una contrarreforma que no ocurrió.
Como recuerda la historiadora Paola Avallone: "Los montes frumentarios gozaron de cierta prosperidad mientras fueron libres para operar en base a los estatutos que ellos mismos se habían dado y mientras fueron gestionados localmente por personas nombradas por el párroco, obligados a responder a la autoridad del obispo, como había indicado el papa Benedicto XIII después de 1724. Prosperaron mientras en la práctica pudieron adaptarse a las exigencias de la comunidad local" (cit., p. 24). La política de los gobiernos centrales, primero los Borbones y luego los Piamonteses, con la intención de arrebatar a la Iglesia el control de los Montes, produjo muchos daños, particularmente en el Sur, donde la Iglesia desempeñaba, desde hacía siglos, muchas funciones civiles y económicas, especialmente en los pueblos pequeños y entre los más pobres. Quisieron centralizar la gestión de los Montes, sin reconocer su frágil pero esencial estructura local y comunitaria, y los hicieron morir.
A este respecto, es emblemático el fracaso del "Monte frumentario General" del Reino de Nápoles, una mega institución central (con sede en Foggia), que debía gestionar todos los Montes esparcidos por el Reino como filiales periféricas, para superar también la plaga de los infames contratos "alla voce" del campo. Fundado en 1781, nunca llegó a despegar. Aumentó la burocracia, se incrementó la distancia entre los que gobernaban los Montes y los campesinos pobres, y se buscó separar los componentes financieros de aquellos caritativos, socavando la naturaleza dual que era el alma y el secreto de su éxito. Fue, por lo tanto, una reforma anti-subsidiaria, reforzada por el periodo francés postrevolucionario de la Restauración y, finalmente, del Estado unitario, que intentó convertir los Montes en "bancos de préstamos agrarios" o en "cajas de ahorros", instituciones muy alejadas de la tradición de los países del Sur y del espíritu de esos lugares.
He rastreado dos decretos reales, fechados el 31/1/1878 y el 14/7/1889, que transformaban respectivamente "los dos Montes frumentarios y el Monte pecuniario de Roccanova (PZ), e invertían sus patrimonios a favor de la Caja de préstamos y ahorros", y "los Montes frumentarios de Maltignano (AP) en una Caja de préstamos agrarios". El verbo usado en la jerga burocrática del decreto - 'inverte' - suena hoy como un verbo profético: fue precisamente una inversión del sentido de los Montes generada por leyes que no los comprendían. De los decretos se desprende que en el pequeño municipio lucano de Roccanova había tres Montes, y en el pueblo de Maltignano se habla genéricamente de "Montes", en plural, lo que atestigua qué tan extendidas eran esas benditas instituciones. Además, "la maniobra de transformar los Montes frumentarios en Cajas de Préstamos, mediante la conversión del trigo en dinero, favoreció especialmente a las clases no interesadas directamente en el trabajo del campo... La usura acabó imponiéndose" (Michele Valente, "Evoluzione socio-economica dei Sassi di Matera nel XX secolo", 2021, p. 29).
La transformación de los Montes en estos nuevos bancos "del Norte" implicó una financiarización de los Montes frumentarios que, a diferencia de los Montes pecuniarios que a menudo los flanqueaban, utilizaban el trigo como moneda. La gran innovación de estos diferentes bancos era el trigo utilizado como moneda, la novedad era precisamente la reducción de un paso intermedio, elemento crucial en un mundo con poco dinero y por tanto en manos de usureros. Por supuesto, todos sabemos que detrás de la extinción masiva de miles de Montes hay muchas razones inscritas en la evolución de la sociedad italiana y europea a través de los siglos, pero las reformas anti-subsidiarias, la actitud ideológica anticlerical, la distancia cultural entre los nuevos gobernantes y los campesinos, fueron elementos decisivos en esta hecatombe económica y social: ¿quién sabe lo que serían las finanzas, la economía y la sociedad del Sur si los Montes hubieran sido comprendidos y protegidos? Giustino Fortunato, político e intelectual del sur, se opuso fuertemente a la reforma de los Montes y, en general, a la política agraria y económica del Estado Unitario del Sur. En una carta a Pasquale Villari del 18/1/1878, escribe: "Una reforma hecha de arriba abajo sobre ideas preconcebidas, sobre aprioris... La confusión es grande. Primer ejemplo: la transformación de los Montes frumentaros en Cajas de préstamos agrarios" (Carteggio (1865-1911), pp. 11-12). La reforma fue, para Fortunato, una verdadera "piedra sepulcral" sobre los Montes y sobre los “cafoni”1.
Y aquí hay que volver sobre la vocación y la naturaleza de la economía "católica" y sureña. La acción pastoral de la Contrarreforma había reforzado y desarrollado la presencia capilar de la Iglesia en el campo que, sobre todo en el Sur, se encontraba en una condición grave de degradación, incluso económica. La presencia constante de frailes, monjas y sacerdotes en cada pueblo, en las parroquias y en los muchos conventos rurales, había llevado a la Iglesia a entender las necesidades reales de la gente real, y así se hizo competente en la pobreza y en la economía concreta. Y nacieron los Montes Frumentarios: "Mientras esas instituciones fueron administradas por eclesiásticos, los bienes conservados en ellas se consideraron sacrosantos y, por tanto, intocables. A partir del momento en que se secularizaron, fueron saqueados sin ningún reparo (Paola Avallone, cit., p. 27).
Lo que queda aún en Italia y en el sur de Europa de la tradición social y civil de las instituciones de finanzas solidarias, hoy corren el riesgo de padecer la misma suerte que los Montes frumentarios, donde los gobernantes ya no son los Borbones ni los Piamonteses, sino los algoritmos de Basilea y de las instituciones financieras nacionales e internacionales, que separan el crédito de las comunidades, que apartan las decisiones de los territorios, que ya no escuchan las necesidades reales de las personas concretas y cuando intentan escucharlas no las entienden porque hablan idiomas demasiado diferentes, y sin traductores.
Termino dándole la palabra a Ignazio Silone, que ha rescatado el honor de la palabra "cafoni", una palabra sobrecargada de injusticia, dolor y esperanza, que espera el día en que el dolor deje de ser una deshonra: "Sé muy bien que el nombre "cafone", en la lengua corriente de mi país, es ahora un término de ofensa y de burla: pero yo lo utilizo en este libro con la certeza de que cuando en mi país el dolor ya no sea una deshonra, se convertirá en un nombre de respeto, y tal vez incluso de honor" (Fontamara, Introduzione).
1. Término con el que se designaba, originalmente de modo despectivo, a los campesinos en el sur de Italia..
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El vacío que dejó la decadencia de los Montes Frumentarios.
Luigino Bruni
Publicado en Avvenire el 30/09/2023
La política de los gobiernos centrales, primero el borbónico y luego el piamontés, con la intención de arrebatar a la Iglesia el control de las instituciones de crédito agrario, produjo muchos daños en el Sur y en los pequeños pueblos.
La época de la Contrarreforma conoció, al lado de páginas oscuras, algunas páginas luminosas. Porque la "tierra del nosotros" es la tierra de la comunidad, y la comunidad es siempre una trama de luces y sombras. Una de esas páginas brillantes es la que escribieron los capuchinos, los obispos y muchos cristianos que dieron vida a los cientos de Montes de Piedad y Montes Frumentarios, y que se pusieron decididamente del lado de la gente más pobre, sobre todo en el sur de Italia. Páginas tan luminosas como desconocidas y nunca contadas por la propia Doctrina Social de la Iglesia, que al nacer formalmente en 1891 (Rerum Novarum), cuando los Montes ya estaban en decadencia, quedaron sistemáticamente descuidadas. Y así es como ignoramos que los 114 Montes frumentarios de la República de Venecia a finales del siglo XVIII "serían sustituidos por las cajas rurales deseadas por Leone Wollemborg" (Paola Avallone, Alle origini del credito agrario, 2014, p. 85). Sin embargo, esta transformación de los Montes funcionó en una parte del Norte de Italia, menos en el Centro, y fracasó sustancialmente en el Sur, donde el vacío dejado por los Montes permaneció vacío. Veamos por qué.
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Luigino Bruni
Publicado en Avvenire el 23/09/2023
Los franciscanos, y luego la Iglesia y la sociedad, comprendieron que frente a la pobreza y la escasez de dinero, una solución, tan sencilla como olvidada, es reducir el uso del dinero. El mundo católico y meridional moderno también generó su propia idea de la economía, diferente en muchos aspectos a aquella del capitalismo nórdico y protestante. La reacción de la Iglesia de Roma al cisma luterano reforzó y amplificó algunas dimensiones del mercado y de las finanzas ya presentes en la Edad Media, y creó otras nuevas. En la serie "La tierra del nosotros", Luigino Bruni continúa su reflexión sobre los orígenes y las raíces del capitalismo y la sociedad en la época de la Contrarreforma.
[fulltext] =>La lucha contra la usura es una característica constante en la historia de la Iglesia premoderna. Estando cerca del pueblo, obispos y monjes se dieron cuenta de que las primeras víctimas de la usura eran sobre todo los más pobres. En más de mil años, entre el Concilio de Elvira (hacia 305) y el Concilio de Viena (1311), hubo unos "setenta concilios en todos los barrios" con palabras muy duras contra la usura" (P.G. Gaggia, Le usure, p. 3). Y mientras los papas y obispos emitían bulas y documentos contra la usura, obispos y carismas creaban instituciones financieras antiusura, para que la denuncia de los documentos no quedara en algo abstracto -en la Iglesia, la realidad siempre fue superior a la idea, desde que el logos decidió hacerse niño-. Las raíces de Europa son también esta tenaz lucha contra la usura y estas instituciones antiusura. Entre ellas, fueron muy importantes los montes de piedad franciscanos, que desde hace algunas décadas son por fin objeto de un renovado interés. Menos estudiados, sin embargo, son los Montes Frumentarios, también de inspiración franciscana -¡pero cuánto hay que agradecérselo a Francisco y a sus seguidores!, instituciones mestizas, como mestiza era (y es) 'la economía católica', la economía comunitaria y latina, esa 'tierra del nosotros' que de la comunidad recuperó también su mestizaje, su ambivalencia, su carne y su sangre.
Al igual que los Montes de Piedad, los Montes frumentarios fueron un poco banco, un poco asistencia, un poco préstamo, un poco regalo, un poco mercado, un poco solidaridad, gratuidad e interés, individuo y comunidad, honradez y corrupción, confianza y garantía, ciudad e iglesia. Los Montes frumentarios fueron una institución fundamental para la economía rural italiana (y de otros lugares), especialmente la economía del Centro-Sur, y lo fueron durante más de cuatro siglos (¡!). Y como los Montes de Piedad, los Montes Frumentarios nacieron también por imitación de instituciones preexistentes. Para los Montes pietatis, los franciscanos de la Observancia se inspiraron en la deposita pietatis romana (pietas era también una gran palabra romana) y en instituciones eclesiásticas posteriores de los primeros siglos, instituciones que eran "el fondo de depósito de la piedad, usado para sostener a los pobres... y también a los que naufragaban" (Tertuliano, Apol. 39,6). Pero, seguramente, los franciscanos imitaron sobre todo a las "casas de empeño" judías, aportando innovaciones: los bajos intereses, el tipo de prendas, el tiempo de los reembolsos… Los Montes frumentarios (o monte granero, granático, numismático, de la abundancia, del socorro, de la harina, de las castañas...) nacieron como desarrollo de depósitos públicos de grano y semillas gestionados en la Edad Media por municipios o monasterios para hacer frente a las malas cosechas y hambrunas - en Massa Marittima el "Palazzo dell'Abbondanza" data de 1265, el nombre del municipio de Montegranaro remite a depósitos públicos medievales (posiblemente romanos) de trigo, cebada y cereales. Los primeros iconos de la banca eran montes -pensemos en los banqueros Chigi-, lo que nos dice que el monte, el amontonar, el depósito, fueron la primera forma de las finanzas modernas.
El trigo fue el primer nombre de la economía mediterránea (F. Braudel), central para la vida de poblaciones mayoritariamente rurales, para los comercios, para la riqueza y para la pobreza de las ciudades, los feudos, el campo; y fue necesaria una guerra en Europa para recordarnos que seguimos viviendo y muriendo a base de trigo. Incluso la Biblia puede contarse como la historia del trigo y del pan: del maná a la Eucaristía. Los Montes frumentarios fueron la actualización de la sabiduría de José, de su capacidad para interpretar los sueños y hacer frente a los años de "vacas flacas" acumulando depósitos de trigo durante las "vacas gordas": una de las historias más dolorosas y hermosas sobre la fraternidad traicionada y curada está acompañada del olor a trigo, que es el mismo olor que el de la historia de Rut, antepasado de Jesús. El diezmo y el espigamiento eran instituciones de solidaridad en especie, propias de un mundo no monetario y predominantemente agrícola. El propio templo de Jerusalén, y antes de eso los santuarios, también cumplían la función de recolección, reserva y redistribución de semillas.
Los franciscanos convirtieron las viejas montañas de trigo en algo nuevo y crearon los Montes frumentarios. Frecuentando a la gente de las aldeas rurales, interpretaron sus sueños de vida, y comprendieron que el pequeño y mediano agricultor (aparcero o enfiteuta) se encontraba a menudo en grandes dificultades: bastaba una cosecha de miseria, un accidente, una enfermedad, una inundación, y el grano destinado a semilla para el año siguiente era consumido para no morir de hambre, por lo que, para la nueva siembra, el agricultor tenía que endeudarse, normalmente con usureros que lo llevaban a la quiebra. Los Montes frumentarios nacieron también en los mismos locales de los Montes de Piedad, pero con estatutos y funcionarios distintos. No eran instituciones de pura filantropía: sobre el grano se pagaba un "interés" no monetario. Generalmente se tomaba "un raso" del staio1 y se restituía "una cresta"; un pequeño interés, no muy diferente a la tasa monetaria de los Monte de piedad (en torno al 5%) - los franciscanos no pensaban que la gratuidad coincidiera con lo gratis.
La obra de Bernardino da Feltre fue fundamental para que en 1515 una bula papal (Inter multiplices, León X) reconociera la licitud de los Montes de Piedad. Los primeros Montes frumentarios franciscanos nacieron a finales de la década de 1580 entre Umbria y Abruzzo. Los nombres de estos primeros Montes - "Monte della Pietà del grano della Vergine Maria" en Rieti, o "Monte della Pietà del grano" en Sulmona- revelan un primer brote de los Montes Frumentarios a partir de los Montes de Piedad. Los franciscanos entendieron que en el contexto rural el préstamo monetario no funcionaba, e imaginaron bancos no monetarios. En efecto, el grano era decisivo en la vida y la muerte de la gente, y en un mundo con muy poca moneda en circulación, quien detentaba dinero tenía demasiado poder como para no abusar de él a través la usura. Más tarde, a los Montes frumentarios se unieron los Montes pecuniarios (que siempre prestaban grano y productos agrícolas, pero a cambio del pago en moneda), pero el uso del grano como moneda (la "grana") fue la gran innovación de los Montes, y la razón de su longevidad.
Hasta la fecha, parece que el Monte más antiguo es el de Norcia (1487), fundado por fray Andrea da Faenza (el verdadero misionero del grano). Sin embargo, es interesante que, en 1771, el historiador A.L. Antinori reivindicase la primacía de Leonessa: "En 1446, el Monte di Pietà estaba, bajo el cuidado de Antonio di Colandrea, mejor resguardado en Lagonessa, y se construyó una cámara acorazada para depósitos y prendas cerca de la plaza" (cf. Giuseppe Chiaretti, Leonessa Arte, Storia, Turismo, 1995). La piedra, un portal de entrada, se conserva hoy en el convento local de San Francisco. El pago de un interés al Monte frumentario fue más fácil de aceptar para la Iglesia, porque el nudo ético de la usura dependía de la antigua tesis de la esterilidad del dinero, una esterilidad que no existe en el trigo: aquí el interés (o el aumento) era considerado una reparticipación del beneficio natural fruto de la generosidad de la tierra (siembra 1 y cosecha 10).
El historiador Palmerino Savoia, que nos cuenta sobre la incesante labor de creación de Montes frumentarios a finales del siglo XVII por parte del obispo Orsini, futuro papa Benedicto XIII, también llamado "el labrador de Dios" (sobre el que volveremos), describe así el funcionamiento del Monte frumentario de Benevento: "El Monte era administrado por dos gobernadores y dos depositarios que permanecían un año en el cargo y eran nombrados por el arzobispo... El préstamo de grano se hacía cuatro veces al año: en octubre para ayudar a la siembra, en diciembre para ayudar a los necesitados en Navidad, en marzo para las fiestas de Pascua y en mayo para gloria de San Felipe Neri" (Una grande istituzione sociale: I monti frumentari, 1973, Acerra). Un detalle que nos dice qué eran las fiestas para nuestro pueblo: en medio de la miseria, y justamente porque eran pobres expuestos a la fragilidad radical de la vida, el día de la fiesta celebraban la vida, celebraban juntos para seguir esperando y para vencer a la muerte. Y la Iglesia, aquí verdadera maestra de humanidad, comprendió y aprobó los préstamos de grano para comidas y dulces especiales, que interrumpían el hambre y la penuria y decían a los pobres: 'no sois pobres por siempre y para siempre' - hoy hemos olvidado lo que son las fiestas porque olvidamos el arte de lo poco, el gran arte de los pobres. Y así, en la abundancia de la "grana", morimos de hambre festiva.
Algunas cifras nos indican qué eran los Montes frumentarios. En 1861 había 1.054 Montes frumentarios en el sur de Italia, el doble que en el norte, y de los cuales casi 300 estaban en Cerdeña; en el centro de Italia, sobre todo en Umbría y en las Marcas, había 402 (P. Avallone, "Il credito", en Il mezzogiorno prima dell'unità, editado por N. Ostuni y P. Malanima, 2013, p. 268).¿Por qué se extinguieron? En 1717, en la diócesis de Benevento -del entonces obispo Orsini- se contaban "157 Montes frumentarios", no sucursales sino instituciones independientes (P. Calderoni Martini, Fra Francesco Maria Orsini e il credito agrario nel sec. XVII, Nápoles, 1933). En el siglo XVIII, entre los protagonistas de los debates sobre los Montes frumentarios estaban los mejores economistas "civiles", desde Giuseppe Palmieri hasta Francesco Longano, alumno de Genovesi que de 1760 a 1769 apoyó y luego sustituyó al maestro enfermo en las lecciones de Economía Civil de Nápoles. Los Montes eran verdaderas instituciones económicas, financieras y éticas, no solo "obras pías".
Los franciscanos, y luego los obispos y los ciudadanos, entendieron que con la pobreza y la escasez de dinero, una solución, tan sencilla como olvidada, era reducir el uso del dinero. Comprendieron que se podía dar vida a una economía sin dinero: si lo necesario y escaso era grano, el propio grano podía convertirse en moneda, sin necesidad de otro intermediario. Saltaron un paso, acortaron la cadena de la economía y alargaron la cadena de la vida. Un paso menos se convirtió en un paso más. Innovaron quitando, reduciendo un grado de intermediación. Hoy hay miles de millones de personas excluidas del dinero, que necesitarían instituciones financieras nuevas, locales y globales, sin usura. ¿Seremos capaces hoy de imitar la creatividad ética y civil de los franciscanos de ayer?
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Luigino Bruni
Publicado en Avvenire el 23/09/2023
Los franciscanos, y luego la Iglesia y la sociedad, comprendieron que frente a la pobreza y la escasez de dinero, una solución, tan sencilla como olvidada, es reducir el uso del dinero. El mundo católico y meridional moderno también generó su propia idea de la economía, diferente en muchos aspectos a aquella del capitalismo nórdico y protestante. La reacción de la Iglesia de Roma al cisma luterano reforzó y amplificó algunas dimensiones del mercado y de las finanzas ya presentes en la Edad Media, y creó otras nuevas. En la serie "La tierra del nosotros", Luigino Bruni continúa su reflexión sobre los orígenes y las raíces del capitalismo y la sociedad en la época de la Contrarreforma.
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