La tierra del 'nosotros'

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La tierra del nosotros/4 - Los límites de la ventaja mutua del mercado, un nuevo aire en la era Muratori.

Luigino Bruni.

Publicado en Avvenire el 14/10/2023.

El nacimiento de la Economía Política moderna está profundamente ligado al surgimiento de una nueva idea del Bien Común. El pensamiento antiguo y medieval lo hacía derivar de la renuncia voluntaria y consciente al bien privado de los individuos. En el siglo XVIII, en cambio, se empezó a decir que el Bien Común es el resultado (no intencional) de la búsqueda del propio interés, sin necesidad de renuncia alguna. Nadie pierde nada en el mercado, todos ganan. Este es el centro del discurso que se esconde en la metáfora de la "mano invisible" de Adam Smith, introducida unos años antes por el napolitano Ferdinando Galiani (Della Moneta, 1750) y también presente, en germen, en el otro gran napolitano Giambattista Vico. Una revolución bien expresada por Smith: "Nunca vi hacer nada bueno a los que se proponen trabajar por el Bien Común" (La Riqueza de las Naciones, 1776).

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Sobre esto, la Economía Civil napolitana e italiana pensaba, y piensa, de manera diferente: aún reconociendo a los mecanismos de ventaja mutua del mercado el estatuto de regla de oro de la vida económica y social, nunca pensó que la ventaja mutua de la mano invisible fuera suficiente para el Bien Común. Conocieron la ventaja mutua, pero no la convirtieron en el único lenguaje social o económico para la civilización de los pueblos. Uno que tenía las ideas muy claras al respecto era Antonio Ludovico Muratori (1672, Vignola - 1750, Módena), una figura inmensa. En aquellos años, después del siglo XVII, que fue también el siglo de oro de la Contrarreforma y de la Inquisición (de la que, entre otras cosas, Muratori se ocupó), empezó un movimiento de reforma en Europa. En el ámbito eclesiástico, primero la elección de Benedicto XIII (en 1724), a quien ya hemos encontrado en los artículos precedentes por su gran acción en favor de los Montes frumentarios, y luego, tras el breve paréntesis de Clemente XII, la elección de Benedicto XIV (en 1740), marcaron una verdadera temporada de renovación, también social y económica. Benedicto XIV, además de escribir la encíclica Vix pervenit (1745) sobre la legitimación de los préstamos con interés, fue un reformador económico, e hizo una reforma agraria para reintroducir la institución bíblica del "espigamiento" para los campesinos pobres.

La era muratoriana fue una época de mayor tolerancia hacia las ideas nuevas y divergentes, un clima que propició la aparición de grandes intelectuales sociales que el siglo XVII no había generado -los talentos católicos de ese siglo se trasladaron a los ámbitos menos "peligrosos" del arte, la música y la poesía. Muratori fue una figura intelectual impresionante y gigantesca. Hizo aportes fundamentales a los estudios históricos, como los 27 volúmenes de los Rerum Italicarum Scriptores, los 6 volúmenes de los Antiquitates Italicae Medii Aevi y los 12 volúmenes de los Annali d'Italia. Fue maestro del joven Antonio Genovesi y escribió importantes páginas económicas tanto en La carità cristiana (1723) como en Cristianesimo felice (1743), donde describe y alaba el experimento socioeconómico de las "reducciones" jesuíticas en Paraguay. El año anterior a su muerte, publicó un resumen de su pensamiento en Della pubblica felicità, un libro cuyo título ha sido el lema del proyecto de investigación de los economistas italianos durante al menos un siglo, hoy nuevamente vivo. Entre los muchos campos abordados y renovados por Muratori, dos son muy importantes: la labor teológica para reformar la vida económico-civil y la coexistencia de la idea de ventaja mutua con la del don.

Después de casi dos siglos de Contrarreforma, Muratori se dio cuenta de que sin una profunda reforma de la "devoción" (divozione) y de la piedad popular, que en aquellos siglos se mezclaba con la magia y la superstición, la sociedad católica habría quedado definitivamente estancada. Y por tanto, el sacerdote Muratori criticó las devociones para salvar la devoción: "En la Iglesia católica abundan los libros de devociones y de piedad, autores que proponen cada día alguna nueva devoción y divinación" (Della regolata devozione dei cristiani, Prefazione, 1747). Sus críticas le valieron muchas reacciones duras, acusaciones de protestantismo y jansenismo, un destino común a los verdaderos reformadores.

La razón principal de su crítica religiosa es muy importante: "Debemos meternos en la cabeza una verdad importantísima: Dios no nos manda por nada que no sea nuestro propio bien, es decir, amar y buscar nuestra felicidad incluso en la vida presente" (p. 5). Porque, explica, toda la Revelación está orientada a nuestra felicidad: "Es voluntad de Dios que resistamos a los soplos de la lujuria desordenada, de la ira, de la gula, de la venganza y de otras pasiones tan vigorosas: ¿no es esto por nuestro beneficio?" (p. 35). En una Iglesia totalmente centrada en las almas del purgatorio, el valle de lágrimas, la penitencia, el dolor y la teología de la expiación, la obra de Muratori resplandece como un himno a la vida y a la persona, como un Humanismo, donde Dios es el primer aliado del hombre para su felicidad. Una visión totalmente bíblica y evangélica. La relación Dios-humano debe leerse como beneficio mutuo y reciprocidad: Su bien es el nuestro, el nuestro es el Suyo. Bellísimo. De este humanismo nace su crítica al culto de los santos y a la Virgen, e incluso llega a decir algo revolucionario: que la devoción a los santos "no es necesaria ni esencial al cristiano" (p. 205).

Es muy importante también la razón económica de su larga batalla por la reducción de los tantos festivos de precepto en la Iglesia católica. En los días festivos, los cristianos no podían trabajar, por lo que "la multiplicidad de las fiestas se vuelve un evidente perjuicio y agravio para los que tienen que ganarse el pan con las artes y el trabajo de sus manos" (p. 10). Y añade: "Los santos no tienen necesidad de nuestra gloria, y por el contrario los pobres tienen necesidad de pan, ni se ha de juzgar jamás que los santos tan llenos de caridad amen que por hacerles un honor innecesario se prive a los pobres de su necesaria porción de alimento" (p. 211). De nuevo, la falta de beneficio mutuo. Y concluye magistralmente: "Nuestra devoción es por nuestro beneficio" (p. 212). Unos años más tarde, su discípulo Antonio Genovesi no dejó de aprobar en sus Lecciones la visión de Muratori sobre la religión (cap. 10, IX, vol. 2). Su batalla teológica pastoral más compleja y más larga fue contra el "voto sangriento" (o voto de los "palermitanos") que teólogos, obispos y jesuitas aconsejaban a los cristianos. Quienes hacían ese voto debían defender al precio de su vida la doctrina de la Inmaculada Concepción de la Virgen. Muratori consideraba este voto supersticioso e ilícito. Su batalla comenzó en 1714 con el libro De ingeniorum moderatione (I7I4). La razón de su oposición reside, también acá, en la falta de beneficio mutuo: aunque la concepción inmaculada fuese cierta (cosa que Muratori no consideraba cierta, sino sólo probable), María no obtiene ninguna ventaja si los cristianos dan su vida para defender un dogma: "María no tiene necesidad de alabanzas dudosas, ni de sacrificios imprudentes. En cambio, tu necesitas de la vida" (p. 269). Muratori criticaba a una Iglesia que veía el sacrificio humano como moneda de cambio para dar gloria a Dios. De ahí su crítica a los excesos de las "devociones marianas", a la proliferación de "Cofradías de esclavos de la Madre de Dios" (Regolata Divozione, p. 280). Las únicas devociones buenas son aquellas, como dice al final de su libro, "que vuelven a la gloria de la religión y en beneficio del pueblo" (p. 283). . Alfonso Maria de Liguori, que también tenía en gran estima a Muratori, criticó duramente su estigmatización del "voto sangriento": apelando a la autoridad del Angelico, escribió: "Sigue siendo cierto que tal culto puede ser causa de martirio" (A. Maria de Liguori, Delle Glorie di Maria, cap. V, 1750).

Pasando ahora al segundo aspecto de su pensamiento, en su hermoso libro La carità cristiana, encontramos también los Montes de Piedad: "Otros Montes de Piedad inventaron la hacendosa caridad de los fieles. Tal es el Sacro Monte de la Harina, del cual el Beato Jerónimo de Verona fue el principal instructor en Módena, y en otras ciudades". El Monte della Farina era una variante de los Montes frumentarios -¡cuánto habría para estudiar sobre estas antiguas instituciones! Y continúa: "La labor de los directores de tales Montes debe consistir en comprar grano de buena calidad, con la mayor ventaja posible y en un plazo conveniente, y no emplear menos diligencia que si se tratara de un negocio propio, para revenderlo, sin interés alguno, convertido en harina, a quienes en el pueblo lo necesiten... A demasiada gente le gusta el negocio fácil de hacer fortuna chupando la sangre de los pobres". También nos dice que "en Bolonia, ciudad abundante en Obras piadosas, se erigió un Monte del cáñamo" (p. 315). Sobre los Montes de Piedad continúa: "Sagradas Casas de Empeño, fundadas en estos últimos siglos por la piedad de los cristianos, para gloria del Catolicismo en Italia y en Flandes" (p. 310). Esos Montes fueron realmente una gloria del "catolicismo", incluso en siglos ambivalentes para la Iglesia católica. Lo importante es cómo explica Muratori el funcionamiento de estos Montes, donde el que presta dinero lo hace 'con la intención de recibir nada más que el capital prestado..., y exigir más sería buscar sólo nuestro propio interés y no el beneficio del prójimo' (p. 311). El único interés lícito en los Montes de los pobres es el que sirve "para reembolsar los gastos de mantenimiento de los Oficiales' (p. 312). Un Muratori, por lo tanto, tan amante de la "ventaja mutua" como para ubicarla en el centro de su crítica a la religión, y que reconoce, sin embargo, que en algunos ámbitos de la vida económica y social la ventaja mutua es demasiado poca, porque existe la necesidad del registro del don. La ventaja mutua, en la religión, estaba del lado de los pobres; en los Montes, sólo el don estaba de su parte, y por tanto del Bien Común.

Muratori (con Scipione Maffei) reconocía la licitud del interés en la mayor parte de los asuntos comerciales, pero sabía que hay acciones humanas en las que el beneficio mutuo no funciona bien. Como para recordarnos que la "mano invisible" funciona en muchas cosas pero no en todas, si no esa mano se vuelve una herramienta ideológica para "chupar la sangre de los pobres". El "buen" Bien Común no nace sólo de los intereses: nace también del don, que es la levadura de la masa formada de intereses. Como se desprende de su Della pubblica felicità, donde leemos: "El más ordinario deseo, y padre de muchos otros, es el de nuestro Bien Privado...De esfera más sublime, y de origen más noble, hay otro Deseo, el del Bien de la Sociedad, del Bien Público, o sea de la Felicidad Pública" (p. vi). Del deseo del Bien Privado proceden muchos bienes, pero no todos, pues hay otros que surgen del amor al Bien Común. Dos bienes distintos, ambos esenciales. En el museo cívico de Módena hay un retrato del beato Jerónimo de Verona. El santo sostiene sólo un paño con las palabras: Mons charitatis. En plena Contrarreforma, la Iglesia entendió que existía una santidad ligada a la construcción de los Montes, de los bancos, y que construir un Monte para los pobres podía ser la única insignia de un santo, no se necesitaba nada más "religioso".

 

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La tierra del nosotros/4 - Los límites de la ventaja mutua del mercado, un nuevo aire en la era Muratori.

Luigino Bruni.

Publicado en Avvenire el 14/10/2023.

El nacimiento de la Economía Política moderna está profundamente ligado al surgimiento de una nueva idea del Bien Común. El pensamiento antiguo y medieval lo hacía derivar de la renuncia voluntaria y consciente al bien privado de los individuos. En el siglo XVIII, en cambio, se empezó a decir que el Bien Común es el resultado (no intencional) de la búsqueda del propio interés, sin necesidad de renuncia alguna. Nadie pierde nada en el mercado, todos ganan. Este es el centro del discurso que se esconde en la metáfora de la "mano invisible" de Adam Smith, introducida unos años antes por el napolitano Ferdinando Galiani (Della Moneta, 1750) y también presente, en germen, en el otro gran napolitano Giambattista Vico. Una revolución bien expresada por Smith: "Nunca vi hacer nada bueno a los que se proponen trabajar por el Bien Común" (La Riqueza de las Naciones, 1776).

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Los bienes, los intereses y el fermento del don

Los bienes, los intereses y el fermento del don

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La tierra del nosotros/3 - En el capitalismo latino, los vínculos están en las dinámicas ordinarias de las empresas y los bancos.

Luigino Bruni.

Publicado en Avvenire el 07/10/2023.

Las instituciones económicas de nuestras tierras del sur nacieron mestizas, y así permanecieron hasta que la forma de hacer negocios en las tierras debajo de los Alpes tuvo rasgos típicos y diferentes, que ahora están desapareciendo en la distracción general. Mientras que el Norte protestante distinguía, siguiendo a Agustín y a Lutero, la "ciudad de Dios" de la "ciudad del hombre", y por tanto el mercado del don, el contrato de la gratuidad, la solidaridad de la empresa, el lucro del no lucro, el Humanismo latino reforzaba en el Siglo de la Contrarreforma la promiscuidad entre estos mundos y ámbitos. Y así engendró párrocos que dirigían cooperativas y cajas rurales, familias emprendedoras, frailes que abrazaban la alta pobreza mientras fundaban bancos para los pobres.

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Ahora son muchos los que piensan que la economía comunitaria, mediterránea y católica, esa "tierra del nosotros" hecha de relaciones densas y de lazos cálidos, donde los vendedores ambulantes entonaban canciones en las plazas (la abbanniata siciliana) y donde se intercambiaban sobre todo palabras en los mercados, ya no tiene nada bueno para decir; y que se depuso para siempre aquel capitalismo latino en el que la solidaridad no se confiaba al 2% de los beneficios porque la solidaridad estaba inserta en la dinámica ordinaria de las empresas, bancos y cooperativas -la nuestra era la solidaridad del "durante", no la del "después". Aquel mundo mediterráneo en el que los salarios no se dejaban al mero juego del "mercado del trabajo" porque esa "sal" era algo más y era algo diferente a una mercancía. La vida y el dolor habían enseñado que cuando el trabajo se convierte en mercancía, el salario-sal se vuelve demasiado tonto para dar sabor a comidas buenas y dignas. Y así, lo que queda de economía comunitaria se ve y se trata cada vez más como la vieja Singer de la tía o la Lettera 35 del abuelo1..

La comunidad es ambivalente, lo tenemos claro, porque la vida real es ambivalente. Por eso, la comunidad es vida y muerte, fraternidad y fratricidio, amistad y conflicto, abrazos y luchas, lágrimas de alegría y de dolor, todo junto. Y una sociedad que sólo ve ataduras en los vínculos, que rinde culto al individuo libre porque se libera de toda relación humana que no sea la del mercado, los contratos y las redes sociales (que son lo mismo: el "me gusta" de Facebook es el "me gusta" del consumidor soberano), no puede sino huir de la comunidad, de toda comunidad hecha de carne y hueso.

Sin embargo, en todo este discurso, que se está convirtiendo en discurso único, debe haber algo equivocado y es la crisis medioambiental la que nos lo revela cada día.

En estas semanas estamos viendo que los franciscanos tenían otra idea de persona, de comunidad y de economía. Hicieron la elección totalmente carismática de irse a vivir al corazón de las nuevas ciudades comerciales medievales y renacentistas, dejaron los valles y bajaron a las plazas y se hicieron amigos de los comerciantes y ciudadanos, y a menudo los entendieron. Y cuando escribían sobre economía y sobre dinero, no miraban el mundo desde la altura de los tratados de teología, escritos en general por quienes ni los comerciantes ni los banqueros verdaderos veían jamás (la impresión que los teólogos que escribían sobre economía causaban a los comerciantes es muy parecida a la que causan hoy los políticos que escriben leyes para una economía que no conocen). En lugar de eso, se pusieron a la altura baja de los puestos del mercado, y allí se cruzaron con los ojos de los mercaderes, y nació otra economía, surgieron otros bancos, otros Montes.

Aquellos franciscanos fueron capaces de innovar porque se ensuciaron las manos con los asuntos económicos, incluso arriesgándose a cometer errores, porque la tierra sólo la cambia quien la pisa y no se refugia en la pureza etérea de los cielos - los nuevos cielos no se pueden encontrar sin tierras nuevas. Y errores cometieron, como aquel grave del tono antisemita de sus batallas contra la usura, basadas en la idea de que sólo los judíos prestaban dinero con usura. Esa idea era errónea, porque mucha usura, sobre todo la gran usura, la hacían buenos cristianos, ricas familias de banqueros que prestaban a ricos comerciantes cristianos, a los cardenales y a los papas; a los judíos les quedaban casi sólo los préstamos pequeños, sentados en sus banquitos bajo la tienda de alfombra roja. Ahí todo el mundo los podía ver, mientras que los grandes contratos usureros de los poderosos Strozzi, Medici o Chigi permanecían invisibles a la mayoría, a los frailes incluidos -las grandes finanzas siempre tuvieron su fuerza en la invisibilidad. Muchos usureros católicos hicieron brillantes carreras políticas (Massimo Giansante, L'usuraio onorato, 2008), en una finanza europea que, a diferencia de la mala leyenda antijudía, estaba también, y sobre todo en ciertos casos, en manos cristianas (F. Trivellato, Ebrei e capitalismo: storia di una leggenda dimenticata, 2021)

Nos cuesta mucho comprender las razones profundas de la antigua lucha moral contra la usura. La principal es un principio claro y firme: 'no se puede lucrar sobre el tiempo futuro, porque es el tiempo de los hijos y de los descendientes'. Es por eso que nuestra generación es una generación usurera, porque no sabe 'pensar en el bien común y en el futuro de sus hijos' (Laudate Deum, 60), esos 'hijos que pagarán los daños de nuestras acciones' (LD, 33). Usurero es el que hoy especula con el tiempo de sus hijos. Por eso, los pobres de hoy son también y fundamentalmente los niños nacidos y los que nacerán, que deben ser protegidos de nuestra usura individual y colectiva.

Volvamos a la maravillosa historia de los franciscanos, que hoy aquí en Asís, donde me encuentro para celebrar la "Economy of Francesco", resalta con una deslumbrante luz de futuro: Francisco es el nombre del mañana, no sólo del ayer.

Cuando el Concilio de Trento frenó la acción de los frailes franciscanos en la fundación de los Montes de piedad (que en las ciudades poco a poco se convirtieron en bancos), los capuchinos recogieron los testimonios y durante más de dos siglos construyeron cientos de Montes frumentarios. Los frailes operaban sobre todo en las ciudades del Centro-Norte, porque en aquellas economías monetarias era esencial evitar la usura con la gran intuición (de origen judío) de las casas de empeño, que se volvieron sus Montes de Piedad. Ahí las posesiones familiares (ropa, muebles, herramientas de trabajo, joyas, casi todo menos las armas) se liquidaban en dinero, algo esencial en las ciudades donde regía la división del trabajo. De hecho, eran pocos los objetos pignorados al Monte (empeñados) que se rescataban cuando se devolvía el préstamo, porque esos Montes cumplían una función mixta de préstamo-compra. En cambio, en el campo y en el sur, donde la economía era principalmente no monetaria, nacieron los Montes frumentarios, con la simple y extraordinaria innovación del trigo usado como moneda. En el campo y en aquellas economías de subsistencia había pocos bienes a pignorar, por lo cual, las garantías, necesarias en toda finanza, eran personales, como el aval o la caución. El crédito volvía así a su antigua etimología de creer, de confiar y de creer sobre todo en alguien, en las personas. En caso de insolvencia, los Montes de piedad vendían los objetos empeñados, y los Montes frumentarios se "enredaban"2: "No habiendo objetos que vender en caso de impago del préstamo, los montes se "encartaban" a sí mismos" (Paola Avellone, All'origine del credito agrario, p. 33). Las comunidades están hechas también de estas fragilidades.

Una gran, larga y desconocida historia de amor, totalmente evangélica y civil, una de las páginas más brillantes de nuestra historia económica y social. Añadamos entonces algunas páginas más.

Eufranio Desideri (1556-1612), que se convertiría en San José de Leonisa, fue uno de estos incansables frailes capuchinos que construyeron decenas de Montes frumentarios en los pueblos de los montes Sibilinos y de los montes de la Laga, desde Amatrice hasta Norcia, en casi todos los pueblos y ciudades de aquellas frágiles tierras. Esto leemos en los testimonios de sus compañeros: "Cuando el Hermano José predicaba en Borbona, yo era su compañero y en aquella tierra había una gran hambruna. Dos mujeres trajeron dos cestas llenas de pan. El padre José llegó a la iglesia, bendijo el pan y ordenó que se repartiera a los pobres: eran unos 200. Comenzamos la distribución del pan. Entretanto había venido mucha gente, pero al final hubo suficiente para todos, incluso sobró y se guardó en las casas: en la nuestra había 3 o 4 roscas de 12 panes cada una (http://www.manoscrittisangiuseppe.it/la-vita/). La multiplicación de los panes y los peces ha acompañado nuestra historia cristiana, se ha repetido mil veces en aquellos lugares donde "dos mujeres" o "un niño" daban algo, y alguien más seguía creyendo en el milagro del pan para los pobres.

Fray José fue proclamado santo por el papa Benedicto XIV en 1746, el papa que tomó el nombre de Benedicto XIII, es decir, aquel Francesco Orsini di Gravina, el "papa agricultor" inspirador de cientos de Montes frumentarios. El año anterior, Benedicto XIV había escrito Vix Pervenit, la primera encíclica papal que hacía legitimo el interés de los préstamos. En esa Encíclica se menciona también el préstamo en "trigo" ('frumento') (VP,3.V), como prueba de qué tan presente e importante era aún la experiencia de los Montes frumentarios. Y aunque se trata de un documento que pasó a la historia como la legitimación de los préstamos con interés, la casi totalidad de la Encíclica está dedicada, sin embargo, a reiterar la ilegitimidad de la usura y del préstamo con interés, que sólo es legítimo en condiciones particulares y precisas (variantes de los antiguos "daño emergente" y "lucro cesante") y "de ellas deriva una razón totalmente justa y legítima para exigir algo más que el capital debido por el préstamo" (VP,3.III). Por lo demás, reitera que "toda ganancia que exceda al capital es ilícita y de carácter usurario" (VP,3.II), lo que debería "avergonzar" a los que así ganan -aquel era un mundo en el que la ética de la vergüenza todavía era eficaz. Unos años después, dentro de la misma tradición civil y espiritual, Antonio Genovesi escribía: "La regla: tienes derecho a dar a interés a tus hermanos. La excepción: siempre que no sean pobres". (Lezioni di Economia Civile, 1767, II, cap. XIII, §20). A los pobres no se les piden intereses: basta con la devolución del capital. Todo esto, que la antigua tradición civil lo conocía bien, nosotros lo hemos olvidado.

El franciscanismo nos ha dado muchas cosas, algunas maravillosas. Entre ellas, la dignidad del pobre, que antes de ser ayudado debe ser estimado, porque sin la estima de lo que el pobre ya es, no se crea todavía ningún bien: "Recuerdo que los domingos, cuando suele entrar en nuestros Conventos una gran cantidad de pan blanco, el Hermano José me preguntaba por qué llevaba el pan oscuro a los pobres que tocaban la puerta. Y con gran énfasis me dijo: 'Quiero que les des a los pobres el blanco'". El valor del pan blanco para los pobres podía entenderlo sólo Francisco, y sus amigos de ayer y de hoy.

1. Máquina de escribir de la marca italiana Olivetti.

2. «Incartarsi», en italiano, podría también traducirse como «encartarse», que por ejemplo en Colombia y en México significa quedarse con algo que molesta, quedar en posesión de algo difícil de usar o descartar.

 

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La tierra del nosotros/3 - En el capitalismo latino, los vínculos están en las dinámicas ordinarias de las empresas y los bancos.

Luigino Bruni.

Publicado en Avvenire el 07/10/2023.

Las instituciones económicas de nuestras tierras del sur nacieron mestizas, y así permanecieron hasta que la forma de hacer negocios en las tierras debajo de los Alpes tuvo rasgos típicos y diferentes, que ahora están desapareciendo en la distracción general. Mientras que el Norte protestante distinguía, siguiendo a Agustín y a Lutero, la "ciudad de Dios" de la "ciudad del hombre", y por tanto el mercado del don, el contrato de la gratuidad, la solidaridad de la empresa, el lucro del no lucro, el Humanismo latino reforzaba en el Siglo de la Contrarreforma la promiscuidad entre estos mundos y ámbitos. Y así engendró párrocos que dirigían cooperativas y cajas rurales, familias emprendedoras, frailes que abrazaban la alta pobreza mientras fundaban bancos para los pobres.

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Con la  antigua solidaridad del «durante»

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La tierra de nosotros/2 - El vacío que dejó la decadencia de los Montes Frumentarios.

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 30/09/2023

La política de los gobiernos centrales, primero el borbónico y luego el piamontés, con la intención de arrebatar a la Iglesia el control de las instituciones de crédito agrario, produjo muchos daños en el Sur y en los pequeños pueblos.

La época de la Contrarreforma conoció, al lado de páginas oscuras, algunas páginas luminosas. Porque la "tierra del nosotros" es la tierra de la comunidad, y la comunidad es siempre una trama de luces y sombras. Una de esas páginas brillantes es la que escribieron los capuchinos, los obispos y muchos cristianos que dieron vida a los cientos de Montes de Piedad y Montes Frumentarios, y que se pusieron decididamente del lado de la gente más pobre, sobre todo en el sur de Italia. Páginas tan luminosas como desconocidas y nunca contadas por la propia Doctrina Social de la Iglesia, que al nacer formalmente en 1891 (Rerum Novarum), cuando los Montes ya estaban en decadencia, quedaron sistemáticamente descuidadas. Y así es como ignoramos que los 114 Montes frumentarios de la República de Venecia a finales del siglo XVIII "serían sustituidos por las cajas rurales deseadas por Leone Wollemborg" (Paola Avallone, Alle origini del credito agrario, 2014, p. 85). Sin embargo, esta transformación de los Montes funcionó en una parte del Norte de Italia, menos en el Centro, y fracasó sustancialmente en el Sur, donde el vacío dejado por los Montes permaneció vacío. Veamos por qué.

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En la historia de los Montes Frumentarios hay una específica cuestión del Sur, que comienza con los Borbones y luego pasa al Estado Unitario. En el Reino de Nápoles, los Montes frumentarios se desarrollaron gracias al impulso decisivo dado por la Iglesia, tanto institucional (obispos) como carismática (capuchinos). Una figura fundamental fue el obispo domínico Pierfrancesco Orsini (Gravina 1650, Roma 1730), el futuro papa Benedicto XIII. En Manfredonia (Siponto), donde fue obispo, Orsini erigió en 1678 su primer Monte frumentario, y cuando fue nombrado obispo de Benevento fundó ahí un Monte frumentario en 1686 e hizo que se creara al menos uno en cada pueblo y ciudad, y nacieron más de cien. Y una vez Papa, impulsó esa institución en todas partes.

Y es precisamente en torno al papel de la Iglesia en la gestión de los Montes donde se jugaron las retiradas decisivas de su historia en el Sur de Italia. En 1741, en efecto, hubo un Concordato entre los Borbones y el Papa Benedicto XIV, que llevó a una laicización de los Montes frumentarios, para reducir la injerencia de la Iglesia en la vida económica de las ciudades. ¿Con qué resultado? Francesco Longano, economista, filósofo y asistente de la cátedra de Antonio Genovesi, en su informe después de un viaje a Molise (y Foggia), escribió, unas décadas más tarde, unas palabras clarísimas e importantes: "Desde tiempo inmemorial, para el alivio público del pueblo, había en todas las Provincias del Reino una gran multitud de Montes de Piedad [Montes frumentarios], o Lugares Píos. Estaban tan sujetos a los obispos y era tan exacta su administración que habían prosperado al extremo. Sus ingresos se contaban mayormente en grano, pero también en ganado vacuno y ovino, así como en metálico. Una sobrevigilancia hizo que con los administradores anuales todos fueran extorsionados, despojados, empobrecidos... Ocho o diez privilegiados, pobres o ricos, formaron una especie de monopolio. Los ricos por avaricia, los pobres saquearon por necesidad" (-, 1790, pp. 188-189). La operación de los Borbones había producido "la pérdida irreparable de una obra de extrema utilidad pública en todas las ciudades, tierras y aldeas de la Provincia" (p. 259). Longano concluye: "Se comprende inmediatamente la necesidad de restablecerlas, declarándolas de nuevo bienes eclesiásticos y sujetos a la Dirección Episcopal" (p. 260). Una contrarreforma que no ocurrió.

Como recuerda la historiadora Paola Avallone: "Los montes frumentarios gozaron de cierta prosperidad mientras fueron libres para operar en base a los estatutos que ellos mismos se habían dado y mientras fueron gestionados localmente por personas nombradas por el párroco, obligados a responder a la autoridad del obispo, como había indicado el papa Benedicto XIII después de 1724. Prosperaron mientras en la práctica pudieron adaptarse a las exigencias de la comunidad local" (cit., p. 24). La política de los gobiernos centrales, primero los Borbones y luego los Piamonteses, con la intención de arrebatar a la Iglesia el control de los Montes, produjo muchos daños, particularmente en el Sur, donde la Iglesia desempeñaba, desde hacía siglos, muchas funciones civiles y económicas, especialmente en los pueblos pequeños y entre los más pobres. Quisieron centralizar la gestión de los Montes, sin reconocer su frágil pero esencial estructura local y comunitaria, y los hicieron morir.

A este respecto, es emblemático el fracaso del "Monte frumentario General" del Reino de Nápoles, una mega institución central (con sede en Foggia), que debía gestionar todos los Montes esparcidos por el Reino como filiales periféricas, para superar también la plaga de los infames contratos "alla voce" del campo. Fundado en 1781, nunca llegó a despegar. Aumentó la burocracia, se incrementó la distancia entre los que gobernaban los Montes y los campesinos pobres, y se buscó separar los componentes financieros de aquellos caritativos, socavando la naturaleza dual que era el alma y el secreto de su éxito. Fue, por lo tanto, una reforma anti-subsidiaria, reforzada por el periodo francés postrevolucionario de la Restauración y, finalmente, del Estado unitario, que intentó convertir los Montes en "bancos de préstamos agrarios" o en "cajas de ahorros", instituciones muy alejadas de la tradición de los países del Sur y del espíritu de esos lugares.

He rastreado dos decretos reales, fechados el 31/1/1878 y el 14/7/1889, que transformaban respectivamente "los dos Montes frumentarios y el Monte pecuniario de Roccanova (PZ), e invertían sus patrimonios a favor de la Caja de préstamos y ahorros", y "los Montes frumentarios de Maltignano (AP) en una Caja de préstamos agrarios". El verbo usado en la jerga burocrática del decreto - 'inverte' - suena hoy como un verbo profético: fue precisamente una inversión del sentido de los Montes generada por leyes que no los comprendían. De los decretos se desprende que en el pequeño municipio lucano de Roccanova había tres Montes, y en el pueblo de Maltignano se habla genéricamente de "Montes", en plural, lo que atestigua qué tan extendidas eran esas benditas instituciones. Además, "la maniobra de transformar los Montes frumentarios en Cajas de Préstamos, mediante la conversión del trigo en dinero, favoreció especialmente a las clases no interesadas directamente en el trabajo del campo... La usura acabó imponiéndose" (Michele Valente, "Evoluzione socio-economica dei Sassi di Matera nel XX secolo", 2021, p. 29).

La transformación de los Montes en estos nuevos bancos "del Norte" implicó una financiarización de los Montes frumentarios que, a diferencia de los Montes pecuniarios que a menudo los flanqueaban, utilizaban el trigo como moneda. La gran innovación de estos diferentes bancos era el trigo utilizado como moneda, la novedad era precisamente la reducción de un paso intermedio, elemento crucial en un mundo con poco dinero y por tanto en manos de usureros. Por supuesto, todos sabemos que detrás de la extinción masiva de miles de Montes hay muchas razones inscritas en la evolución de la sociedad italiana y europea a través de los siglos, pero las reformas anti-subsidiarias, la actitud ideológica anticlerical, la distancia cultural entre los nuevos gobernantes y los campesinos, fueron elementos decisivos en esta hecatombe económica y social: ¿quién sabe lo que serían las finanzas, la economía y la sociedad del Sur si los Montes hubieran sido comprendidos y protegidos? Giustino Fortunato, político e intelectual del sur, se opuso fuertemente a la reforma de los Montes y, en general, a la política agraria y económica del Estado Unitario del Sur. En una carta a Pasquale Villari del 18/1/1878, escribe: "Una reforma hecha de arriba abajo sobre ideas preconcebidas, sobre aprioris... La confusión es grande. Primer ejemplo: la transformación de los Montes frumentaros en Cajas de préstamos agrarios" (Carteggio (1865-1911), pp. 11-12). La reforma fue, para Fortunato, una verdadera "piedra sepulcral" sobre los Montes y sobre los “cafoni”1.

Y aquí hay que volver sobre la vocación y la naturaleza de la economía "católica" y sureña. La acción pastoral de la Contrarreforma había reforzado y desarrollado la presencia capilar de la Iglesia en el campo que, sobre todo en el Sur, se encontraba en una condición grave de degradación, incluso económica. La presencia constante de frailes, monjas y sacerdotes en cada pueblo, en las parroquias y en los muchos conventos rurales, había llevado a la Iglesia a entender las necesidades reales de la gente real, y así se hizo competente en la pobreza y en la economía concreta. Y nacieron los Montes Frumentarios: "Mientras esas instituciones fueron administradas por eclesiásticos, los bienes conservados en ellas se consideraron sacrosantos y, por tanto, intocables. A partir del momento en que se secularizaron, fueron saqueados sin ningún reparo (Paola Avallone, cit., p. 27).

Lo que queda aún en Italia y en el sur de Europa de la tradición social y civil de las instituciones de finanzas solidarias, hoy corren el riesgo de padecer la misma suerte que los Montes frumentarios, donde los gobernantes ya no son los Borbones ni los Piamonteses, sino los algoritmos de Basilea y de las instituciones financieras nacionales e internacionales, que separan el crédito de las comunidades, que apartan las decisiones de los territorios, que ya no escuchan las necesidades reales de las personas concretas y cuando intentan escucharlas no las entienden porque hablan idiomas demasiado diferentes, y sin traductores.

Termino dándole la palabra a Ignazio Silone, que ha rescatado el honor de la palabra "cafoni", una palabra sobrecargada de injusticia, dolor y esperanza, que espera el día en que el dolor deje de ser una deshonra: "Sé muy bien que el nombre "cafone", en la lengua corriente de mi país, es ahora un término de ofensa y de burla: pero yo lo utilizo en este libro con la certeza de que cuando en mi país el dolor ya no sea una deshonra, se convertirá en un nombre de respeto, y tal vez incluso de honor" (Fontamara, Introduzione).

 

1. Término con el que se designaba, originalmente de modo despectivo, a los campesinos en el sur de Italia..

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La tierra de nosotros/2 - El vacío que dejó la decadencia de los Montes Frumentarios.

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 30/09/2023

La política de los gobiernos centrales, primero el borbónico y luego el piamontés, con la intención de arrebatar a la Iglesia el control de las instituciones de crédito agrario, produjo muchos daños en el Sur y en los pequeños pueblos.

La época de la Contrarreforma conoció, al lado de páginas oscuras, algunas páginas luminosas. Porque la "tierra del nosotros" es la tierra de la comunidad, y la comunidad es siempre una trama de luces y sombras. Una de esas páginas brillantes es la que escribieron los capuchinos, los obispos y muchos cristianos que dieron vida a los cientos de Montes de Piedad y Montes Frumentarios, y que se pusieron decididamente del lado de la gente más pobre, sobre todo en el sur de Italia. Páginas tan luminosas como desconocidas y nunca contadas por la propia Doctrina Social de la Iglesia, que al nacer formalmente en 1891 (Rerum Novarum), cuando los Montes ya estaban en decadencia, quedaron sistemáticamente descuidadas. Y así es como ignoramos que los 114 Montes frumentarios de la República de Venecia a finales del siglo XVIII "serían sustituidos por las cajas rurales deseadas por Leone Wollemborg" (Paola Avallone, Alle origini del credito agrario, 2014, p. 85). Sin embargo, esta transformación de los Montes funcionó en una parte del Norte de Italia, menos en el Centro, y fracasó sustancialmente en el Sur, donde el vacío dejado por los Montes permaneció vacío. Veamos por qué.

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Competentes en pobreza y finanzas

Competentes en pobreza y finanzas

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La tierra del nosotros/1 - Origen y significado de los "Montes Frumentarios".

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 23/09/2023

Los franciscanos, y luego la Iglesia y la sociedad, comprendieron que frente a la pobreza y la escasez de dinero, una solución, tan sencilla como olvidada, es reducir el uso del dinero. El mundo católico y meridional moderno también generó su propia idea de la economía, diferente en muchos aspectos a aquella del capitalismo nórdico y protestante. La reacción de la Iglesia de Roma al cisma luterano reforzó y amplificó algunas dimensiones del mercado y de las finanzas ya presentes en la Edad Media, y creó otras nuevas. En la serie "La tierra del nosotros", Luigino Bruni continúa su reflexión sobre los orígenes y las raíces del capitalismo y la sociedad en la época de la Contrarreforma.

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La lucha contra la usura es una característica constante en la historia de la Iglesia premoderna. Estando cerca del pueblo, obispos y monjes se dieron cuenta de que las primeras víctimas de la usura eran sobre todo los más pobres. En más de mil años, entre el Concilio de Elvira (hacia 305) y el Concilio de Viena (1311), hubo unos "setenta concilios en todos los barrios" con palabras muy duras contra la usura" (P.G. Gaggia, Le usure, p. 3). Y mientras los papas y obispos emitían bulas y documentos contra la usura, obispos y carismas creaban instituciones financieras antiusura, para que la denuncia de los documentos no quedara en algo abstracto -en la Iglesia, la realidad siempre fue superior a la idea, desde que el logos decidió hacerse niño-. Las raíces de Europa son también esta tenaz lucha contra la usura y estas instituciones antiusura. Entre ellas, fueron muy importantes los montes de piedad franciscanos, que desde hace algunas décadas son por fin objeto de un renovado interés. Menos estudiados, sin embargo, son los Montes Frumentarios, también de inspiración franciscana -¡pero cuánto hay que agradecérselo a Francisco y a sus seguidores!, instituciones mestizas, como mestiza era (y es) 'la economía católica', la economía comunitaria y latina, esa 'tierra del nosotros' que de la comunidad recuperó también su mestizaje, su ambivalencia, su carne y su sangre.

Al igual que los Montes de Piedad, los Montes frumentarios fueron un poco banco, un poco asistencia, un poco préstamo, un poco regalo, un poco mercado, un poco solidaridad, gratuidad e interés, individuo y comunidad, honradez y corrupción, confianza y garantía, ciudad e iglesia. Los Montes frumentarios fueron una institución fundamental para la economía rural italiana (y de otros lugares), especialmente la economía del Centro-Sur, y lo fueron durante más de cuatro siglos (¡!). Y como los Montes de Piedad, los Montes Frumentarios nacieron también por imitación de instituciones preexistentes. Para los Montes pietatis, los franciscanos de la Observancia se inspiraron en la deposita pietatis romana (pietas era también una gran palabra romana) y en instituciones eclesiásticas posteriores de los primeros siglos, instituciones que eran "el fondo de depósito de la piedad, usado para sostener a los pobres... y también a los que naufragaban" (Tertuliano, Apol. 39,6). Pero, seguramente, los franciscanos imitaron sobre todo a las "casas de empeño" judías, aportando innovaciones: los bajos intereses, el tipo de prendas, el tiempo de los reembolsos… Los Montes frumentarios (o monte granero, granático, numismático, de la abundancia, del socorro, de la harina, de las castañas...) nacieron como desarrollo de depósitos públicos de grano y semillas gestionados en la Edad Media por municipios o monasterios para hacer frente a las malas cosechas y hambrunas - en Massa Marittima el "Palazzo dell'Abbondanza" data de 1265, el nombre del municipio de Montegranaro remite a depósitos públicos medievales (posiblemente romanos) de trigo, cebada y cereales. Los primeros iconos de la banca eran montes -pensemos en los banqueros Chigi-, lo que nos dice que el monte, el amontonar, el depósito, fueron la primera forma de las finanzas modernas.

El trigo fue el primer nombre de la economía mediterránea (F. Braudel), central para la vida de poblaciones mayoritariamente rurales, para los comercios, para la riqueza y para la pobreza de las ciudades, los feudos, el campo; y fue necesaria una guerra en Europa para recordarnos que seguimos viviendo y muriendo a base de trigo. Incluso la Biblia puede contarse como la historia del trigo y del pan: del maná a la Eucaristía. Los Montes frumentarios fueron la actualización de la sabiduría de José, de su capacidad para interpretar los sueños y hacer frente a los años de "vacas flacas" acumulando depósitos de trigo durante las "vacas gordas": una de las historias más dolorosas y hermosas sobre la fraternidad traicionada y curada está acompañada del olor a trigo, que es el mismo olor que el de la historia de Rut, antepasado de Jesús. El diezmo y el espigamiento eran instituciones de solidaridad en especie, propias de un mundo no monetario y predominantemente agrícola. El propio templo de Jerusalén, y antes de eso los santuarios, también cumplían la función de recolección, reserva y redistribución de semillas.

Los franciscanos convirtieron las viejas montañas de trigo en algo nuevo y crearon los Montes frumentarios. Frecuentando a la gente de las aldeas rurales, interpretaron sus sueños de vida, y comprendieron que el pequeño y mediano agricultor (aparcero o enfiteuta) se encontraba a menudo en grandes dificultades: bastaba una cosecha de miseria, un accidente, una enfermedad, una inundación, y el grano destinado a semilla para el año siguiente era consumido para no morir de hambre, por lo que, para la nueva siembra, el agricultor tenía que endeudarse, normalmente con usureros que lo llevaban a la quiebra. Los Montes frumentarios nacieron también en los mismos locales de los Montes de Piedad, pero con estatutos y funcionarios distintos. No eran instituciones de pura filantropía: sobre el grano se pagaba un "interés" no monetario. Generalmente se tomaba "un raso" del staio1 y se restituía "una cresta"; un pequeño interés, no muy diferente a la tasa monetaria de los Monte de piedad (en torno al 5%) - los franciscanos no pensaban que la gratuidad coincidiera con lo gratis.

La obra de Bernardino da Feltre fue fundamental para que en 1515 una bula papal (Inter multiplices, León X) reconociera la licitud de los Montes de Piedad. Los primeros Montes frumentarios franciscanos nacieron a finales de la década de 1580 entre Umbria y Abruzzo. Los nombres de estos primeros Montes - "Monte della Pietà del grano della Vergine Maria" en Rieti, o "Monte della Pietà del grano" en Sulmona- revelan un primer brote de los Montes Frumentarios a partir de los Montes de Piedad. Los franciscanos entendieron que en el contexto rural el préstamo monetario no funcionaba, e imaginaron bancos no monetarios. En efecto, el grano era decisivo en la vida y la muerte de la gente, y en un mundo con muy poca moneda en circulación, quien detentaba dinero tenía demasiado poder como para no abusar de él a través la usura. Más tarde, a los Montes frumentarios se unieron los Montes pecuniarios (que siempre prestaban grano y productos agrícolas, pero a cambio del pago en moneda), pero el uso del grano como moneda (la "grana") fue la gran innovación de los Montes, y la razón de su longevidad.

Hasta la fecha, parece que el Monte más antiguo es el de Norcia (1487), fundado por fray Andrea da Faenza (el verdadero misionero del grano). Sin embargo, es interesante que, en 1771, el historiador A.L. Antinori reivindicase la primacía de Leonessa: "En 1446, el Monte di Pietà estaba, bajo el cuidado de Antonio di Colandrea, mejor resguardado en Lagonessa, y se construyó una cámara acorazada para depósitos y prendas cerca de la plaza" (cf. Giuseppe Chiaretti, Leonessa Arte, Storia, Turismo, 1995). La piedra, un portal de entrada, se conserva hoy en el convento local de San Francisco. El pago de un interés al Monte frumentario fue más fácil de aceptar para la Iglesia, porque el nudo ético de la usura dependía de la antigua tesis de la esterilidad del dinero, una esterilidad que no existe en el trigo: aquí el interés (o el aumento) era considerado una reparticipación del beneficio natural fruto de la generosidad de la tierra (siembra 1 y cosecha 10).

El historiador Palmerino Savoia, que nos cuenta sobre la incesante labor de creación de Montes frumentarios a finales del siglo XVII por parte del obispo Orsini, futuro papa Benedicto XIII, también llamado "el labrador de Dios" (sobre el que volveremos), describe así el funcionamiento del Monte frumentario de Benevento: "El Monte era administrado por dos gobernadores y dos depositarios que permanecían un año en el cargo y eran nombrados por el arzobispo... El préstamo de grano se hacía cuatro veces al año: en octubre para ayudar a la siembra, en diciembre para ayudar a los necesitados en Navidad, en marzo para las fiestas de Pascua y en mayo para gloria de San Felipe Neri" (Una grande istituzione sociale: I monti frumentari, 1973, Acerra). Un detalle que nos dice qué eran las fiestas para nuestro pueblo: en medio de la miseria, y justamente porque eran pobres expuestos a la fragilidad radical de la vida, el día de la fiesta celebraban la vida, celebraban juntos para seguir esperando y para vencer a la muerte. Y la Iglesia, aquí verdadera maestra de humanidad, comprendió y aprobó los préstamos de grano para comidas y dulces especiales, que interrumpían el hambre y la penuria y decían a los pobres: 'no sois pobres por siempre y para siempre' - hoy hemos olvidado lo que son las fiestas porque olvidamos el arte de lo poco, el gran arte de los pobres. Y así, en la abundancia de la "grana", morimos de hambre festiva.

Algunas cifras nos indican qué eran los Montes frumentarios. En 1861 había 1.054 Montes frumentarios en el sur de Italia, el doble que en el norte, y de los cuales casi 300 estaban en Cerdeña; en el centro de Italia, sobre todo en Umbría y en las Marcas, había 402 (P. Avallone, "Il credito", en Il mezzogiorno prima dell'unità, editado por N. Ostuni y P. Malanima, 2013, p. 268).¿Por qué se extinguieron? En 1717, en la diócesis de Benevento -del entonces obispo Orsini- se contaban "157 Montes frumentarios", no sucursales sino instituciones independientes (P. Calderoni Martini, Fra Francesco Maria Orsini e il credito agrario nel sec. XVII, Nápoles, 1933). En el siglo XVIII, entre los protagonistas de los debates sobre los Montes frumentarios estaban los mejores economistas "civiles", desde Giuseppe Palmieri hasta Francesco Longano, alumno de Genovesi que de 1760 a 1769 apoyó y luego sustituyó al maestro enfermo en las lecciones de Economía Civil de Nápoles. Los Montes eran verdaderas instituciones económicas, financieras y éticas, no solo "obras pías".

Los franciscanos, y luego los obispos y los ciudadanos, entendieron que con la pobreza y la escasez de dinero, una solución, tan sencilla como olvidada, era reducir el uso del dinero. Comprendieron que se podía dar vida a una economía sin dinero: si lo necesario y escaso era grano, el propio grano podía convertirse en moneda, sin necesidad de otro intermediario. Saltaron un paso, acortaron la cadena de la economía y alargaron la cadena de la vida. Un paso menos se convirtió en un paso más. Innovaron quitando, reduciendo un grado de intermediación. Hoy hay miles de millones de personas excluidas del dinero, que necesitarían instituciones financieras nuevas, locales y globales, sin usura. ¿Seremos capaces hoy de imitar la creatividad ética y civil de los franciscanos de ayer?

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La tierra del nosotros/1 - Origen y significado de los "Montes Frumentarios".

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 23/09/2023

Los franciscanos, y luego la Iglesia y la sociedad, comprendieron que frente a la pobreza y la escasez de dinero, una solución, tan sencilla como olvidada, es reducir el uso del dinero. El mundo católico y meridional moderno también generó su propia idea de la economía, diferente en muchos aspectos a aquella del capitalismo nórdico y protestante. La reacción de la Iglesia de Roma al cisma luterano reforzó y amplificó algunas dimensiones del mercado y de las finanzas ya presentes en la Edad Media, y creó otras nuevas. En la serie "La tierra del nosotros", Luigino Bruni continúa su reflexión sobre los orígenes y las raíces del capitalismo y la sociedad en la época de la Contrarreforma.

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Esa otra economía del grano solidario

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