Regeneraciones/12 – Creyentes o no, los que trabajan por la paz encuentran al Padre
de Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 18/10/2015
“Estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros. Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios”.
San Pablo, Carta a los Romanos, 8
Muchas son las guerras que se combaten en nuestro planeta, en nuestras ciudades y en nuestros barrios. Muchas y diversas son también las armas, que sólo causan heridas, muerte y destrucción. Los milenios pasan pero el hermano sigue diciéndole a su hermano “vayamos al campo".
Pero cada vez que restauramos la paz después de un conflicto, Abel vuelve a vivir, el Adam vuelve a pasear con Elohim por el jardín de la tierra, y nosotros podemos mirarnos a los ojos con plena reciprocidad y absoluta gratuidad. Cada vez que construimos y reconstruimos la paz, nuestra acción se extiende también a la creación, a la naturaleza, a la tierra. Pero cuando dejamos de ser guardianes y negamos la paz, también la tierra, los animales y las plantas son humillados, heridos y muertos. A pesar de ser inocentes, se ven arrastrados en el remolino de nuestra violencia. Podemos verlo cada día con mayor claridad.
Paz, shalom, es una gran palabra bíblica, una de las más repetidas, fuertes y exigentes. La primera alianza de Elohim con los hombres tenía como fin restablecer la paz-felicidad original negada, regenerar esa shalom primordial traicionada por el pecado de Caín y por los igualmente atroces pecados de sus hijos. Hizo falta un primer constructor de paz, Noé, para que el arco iris pudiera brillar de nuevo sobre la tierra, para posibilitar la recreación del mundo y de los hombres. Los constructores de paz siempre construyen arcas para salvar a una humanidad rota. Son justos que escuchan una llamada a dejar su tierra para salvar la tierra de todos. Si el mundo sigue vivo a pesar de todo el mal que generamos es porque Noé no ha dejado nunca de construir arcas. Los profetas y todos los “bienaventurados” de la historia han mantenido con vida el arco iris en el cielo porque no han dejado nunca de construir la paz en una tierra siempre regada por la sangre de los hermanos. Las manos de Noé y de los constructores de arcas de paz han sido más fuertes y creativas hasta ahora que las manos de Caín y de los armadores de barcos de guerra.
A los constructores de paz no se les promete la tierra ni la visión de Dios, ni tampoco la misericordia. A ellos sólo se les promete un nombre: “Serán llamados hijos de Dios”. Pero es un nombre inmenso, el más grande de todos los nombres, un nombre sólo para ellos. Los constructores de paz son los pacificadores, los que recomponen relaciones rotas, los que dedican su vida a resolver conflictos generados por otros. Dejan una vida tranquila para que otros puedan vivir su vida en paz. Sólo por vocación es posible ser constructor de paz, edificador de shalom bíblica. No es únicamente cuestión de generosidad ni de altruismo. Para arriesgar la propia vida por la shalom de otros (de todos) hay que escuchar una voz interior, fuerte y profunda, que llama. La construcción de la paz no es únicamente tarea, aunque ciertamente la construcción y la reconstrucción de la paz forman parte de nuestra tarea. No es fácil resistirse a esta voz, a esta llamada interior. Es una llamada eficaz, aunque no sepamos de dónde viene o de quién es esa voz. Para ser constructores de paz basta escucharla y responder.
Nuestro tiempo conoce muchas formas de guerra y por consiguiente conoce también muchas construcciones de paz. Pero si no vuelve a caer el diluvio universal y la vida sigue es porque dentro de las guerras alguien construye la paz, introduciendo en el cuerpo células estaminales que lo regeneran o al menos no lo dejan morir. Alguien que, mientras los lobbies de los juegos de azar combaten su guerra contra los pobres inermes, intenta rescatar alguna pieza de “caza”, montar hospitales de campo para los heridos, reunirse con sus generales para implorar una paz que nunca llega. También son constructores de paz los que sufren porque no logran construir una paz imposible, pero no por ello abandonan. Un constructor de paz impotente y fracasado sigue siendo constructor de paz. No sabemos si en el reino de los constructores de paz son más numerosos los que logran ver la paz tras sus acciones o los que se pasan toda la vida construyendo una paz que nunca llega. Así, mientras se multiplican las construcciones de muerte, mientras los gobiernos aumentan sus inversiones en armas y en salas de juegos, mientras se matan niños en las calles de Brasil y de muchos otros lugares, Noé sigue obedeciendo a la voz que le llama y vuelve a construir hoy su arca.
El Evangelio promete que a los constructores de paz les llegará el día de la bienaventuranza, el día en que se sientan llamados ‘hijos de Dios’. La bienaventuranza de los constructores de paz es un nombre pronunciado, consiste en sentirse llamados con otro nombre. Su felicidad estriba en oír la voz que pronuncia un nombre nuevo. En todas las bienaventuranzas nos sentimos llamados felices; pero el contenido mismo de la bienaventuranza de los constructores de paz es sentirse llamados por su nombre. Son llamados bienaventurados mientras son llamados con otro nombre.
En el mundo bíblico “hijo de Dios” era el nombre más alto, hermoso y grande que un ser humano podía recibir. Sin embargo hoy hay auténticos constructores de paz, de shalom, que no experimentarían felicidad alguna si alguien les llamara “hijos de Dios”, porque han perdido todo contacto con el humanismo bíblico o nunca lo han conocido. No obstante, la bendición-bienaventuranza es también para ellos, porque debe valer para todos los constructores de paz. Las bienaventuranzas son verdaderas para algunos si son verdaderas para todos aquellos que se encuentran objetivamente en una determinada condición. En esta universalidad está su profecía y su fuerza revolucionaria. Superan todas las fronteras y recintos de las religiones, de los credos confesionales y de las ideologías. En el reino de los bienaventurados hay muchos más habitantes que los que frecuentan las iglesias, las sinagogas, las mezquitas, los templos. Todos los puros de corazón deben ver a un Dios invisible, todos los que tienen hambre de justicia deben ser saciados, la tierra prometida es la tierra de todos los mansos. Todos los constructores de paz deben sentirse llamados “hijos de Dios” y experimentar la bienaventuranza-felicidad, también los que ya no saben qué significan estas palabras.
Las bienaventuranzas viven en la carne de las personas. Podemos, por mil motivos, no desear que nadie nos llame ”hijos de Dios” (quizá simplemente porque el Dios que conocimos era poco interesante, y no se desea ser hijo de alguien a quien no se estima). Pero si creemos en la verdad y el humanismo de las bienaventuranzas, todos los constructores de paz deben experimentar una felicidad especial al sentirse llamados por ese nombre, y deben poder entenderlo.
Si creemos en la promesa, debemos estar seguros de que llega un día en que los constructores de paz escuchan su nombre y descubren una filiación nueva y distinta. En medio de la buena y pacífica lucha por intentar construir la paz, junto al nombre que les dieron sus padres se desarrolla otro nombre. Se sienten re-generados por aquel que les ha llamado e intuyen que esa voz interior es otra madre, otro padre. Ya no se sienten huérfanos en su soledad. Si no estamos convencidos de la existencia de esta filiación distinta, podemos preguntar a los constructores de paz. Nuestro primer nombre lo aprendimos de tanto oírlo en boca de los que nos amaban (de niños descubrimos nuestro nombre porque alguien nos llama así). El nombre nuevo de la paz también lo aprendemos oyéndolo en boca de alguien que nos llama.
Los constructores de paz acceden a una dimensión profunda de la vida y reciben un segundo nombre. De sus luchas de paz y por la paz salen heridos pero con un nombre nuevo. Heridos y bendecidos. Como Jacob. La bendición es el don de un nombre nuevo. Y así posiblemente experimenten lo más grande que se puede experimentar en este mundo: descubrir que el propio espíritu está habitado por un espíritu más profundo, un espíritu que habla, que llama. Descubrir que albergamos un soplo que no hemos producido y que estaba allí esperándonos desde siempre. Descubrir que nuestro primer nombre ocultaba un segundo nombre, más profundo y totalmente gratuito. Si no sentimos este soplo al menos una vez en la vida, si no llegamos nunca a conocer nuestro segundo nombre, no alcanzaremos la verdad más profunda sobre nosotros mismos, la vida espiritual no comenzará y seguiremos toda la vida hablando con nuestro yo aunque lo llamemos Dios. La construcción de la paz a nuestro alrededor es fundamental porque se convierte en vía maestra para recibir este nombre nuevo, para re-conocernos.
Para terminar, hay una relación profunda entre la fraternidad y la construcción de la paz. En la fraternidad es donde nos descubrimos como hijos. Un día Jacob envió a su hijo José a ver cómo se encontraban sus hermanos que estaban lejos, cómo se encontraban de shalom (37,14). Por el camino un hombre le preguntó: "¿Qué buscas?". Le respondió: "Busco a mis hermanos". A los hermanos los encontró pero no encontró ni shalom ni fraternidad. Los hijos de Jacob, como sabemos, renegaron de su shalom y profanaron la fraternidad. No hay fraternidad sin shalom (es decisivo recordarlo precisamente mientras la tumba de José está ardiendo por la guerra de los corazones, las mentes y los cuchillos).
Pero entre todos los constructores de shalom existe una fraternidad espiritual. Son hijos de la misma llamada y por consiguiente hermanos y hermanas. Esta red universal de fraternidad es la que regenera cada día la tierra manchada por la sangre de los fratricidios, como anticipo de una nueva tierra que está por llegar, que aún gime en espera de la plena revelación de los constructores de paz. "Bienaventurados los constructores de paz, serán llamados hijos de Dios".
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