No rendirse al éxito

No rendirse al éxito

 

La gran transición/8 - La trampa del "anochecer a mediodía"  y su antídoto 

de Luigino Bruni

publicado en  Avvenire el 22/02/2015

Habían quedado en el campamento dos hombres, uno llamado Eldad y el otro Medad. Reposó también sobre ellos el espíritu ... y se pusieron a profetizar en el campamento. Un muchacho corrió a anunciar a Moisés: «Eldad y Medad están profetizando en el campamento». Le respondió Moisés: «¿Es que estás tú celoso por mí? Ojalá todo el pueblo profetizara»

 Libro de los Números, 11.

Las organizaciones, comunidades y movimientos son organismos vivos: nacen, crecen y mueren; enferman y se curan. Hay una enfermedad, que el domingo pasado definíamos como “autoinmune”, especialmente grave y de difícil cura, sobre todo porque sus primeros síntomas se interpretan como señales de éxito y de buena salud. Como ocurre en todas las enfermedades autoinmunes, los factores que antes protegían y hacían crecer a una OMI (Organización con Motivación Ideal), en un momento determinado empiezan a infectar el cuerpo social al que estuvieron alimentando durante mucho tiempo.

Pensemos en el tema crucial de las estructuras y la burocracia de las OMIs. El nacimiento de la organización, las obras e instituciones del “carisma”, son señal de la fecundidad y fortaleza de la experiencia. Su aparición se ve y se celebra como una bendición y un gran signo de fecundidad. Pero, mientras que al comienzo las estructuras son fruto de la vida y están a su servicio, puesto que han nacido de encuentros, necesidades y peticiones llegadas a la OMI desde fuera, llega un momento en el que las estructuras comienzan a producirse desde dentro para adelantarse a necesidades futuras y potenciales “demandas”. Aumentan las estructuras centrales y auxiliares, y se crea y desarrolla una burocracia interna que absorbe cada vez más energías y fuerzas humanas y espirituales, para gestionar las estructuras creadas por el éxito inicial. Progresivamente se va desarrollando una clase burocrática con dedicación exclusiva que crece de forma hipertrófica, y esto, en lugar de ser percibido como una señal de declive, se interpreta como una fortaleza o un éxito de la organización-movimiento. Sin estructuras e instituciones, nuestros ideales se quedarían en experiencias pasajeras que no dejarían huella en la historia. Pero las estructuras y la necesaria burocracia puede acabar, como en el mito de Edipo rey, comiéndose al padre que las engendró, tal vez, como en la tragedia, sin quererlo ni saberlo.

Esta ley “del comienzo del atardecer a mediodía” la encontramos en muchas realidades humanas, sobre todo en las más grandes y excelsas. Actúa, por ejemplo, en las personas más dotadas de talento. El escritor o el artista alcanzan su máxima expresión gracias a los encuentros o a las lecturas que les nutren en su fase de formación y ascenso. Pero en ese momento es cuando el éxito puede devorar el talento.

El escritor deja de nutrirse de biodiversidad y comienza a nutrirse de sí mismo, a auto-consumirse, seguro y alimentado por el éxito. Empieza a ojear los libros de otros autores por la última página, buscando su nombre en el índice de citas. Como en cualquier otro narcisismo, se enamora de su propia imagen reflejada, hasta ahogarse en el lago de su propio talento. Deja de sentir la necesidad de aprender, escuchar y ser criticado. Aquí comienza el declive de la creatividad que, al principio, no parece tal porque convive con el aumento de fans, de lectores, de reconocimiento y de consenso. En realidad, es el comienzo del ocaso. Podemos salvarnos si somos capaces de darnos cuenta del declive desde el principio, cuando todos y todo habla únicamente de triunfo, y si actuamos en consecuencia. En cambio, si esperamos al momento de la puesta del sol para darnos cuenta del declive, el proceso se encuentra ya muy avanzado y muchas veces puede incluso ser irreversible. Como en las demás enfermedades autoinmunes, la cura puede venir desde fuera del organismo. Solos únicamente vemos el mediodía. Los demás ven más y mucho antes, sobre todo si son semejantes y no simples seguidores, y si tienen el valor de arriesgarse a acabar siendo (muy probablemente) como el “grillo parlante”.

Algo parecido ocurre con las OMIs más grandes y mejores, que se parecen mucho a los artistas, a las personas geniales. No existen en el mundo realidades más creativas, sublimes y apasionantes que las OMIs. El oficio más importante de sus fundadores y/o responsables es alcanzar a ver en el culmen del éxito su potencial autodestructivo y comportarse en consecuencia, tomando decisiones organizativas drásticas y dolorosas (como, por ejemplo, desalentar la homologación de sus miembros, reducir la distancia entre los líderes y el grupo, luchar contra la auto-referencialidad, no complacerse al oír el eco de la propia voz en los seguidores, favorecer la autonomía de pensamiento de las personas…).

En cambio, como nos muestra la historia, es casi inevitable caer en lo contrario y construir organizaciones y estructuras jerárquicas para orientar toda la actividad y todas las capacidades de todas las personas hacia la potenciación y el desarrollo de esos éxitos y consensos.

¿Cómo podemos salvarnos de este triste final que se autogenera y que nadie desea? ¿Qué hacer para no enamorarnos de nuestros propios éxitos y no auto-condenarnos así a la esterilidad? Casi todo depende de la capacidad de los líderes para no cometer un error tan común como fatal: el reduccionismo de la identidad. Este error se comete cuando los responsables, con el fin de orientar todas las energías morales de los miembros hacia los fines de la organización, piden el monopolio de las personas. Entonces crean individuos con una identidad “de una sola dimensión”, reduciendo, muchas veces sin querer, la complejidad antropológica y motivacional. Se olvida que cada persona, sobre todo si es de calidad, sobrepasa la misión de la organización o del movimiento, por grande que sea. Aquí está la verdadera dignidad de cada persona, que es más grande que cualquier paraíso que se le prometa.

La importancia de evitar este error vale para todas las OMIs, pero es decisiva en las comunidades espirituales que, por su naturaleza, viven de personas que tienen una vocación con una identidad dominante, anclada en un “para siempre”. Aquí un grave peligro consiste en no reconocer que la identidad dominante no es nunca el único eje de la persona, y que su florecimiento dentro y fuera de la OMI depende del juego y de la mutua fertilización de las múltiples dimensiones que componen su vida. Aquí también es de aplicación la paradoja de la gratuidad: para que las personas puedan florecer y enriquecerse a sí mismas, a la organización y al mundo, es necesario no poseerlas, no usarlas, no consumirlas, no instrumentalizarlas, ni siquiera para los fines más nobles.

Para que el seguidor de un “carisma” pueda crecer bien, debe encontrar su forma personal de corresponder a la vocación que ha recibido, encontrar y cultivar su propio “carisma” dentro de todo lo que le precede. Si todos los componentes de una OMI deben evitar el error del “monopolio”, sus responsables deben ser los primeros, no dejándose llevar por esas tendencias, aunque se lo pidan las mismas personas que llegan buscando una identidad fuerte y totalizadora. Si se dejan llevar, pronto se encontrarán con personas debilitadas que, con el paso de los años, pierden riqueza antropológica, moral y espiritual. Evidentemente, todos estos resultados son no intencionados y por ello son muy difíciles de ver y de curar. Por eso es tan importante hablar de ellos.

Cuando faltan esta gratuidad y esta castidad organizativa, las personas con vocación “funcionan” durante algunos años, tal vez una década, pero casi inevitablemente llegan a una crisis radical donde, para salvarse, o bien abandonan o bien renuncian a florecer. El mundo de las órdenes religiosas y de las comunidades carismáticas nos ofrece una evidencia empírica abundante y creciente.

En un momento determinado, la vida pone a estas personas en una encrucijada: reapropiarse de la propia vida en su globalidad buscando un nuevo florecimiento fuera de la OMI, o conformarse con una vida reducida, sin eros ni deseo, aunque esta vida redimensionada se acepte por virtud y fidelidad a uno mismo (produciendo tal vez incluso una excelencia moral individual, pero raramente para la OMI). Esta castidad y esta gratuidad organizativas son muy raras y siempre muy difíciles, porque exigen a los responsables la capacidad de asistir al desarrollo de vocaciones inéditas e imprevistas, a tocar nuevas fronteras distintas de las ya abiertas.

Deben saber apreciar y gustar no sólo las buenas ejecuciones orquestales de partituras ya escritas, sino dejarse sorprender por nuevas partituras, nuevas músicas y danzas diversas. Las OMIs que han sabido vivir durante muchas generaciones, han sabido generar no sólo buenos intérpretes sino también muchos “compositores” de nuevas partituras que, a partir del primer motivo dominante, han escrito nuevas melodías, a veces incluso conciertos y sinfonías, con los que han seguido embelleciendo el mundo y el cielo.

Para terminar, como nos muestran la historia y la vida, un gran mensaje de esperanza es que es posible que estos nuevos conciertos, danzas y sinfonías florezcan también dentro de las OMIs ya afectadas por la enfermedad autoinmune. En primer lugar porque la vida es imprevisible y más interesante que nuestras descripciones. Como les ocurre a las personas, también las organizaciones y las comunidades un día pueden despertarse curadas o en proceso de curación. Además, en las realidades humanas siempre quedan ámbitos vitales, lugares y periferias donde algunos “profetizan” también en los márgenes del campamento. Es posible salvarse porque, incluso en las situaciones más comprometidas, siempre existe una tercera posibilidad. Hay muchas personas (he conocido algunas de ellas) que por un don misterioso pero real consiguen hacer una experiencia parecida a la que Jesús propone a Nicodemo: siendo “viejo”, renacer como “niño”. Es posible hacerse adulto sin dejar de ser “niño”. Es posible crecer bien permaneciendo en la OMI sin hacerse cínico y sin desencantarse. Una célula estaminal es capaz a veces de regenerar todo el organismo. Esta tercera opción siempre es posible, en todos los contextos, en todas las OMIs, en todas las comunidades. Todos los días.

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