Capitales narrativos

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Capitales narrativos/10 – El reto de impedir la transformación del ideal en ideología

Luigino Bruni

Publicado en  pdf Avvenire (49 KB) el 14/01/2018

180114 Capitali narrativi 10 rid«Examina qué pasaría si [los hombres atados dentro de la caverna] fueran liberados de sus cadenas y conforme a naturaleza, les ocurriera lo siguiente. Cuando uno de ellos fuera desatado y obligado a levantarse súbitamente y a volver el cuello y a andar y a mirar la luz ... ¿crees que envidiaría a quienes gozaran de honores y poderes? ... ¿O preferiría sufrir cualquier otro destino antes que vivir en aquel mundo de lo opinable? ... ¿No daría que reír? ¿Y no matarían, si encontraban manera de echarle mano y matarle, a quien intentara desatarles y hacerles subir?»

Platón, La República

Es típico del pensamiento ideológico – de todas las ideologías pero sobre todo de las de naturaleza religiosa – crear una representación dicotómica o gnóstica del mundo. Se exalta la felicidad, la belleza, la verdad y la luz de aquellos que se encuentran dentro de esa experiencia y se resta valor a la felicidad y la belleza ordinarias de los que están fuera. La amistad, el trabajo, el juego, el arte y la vida de todos ya no bastan. Es necesario cargar todas esas realidades de significados añadidos extraordinarios y distintos. Cuando esto ocurre, pronto dejamos de alegrarnos de “ver sin más” a un amigo, de “trabajar sin más”, de “rezar sin más”, de “pintar sin más”. Empezamos a creer que una vida sencilla no es suficiente para vivir. Y mientras nos convencemos de que vivimos más que los demás, corremos el riesgo de dejar de vivir de verdad.

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Este proceso de reducción del valor de las cosas ordinarias de la vida es especialmente importante y relevante en el caso de las personas dotadas de talentos de creatividad: artistas, intelectuales, poetas, filósofos, teólogos… Ellos son los innovadores, poseen una creatividad primaria y original que hace que el carisma pueda seguir siendo generativo. Son el carisma del carisma. Las comunidades ideales y “carismáticas”, sobre todo en la fase de fundación, atraen a personas con talentos especiales y artísticos. Hay una profunda afinidad entre carismas espirituales y carismas artísticos, porque ambos son una voz que llama, habla y grita en el interior. Al mismo tiempo, es frecuente que, después de las etapas de la fundación, muchas de las personas dotadas de los mayores talentos se vayan o se apaguen. A veces con la pérdida de la vocación ideal se pierde o se apaga también la vocación artística, pues las dos voces en el tiempo se han hecho (casi) una sola.

Este triste final depende profundamente de la capacidad que tenga la comunidad (y sus fundadores/responsables) para cuidar y respetar los talentos originales de su gente, sin inmolarlos en el altar de las exigencias de crecimiento de la institución, venciendo la natural avaricia de usar esos talentos y esas personas fascinantes principalmente para los fines ideales de la comunidad. Las personas que han recibido un don de creatividad y a la vez una vocación espiritual, tienen una valiosa tarea en las comunidades: impedir la transformación del ideal en ideología. El contacto primario y directo con la vida, típico (aunque no exclusivo) de los artistas y de los intelectuales, permite esa pluralidad y biodiversidad que salva a las comunidades de la deriva ideológica. Son personas capaces de decir las cosas de forma distinta, y esta diversidad original y originaria permite que los ideales permanezcan genuinos y vivos. La vocación artística, al igual que la espiritual-carismática, es una vocación originaria, primitiva y no derivada. Pero no es fácil, aunque sí decisivo, comprender que las personas pueden tener varias vocaciones originarias y primarias, sin que una de ellas deba necesariamente morir para que la otra viva. La identidad crece bien siempre que una dimensión de la vida no se convierta en monopolio. Pero todo esto es muy arriesgado y por eso se prefiere contar con personas ”reducidas” pero ciertas antes que con personas “enteras” pero inciertas.

Las comunidades, particularmente las espirituales y carismáticas, habitualmente no quieren “artistas sin más”. Quieren y forman artistas e intelectuales al servicio del mensaje. No creen que del “arte sin más” pueda, tal vez, florecer ese arte carismático especial cuya necesidad sienten. Piensan que podrán obtener un arte distinto orientando la primera vocación natural a la segunda ideal. Y lo hacen de varias maneras. A veces simplemente impidiéndoles cultivar el violín, la literatura, la danza o el estudio, para dedicar todas sus energías vitales y espirituales a la nueva “vocación”. Otras veces - estos son los casos más interesantes de analizar – pidiéndoles que subordinen sus talentos y su creatividad a los fines de la comunidad y a su mensaje. Antes esculpían flores y bajorrelieves; ahora solo crucifijos y ángeles.

Los apartan de los ambientes normales y comunes, mestizos y promiscuos, donde crece la vida de verdad, para colocarlos en un pedestal al vacío desde donde dar gloria con las obras a la comunidad, al carisma y quizá a Dios. El arte y la cultura se convierten así en una producción ideológica, donde el mensaje devora al arte y al pensamiento (y a Dios), por falta de gratuidad y libertad. La historia nos ofrece abundantes evidencias de ello. La vocación artístico-intelectual pasa de primaria a secundaria y subordinada.

Los artistas sirven a sus comunidades si son capaces de permanecer conectados directamente con otras capas de la tierra, profundas y distintas de aquellas donde bebe el carisma de la comunidad. Esta agua distinta enriquece el agua de todos (y la suya propia). Sin embargo, si un día la comunidad decide taponar el acceso directo a esa vena subterránea distinta y conecta mediante una tubería al artista con la única fuente de todos, el campo común pierde nutrientes y fecundidad. Las vocaciones artísticas y originariamente creativas son un bien común si aportan otras aguas distintas de la que mana abundante de la fuente de los fundadores. En cambio, cuando el virus ideológico gana terreno, todas las fuentes de la comunidad se conectan al único acueducto principal.

La pobreza narrativa de muchas Organizaciones con Motivación Ideal (OMI) no depende solo de la escasez de talentos narrativos y, por tanto, de la falta de artistas e intelectuales. Lo que bloquea el desarrollo y el atractivo de las comunidades ideales en las generaciones posteriores a la fundación no es principalmente la falta de talentos. La crisis es fruto de la carestía de vocaciones artísticas e intelectuales “enteras”, libres y originarias.

En estos procesos y escenarios, juega un papel muy importante la gestión y la custodia que cada persona hace de su vocación artístico-intelectual. Después de los primeros tiempos (años) felices, cuando la nueva “segunda llamada” absorbe cada deseo y cada fantasía anterior, si el crecimiento es bueno, en un momento determinado comienza el conflicto entre la voz individual y la de la comunidad (que analizamos el domingo pasado en el artículo anterior). Cuando llega (si llega) el día del “despertar”, también los portadores de una vocación artística están llamados a elegir, al igual que los demás miembros aunque de forma distinta. Pero el artista-intelectual tiene responsabilidades concretas y muy relevantes. Si elige la autenticidad fingida, produce daños profundos y graves. Todo fingimiento es dañino en la vida y en particular en las OMIs. Pero pocas cosas hacen más daño que unos artistas e intelectuales fingidos. Si un artista, una vez liberado de las cadenas ideológicas y por tanto después de haber visto la realidad distinguiéndola de su sombra, vuelve donde están sus compañeros encadenados y, en lugar de liberarlos, elige atarse de nuevo y empezar a hablar de las sombras como si fueran la realidad, en ese momento comienza a perder su alma y a comprometer seriamente el buen crecimiento del alma de su comunidad. Permanecer en la ideología es un mal para todos, pero resulta mortal y mortífero para quienes han recibido el don de reconocer la ideología y en cambio hablan de ella como si fuera la realidad.

Esta es una de las muchas expresiones del fenómeno de la falsa profecía, muy antiguo y serio, descrito ampliamente por los profetas bíblicos. La falsa profecía aparece cuando el “profeta” decide (por debilidad o por interés) acallar la voz que le sigue habitando y empieza a decir las cosas que la comunidad y los jefes quieren que diga. Se convierte así en un falso profeta (y pronto se apaga también la voz interior). La comunidad pierde calidad, biodiversidad y capacidad de generar. Y su carisma se apaga. Al lado de los falsos profetas que saben que lo son, hay otros que lo son de buena fe, bien porque son todavía demasiado “jóvenes” y por consiguiente no viven ninguna tensión en el alma entre las dos voces, bien porque sinceramente creen vivir su autenticidad sacrificando voluntariamente la primera vocación a la nueva (en realidad muchos de ellos no tenían una auténtica vocación sino que únicamente desempeñaban un oficio artístico-intelectual).

La calidad del presente y del futuro de estas comunidades depende sobre todo del dinamismo y de la evolución de las elecciones que realizan los artistas-intelectuales que tratan de permanecer fieles a las dos vocaciones primarias de su vida. Estos se encuentran en una posición particularmente incómoda y dolorosa. Deben custodiar la “segunda vocación comunitaria” junto con la “primera vocación artística”. Pero custodiar la primera vocación es una empresa individual, a menudo solitaria, sin instrumentos comunitarios que la protejan, con muy pocos acompañantes y consejeros que la comprendan. Con el paso del tiempo, la tensión entre las dos voces crece y se presenta con fuerza la tentación de inmolar la primera a la segunda vocación, un sacrificio que muchos desean y aplaudirían con estruendosos aplausos. Hace falta una infinita mansedumbre para que las vocaciones plurales puedan seguir viviendo y dando vida.

La existencia de una pequeña cantidad de personas resilientes, capaces de ser fieles a sus dos vocaciones, es esencial para la salvación de las comunidades ideales. Porque la OMI que, en su desarrollo, consume a las personas más creativas enviadas por la Providencia para escribir sus páginas más bellas y nuevas, no genera ningún nuevo capital narrativo bueno. La lógica bíblica del “resto” fiel está en la raíz de la salvación de las comunidades ideales en tiempos de exilio y destrucción de templos. Son ellos quienes escribirán y reescribirán las primeras historias de los padres, quienes compondrán nuevos cánticos e himnos espirituales, quienes recordarán y guardarán la primera alianza y la primera promesa, quienes prepararán la espera no vana de una nueva y maravillosa alianza.

***

Termina aquí la inmersión en los capitales narrativos de las OMIs y de las comunidades. Se podrían añadir muchas cosas, y tal vez lo hagamos en una próxima serie de artículos. A partir del próximo domingo volveremos a sumergir el corazón y el pensamiento en la Biblia, con el comentario al libro de Samuel y sus infinitas historias. Gracias una vez más a las personas que me han seguido a lo largo de estos diez capítulos, a los lectores que me han enviado valiosos comentarios, críticas o sugerencias, a la generosa confianza del director Marco Tarquinio y de Avvenire, que me permite continuar la búsqueda, humilde y tenaz, de nuevas palabras vivas con las que amar nuestro tiempo.

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Capitales narrativos/10 – El reto de impedir la transformación del ideal en ideología

Luigino Bruni

Publicado en  pdf Avvenire (49 KB) el 14/01/2018

180114 Capitali narrativi 10 rid«Examina qué pasaría si [los hombres atados dentro de la caverna] fueran liberados de sus cadenas y conforme a naturaleza, les ocurriera lo siguiente. Cuando uno de ellos fuera desatado y obligado a levantarse súbitamente y a volver el cuello y a andar y a mirar la luz ... ¿crees que envidiaría a quienes gozaran de honores y poderes? ... ¿O preferiría sufrir cualquier otro destino antes que vivir en aquel mundo de lo opinable? ... ¿No daría que reír? ¿Y no matarían, si encontraban manera de echarle mano y matarle, a quien intentara desatarles y hacerles subir?»

Platón, La República

Es típico del pensamiento ideológico – de todas las ideologías pero sobre todo de las de naturaleza religiosa – crear una representación dicotómica o gnóstica del mundo. Se exalta la felicidad, la belleza, la verdad y la luz de aquellos que se encuentran dentro de esa experiencia y se resta valor a la felicidad y la belleza ordinarias de los que están fuera. La amistad, el trabajo, el juego, el arte y la vida de todos ya no bastan. Es necesario cargar todas esas realidades de significados añadidos extraordinarios y distintos. Cuando esto ocurre, pronto dejamos de alegrarnos de “ver sin más” a un amigo, de “trabajar sin más”, de “rezar sin más”, de “pintar sin más”. Empezamos a creer que una vida sencilla no es suficiente para vivir. Y mientras nos convencemos de que vivimos más que los demás, corremos el riesgo de dejar de vivir de verdad.

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La infinita mansedumbre que nos salva

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Capitales narrativos/9 – La infancia en el espíritu es el vértice de la vida adulta

Luigino Bruni

Publicado en pdf Avvenire (44 KB) el 07/01/2018

180107 Capitali narrativi 09 rid«Nos hizo falta mucho talento para envejecer sin hacernos adultos»

Jacques Brel La chanson des vieux amants

A todas las organizaciones y comunidades les gusta tener miembros que se identifiquen auténticamente con su misión institucional, que amen genuinamente sus narraciones, que crean de verdad en lo que dicen y en lo que hacen. Esta difícil operación de sincera identificación individual con la misión institucional da muy buenos resultados en el ámbito de las comunidades y Organizaciones con Motivación Ideal (OMI), sobre todo cuando los ideales son tan altos que agujerean el cielo y nos dejan entrever el paraíso. Entonces se crea una sinergia perfecta entre persona y comunidad. Cada individuo cree, espera, ama y desea las cosas de los demás, sin que esta “socialización del corazón” sea vivida como una alienación y una expropiación de cada corazón.

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Cuando visitamos comunidades así, lo que más nos llama la atención es esta interioridad dilatada, que se puede respirar y tocar. Vemos ante nosotros un grupo humano, pero tenemos la impresión de ver a una única persona que subsiste en la multiplicidad de personas. Se ha creado un estilo comunitario inconfundible, una personalidad colectiva que informa el lenguaje, la decoración, los ritos colectivos, las expresiones artísticas e incluso los rasgos somáticos. Todos cuentan sinceramente la misma historia.

Hay una fase de la vida, por lo general la primera y la segunda juventud, donde cada persona vive este ensimismamiento yo-nosotros con un enorme entusiasmo y con una sensación de gran plenitud, sin problema alguno. No advierte ninguna falta de autenticidad cuando siente, piensa y habla con los pensamientos y con las palabras de la comunidad, porque sinceramente las siente suyas y las vive de forma muy íntima. Ningún camino ideal podría comenzar sin esa especie de transubstanciación espiritual y antropológica, que es una forma de “boda mística” entre el alma individual y el alma colectiva. El nosotros ideal se convierte natural y gozosamente en el yo ideal. Solo nos sentimos en casa cuando nuestros sentimientos se alinean con los de los demás, cuando la inhabitación recíproca de las emociones roza la perfección. Sufrimos y nos alegramos por las mismas cosas y del mismo modo, rezamos todos con las mismas palabras, leemos (casi) las mismas palabras de la Biblia, las mismas palabras de los fundadores. La presencia de esta fase de total adhesión libre, íntima, sincera y generosa del alma a la comunidad expresa la esencia de esa misteriosa realidad a la que llamamos “vocación”.

Cuando nace una comunidad o una organización, su mayor patrimonio es precisamente la presencia de muchas personas que, de forma sincera y auténtica, viven esta coincidencia entre el yo y el nosotros. Resultan convincentes y conquistan a muchos porque creen genuina y totalmente en el mensaje que anuncian. El crecimiento exponencial que conocen muchas comunidades ideales en los primeros tiempos depende en gran medida de la perfecta identificación de cada yo individual con el nosotros comunitario. Es una de las experiencias más emocionantes del repertorio humano.

Esta fase nunca es breve, puede durar muchos años. Pero no debe durar siempre. Si no termina en un momento dado, se transforma de “bendición” en “maldición”. La espléndida juventud de las vocaciones solo entrega su perla si es capaz de morir. Sin embargo, muchas veces, demasiadas, la experiencia de la juventud no termina, sino que dura toda la vida y genera una de las enfermedades colectivas más graves y frecuentes.

A todos nos resulta difícil hacernos adultos, pero cuando pasamos una maravillosa juventud vocacional con nuestro yo convertido, sinceramente, en nosotros, es aún más difícil (y estupendo).  Muchas veces la enorme riqueza de la primera y hermosa etapa de la nueva vida nos abruma. Es otra expresión de la conocida “maldición de la abundancia”. Las personas que gestionan las comunidades se enamoran, pero luego suelen acostumbrarse a disponer de las infinitas energías morales de esta juventud y, más o menos inconscientemente, hacen todo lo posible para que dure el mayor tiempo posible. Las personas individuales, por su parte, carecen de “incentivos” para salir de esta forma de infancia, donde se encuentran muy a gusto. El equilibrio es perfecto y estable. Por eso, demasiadas personas siguen siendo adolescentes toda la vida, tal vez creyendo que han alcanzado la cima de la vida espiritual cuando en realidad lo que han alcanzado es la punta de plástico de la cucaña. La infancia en el espíritu no es la infancia antropológica y psicológica, sino el vértice de una vida adulta que se hace niña de otro modo, sin buscarlo. El principal problema de muchas comunidades es que tienen demasiadas personas tranquilas que ni siquiera alcanzan el estadio antropológico del conflicto entre el yo y el nosotros (y mucho menos lo superan). Sin embargo, el primer indicador de madurez y libertad de una comunidad ideal y el indicador de calidad de sus personas es la existencia de personas en crisis por este mismo motivo, luchando por una nueva madurez. También en este caso, la gravedad de la patología consiste en confundir la salud con la enfermedad.

A veces algunas personas llegan a la crisis y la armonía yo-nosotros comienza a vacilar. Son personas que han mantenido con vida algún deseo, que han sabido cultivar lecturas distintas a las de la mayoría, que no han perdido el contacto con las heridas verdaderas de los pobres verdaderos, que no han cortado con los amigos de ayer, que han seguido rezando con las viejas oraciones de las abuelas y no solo con las oraciones nuevas y especiales. Estas personas pueden recibir la gran bendición de hacerse adultas.

Pero, incluso en estos felices casos, es raro que la gestión de la crisis-bendición sea buena. Los obstáculos más altos se encuentran dentro de la persona. Cuando esta advierte las primeras grietas en el bloque inalterable de la interioridad e identidad primeras, las niega y las rechaza. No quiere verlas porque, paradójicamente, en lugar de interpretarlas como síntomas divergentes del comienzo de una nueva autenticidad, las vive como falta de autenticidad y de verdad. Se asusta mucho y se detiene. Además, a esta sensación subjetiva de inautenticidad y traición que frena a la persona, se le añade otro obstáculo, altísimo, representado por los responsables que, de buena fe, con frecuencia aconsejan la vuelta a la armonía y a la paz anterior. No alcanzan a reconocer la bendición en los primeros síntomas de este tipo de crisis y luchan contra ellas.

La inmensa mayoría de las posibles crisis se abortan antes de nacer. Son negadas y rechazadas como tentación o como traición. Es un infinito e inconmensurable desperdicio de valores humanos, un océano de dolor.

Una de las razones – este es un punto decisivo – es que a partir del día siguiente a la aparición de las primeras grietas, ya no se puede volver a la primera autenticidad pacificada y sincera. La primera crisis es un punto de no retorno. Únicamente se puede y se debe ir hacia delante. Todo retorno es, esta vez verdaderamente, inauténtico. Las personas no pueden reír, alegrarse ni rezar como en los primeros tiempos. Sus carcajadas y sus oraciones se parecen a las de ayer, pero ya no son las mismas. Y así, tratando de colmar la distancia que separa lo que se siente y lo que se dice verdaderamente de lo que se siente y se dice casi verdaderamente, se comienza a simular una parte de emociones y sentimientos. Ha empezado la etapa de la autenticidad fingida.

A veces, el aumento de esta distancia produce una nueva crisis, que por lo general termina como la primera, con una nueva marcha atrás cada vez menos convencida y más infeliz. Dentro de las comunidades conviven personas auténticamente convencidas del “nosotros” con otras personas que se comportan como si estuvieran verdaderamente convencidas aunque cada vez lo están menos. Pero cuando el porcentaje de los que actúan “como si” estuvieran convencidos supera al de los convencidos de verdad, el declive es rápido. Las energías espirituales y morales de la autenticidad parcial son mucho menores y la capacidad para atraer a nuevos miembros es aún más pequeña. La autenticidad simulada no dura mucho y consume el alma de las personas, hasta que las apaga. Muchas personas dejan las comunidades (aun cuando formalmente permanezcan en ellas) agotadas por estos ejercicios de simulación. Si la parte de autenticidad fingida no evoluciona elaborando una nueva síntesis del primer “nosotros”, acaba infectándose y contagiando a la parte de sincera fe en el mensaje original, hasta que deja de creer en él (muchas personas reniegan de ideales juveniles a los que no han dado la posibilidad de crecer y por eso se han convertido en banales). Muchas comunidades espirituales y OMIs no llegan a una segunda generación después de la fundación porque, colectivamente, no logran superar esta primera juventud sin fin, y el “nosotros” de la infancia – el genuino y el simulado – devora al posible y hermoso nosotros de la vida adulta.

En raras ocasiones una segunda (o enésima) crisis logra generar finalmente una nueva vida, una nueva alma individual y colectiva. Cuando eso ocurre comienzan los años más bonitos de la vida. Si es cierto que hay pocas cosas más tristes que una hermosa vocación juvenil marchitada por no haber conseguido madurar, no es menos cierto que hay muy pocas cosas más bellas que una persona que haya logrado generar un nuevo “nosotros” llevando consigo su “primer yo” y su “primer nosotros”. Pero hacen falta responsables que hayan vivido en su piel esta alquimia y por tanto sean capaces de crear las condiciones para que las personas puedan llegar al menos a la tensión entre el yo y el nosotros, es decir a la fase de las grietas en la pared. Responsables que ayuden a su gente a salir de la tierra segura de la primera autenticidad colectiva, aceptando y amando el riesgo, inevitable y concreto, de que esa salida conduzca a lugares lejanos y de que alguien no vuelva a casa. Responsables que intuyan que para tener personas adultas y por tanto capaces de continuar y enriquecer un día la historia colectiva, deben ponerlas en condiciones de dejar morir su “nosotros” de hoy para que, tal vez, resurja un “nosotros” nuevo mañana. Responsables que permitan a las personas desarrollar sus propios talentos, aspiraciones, deseos, relaciones y sueños distintos a los de los demás, dándoles la posibilidad de crecer de otra manera, de imaginar senderos de adultez distintos a los imaginados y soñados de jóvenes y por todos. Los nosotros de la vida adulta siempre son plurales y distintos, pero no menos verdaderos y fieles. La necesidad radical de las comunidades ideales de controlar la interioridad de las personas por el temor, más radical aún, de “perderlas” cuando se hagan adultas, eterniza la juventud y por consiguiente la desnaturaliza. Pero así no logran generar ni siquiera el “resto fiel”, el único capaz de salvar mañana a todo el pueblo. Para engendrar este resto hace falta la libertad, el aire libre y la biodiversidad de los terrenos fértiles. “Quien no quiera perder su vida, la perderá”.

Una comunidad entera puede ser salvada incluso por una sola persona que haya encontrado una nueva autenticidad adulta. Por alguien que haya creído en un sueño, haya encontrado un Niño asombroso y haya experimentado “una gran alegría”; una alegría nueva y distinta que no habría conocido nunca si hubiera dejado de caminar siguiendo una estrella.

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Capitales narrativos/9 – La infancia en el espíritu es el vértice de la vida adulta

Luigino Bruni

Publicado en pdf Avvenire (44 KB) el 07/01/2018

180107 Capitali narrativi 09 rid«Nos hizo falta mucho talento para envejecer sin hacernos adultos»

Jacques Brel La chanson des vieux amants

A todas las organizaciones y comunidades les gusta tener miembros que se identifiquen auténticamente con su misión institucional, que amen genuinamente sus narraciones, que crean de verdad en lo que dicen y en lo que hacen. Esta difícil operación de sincera identificación individual con la misión institucional da muy buenos resultados en el ámbito de las comunidades y Organizaciones con Motivación Ideal (OMI), sobre todo cuando los ideales son tan altos que agujerean el cielo y nos dejan entrever el paraíso. Entonces se crea una sinergia perfecta entre persona y comunidad. Cada individuo cree, espera, ama y desea las cosas de los demás, sin que esta “socialización del corazón” sea vivida como una alienación y una expropiación de cada corazón.

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La autenticidad no se simula

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Capitales narrativos/8 – Fundar y seguir adelante sin prisa, como los equilibristas

Luigino Bruni

Publicado en pdf Avvenire el 31/12/2017

171230 Capitali narrativi 08 rid«Cuando en el mundo aparece un genio verdaderamente original, los hombres se apresuran a desembarazarse de él. Para alcanzar este objetivo disponen de dos métodos. El primero es la supresión. Si no da resultado, adoptan el segundo método (que es mucho más radical e ignominioso): la exaltación; lo colocan en un pedestal y lo transforman en un dios»

Lu Xun, Introducción a Los dichos de Confucio

En el origen de muchas comunidades y movimientos hay una experiencia de intensa y profunda cercanía entre todos los miembros, empezando por los fundadores. Es una intimidad ensanchada que exalta y desarrolla la intimidad de cada uno. Este “bien relacional” tan especial atrae, sacia y fascina tanto como el mensaje ideal recibido y anunciado. Es el contacto de los corazones y de los cuerpos. Es compartir en la misma mesa los alimentos que hemos preparado juntos. Los abrazos que damos a los “leprosos” se convierten en los abrazos, verdaderos y distintos, que intercambiamos al volver a casa. Son experiencias radicalmente anti-inmunitarias, porque en ese momento aún no existen todas las formas de mediación que inventamos para no tocar la “herida del otro”.

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Pero esta fraternidad-cercanía, sencilla y universal, es lo primero que corre peligro de desaparecer cuando las comunidades se estructuran y se convierten en organizaciones cada vez más complejas. En esta transformación de la naturaleza de las relaciones anidan virus escondidos y malignos.

La evolución de la relación con los fundadores desempeña un papel clave en este sentido. Tras la primera fase, fraterna y horizontal, pronto comienza a crearse una cierta distancia entre los fundadores y los demás miembros, y la cercanía íntima de los comienzos se va reduciendo progresivamente. Cada vez es más difícil verles simplemente en medio de la comunidad, encontrarse con ellos por la calle, compartir la vida ordinaria. Y así, paradójicamente, los fundadores son los primeros que salen de la fraternidad-reciprocidad sinceramente creída y anunciada. Su rol distinto y único, reconocido por todos, genera a su alrededor una cortina, invisible pero muy real y cada vez más impenetrable, que produce un verdadero aislamiento que va creciendo junto con la admiración y gracias a ella, al amor sincero y a la exaltación de su persona.

Muchas comunidades ideales se transforman de forma no intencionada en organizaciones inmunitarias, porque con la distancia se acaba también la experiencia de la corporeidad, del contacto, del encuentro humano pleno y de la intimidad en las relaciones. Podemos hablar de la fraternidad y la igualdad, anunciarlas, pero si no nos abrazamos, si no nos peleamos y nos perdonamos mientras derramamos lágrimas, nos quedaremos en la ideología de la fraternidad, sin entrar en la experiencia de la fraternidad. El cuerpo, tal y como nos dice el humanismo bíblico, expresa la concreción, la fragilidad, la entereza de la vida, nos permite conocer el misterio de la persona que tenemos delante aquí y ahora. Si no nos encontramos con el otro en su cuerpo, solo vemos una masa indiferenciada, categorías y clases de personas, pero no somos capaces de “ver” a Juana, a Iván, a Lucas. Simplemente nos “encontramos” con un fantasma, por muy bello que sea ese fantasma. Para poder reconocerle tenemos que tocar con las manos sus llagas. Este es el significado inmenso de una palabra hecha carne.

Por eso, la primera señal de que una comunidad fraterna se está transformando en una organización inmunitaria es cuando sus responsables comienzan a dejar de exponerse a las heridas (y a las bendiciones) de la sencilla fraternidad de todos.

Así se va afirmando, día tras día, uno de los tabús más antiguos y universales: “No se puede tocar al rey”. Es un tabú que nace de un poderoso deseo de lo prohibido. Este tabú se consolida a medida que aumenta la distancia con el fundador, y se hace más eficaz cuanto más difícil es “tocarlo”. El crecimiento del mito es proporcional a la disminución de encuentros, abrazos y “besos a los leprosos” en toda la comunidad. En raros casos patológicos puede incluso ir acompañado del abuso de los cuerpos, una expresión enfermiza del mismo eclipse del cuerpo verdadero. El verdadero antídoto para este tabú consiste en mantener la intimidad y la cercanía ordinaria entre los fundadores y toda la comunidad. Pero esto es lo más difícil de evitar, porque los mitos se alimentan precisamente de su alejamiento de la realidad. Cuanto más distante e inalcanzable es el jefe, más valor tiene su encuentro y su mirada (lo podemos ver también en los “mitos” del cine y de la música).

Estos procesos de aislamiento e intangibilidad creciente tienen algunos componentes inevitables y otros evitables, pero la gestión de la parte evitable es decisiva, entre otras cosas porque algunas dimensiones evitables son interpretadas como inevitables. Una de ellas consiste en pensar que la distancia y la pérdida de intimidad con los fundadores depende del crecimiento cuantitativo de la comunidad, sin darnos cuenta de que los que antes se alejan son los más cercanos al fundador, porque la “distancia” es sobre todo de tipo sagrado y simbólico, no geográfico. El “prójimo” no es el “cercano”, como no enseña el Buen Samaritano.

La parte verdaderamente inevitable es consecuencia del propio éxito de las comunidades. La conciencia de la unicidad y del valor de la persona del fundador empuja a hacer todo lo posible para protegerlo y evitar que sea “consumido” por la gente que le rodea. Además, el crecimiento y el desarrollo producen necesariamente alguna forma de estructura y de jerarquía que, por su naturaleza y función, se conjugan mal con las exigencias de la fraternidad. Esto comporta inevitablemente el surgimiento de una cultura de la distancia que se convierte en inmunidad. Esta paradoja es tan conocida como olvidada por los fundadores de comunidades y movimientos carismáticos, que por lo general tienen mucha prisa en poner en marcha la fase de institucionalización de sus realidades (aun cuando sean abstractamente conscientes, creen, engañándose, que su aventura será distinta y especial y por tanto no incurrirá en los problemas de los demás). Una buena advertencia para los fundadores de comunidades podría resumirse de esta manera: en lugar de acelerar el proceso de transformación de vuestra comunidad en organización, como resulta espontáneo pensar, haced todo lo posible por ralentizarlo. Moveos sin prisa, como el equilibrista. No corráis cautivados por la llamada del otro cabo de la cuerda.

Los factores evitables se refieren directamente al fundador. En primer lugar, este debería resistir con todas sus virtudes el intento tenaz de aislamiento, sobre todo al principio, cuando es más fácil verlo. Luego, no dejar de estar presente en las mesas donde comen todos, en las misas del pueblo; seguir abrazando y besando a los verdaderos pobres, no solo a aquellos de los que se habla. No caer en la trampa invisible de los privilegios (cada vez menos pequeños) y la exención de los trabajos y deberes de todos: fregar los platos, hacer la compra, planchar la ropa. La fraternidad comienza a convertirse en ideología cuando se pierde el contacto con tareas como picar la cebolla y limpiar los baños; cuando la voluntad de “dar la vida” por los hermanos no se convierte en “dar un repaso” al suelo.

Para los fundadores es muy difícil no caer en estas formas de exención, que nacen de buenas intenciones, de mucho amor y de una ignorancia no culpable acerca de las consecuencias. Es la comunidad la que, de buena fe, hace todo lo posible por aislar a su líder. Como Pedro, cuando no quiere que Jesús le lave los pies. Pero cuando algún otro Pedro logra convencer a su maestro, impidiéndole así la fraternidad de las manos y los pies, el gran y antiguo tabú de la intangibilidad del soberano se va convirtiendo día a día en la verdadera y nueva regla tácita de la comunidad.  Una de las cosas que más aísla de los amigos y compañeros es hacer que los fundadores/líderes sean distintos, en lugar de ayudarles a que sigan siendo iguales que los demás. Por el contrario, aquellos que han recibido un carisma de fundación de comunidades tienen una necesidad vital de amigos honrados que les quieran tanto como para tratarles de igual a igual, porque entienden que la mejor forma de ayudarles a desempeñar su papel distinto y especial es mantenerles dentro de unas relaciones ordinarias y normales, contradecirles, corregirles, no decir siempre que “sí”, no robarles la posibilidad de la fraternidad.

A diferencia de todos los imperios y, hoy, de las empresas capitalistas (donde la intangibilidad de los jefes es la regla común y donde se llega a la autodestrucción por exceso de inmunidad), las comunidades y movimientos ideales no pueden permitirse ese tabú. Es inevitable que un “rey intocable” produzca crisis e incluso la muerte de la comunidad-organización, si la crisis no se cura.

Si bien al principio esta enfermedad inmunitaria actúa en las relaciones entre los miembros y el “jefe”, pronto se convierte en paradigma de toda relación. Esta relacionalidad parcial, distante, sin intimidad y sin emociones, se extiende y se reproduce en todos los niveles jerárquicos e infecta todas las relaciones privadas. Las exenciones y privilegios se extienden a todos los “jefes” y la relacionalidad apática y sin cuerpo gana terreno en toda la comunidad, convirtiéndose en cultura general y generalizada. Se empieza por no “tocar” al fundador, se sigue no tocando a ningún jefe y se acaba sin tocar a nadie, ni tan siquiera la propia interioridad, que se hace cada vez más distante y pobre. Porque cuando perdemos contacto con el cuerpo del otro – cuando aumentan todas las distancias – poco a poco nos hacemos menos capaces de sentir la vida, de asumir las limitaciones propias y ajenas, las imperfecciones y los pecados de la historia. Nos cuesta cultivar las emociones y los deseos, desarrollar esa pietas humana que solo crece en la impureza de la vida concreta. Las emociones y sentimientos humanos verdaderos pueden atrofiarse, sustituidos por otras emociones y sentimientos artificiales que “no tienen cuerpo”. No es nada raro encontrar comunidades, sobre todo en las generaciones siguientes a la fundación, que hablan de una solidaridad y una reciprocidad abstractas, pues las verdaderas se las ha comido hace tiempo la cultura sagrada de la inmunidad y el no-contacto. El “corazón de carne” necesita cuerpos que crezcan en la única vida buena posible: la de todas las mujeres y hombres “bajo el sol”. He participado en funerales donde los consagrados y las monjas, familiares del difunto, eran las personas menos capaces de llorar y de experimentar una verdadera pietas.

Es muy difícil vencer esta enfermedad comunitaria, entre otras cosas porque muchas veces se confunde con la salud. Pero no es imposible. Algunas veces se logra salir del mito y tomar conciencia de la enfermedad. Pero la cura no es nada sencilla. Hace falta valor para reconocer la enfermedad de la immunitas en el núcleo originario del primer capital narrativo, porque el virus comienza a actuar muy pronto en la vida de los fundadores y por consiguiente está también dentro de los relatos que constituyen su primera herencia. Pero la “intangibilidad del rey” con el tiempo se ha convertido en una norma tácita tan enraizada que impide también tocar su capital narrativo. De este modo, se trabaja en los aspectos periféricos del “carisma” y de la tradición, sin tocar su corazón; y el virus sigue actuando y reproduciéndose.

La cura pasa por tener la capacidad de refundar un nuevo capital volviendo a la etapa pre-inmunitaria de la experiencia, cuando todos eran todavía libres y sencillos. Y a partir de ahí releer todas las demás historias, que no deben descartarse sino simplemente comprenderse y amarse en su corporeidad encarnada (tomarse en serio el cuerpo significa entender y amar también las enfermedades de nuestra historia). Así se realizará el auténtico milagro de la reciprocidad en el tiempo y entre generaciones: volver a dar hoy a nuestros fundadores la fraternidad que ayer les robamos.

 

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Capitales narrativos/8 – Fundar y seguir adelante sin prisa, como los equilibristas

Luigino Bruni

Publicado en pdf Avvenire el 31/12/2017

171230 Capitali narrativi 08 rid«Cuando en el mundo aparece un genio verdaderamente original, los hombres se apresuran a desembarazarse de él. Para alcanzar este objetivo disponen de dos métodos. El primero es la supresión. Si no da resultado, adoptan el segundo método (que es mucho más radical e ignominioso): la exaltación; lo colocan en un pedestal y lo transforman en un dios»

Lu Xun, Introducción a Los dichos de Confucio

En el origen de muchas comunidades y movimientos hay una experiencia de intensa y profunda cercanía entre todos los miembros, empezando por los fundadores. Es una intimidad ensanchada que exalta y desarrolla la intimidad de cada uno. Este “bien relacional” tan especial atrae, sacia y fascina tanto como el mensaje ideal recibido y anunciado. Es el contacto de los corazones y de los cuerpos. Es compartir en la misma mesa los alimentos que hemos preparado juntos. Los abrazos que damos a los “leprosos” se convierten en los abrazos, verdaderos y distintos, que intercambiamos al volver a casa. Son experiencias radicalmente anti-inmunitarias, porque en ese momento aún no existen todas las formas de mediación que inventamos para no tocar la “herida del otro”.

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La fraternidad tiene manos y pies

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Capitales narrativos/7 - La mala cultura expulsa a la buena existencia

Luigino Bruni

Publicado en  pdf Avvenire el 24/12/2017

171223 Capitali narrativi 07 rid«Cuando Cefas (Pedro) llegó a Antioquía me enfrenté con él abiertamente, pues era censurable… Cuando vi que no procedían rectamente según la verdad del evangelio, dije a Pedro en presencia de todos: Si tú, que eres judío, vives al modo pagano y no al judío, ¿cómo obligas a los paganos a vivir como judíos?»

Pablo, Carta a los Gálatas

La vida posee de por sí una plenitud que colma y sacia. La luna, la aurora, el ocaso, el dolor, el amor, una mirada o un niño son palabras encarnadas más concretas y verdaderas que las palabras que usamos para describirlas. Si así no fuera, no entenderíamos por qué la mayor parte de las personas, ayer y hoy, no saben componer poesías ni ensayos de teología, pero pueden tocar la vida con la misma profundidad que los poetas y los filósofos. Este acceso directo al misterio de la existencia es el que nos hace a todos verdaderamente iguales bajo el sol, antes de todas las diversidades y desigualdades buenas y malas. Incluso, de vez en cuando, nos hace capaces de sentir una verdadera fraternidad universal con los animales, con las plantas, con la tierra, a los que sentimos tan vivos como nosotros. Pero, como ocurre muchas veces, también esta infinita riqueza puede transformarse, en determinados casos, en una forma de pobreza.

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El primado de la vida adquiere una fuerza y un especial alcance en las realidades colectivas generadas por ideales y/o carismas. La vida siempre viene antes, pero cuando esa vida se llena de espíritu y da lugar a comunidades de sentido, la experiencia puede hacerse tan satisfactoria que puede hacernos creer que lo único necesario es la vida que ya estamos viviendo.

“Las cosas bonitas primero se hacen y después se piensan” (Don Oreste Benzi). Es una frase estupenda y verdadera. Cuando la vida sigue y las comunidades crecen gracias a esa belleza primera, llega un momento en que hay que empezar a pensar las cosas bellas que se están realizando. Para hacerlo bien hacen falta categorías culturales tan “bellas” como la vida que se vive. Pero muchas veces, en la ebriedad de la plenitud de la vida presente, se pasa fácilmente del justo y natural primado de la vida a la absolutización de su dimensión de experiencia y se termina impidiendo que esa misma vida se pueda expresar en toda su belleza, fuerza y duración. La plenitud del presente vacía el futuro.

En esta dinámica entre la vida-sin-más y una vida tan viva que quiere florecer en cultura se encuentran retos y peligros importantes, muchas veces decisivos. Es verdad que basta la vida. Pero en las experiencias ideales colectivas la vida solo basta verdaderamente si esa vida se hace también cultura. La historia nos dice que para que una novedad colectiva pueda seguir adelante después de la etapa de su fundación, no basta seguir viviendo la novedad. Es necesario también saber pensarla para poder contarla con las categorías o las palabras adecuadas, que deberían contener el mismo grado de novedad que los hechos vividos.

En los primeros tiempos, la personalidad de los fundadores, la energía vital casi infinita y la luz cegadora de la novedad logran tapar la indigencia de categorías y de un lenguaje adecuado. Durante mucho tiempo vivimos y crecemos convencidos de que no hace falta ningún trabajo cultural y, tanto menos, teórico. Pero en realidad, desde el principio, las comunidades no pueden evitar usar categorías y lenguajes para vivir y hablar. Entonces, una de dos: o deciden intentar “fabricar” los instrumentos que aún no poseen o sencillamente los compran o los toman prestados. Pero cuanto más original es una experiencia, menos instrumentos buenos encontrará en el mercado. Entre otras cosas, porque cuando una novedad comunitaria nace, conlleva tanto una novedad de vida como una novedad de cultura. Pero, a diferencia de la vida-sin-más, las novedades culturales no maduran espontáneamente. Hace falta un trabajo intencional y concreto para sacarlas a la luz. Y esto raras veces se hace.

Entonces no debemos asombrarnos si la evidencia histórica muestra como resultado más habitual que las innovaciones generadas por comunidades y movimientos ideales son reabsorbidas por la tradición. Porque el uso de categorías equivocadas y/o viejas disponibles en el mercado sencillamente produce un redimensionamiento de la novedad que se ha vivido y se vive. La cultura mala expulsa a la vida buena.

Muchas comunidades espirituales (como también algunas empresas civiles y cooperativas), corren hoy peligro de apagarse porque en el momento oportuno no realizaron un trabajo cultural específico acerca de su identidad. Al contar culturalmente mal su propia novedad, van progresivamente perdiendo fuerza también en el plano vital. Las categorías culturales equivocadas se transforman en una especie de “cama de Procusto” donde se amputan las novedades que sobrepasan unas medidas demasiado ajustadas. Necesariamente, lo que sobresale es la excedencia entre lo viejo y lo nuevo, es decir las innovaciones más grandes y originales. Por estas (y otras) razones, en las experiencias comunitarias ideales el vino nuevo de la vida acaba en odres narrativos viejos y se pierde. Son experiencias muy hermosas pero contadas con lenguajes inapropiados.

Por su parte, las OMIs que han entendido la importancia de la construcción de nuevas categorías culturales cometen también algunos errores típicos. El primero consiste en confundir las categorías y el lenguaje cultural con las categorías y el lenguaje espiritual. El trabajo se inicia, pero se detiene demasiado pronto en el lenguaje y en los principios espirituales o religiosos, que por lo general son los primeros que surgen junto con la experiencia. Pero el trabajo cultural debería consistir en la transformación y universalización tanto de la experiencia como de su lenguaje espiritual/religioso, que en estos casos no se da porque se confunde el input con el output del proceso. Pero así la novedad no crece, porque queda encerrada en lugares y lenguajes demasiado angostos.

La cultura necesita espíritu y carne. Necesita la vida entera, si queremos que esa vida crezca y dé frutos. En este tipo de trabajo es fundamental adivinar el tiempo oportuno, porque es mucho más difícil corregir las falsas categorías culturales que comenzar de cero. Cuando pasa mucho tiempo, las categorías tomadas prestadas se introducen en la carne del “carisma” y todo se hace demasiado difícil.

Un segundo error consiste en pensar que este trabajo cultural hay que encargárselo a una élite de intelectuales o profesores. Pero así se olvida que la cultura es mucho más que el trabajo intelectual, ya que no puede prescindir de la vida y el pensamiento de cada componente de la comunidad, incluidos la vida y el pensamiento popular, del trabajo, de los pobres. Se elaboran unas categorías y un lenguaje que no sirven para la vida y acaban simplemente alejando y descartando a las personas intelectualmente menos preparadas y favoreciendo la creación de nuevas castas.

Para terminar, hay comunidades que comienzan el trabajo definiendo a priori qué es lo que los expertos deberán estudiar para confirmarlo y reforzarlo culturalmente, pero sin ponerlo en discusión. Por consiguiente, no trabajan con la libertad de espíritu que todo trabajo cultural verdadero requiere y acaban solamente repitiendo las convicciones pre-culturales ya sabidas, convencidos de que han desarrollado un trabajo cultural que, en realidad, nunca ha comenzado.

En la historia del cristianismo, las verdades y los dogmas llegaron al final de un largo trabajo cultural libre y no dogmático de siglos, a partir del diálogo y de la áspera confrontación con heréticos y cismáticos, en el crisol de la dialéctica entre visiones muy distintas. Desde el principio hubo muchos y muy distintos relatos de las verdades de la fe: los cuatro evangelios, las cartas de Pablo junto con las de Santiago y Pedro, en continuidad con una Biblia hebrea donde coexistían Job y el Cantar, Daniel y Qohélet. El Antiguo y el Nuevo Testamento no se convirtieron en ideología estéril porque fueron plurales y pluralistas, porque dijeron, con voces distintas y en tensión entre ellas, verdades más grandes y complejas que las que hubiera permitido un único relato. Sin los conflictos entre Pablo y Pedro, acontecidos antes de la composición de los evangelios, aquellos evangelios habrían sido mucho más pobres y tal vez se habrían perdido entre la multitud de textos ideológicos, apocalípticos y gnósticos de Palestina y Siria.

Sin embargo, en muchas OMIs se trabaja en la mediación cultural del mensaje ideal con un mandato de ortodoxia a las verdades no negociables. La esencial elaboración de un lenguaje y de categorías acaba convirtiéndose en un ejercicio pobre en cuanto monocorde, que produce un empequeñecimiento de la vida en lugar de representar su universalización y florecimiento. Se convierte en un lazo que impide el vuelo libre del carisma o lo encierra dentro del perímetro de su jaula. A las OMIs no les basta un solo evangelio para contar su propio milagro.

El buen trabajo cultural no es nunca una simple traducción de una realidad ya existente a otra realidad sustancialmente idéntica pero contada con otro lenguaje. Esto es típico de las operaciones ideológicas y de sus “intelectuales orgánicos”. El trabajo cultural no consiste en aplicar una técnica, sino en desvelar las novedades que antes no se veían y que no se verían si éste no existiera, en descubrir que realidades que parecían muy nuevas ya estaban presentes en la tradición, en desenmascarar las infiltraciones ideológicas abundantísimas en las OMIs y que sin un sistemático y libre ejercicio cultural acaban sofocando los ideales y la vida. Pablo no se limitó a traducir el primer anuncio cristiano. Buenaventura y Tomás no se limitaron a traducir los carismas de Francisco y Domingo. Innovaron y crearon realidades que no existirían sin sus “carismas”. Permitieron que los ideales de sus fundadores tuvieran alas más grandes para poder volar más alto y así llegar hasta nosotros. En toda operación cultural verdadera se esconde siempre el riesgo de la herejía y de la traición, un riesgo que muchas veces bloquea de raíz el trabajo cultural verdadero y necesario.

Para intentar expresar la infinita novedad de la primera Nochebuena no fueron suficientes los relatos de los pastores ni los de María y los primeros discípulos. Sin nuevos carismas, sin tiempo y mucho trabajo, nadie habría podido escribir que “El logos se hizo carne y puso su morada entre nosotros”. El evangelio ha sido capaz de encantar y cambiar el mundo entre otras cosas porque es un relato maravilloso. El primer odre nuevo del evangelio es el evangelio mismo.

El deseo de Nochebuena no se ha apagado nunca en la tierra. Somos nosotros los que hace tiempo hemos dejado de contarlo con la belleza necesaria para encantar hoy a nuestros compañeros, amigos e hijos, que solo esperan escuchar, con palabras nuevas, que Dios se hizo niño en una mujer, que nació pobre en una cueva, que renació de su sepulcro. ¡Feliz Navidad!

 

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Capitales narrativos/7 - La mala cultura expulsa a la buena existencia

Luigino Bruni

Publicado en  pdf Avvenire el 24/12/2017

171223 Capitali narrativi 07 rid«Cuando Cefas (Pedro) llegó a Antioquía me enfrenté con él abiertamente, pues era censurable… Cuando vi que no procedían rectamente según la verdad del evangelio, dije a Pedro en presencia de todos: Si tú, que eres judío, vives al modo pagano y no al judío, ¿cómo obligas a los paganos a vivir como judíos?»

Pablo, Carta a los Gálatas

La vida posee de por sí una plenitud que colma y sacia. La luna, la aurora, el ocaso, el dolor, el amor, una mirada o un niño son palabras encarnadas más concretas y verdaderas que las palabras que usamos para describirlas. Si así no fuera, no entenderíamos por qué la mayor parte de las personas, ayer y hoy, no saben componer poesías ni ensayos de teología, pero pueden tocar la vida con la misma profundidad que los poetas y los filósofos. Este acceso directo al misterio de la existencia es el que nos hace a todos verdaderamente iguales bajo el sol, antes de todas las diversidades y desigualdades buenas y malas. Incluso, de vez en cuando, nos hace capaces de sentir una verdadera fraternidad universal con los animales, con las plantas, con la tierra, a los que sentimos tan vivos como nosotros. Pero, como ocurre muchas veces, también esta infinita riqueza puede transformarse, en determinados casos, en una forma de pobreza.

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Las grandes alas de la vida

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Capitales narrativos/6 – Es importante reconocer a los profetas y cuentacuentos equivocados

Luigino Bruni

Publicado en  pdf Avvenire el 17/12/2017

171217 Capitali narrativi 6 rid«La pobreza es la primera virtud que descubren todos los fundadores, y la primera que olvidan sus sucesores»

Carlo Maria Martini, Por amor, por vosotros, para siempre.

La ideología es una enfermedad grave muy común en las Organizaciones con Motivación Ideal (OMI), que se desarrolla sobre todo durante las crisis de capital narrativo, cuando ante la carestía de historias verdaderas que contar se acepta la seductora oferta de nuevas historias artificiales que parecen responder al hambre de sentido y de futuro que padece la comunidad. La ideología es la neurosis del ideal, al igual que la idolatría es la neurosis de la fe. La ideología puede adquirir múltiples formas. Una de ellas, especialmente frecuente y peligrosa, es la sugerida en uno de los cuentos de El Conde Lucanor, escrito por el español Don Juan Manuel, que es la fuente medieval del cuento El vestido nuevo del emperador. Pero, a diferencia de sus diversas reescrituras modernas, en el relato original encontramos elementos muy valiosos para añadir palabras nuevas a todo lo que estamos diciendo acerca de los movimientos y comunidades que tienen su origen en ideales, carismas y motivaciones distintas y más grandes que las puramente económicas.

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El cuento comienza con un grotesco engaño sufrido por un rey. Tres pícaros se presentaron en la corte y le prometieron tejer un paño muy especial, que únicamente podría ser visto por los hijos legítimos y nunca por los hijos ilegítimos. El rey mordió el anzuelo, creyendo que había encontrado un buen mecanismo para confiscar las herencias de aquellos que no eran hijos de quien decían ser. Los tres pícaros tejedores se pusieron a simular que trabajaban. El rey, que aún no las tenía todas consigo, envió a dos criados para que observaran los primeros resultados, sin decirles nada acerca de las supuestas propiedades mágicas de las telas. Los criados no vieron nada en los telares pero no se atrevieron a contradecir a los tejedores y le contaron al rey que han visto unas telas maravillosas.

Cuando el rey, convencido al fin, se decidió a ver la obra de los tejedores, no viendo nada, se descorazonó y pensó: «Si digo que no veo las telas, se sabrá que no soy verdadero hijo del rey y perderé mi reino». Así pues, se tragó el engaño y comenzó también él a ensalzar las nuevas telas. A continuación envió a su gobernador, quien, advertido por el rey de las propiedades de aquellos paños, a pesar de no ver nada, los ensalzó con palabras aún más entusiastas, para no perder su puesto. Después del gobernador, otros cortesanos hicieron lo mismo. Y cuando por fin llegó el día de la fiesta y el rey, completamente desnudo, desfiló a caballo por las calles de la ciudad, todo el pueblo ensalzaba la belleza de los vestidos del rey. Hasta que un mozo de cuadras del rey rompió el encantamiento, diciendo: «Señor, a mí me da igual que me consideréis hijo de mi padre o de otro y por eso os digo que o yo soy ciego o vos vais desnudo».

En este tipo de producción ideológica, al principio no faltan falsos profetas engañadores que seducen al fundador o a los responsables de una comunidad. Ellos no les llaman, pero sí que les reciben, y al hacerlo cometen un primer y decisivo error. Para defenderse de los falsos profetas engañadores lo primero que hay que hacer es no recibirles en casa, impidiendo que pasen los controles que normalmente se realizan antes de recibir a los visitantes. Durante las crisis de narraciones, cuando hay muchos contadores de historias que piden ser recibidos, es fundamental elegir bien a los “porteros”, es decir a aquellos que tienen la tarea de recibir a los visitantes, al personal de la secretaría de dirección o de presidencia. Estos desempeñan un papel muy importante pues deben tener la rara habilidad de reconocer de inmediato a los falsos profetas y bloquearlos. En las crisis de sentido de la comunidad, los responsables son especialmente susceptibles de ser manipulados por falsos profetas cuentacuentos y por ideólogos encantadores de serpientes. Muchas crisis no se superan porque la secretaría deja pasar a los cuentacuentos equivocados, porque bloquea a los buenos, o porque hace ambas cosas.

No por casualidad al frente de las hospederías y de los monasterios se ponía a monjes y frailes muy sabios y expertos: «La hospedería se le confiará a un monje imbuído del temor de Dios» (Regla de san Benito, cap. LIII). En los delicados momentos de paso, las comunidades sabias deben comprender cuáles son las áreas y las funciones decisivas, que casi nunca siguen el orden formal del organigrama. En una buena organización, la morfología del poder no coincide con la morfología de la sabiduría. Si colocamos a todas las personas más sabias en los roles apicales centrales, estaremos desguarnecidos en las periferias, que son los lugares de los “poderes débiles” por donde penetran las enfermedades más graves. La sabiduría periférica es decisiva siempre, pero sobre todo cuando estamos rodeados de falsos cuentacuentos que buscan un “rey” al que encantar. Entre otras cosas, porque los responsables de OMIs espirituales y religiosas, que tienen que gestionar delicadísimas crisis de falta de historias que contar, esenciales para volver a encantar a los miembros presentes y a los que se esperan en el futuro, están especialmente expuestos a la manipulación narrativa de los falsos profetas.

Cuanto más grave, extendida y profunda sea la crisis narrativa por la que se atraviesa, más fácil será que los fundadores y los responsables se crean las promesas fantásticas de los cuentacuentos equivocados. Los “reyes” son siempre muy sensibles a la herencia de su reino. Tienen una necesidad vital de entender quiénes son los hijos legítimos de su “carisma”. Cuando, en tiempos de crisis, ya no logran reconocerlos simplemente con la vista, resultan extremadamente vulnerables para aquellos que prometen  técnicas que sustituyen la vista. Las comunidades se pierden cuando los falsos profetas impiden que los fundadores/responsables entiendan quiénes son los auténticos continuadores de su verdadera historia.

Por otro lado, es importante señalar que, en el cuento, el engaño podía haber sido descubierto inmediatamente si uno de los criados que el rey, cuando todavía tenía sospechas, envió a realizar una primera comprobación de las telas, hubiera tenido la libertad y el valor suficientes para decir sencillamente lo que veía, sin temor a los costes ni a los castigos que lleva aparejada la libertad de los ojos. Pero este tipo de miembros valientes y libres es precisamente el que más escasea en las “secretarías” y en el entorno de los fundadores y máximos responsables. Efectivamente, estos casi siempre acaban rodeándose de “criados” muy fieles pero carentes de la libertad y el valor necesarios para decir sencillamente lo que ven. Son incluso personas buenas, pero están movidas y manipuladas por su miedo, aunque este vaya disfrazado de respeto e incluso veneración hacia sus jefes. Pero es precisamente en la primera relación entre los criados enviados donde la ideología se forma y comienza a actuar. No basta el engaño del jefe. La ideología es una relación, un “mal relacional” que exige que dos o más personas comiencen a creer juntas en la misma ilusión y a decir que creen en ella. La ideología es una falsa creencia individual que consigue hacerse creencia colectiva y ser proclamada en voz alta y en público. A las ideologías no les basta ser creídas. Para consolidarse, necesitan ser públicamente proclamadas y pública y recíprocamente repetidas.

Otro papel decisivo lo juegan los gobernadores y los ministros. Estos al principio no están movidos tanto por el miedo (tal vez también) como por el interés. Ellos tampoco dicen la verdad sabiendo que dicen una mentira, pero simplemente porque tienen un incentivo para mentir. Llegados a este punto, el dispositivo ideológico ya es operativo y se extiende entre la población simplemente replicando el mismo miedo y el mismo interés. Pero en las historias verdaderas hay una diferencia fundamental con respecto a la historia narrada en el cuento. En las vicisitudes comunitarias reales hay muchas personas capaces de ver de verdad las ropas inexistentes. La ideología puede hacerse tan potente como para hacernos ver un rey desnudo como si estuviera vestido. Cuando la cantidad de personas de buena fe que ven la ropa supera a las que mienten (por miedo o por interés), la trampa ideológica se hace (casi) perfecta. Entonces el contacto con la realidad se pierde, porque ya no es posible distinguir lo que se ve de verdad de lo que se ve gracias a la ideología. Vivimos, a veces durante mucho tiempo, en una realidad falsa que algunos, ingenua y sinceramente, ven realmente y otros, por interés, dicen que ven aun sabiendo que no la ven. El consumidor-productor perfecto de la ideología es aquel que cree que el mundo artificial que ve es realmente el verdadero. Es como en el show de Truman, el reality show perfecto que a todas las televisiones les gustaría tener, donde el protagonista vive su vida falsa convencido de que es su vida verdadera.

En el relato de D. Juan Manuel, el encantamiento lo rompe un criado que, según el cuento, «no tenía nada que perder». Al no tener nada que perder, y tal vez  sintiendo un poco de cariño hacia el rey engañado, el mozo de cuadras se encontró en condiciones de libertad para poder decir simplemente la verdad. En el cuento, el rey insultó al servidor que desveló la verdad, pero los demás conciudadanos del reino, uno tras otro, fueron saliendo del encantamiento y del engaño. Así se desencadenó una reacción en cadena a la inversa y los burladores huyeron a toda prisa.

Pero ¿por qué la historia humana, a diferencia del cuento, nos muestra tan pocos casos de comunidades ideales que consiguen salir del encantamiento ideológico? Quienes ven realmente ropajes maravillosos gracias a su mirada ideológica, no quieren volver a una realidad verdadera pero mucho menos multicolor que la que estuvieron “viendo” mucho tiempo y a la que se acostumbraron. La ideología es una forma de doping, que garantiza prestaciones excepcionales y elimina el incentivo para volver al cansancio y al sudor del entrenamiento en calles cuesta arriba y de resultado incierto. Además, con el paso de los años, muchas personas que al principio veían lo invisible por interés, poco a poco se van transformado en videntes sinceros, hasta que el número de videntes de buena fe puede llegar a rozar la totalidad. Por último, los pocos que no han dejado de ser conscientes del bluf ideológico, son a la vez los que más ganancia obtienen de esta comedia colectiva. La ideología es muy peligrosa, entre otras cosas, porque  una vez que se activa se alimenta de sí misma, de formas distintas pero convergentes.

En todo caso, el final feliz del cuento encierra un mensaje de esperanza no-vana. No es imposible que, incluso fuera del mundo de los cuentos, una sola persona salve a todos. Un "resto", una persona que en los tiempos de la ilusión salva la libertad del corazón y de los ojos. Como Noé. En ciertos momentos cruciales la "masa crítica" es "1". Una sola persona que «no tiene nada que perder», tal vez porque ya lo ha dado todo o porque ha logrado preservar su pobreza. Las pobrezas por lo general reducen nuestra libertad, pero a veces solo la pobreza puede engendrar una libertad distinta, capaz de liberar a los demás. Si al final tuviéramos que darnos cuenta de que en nuestra tierra desolada no queda ni siquiera una de estas personas pobres, siempre podemos esperar serlo nosotros.

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Luigino Bruni

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Carlo Maria Martini, Por amor, por vosotros, para siempre.

La ideología es una enfermedad grave muy común en las Organizaciones con Motivación Ideal (OMI), que se desarrolla sobre todo durante las crisis de capital narrativo, cuando ante la carestía de historias verdaderas que contar se acepta la seductora oferta de nuevas historias artificiales que parecen responder al hambre de sentido y de futuro que padece la comunidad. La ideología es la neurosis del ideal, al igual que la idolatría es la neurosis de la fe. La ideología puede adquirir múltiples formas. Una de ellas, especialmente frecuente y peligrosa, es la sugerida en uno de los cuentos de El Conde Lucanor, escrito por el español Don Juan Manuel, que es la fuente medieval del cuento El vestido nuevo del emperador. Pero, a diferencia de sus diversas reescrituras modernas, en el relato original encontramos elementos muy valiosos para añadir palabras nuevas a todo lo que estamos diciendo acerca de los movimientos y comunidades que tienen su origen en ideales, carismas y motivaciones distintas y más grandes que las puramente económicas.

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La libertad desnuda de los ojos

Capitales narrativos/6 – Es importante reconocer a los profetas y cuentacuentos equivocados Luigino Bruni Publicado en  pdf Avvenire el 17/12/2017 «La pobreza es la primera virtud que descubren todos los fundadores, y la primera que olvidan sus sucesores» Carlo Maria Martini, Por ...
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Capitales narrativos/5 – No hay más garantía vital que la “libertad-sin-garantías”.

Luigino Bruni

Publicado en  pdf Avvenire el 10/12/2017

171203 Capitali narrativi 5 rid«El deseo humano será siempre irreductible ante cualquier reducción y adaptación»

Jacques Lacan, Seminario V

No es raro que experiencias nacidas en nombre de la gratuidad acaben entrando en conflicto con la misma gratuidad que las engendró. En muchas empresas, el “simple” objetivo de maximizar el beneficio produce una organización que hace todo lo posible para orientar todas las energías disponibles de sus trabajadores hacia ese fin. Con más motivo, en el caso de una OMI cuya misión sea rescatar definitivamente a los pobres o, pongamos por caso, convertir al mundo, a sus miembros se les pedirá que orienten hacia esta causa tan elevada todas las energías de que disponen y las que no disponen, posiblemente la vida entera. Pero así, lo que ocurre muchas veces en la práctica es que hay menos libertad y gratuidad en las OMI que en las empresas y organizaciones que las OMI critican precisamente por su falta de don y de libertad.

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Efectivamente, la dimensión esencial de la gratuidad donde puede faltar más fácilmente es en la relación entre la organización y las personas, ya que la OMI (sin querer) acaba viviendo y creciendo gracias a que se alimenta de la gratuidad de sus miembros. Esta paradoja es una de las primeras causas de las grandes crisis de las organizaciones ideales y, no pocas veces, de su final.

La palabra clave para intentar comprender la gramática de estos fenómenos es deseo. No hay gratuidad sin libertad y no hay libertad sin capacidad de desear libremente. La primera libertad es la libertad del deseo. El deseo no es esa cosa romántica y sentimental, cuando no frívola y trivial, a la que nuestra cultura lo ha reducido. La capacidad de desear es una de las capacidades fundamentales de la persona, importantísima para quienes dedican su vida a ideales morales o espirituales elevados.

La primera gratuidad que viven las personas que siguen una vocación es la de dar sus propios deseos. Pero este don produce resultados diametralmente opuestos en la persona del donante y en la institución/comunidad que lo recibe, en función de que el deseo donado se mantenga vivo o, por el contrario, sea sacrificado. Abraham dona a su hijo único Isaac porque ha recibido una llamada y ha respondido. En las vocaciones verdaderas no es posible no darlo todo. Abraham lo da todo, pero si Dios hubiera querido de verdad el sacrificio del hijo donado, los hijos de la primera promesa no habrían sido tan numerosos como las estrellas del cielo. Sin embargo, en las experiencias históricas, sobre todo en las comunidades de naturaleza religiosa y espiritual, el cordero no aparece casi nunca, el ángel no detiene la mano y la OMI sacrifica el don del deseo. Y la vida se bloquea. ¿Por qué?

Cuando una persona encuentra una experiencia ideal y se reconoce en ella, vislumbra la posibilidad de extender sus deseos hasta el infinito, hasta tocar los sueños. Libremente decide invertirlo todo en esta nueva promesa, que solo habla de gratuidad y de don. No vive su respuesta como un sacrificio ni, mucho menos, como una pérdida. Cuando renuncia a proyectos y deseos individuales solo ve una libertad y un don inmensamente mayores, una posibilidad infinita de florecer de forma distinta en un jardín nuevo y maravilloso. Así, el nuevo deseo, que se presenta como infinito, absorbe todos los demás deseos hasta convertirse poco a poco en el único deseo que se quiere desear. Con demasiada facilidad el deseo de la comunidad sacrifica los deseos de sus personas. Las demás historias y los demás relatos, nuestros y del mundo, pierden atractivo e interés. Dejamos de desearlos porque nos parecen demasiado pequeños y triviales. Hasta dejamos de apreciar e incluso desacreditamos a quienes viven y cuentan solo sus pequeñas historias cotidianas, a quienes nos hablan trivialmente de su familia, de su trabajo ordinario, a quienes rezan con oraciones sencillas aprendidas en la infancia. La biodiversidad de sentimientos, palabras, deseos, intereses, historias y vida se reduce drásticamente, pero estamos tan absorbidos por el nuevo y estupendo deseo que no nos damos cuenta de esta carestía.

En este proceso, que puede durar mucho tiempo, los grados de libertad que habíamos experimentado en el encuentro con la primera voz se reducen drásticamente. Cada vez más, deseamos las cosas que la nueva comunidad desea y nos dice que debemos desear. Pero desear un conjunto de cosas finito y definido por otros, simplemente produce la muerte del deseo, que solo vive y crece en terrenos promiscuos, donde hay espacio para la sorpresa, donde no se puede prever la vida entera y, sobre todo, donde hay libertad. La única manera de esperar que un hijo crezca como una persona libre es ayudándole a desear cosas distintas de las que nosotros hemos deseado. Entonces nos sorprenderá si uno de sus deseos libres es como el nuestro, igual pero completamente distinto.

Sin embargo, las comunidades humanas nacidas de ideales, sobre todo si han nacido de ideales grandes, hacen casi siempre lo contrario: toman el don de los deseos de las personas y lo inmolan en el altar del deseo de la comunidad. Educan a sus miembros a desear las mismas cosas que han deseado los fundadores y desean todos. Sacrifican los deseos de los miembros fijándolos en una lista cerrada de cosas deseables. Se empieza distinguiendo los buenos deseos de los malos y se acaba inevitablemente matando todos los deseos. Se realiza una verdadera sustitución: el puesto de los deseos individuales, sacrificados y muertos, es ocupado por el único deseo colectivo, el mismo para todos. En cambio, el camino bueno consistiría más bien en la inserción del nuevo deseo en los deseos individuales, dando vida a una nueva realidad donde los primeros deseos de las personas fueran exaltados por la gran narrativa del ideal que haría de “multiplicador” de los deseos de todos y cada uno. Pero este final feliz no es el más corriente ni el más probable. La inserción es mucho más arriesgada e imprevisible que la sustitución, que funciona bien, mejor que la inserción, mientras las personas y las comunidades son jóvenes, aunque genera grandes problemas cuando el gran deseo entra en crisis en la vida adulta.

¿Por qué las comunidades ideales realizan esta sustitución de los deseos? Por una parte, porque piensan que la única manera de realizar el gran deseo de la comunidad y de sus fundadores pasa por obtener el corazón de las personas y por tanto el don de sus deseos. No basta toda la mente y todas las fuerzas. Para el gran objetivo hacen falta también todos los deseos, pues allí es donde se encuentra la energía infinita necesaria para realizar el deseo infinito de la misión de la OMI. Lo vemos en las empresas que, cada vez más, intentan “comprar” los deseos de sus empleados. Lo vemos más aún en las comunidades ideales. Este proceso, por lo general, está recubierto de una genuina buena fe por parte de los fundadores/responsables, que están sinceramente convencidos de que no existe felicidad más grande para sus miembros que aprender a desear tan solo lo único deseable.

Hay un segundo motivo para el sacrificio y la sustitución: La intuición, más o menos consciente, de que los deseos de las personas, si permanecen libres, sueltos y no canalizados, conllevan el riesgo de acabar con la comunidad, que solo puede vivir si es deseada en grado máximo y de la misma manera por sus miembros. Escribir reglas y estatutos muy detallados es muchas veces la manifestación inconsciente de esta necesidad de sacrificar, controlar y orientar los deseos de los miembros presentes y futuros, esperando con ello garantizar la continuidad de la experiencia original. Por estas dos razones el sacrificio de los deseos es una tentación casi invencible en las comunidades ideales.

A veces, en raras ocasiones, los fundadores comprenden que el único camino bueno para evitar la muerte de la propia obra pasa por no sacrificar el don del deseo que reciben. Lo dejan vivir y lo cuidan para que crezca en sinergia y fraternidad con el nuevo deseo colectivo. Desatan a Isaac de la leña y le salvan del fuego devorador, arriesgándose a que los deseos, que están vivos y por tanto son diversos, puedan crecer como ellos no desean. Solo si ponemos a quienes vienen detrás de nosotros en condiciones de libertad para que puedan destruir todo lo que hemos edificado, podremos tener la esperanza (nunca la certeza) de que no lo destruirán de verdad. Solo podemos tener la esperanza de controlar algo de los procesos ideales que activamos si renunciamos a controlarlo todo. Si queremos que ese algo salvado sea importante y esencial, debemos renunciar a controlar todo lo que pensamos que es esencial e importante. Para mantener con vida las cosas humanas vivas no hay más garantía que la libertad-sin-garantías. Cuanto más altos son los ideales, más necesaria y esencial es la libertad y la gratuidad de los deseos. Pero cuanto más generoso y ambicioso es el ideal de la OMI, más probable es el sacrificio y la sustitución del deseo. La historia nos dice que cuanto más se controlan los deseos en la juventud de las personas y/o en la primera fase de la fundación, más personas habrá con pequeños o nulos deseos en la vida adulta y/o en la segunda fase.

Ante las crisis serias de capital narrativo, para escribir nuevas historias capaces de encantarnos y encantar, hacen falta nuevos deseos libres e infinitos, como los donados el primer día. Pero cuando las personas se han acostumbrado a desear solo las cosas definidas como deseables, su músculo del deseo se ha atrofiado. Ya no desean nada y por eso no saben vivir ni escribir historias deseables.

No debemos asombrarnos si una de las dificultades comunes de las comunidades que atraviesan graves crisis de capital narrativo es la carestía de deseo en gran parte de miembros, que se manifiesta en una apatía de eros, de vida, sobre todo en las personas más generosas y puras, que son las que más sacrificaron sus deseos para abrazar el nuevo deseo. Cuantos más deseos se dieron ayer, más apatía se sufre hoy. ¿Qué podemos hacer? Para empezar, podemos tomar conciencia de que no es fácil salir de estas trampas que están en la raíz de la muerte de las grandes experiencias ideales colectivas y de mucho dolor individual. Entre otras cosas, porque la enfermedad del deseo que se manifiesta hoy es el efecto del sacrificio del deseo de ayer, que fue acogido por todos como una bendición. Pero al menos debemos evitar confundir la cura con la enfermedad (como cuando, por ejemplo, invitamos a las personas en crisis y apagadas a desear de nuevo las mismas cosas de siempre). Y después, para esperar en la resurrección de los deseos, podemos intentar volver a escuchar las “triviales” historias cotidianas de las familias de nuestros amigos y compañeros, sus ordinarias historias de trabajo, esfuerzo y amor. Tal vez descubramos que “bajo el sol” hay pocas cosas más dignas que desear. Y tal vez, en compañía de estos deseos sencillos pero nuevamente verdaderos y vivos, podamos esperar que un ángel nos llame de nuevo por nuestro nombre.

 

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Capitales narrativos/5 – No hay más garantía vital que la “libertad-sin-garantías”.

Luigino Bruni

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No es raro que experiencias nacidas en nombre de la gratuidad acaben entrando en conflicto con la misma gratuidad que las engendró. En muchas empresas, el “simple” objetivo de maximizar el beneficio produce una organización que hace todo lo posible para orientar todas las energías disponibles de sus trabajadores hacia ese fin. Con más motivo, en el caso de una OMI cuya misión sea rescatar definitivamente a los pobres o, pongamos por caso, convertir al mundo, a sus miembros se les pedirá que orienten hacia esta causa tan elevada todas las energías de que disponen y las que no disponen, posiblemente la vida entera. Pero así, lo que ocurre muchas veces en la práctica es que hay menos libertad y gratuidad en las OMI que en las empresas y organizaciones que las OMI critican precisamente por su falta de don y de libertad.

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La distinta fuerza de los deseos

Capitales narrativos/5 – No hay más garantía vital que la “libertad-sin-garantías”. Luigino Bruni Publicado en  pdf Avvenire el 10/12/2017 «El deseo humano será siempre irreductible ante cualquier reducción y adaptaci&oac...
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Capitales narrativos/4 – Los actos y los hechos que fundan y salvan no siempre son espectaculares

Luigino Bruni

Publicado en pdf Avvenire el 03/12/2017

171203 Capitali narrativi 4 rid«Hace falta un amor infinito para renunciar a uno mismo y hacerse finito, encarnándose para así amar al otro, al otro como otro finito»

Jacques Derrida, Dar la muerte

Los capitales narrativos son plurales. No todas las historias que los componen tienen el mismo valor. Solo algunas son capaces de llevar el peso de la nueva construcción. En todos los campos de la tierra hay “trigo” y “cizaña”, incluso en esos campos especiales donde crecen nuestros ideales. Al principio es necesario dejar que crezcan todas las plantas del campo, porque – como dice la gran metáfora evangélica – si el campesino interviene para extirpar la cizaña, arrancará también las espigas buenas y valiosas.

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Conservar todas las espigas de buen trigo es un deber vital y un imperativo moral para los fundadores y para la primera generación de una comunidad o de una Organización con Motivación Ideal (OMI). Esta adecuada preocupación por conservar la experiencia y el capital narrativo en su totalidad hace que, al terminar la fase de fundación, la cosecha incluya el buen trigo mezclado con la cizaña. Por consiguiente, la herencia que los fundadores nos dejan es siempre una herencia de trigo y de malas hierbas.

Algunas organizaciones se extinguen porque, ya en la fase originaria, no saben convivir con la cizaña y la inevitable impureza de las encarnaciones. Tratan de separar inmediatamente las malas hierbas de las buenas y no permiten que todas las semillas lleguen a su correcta maduración. A diferencia de lo que ocurre con las verdaderas semillas y los verdaderos campos, solo con el paso del tiempo es posible distinguir los componentes genuinos de nuestros ideales. Muchas veces lo que al principio parecía cizaña después florece en trigo y viceversa. Los ideales solo crecen bien contaminándose con las hierbas cercanas. Se alimentan de las mismas sustancias, viven en ósmosis con árboles muy diversos y, algunas veces, también con setas venenosas (para quien se las come, no para la planta). A veces son flores y plantas tan delicadas que solo logran crecer protegidas por la sombra de árboles menos nobles pero más resistentes a la sequía. Solo los bonsáis logran vivir en los asépticos lugares de nuestros salones. No dan fruto, no tienen raíces, no crecen. Las historias verdaderas contienen capítulos enteros de novelas escritas por otros y partes de mitos de “cultos paganos” circundantes. Ningún capital narrativo es enteramente nuevo. La mayor parte de sus ideas y de sus historias son herencia, aunque subjetivamente quien escribe una nueva historia no sea plenamente consciente (porque teme que reconocer el don del pasado disminuya la novedad). Aquellos que comienzan a vivir y contar una historia comunitaria, empresarial, política, heredan y generan trigo y cizaña.

Pero – este es el proceso más delicado y crucial – aquellos que llegan después de la etapa fundacional tienden casi inevitablemente a identificar la cizaña solo en la primera herencia, es decir en las ideas y en las historias que los fundadores encontraron como materiales preexistentes a su casa nueva, y a considerar trigo bueno todo lo producido por el fundador. De este modo, intentan una primera separación buscando la cizaña solo “fuera” y “antes”, no “dentro” ni “durante” las palabras originales del fundador. En algunos casos acaban escribiendo un nuevo capital narrativo, eliminando completamente las viejas historias “contaminadas” heredadas del pasado y del entorno, y componiendo nuevas historias solamente con lo que consideran materiales inéditos y originales. Pero así la cizaña, presente tanto en las nuevas historias como en las historias de la fundación, crece sin que nadie la moleste porque se confunde con el trigo. Hasta que un día se acaban los frutos buenos (nuevos miembros y vocaciones), sofocados por la cizaña con falsa apariencia de trigo.

Algunas veces, al llegar a esta fase de carestía narrativa, la comunidad posterior a la fundación tiene el don y la fuerza de intuir que, si quiere mantener la esperanza de salvarse, debe acometer con valentía la separación del trigo y la cizaña también dentro del capital narrativo original del fundador. Entonces, no sin resistencias internas, comienza a tener una mirada más madura y “distante” acerca de las ideas, escritos e historias de la fundación, para buscar el trigo verdaderamente bueno.

Pero también en estas operaciones necesarias es muy fácil encontrar cizaña confundida con trigo. Esto depende de un error muy común. Se piensa que la parte verdadera y buena del capital narrativo se encuentra en sus elementos más espectaculares y sensacionales y por consiguiente se arrancan los componentes más sobrios, sencillos, pobres y ordinarios. Es un error grave y muy extendido, sobre todo en las experiencias surgidas de carismas espirituales y religiosos. En estas historias de fundación hay acontecimiento, florecillas, narraciones, que encendieron la imaginación de los propios fundadores y, después, también los sentimientos de sus primeros seguidores. Muchas veces están relacionados con hechos que se encuentran en la frontera entre lo natural y lo sobrenatural, entro lo ordinario y lo milagroso. En algunos casos adquieren la forma de relatos de visiones o de revelaciones especiales y por lo general secretas, a veces de tipo gnóstico y mistérico.

Toda fundación, sobre todo si está originada por un carisma rico y profundo, está rodeada por este componente narrativo. También en la Iglesia de los primeros tiempos, por ejemplo, abundaban estos relatos, que la alimentaron y enriquecieron. Pero llegó un momento en que los primeros cristianos tuvieron que gobernar la proliferación de este componente narrativo espectacular y milagroso. Así, de entre todos los relatos que circulaban en aquellos segundos y terceros tiempos, eligieron solo cuatro evangelios y pocos textos más. Hoy sabemos que algunos (tal vez muchos) episodios y palabras contenidas en los evangelios apócrifos y gnósticos no eran menos “verdaderos” que los hechos y las palabras conservadas en los textos canónicos. Muchos relatos florecieron en la época más alejada de los primeros hechos históricos, cuando algunos comenzaron a pensar que el primer kerigma, sobrio y esencial, no era lo bastante espectacular y secreto como para convertir y conquistar. Pero sin aquella operación de separación y discernimiento la Iglesia primitiva habría sido devorada por sus propios relatos. La parte más sensacional que circulaba alrededor de la vida de Jesús y de los apóstoles habría engullido los relatos, demasiado sobrios, de una joven mujer de Nazaret, de unas bienaventuranzas para los pobres y afligidos, así como el relato de la pasión y posterior resurrección, que habría sido equiparada a muchos milagros de Jesús, a milagros parecidos de los falsos profetas y magos o a la “resurrección” de Lázaro.

En la abundancia de relatos extraordinarios, las primeras comunidades tuvieron que “sacrificar” algunos hechos verdaderos o probables para salvar la novedad de la propia historia, capaz de generar presente y futuro. Ciertamente no es casual que la resurrección de Jesús vaya acompañada de muy pocas descripciones. En la escena aparecen unas cuantas mujeres atemorizadas, un joven vestido de blanco, un jardinero y unos hombres incrédulos. Los manuscritos más antiguos del evangelio más antiguo concluían con estas espléndidas palabras, comentando el sepulcro vacío visto por las mujeres: "Y no dijeron nada a nadie" (Marcos 16,8). En las cartas de Pablo no hay relatos de los milagros de Jesús. Solo el “milagro” de un crucificado-resucitado encontrado vivo a lo largo del camino.

Cuando hay crisis de historias que contar, lo más fácil es pensar que las nuevas historias de hoy tendrán que partir de los relatos más asombrosos de ayer. Pensamos como ilusos que es suficiente contar los milagros pasados para generar nuevos “milagros”, que hoy no se dan pero nos servirían para seguir el camino. Es como si, para revivir la realidad originaria, bastara simplemente con recordar las gestas especiales de ayer, sin revivirlas. Entonces caemos en un síndrome consumista, que es tanto más probable y tentador cuanto más rica de acontecimientos especiales haya sido la fundación, con el consiguiente peligro de bloquear a la generación siguiente en el consumo goloso de recuerdos estériles.

Otra maldición de los recursos: Cuanto más color hay en el pasado, más descolorido amenaza con ser el presente, que se vive consumiendo el pasado y olvidando el futuro. Aquí el error fatal consiste en no comprender que los dones especiales recibidos en la fase de fundación no eran más que la “dote” para una boda de la que ha nacido una vida nueva y muy hermosa, porque era normal y posible para todos. Estas experiencias únicas e irrepetibles están vinculadas a la revelación de la vocación “profética” de los fundadores. La herencia fecunda que los fundadores nos dejan no es la dote que recibieron en don, sino la vida que ha surgido a partir de aquella boda. Su herencia es un hijo vivo, no un brillante pero estéril diamante.

Cuando se cae en este error, la parte extraordinaria del capital narrativo, que es también parte de la herencia, se convierte en “moneda mala”. No porque sea mala o falsa en sí misma, sino porque, en una nueva versión de la antigua ley de Gresham, “expulsa” a la “moneda buena” del esforzado trabajo de aquellos que intentan, con seriedad y humildad, escribir una nueva y bella normalidad en la vida después de la crisis de las primeras historias. Este trabajo de escritura de capital narrativo generativo es desplazado por los vendedores de los recuerdos de los efectos especiales y de los fuegos artificiales de los primeros tiempos, que ahora ya no se producen. El perro lobo que se le apareció a don Bosco no fue el que generó el gran movimiento educativo salesiano. Este nació sobre todo del normalísimo “silbido” que el joven Juan Bosco generó en el muchacho Bartolomé. Las florecillas y los estigmas de Francisco no fueron los que generaron y regeneraron el movimiento franciscano, sino la radical y tenaz fidelidad de Francisco a la “señora pobreza” del evangelio. Isaías no salvó y alimentó a su pueblo con el relato de la visión de los serafines en el Templo en el día de su vocación, sino con la humilde profecía de un niño y un pequeño resto fiel, que han alimentado una esperanza no vana durante los exilios y que hoy sigue alimentando nuestra espera amante que no acaba nunca.

Las experiencias sensacionales y extraordinarias de la fundación son semillas hermosas que sin embargo no se reproducen y solo tienden a proyectar la OMI hacia el pasado, a hacerla dependiente de sustancias estupefacientes. El nuevo capital narrativo bueno no es el de los recuerdos de los milagros de ayer, sino el generado por los nuevos relatos de la vida verdadera y sencilla de hoy.

En las crisis de capitales narrativos siempre quedan pocos recursos. Una OMI se salva si no invierte estos recursos en el consumo de los propios relatos extraordinarios del pasado, sabiendo que el trigo bueno estaba dentro de la vida normal de los primeros tiempos, en aquellos hechos que todavía pueden germinar en muchos otros porque eran tan extraordinarios que fueron ordinarios, tan finitos que podían ser verdaderamente infinitos. El relato de un hombre crucificado, de un amigo de pecadores y de pescadores, de uno que perdona y de otro que es perdonado, de comunidades que viven con sencillez el amor recíproco. Solo por estos normales y polvorientos caminos de Damasco es todavía posible caerse del caballo.

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Capitales narrativos/4 – Los actos y los hechos que fundan y salvan no siempre son espectaculares

Luigino Bruni

Publicado en pdf Avvenire el 03/12/2017

171203 Capitali narrativi 4 rid«Hace falta un amor infinito para renunciar a uno mismo y hacerse finito, encarnándose para así amar al otro, al otro como otro finito»

Jacques Derrida, Dar la muerte

Los capitales narrativos son plurales. No todas las historias que los componen tienen el mismo valor. Solo algunas son capaces de llevar el peso de la nueva construcción. En todos los campos de la tierra hay “trigo” y “cizaña”, incluso en esos campos especiales donde crecen nuestros ideales. Al principio es necesario dejar que crezcan todas las plantas del campo, porque – como dice la gran metáfora evangélica – si el campesino interviene para extirpar la cizaña, arrancará también las espigas buenas y valiosas.

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El camino de Damasco es normal

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Capitales narrativos/3 – Los grandes ideales colectivos germinan en zonas sísmicas

Luigino Bruni

Publicado en  pdf Avvenire el 26/11/2017

171125 Capitali narrativi 3 rid«Hay voces.
Nos acompañan.
Nos muerden.
Nos susurran brevísimos consuelos…
Nos mandan,
nos reprenden,
casi nunca nos alaban,
gritan en las noches insomnes.
Las voces…
¿De quién son estas voces?
»

Chandra Livia Candiani, Fatti vivo

Cuanto más amor hemos puesto en las grandes narraciones que vemos desvanecerse, más severa sentimos la carestía de capital narrativo. Sobre todo si en esa buena noticia hemos puesto todo nuestro corazón, toda nuestra alma y toda nuestra mente, si hemos quemado deseos imposibles, si hemos hecho de ella el pensamiento dominante que no nos dejaba dormir por las noches pues solo queríamos soñar con los ojos abiertos nuestro único sueño verdadero.

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Aquellos que han estado más cautivados y encantados por una promesa que parecía ilimitada e infinita, hoy, cuando la historia más bella deja de hablar, son los que más desconcertados y desalentados se sienten. Como en los terremotos, los que están más cerca del epicentro sufren más daños que los que viven en los bordes del cráter. Las mayores “víctimas” de las crisis de capitales narrativos son los más cercanos e íntimos, por vocación y destino, a la primera gran historia. Si muchas veces mueren y nos dejan, no es porque la amaran poco sino porque la amaban demasiado. Cuando dicen “el rey está mudo”, no se trata de una denuncia ni de una traición. Es tan solo un grito-canto de amor, aunque sea el último.

Pero a diferencia de lo que ocurre con los terremotos verdaderos, en los terremotos simbólicos que afectan a los capitales narrativos de las Organizaciones con Motivación Ideal (OMI), no es nada fácil medir las distancias con respecto al epicentro. Estas no son evidentes, casi siempre son invisibles. Los estatus y los organigramas no ayudan nada a realizar estas mediciones distintas. Nos cuesta mucho estimar los verdaderos daños y aún más poner en marcha buenos procesos de reconstrucción.

Si confundimos a los que están verdaderamente cerca del corazón fundacional de la OMI con los que están falsamente cerca, con frecuencia haremos las preguntas correctas a las personas equivocadas que, incluso con toda su buena fe, nos hablarán de apenas algunas grietas en las paredes. Pero así no podemos entender la verdadera entidad de los fenómenos y de los daños, y dejamos en torpes manos la escritura de la nueva ciudad. Por ejemplo: no siempre aquellos que trabajan con regularidad en una OMI son más “cercanos” e “íntimos” que los voluntarios; no todas las monjas de una orden religiosa están más cerca que todos los amigos laicos de la comunidad. Incluso algunos de los responsables pueden estar muy “lejos”. Varias personas con la misma distancia formal con respecto al centro del carisma/ideal pueden tener distancias reales muy distintas. Así, aunque se sienten en la misma oficina, en el mismo consejo de administración o en el mismo coro de la abadía, algunas personas sufren mucho por la crisis del capital narrativo, otros sufren mucho menos, otros no sufren nada y otros incluso se alegran del derrumbamiento de la “casa”.

En un escenario donde todo es muy fluido (y todavía está muy poco estudiado y analizado), donde no hay certezas, tenemos por lo menos una cuasi-certeza: el primer instrumento para reconocer a las personas que están más cerca de capital narrativo es la cuenta de los daños. Aquellos que pusieron su morada en la proximidad del centro estarán entre los que más han perdido y han sufrido. De ahí surge un nuevo mensaje: muchas de las personas más íntimas y enamoradas de la primera narración ideal estarán sepultadas bajo los escombros de su historia más hermosa. Si además el seísmo es muy fuerte, puede que algunos de ellos “mueran”, dejando la OMI o la comunidad. “Mueren” por la única “culpa” de haber construido su casa en el lugar más cercano a los ideales y a sus relatos. Sencillamente se quedaron en casa, fieles en su puesto de guardia, sin irse de vacaciones.

Hay otro mensaje más, relativo a los que no han sufrido daños porque estaban bastante lejos. Estos habitantes de las periferias pueden ser de dos tipos, y solo el primero de ellos es bueno. El primer tipo se refiere a los habitantes que están visible y objetivamente distantes del centro. Al segundo tipo pertenecen los que están falsamente cerca, los que están formalmente cerca pero sustancialmente lejos. Los primeros son personas que están alrededor de la comunidad y de la OMI pero no han invertido demasiados deseos y expectativas en la historia ideal y por tanto no sufren demasiado cuando se empaña su parte más íntima y profunda (en cierto sentido, no habían llegado a conocerla nunca, salvo en pequeñas dosis). Pero estos habitantes verdaderos de las zonas menos afectadas pueden desempeñar un papel muy importante: abrir sus casas, acoger a los que han sufrido graves daños, darles calor, mantas, encender la chimenea, asar castañas en las brasas, hacer fiesta con el mejor vino. Rezar juntos. Y en ciertas noches, más serenas y llenas de estrellas, comenzar a contar en voz baja a los anfitriones las grandes historias de los comienzos, a recordar el primer amor, a escuchar como si fuera la primera vez. Con el mismo encanto, con la misma confianza, con el mismo ardor. Nicodemo regresa finalmente al seno materno y vuelve a nacer de verdad.

Otras veces este milagro no se produce, pero los meses transcurridos como invitados en casas con pocas grietas y mucha fraternidad son siempre un don y un descanso para el corazón. Son el mendrugo de pan y el vaso de agua que nos permiten no morir y seguir caminando por el desierto. Muchas personas cansadas y agobiadas por la llegada de la carestía de capital narrativo, podrían haber comenzado una nueva historia y tal vez podrían haber conocido  una verdadera resurrección si hubieran encontrado un amigo en las periferias que les hubiera abierto con generosidad la puerta de su casa. Algunas veces, el “alejado” que nos salva de la gran carestía es el hermano soñador al que muchos años atrás expulsamos y vendimos a los mercaderes de camino hacia Egipto, pero nunca dejó de amarnos, nos reconoció y nos dio el pan.

Los alejados del segundo tipo son profundamente distintos. Se encuentra en todos los niveles de una OMI, también en los más altos. Tienen el estatus de cercanos aunque estén lejos del centro de la experiencia ideal originaria. En este contraste invisible es donde anida el peligro. Entre ellos hay una amplia gama de humanidad, que va desde los que, gracias a sus talentos relacionales o por adulación, han llegado rápidamente a los puestos de mando, quemando etapas sin haber alcanzado una madurez real en los valores de la misión de la OMI, hasta quienes no tienen la suficiente profundidad espiritual para entender el “carisma” pero han aprendido bien el oficio, pasando por aquellos que se encuentran dentro de una institución o una comunidad sin haberlo elegido verdaderamente y tratan de flotar en la superficie. Muchos tienen buena fe, algunos son buenos, otros son simplemente superficiales, pocos son generosos y ninguno es profeta. Como no han sufrido daños se ofrecen para comenzar el trabajo de reconstrucción. Mientras los que de verdad están más cerca tratan de elaborar el luto y necesitan tiempo y recursos para curar sus heridas verdaderas y profundas, estos tienen muchas energías psicológicas y físicas para invertir. Y así los encontramos en primera fila, como candidatos a escribir el nuevo capital narrativo.

Por último están los que se alegran de la caída. Una alegría triste, a veces desesperada con una desesperación contraria a la de los que verdaderamente están cerca. Tienen muchas y muy variadas razones. Algunas veces es una consciente falta de vocación, que no va acompañada de suficiente fuerza y libertad para dejar la comunidad y con el tiempo se convierte en rencor y odio. Y mucho dolor, siempre. Otras veces esa “alegría” nace de la esperanza de obtener algún beneficio del final, y es posible que cambien de residencia buscando beneficios fiscales. En este caso no hay amor alguno por el primer capital narrativo, ni por los posibles nuevos relatos, incluso aunque a algunos de ellos – siempre mezclados con los más cercanos e íntimos – los encontremos entre el grupo de escribas elegidos para escribir los nuevos relatos posteriores a la gran crisis.

No debemos sorprendernos si la evidencia histórica nos muestra que las grandes crisis de capital narrativo casi nunca conducen a un verdadero renacimiento, porque la dirección de los trabajos demasiadas veces acaba en manos de personas que están falsamente cerca y, a veces, incluso en las de aquellos que se alegran de la caída. La nueva ciudad se construirá de algún modo, pero no será la resurrección de la primera.

La rara posibilidad de un buen futuro depende decisivamente de la calidad y cantidad de supervivientes del derrumbamiento que no hayan sufrido demasiados daños (porque son más jóvenes, más prudentes o estaban en casas de amigos), así como de la generosidad en la hospitalidad de aquellos que estaban “verdaderamente lejos”. Pero la belleza y la profecía de la nueva ciudad dependerán sobre todo de cuántos supervivientes, testigos del derrumbamiento de la casa sobre sus cuerpos y los de sus hijos y padres, decidan quedarse, volver a empezar e intentar resucitar.

El temor a nuevas sacudidas es demasiado fuerte. Muchas veces incluso los supervivientes que estaban verdaderamente cerca  bajan al valle, hacia el mar y hacia las costas más seguras, perdiendo para siempre el color de las flores y el irresistible perfume del aire donde todo comenzó. Solo una nueva vocación, una nueva voz, el susurro de una segunda llamada, puede hacernos reconstruir una nueva casa cerca de las tumbas de los padres y de los hijos, aceptando convivir toda la vida con la vulnerabilidad. Reconstruir casas distintas, esta vez más ligeras y sobrias, no palacios ni mansiones, para aprender finalmente a vivir en la humilde tienda del arameo.

Los carismas y los ideales colectivos más grandes nacen y crecen en zonas sísmicas, porque se encuentran en la frontera entre distintas capas de civilizaciones, religiones y épocas. En las ciudades generadas por nuestros ideales más grandes nunca vivimos cómodos y tranquilos. Estas ciudades nacen sobre las heridas de la tierra. No deberían estar allí, pero están, gracias a la imprudencia agápica de sus fundadores. Estos siguieron el vuelo de un pájaro precioso en una primavera sagrada y sencillamente pusieron la primera piedra allí donde terminó su loco vuelo. No planificaron la fundación, no eligieron el lugar más adecuado para sus ciudades. El lugar les eligió a ellos, porque las cosas más importantes no las elegimos, nos las encontramos como destino y tarea. Allí comenzaron a construir casa tras casa hasta que finalmente nos dieron en herencia una ciudad, frágil bella, junto a sus relatos, aún más frágiles y bellos. Con ellos nos dejaron cimas impresionantes, horizontes de paraíso, espacios ilimitados. En altiplanos llenos de flores raras y vivos colores, con altas y luminosas cimas por corona.

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Capitales narrativos/3 – Los grandes ideales colectivos germinan en zonas sísmicas

Luigino Bruni

Publicado en  pdf Avvenire el 26/11/2017

171125 Capitali narrativi 3 rid«Hay voces.
Nos acompañan.
Nos muerden.
Nos susurran brevísimos consuelos…
Nos mandan,
nos reprenden,
casi nunca nos alaban,
gritan en las noches insomnes.
Las voces…
¿De quién son estas voces?
»

Chandra Livia Candiani, Fatti vivo

Cuanto más amor hemos puesto en las grandes narraciones que vemos desvanecerse, más severa sentimos la carestía de capital narrativo. Sobre todo si en esa buena noticia hemos puesto todo nuestro corazón, toda nuestra alma y toda nuestra mente, si hemos quemado deseos imposibles, si hemos hecho de ella el pensamiento dominante que no nos dejaba dormir por las noches pues solo queríamos soñar con los ojos abiertos nuestro único sueño verdadero.

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Sobre las heridas de la tierra

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Capitales narrativos/2 - A resucitar se aprende y solo es posible sin contrato

Luigino Bruni

Publicado en pdf Avvenire el 19/11/2017

171119 Capitali narrativi 2 rid«Los grandes escritores proyectan su sombra en dos direcciones. La primera envuelve a sus predecesores; la segunda, a sus epígonos»

Wislawa Szymborska, Prosas reunidas

La búsqueda más tenaz y constante que conducen los hombres sobre la tierra es la búsqueda de consuelo. Renunciar a él es imposible, sobre todo en los momentos más difíciles de la existencia, cuando el dolor del presente y la incertidumbre del futuro generan la tentación, invencible, de construir falsas ilusiones con tal de no morir. Muchas personas, incluso grandes, interrumpen su camino ético y espiritual y retroceden por caer en esta terrible tentación.

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También las organizaciones, sobre todo las Organizaciones con Motivación Ideal (OMI), se ven profundamente tentadas a cultivar el consuelo. Cuando más urgente sería cambiar de ruta con valentía y fuerza, con frecuencia se demoran en el status quo, saciadas, complacidas y consoladas por algún fruto que aún sigue llegando. Este error, grave y común, viene de confundir los “intereses” del capital narrativo de ayer con el salario del trabajo de hoy. Es decir, vivir de las rentas (decrecientes) del pasado pero creyéndose la ilusión de estar viviendo con rentas nuevas.

El destino de toda comunidad humana se encuentra en la encrucijada entre la memoria del pasado, la gestión del presente y la fe en el futuro. Por ejemplo, las raíces no son el pasado de la planta. Son, al mismo tiempo, la memoria, la vida de hoy y la floración de mañana. Pero si se interpretan las raíces solo como pasado, inevitablemente se desencadena la típica enfermedad de la nostalgia, cuyo primer efecto visible es el alejamiento de los jóvenes y de la realidad del presente. Los jóvenes huyen cuando encuentran comunidades nostálgicas con la mirada totalmente vuelta hacia el origen. La única nostalgia generadora de un buen presente es la nostalgia del futuro. Cuando se interpretan las raíces como pasado, comienza de forma casi ineludible la transformación en momia del capital narrativo del origen. Cuando la comunidad adquiere conciencia (es raro que lo logre) del envejecimiento de las primeras historias y de su muerte inminente, primero se prepara y después se realiza la evolución del “cadáver” en momia, originada por el deseo de salvar todo lo salvable del viejo cuerpo (las formas, la mirada, los elementos esenciales). A los hijos se les deja en herencia un cadáver. La momia eterniza la muerte del cuerpo histórico. Es lo contrario a su resurrección.

Pero las resurrecciones son muy poco frecuentes. Para ello tendríamos que acoger la muerte de verdad y madurar la conciencia colectiva de que el primer cuerpo, con su belleza y su fascinación infinitas, dejará de existir. Aceptar que las nuevas historias de vida serán las del futuro, las mismas que nos harán entender y “recordar” el pasado. Se trata de auténticas operaciones espirituales, tanto más difíciles cuanto mayor y más extraordinario haya sido el primer capital narrativo, cuanto más hermoso haya sido el primer cuerpo histórico, que es el que se quiere conservar para evitar que muera.

Sin embargo, cada “evangelio” se escribe a partir de una resurrección. Sin la resurrección de Cristo, sus discípulos no habrían escrito nada, o habrían escrito algún texto gnóstico de los muchos que se escribieron en los primeros siglos del imperio romano tardío (y en todos los tiempos de crisis profunda, como el nuestro). No habrían recordado en el espíritu el capital narrativo de las parábolas, de la pasión y de la muerte. Y nosotros no tendríamos el hijo pródigo ni el buen samaritano. No tendríamos noticia de aquel grito loco ni de otras palabras resucitadas el primer día después del sábado.

Los primeros capitales narrativos de las comunidades que siguen estando vivas y siguen siendo generativas son los relatos de la resurrección, porque de ellos nacen los segundos relatos de los hechos históricos más antiguos. Los relatos capaces de engendrar mucha vida durante mucho tiempo no son los que escriben los cronistas mientras se desarrollan los acontecimientos. Esas crónicas mueren con sus actores. En cambio, sí que son generativos los que escribe el “resto” fiel que sabe resistir bajo las cruces, bajo los escombros del templo, en los exilios, y después cuenta los hechos de ayer iluminados por la vida posterior, gracias a su tenaz fidelidad. Aun cuando los relatos escritos antes y después de los acontecimientos coincidan, nunca son los mismos relatos, porque el cuerpo resucitado no es el cuerpo histórico. El error más frecuente (casi necesario) de las comunidades carismáticas e ideales consiste en pensar que el capital narrativo es un hecho histórico acabado, las ipsissima verba de los fundadores. No les dejan morir de verdad y por consiguiente no les permiten, a veces, resucitar de verdad. Las momias no pueden resucitar. Solo están muertas. Como doña Práxedes de Manzoni: «cuando se dice que estaba muerta, ya se ha dicho todo».

Los capitales narrativos son capaces de futuro si son interpretados como una semilla y por tanto como algo vivo que, puesto que está vivo, debe morir. Solo muriendo dará mucho fruto, porque la primera semilla engendrará otras cien o mil. Una semilla vive, crece y muere precisamente porque está viva. Las cosas vivas lo son porque son mortales. En cambio, si el capital narrativo de un carisma es interpretado como un cofre que contiene las joyas de la familia, y por tanto cosas brillantes y preciosas pero muertas, se le impide crecer, morir y dar fruto. Pero ¿cómo podemos aprender a resucitar? Nadie puede enseñarnos este oficio. Pero al menos podemos y debemos evitar las falsas resurrecciones. Al igual que en la Biblia donde los más acérrimos enemigos de los profetas son los falsos profetas, en las comunidades ideales los enemigos mortales de las resurrecciones son las falsas resurrecciones.

Los profetas bíblicos permitieron auténticas resurrecciones del pueblo porque tuvieron, por vocación, la fuerza infinita de decir que una primera historia había terminado. Hicieron posible una segunda vida después de la deportación y la destrucción, porque no negaron el final, como por el contrario hacían sistemáticamente los falsos profetas. Aceptando la muerte verdadera no impidieron la resurrección verdadera. Los inventores de falsas resurrecciones (que son siempre formas de falsa profecía) impiden las resurrecciones verdaderas porque siguen repitiendo que el “cadáver” no ha muerto de verdad, que su muerte es tan solo aparente y que antes o después despertará. Así proponen e inventan técnicas de reanimación, construyen nuevos desfibriladores y convencen a la comunidad confusa para que invierta sus últimos recursos intentando esta “resurrección”. Pero eso no ocurre ni ocurrirá, porque no puede ocurrir. Pero la fuerza ideológica de esta falsa profecía logra incluso justificar el fracaso, hasta el final.

Otra falsa resurrección consiste en esconder el cadáver. Los discípulos en Jerusalén, en Emaús, en Galilea, hicieron posible que se cumpliera el “milagro” de la resurrección, entre otras cosas, porque no escondieron el cadáver, que es la falsa resurrección más común. Pero los cadáveres no cuentan sino historias de muerte, y las cosas vivas necesitan cosas vivas para seguir viviendo. Es paradójico, pero a veces son los propios fundadores y las personas más encantadas por el primer capital narrativo quienes favorecen “la ocultación del cuerpo”. Eso ocurre cuando los fundadores y la primera generación tratan de asegurarse y asegurar  un futuro para su carisma y su comunidad. Escriben reglas muy detalladas y cerradas, para que el primer capital narrativo no muera. En lugar de fiarse y creer que sus “hijos” y “nietos” llevarán sus mismos cromosomas carismáticos, extienden un contrato de seguro con el futuro en el que se dice: “no debes cambiar el pasado”. Así, la sana preocupación por salvar los propios ideales produce el inevitable envejecimiento del capital narrativo y el final de la experiencia. Al impedirle morir, le impiden resucitar. En estos casos, que son trampas muy profundas, para salvarse hacen falta “hijos” y “nietos” – y a veces “hermanos” – capaces de amar a los padres yendo en contra de la letra de las recomendaciones paternas, aun a sabiendas de que fueron dictadas por el amor y la buena fe. Todo “contrato con el futuro” es una nueva ocultación del cadáver, porque un pacto así es, de hecho, la sirena que señala el comienzo del trabajo de momificación.

Es posible que la Iglesia primitiva viviera algo semejante. Podemos imaginar las frases históricas de Jesús que Pedro y otros discípulos recordarían a Pablo para demostrarle que el Evangelio solo era para los hijos de Israel, para los circuncisos, y no para los gentiles. Pero Pablo no temió el conflicto con sus hermanos, escuchó hasta el fondo la voz que le hablaba en el alma, creyó más en el presente que en el pasado y así “salvó” la primera comunidad, ayudándola a resucitar, añadiendo con su carisma nuevo capital narrativo a la primera e inmensa historia, haciéndola aún más inmensa. Las historias y los relatos de Pablo no son solo, ni sobre todo, historias y relatos de la vida histórica de Cristo: son los relatos y las palabras de Pablo, que sirvieron para los relatos de la vida de Cristo que vinieron después de él y que tal vez no habrían llegado o no habrían tenido la fuerza infinita que han tenido y tienen, sin la fidelidad tenaz de Pablo a su propio capital narrativo distinto. Si las comunidades solo tuvieran “Pedros”, no se salvarían de la obsolescencia de su propio capital narrativo. La llegada de nuevos “Pablos” es tal vez la única salvación verdadera para las OMIs. Pero cuando estamos en medio de este proceso no podemos saberlo, solo podemos esperar y rezar. Podemos quedarnos con las “lámparas encendidas” para tratar de reconocerle cuando llegue, si llega. Y aunque no llegue, siempre podemos vivir mucho y bien esperando una esperanza verdadera, renunciando a consolarnos con falsas esperanzas.

La esperanza verdadera es un alimento muy valioso para la vida entera. Hay OMIs que terminan su carrera porque impiden que lleguen los Pablos. Otras no alcanzan a reconocerlo porque han apagado las lámparas. Otras llaman “Pablo” al primer falso profeta que pasa vendiendo una salvación fácil a buen precio. Las resurrecciones no son contratos. Nadie puede garantizarnos que llegarán. Es más: la posibilidad real de que no lleguen es la que hace verdadero el milagro de su llegada. Las resurrecciones no falsas siempre son un don y por tanto imprevistas. Solo así nos sorprenden y nos dejan sin aliento cuando se realizan. Cuando reconocemos esa voz maravillosa en quien pensábamos que era tan solo un jardinero.

 

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Capitales narrativos/2 - A resucitar se aprende y solo es posible sin contrato

Luigino Bruni

Publicado en pdf Avvenire el 19/11/2017

171119 Capitali narrativi 2 rid«Los grandes escritores proyectan su sombra en dos direcciones. La primera envuelve a sus predecesores; la segunda, a sus epígonos»

Wislawa Szymborska, Prosas reunidas

La búsqueda más tenaz y constante que conducen los hombres sobre la tierra es la búsqueda de consuelo. Renunciar a él es imposible, sobre todo en los momentos más difíciles de la existencia, cuando el dolor del presente y la incertidumbre del futuro generan la tentación, invencible, de construir falsas ilusiones con tal de no morir. Muchas personas, incluso grandes, interrumpen su camino ético y espiritual y retroceden por caer en esta terrible tentación.

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Lejos de las falsas resurrecciones

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Capitales narrativos/1 – Un nuevo comienzo para unas obras y un patrimonio espiritual heredado

Luigino Bruni

Publicado en  pdf Avvenire el 12/11/2017

171112 Capitali narrativi 1 rid«Debemos trabajar en una zona intermedia entre distintos órdenes de disciplinas, donde, debido al contacto entre terrenos diversos, se acumulan frecuentemente riquezas excepcionales»

Achille Loria, Las bases económicas de la constitución social

Las comunidades, asociaciones, movimientos, instituciones y empresas se mantienen vivas gracias a capitales que adquieren múltiples formas. Uno de ellos es el capital narrativo, un recurso muy valioso para muchas organizaciones y esencial para los momentos de crisis y de grandes cambios de los que dependen la calidad del presente, la posibilidad de futuro y la bendición o maldición del pasado. Es un patrimonio – es decir munus / don de los padres – hecho de relatos, historias, escritos, a veces poesías, cantos y mitos. Se trata de un auténtico capital porque, como todos los capitales, genera frutos y futuro. Si los ideales de una organización o de una comunidad son altos y ambiciosos, como ocurre en muchas Organizaciones con Motivación Ideal (OMI), su capital narrativo también es grande.  Y es un recurso muy valioso cuando surgen las primeras dificultades, cuando contarnos unos a otros los grandes episodios de ayer nos da ánimos para seguir esperando, creyendo y amando hoy.

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Además, el capital narrativo es el primer mecanismo de selección de los nuevos miembros de una organización o comunidad. Nos gustan muchas cosas, pero sobre todo nos gustan las historias maravillosas, las que despiertan la parte más profunda y verdadera del alma, las que nos hacen mejores simplemente con escucharlas. Cuanto más grandes son nuestros ideales, más grande es nuestra alma y más grande debe ser la promesa contenida en el capital narrativo para activarnos e introducirnos en esa misma historia. Las historias pequeñas atraen a personas con deseos e ideales pequeños, las historias grandes conquistan almas grandes y las historias extraordinarias atraen a personas extraordinarias.

En los primeros tiempos de fundación, ese capital narrativo es el único bien que una comunidad posee. Sobre todo las comunidades-movimientos que nacen de ideales espirituales, dentro y fuera de las religiones. Nos alimentamos de la vida que se genera, de las primeras historias, de los “milagros”, de la vida y las palabras de los fundadores. Las vivimos y las contamos. Esta nueva vida es inmediatamente evangelio, una nueva buena noticia. Quienes son alcanzados por esta historia generativa reconocen en ella su propio relato pasado y futuro. En los primeros tiempos la tasa de acumulación de capital narrativo es muy alta y su crecimiento es exponencial. En los primeros años, a veces en los primeros meses o días, se forma la mayor parte de este patrimonio especial. Su “productividad” es extraordinaria y asombrosa: basta evocar en cada ambiente los primeros relatos para asistir a auténtico milagros, tan impresionantes o más que los primeros. Decir y repetir las frases y los acontecimientos del comienzo produce efectos literalmente extraordinarios que, además de aumentar la comunidad, alimentan en quienes los anuncian la convicción de que el ideal anunciado es verdadero y fuerte, cerrando un círculo virtuoso (historias-anuncio-frutos-fortalecimiento-nuevo anuncio…) muy potente y admirable.

Si el “carisma” que se encuentran en el origen de estas experiencias es rico e innovador y el fundador es generoso y creativo, nos podemos alimentar durante décadas – o siglos – de las historias y palabras de los primeros tiempos, sin advertir la necesidad de añadir nada nuevo. Pero dentro de esta riqueza es donde se desarrolla lo que se conoce como síndrome parasitario. De forma casi inevitable y siempre no intencionada los inmensos frutos generados por los relatos del pasado se convierten en un obstáculo para la creación de nuevo capital narrativo. Empezamos a vivir hoy de las rentas de ayer, como el empresario que deja de innovar y de generar nuevas rentas porque vive muy bien de las rentas de los capitales del pasado. Cuanto más grande es el primer capital narrativo más larga es la fase de la vida alimentada por las rentas. Es una forma de la conocida “paradoja de la abundancia” (o “maldición de los recursos”), una trampa en la que caen los países que son muy ricos gracias a un único recurso natural, que acaban empobreciéndose precisamente a causa de esa enorme riqueza. Un fundador y un carisma muy ricos espiritualmente pueden, sin quererlo ni saberlo, transformarse de “bendición” en “maldición”, si la riqueza espiritual de su carisma desencadena más fácilmente y más rápidamente el síndrome parasitario (que puede comenzar ya durante la vida de los mismos fundadores que dejan de innovar para alimentarse sobre todo de su propio pasado). Porque, paradójicamente, cuanto más grande es la riqueza espiritual, más probable es que se active el síndrome parasitario. Las comunidades con fundadores y carismas sencillos tienen otros problemas, pero no conocen el síndrome parasitario, que es una típica enfermedad de la riqueza.

A diferencia de los capitales financieros o inmobiliarios, que pueden permitir un flujo constante o creciente de renta, los capitales narrativos, si no se actualizan y renuevan, comienzan a envejecer y a reducirse. Para ellos es cierta en máximo grado la frase de Edgar Morin: «Lo que no se regenera, degenera». Esta obsolescencia/degeneración en los momentos de aceleración de la historia (como el nuestro) puede ser tremenda y dramáticamente rápida. Podemos encontrarnos de un día para otro con una grave carestía de historias que contar. Los primeros relatos, que hasta ayer convencían y convertían y fueron el gran tesoro que nos encantó y dio fundamento a nuestra vida individual y colectiva, se vuelven mudos, fríos, muertos. La distancia entre el lenguaje y los desafíos del presente y los relatos del pasado se hace enorme. También en este caso los jóvenes son los centinelas, los primeros que indican la enfermedad.

En las historias ideales y carismáticas, las primeras historias solo siguen hablando en la segunda y en las futuras generaciones si van acompañadas de segundas y terceras historias. Los franciscanos mantuvieron vivo el franciscanismo y el cristianismo añadiendo las historias de Francisco a las de los Evangelios, y los franciscanos de hoy mantienen vivo a Francisco (y al Evangelio) añadiendo sus “hechos” a los del Poverello de Asís. El primer patrimonio, el don narrativo de los padres, no es suficiente para seguir viviendo: es indispensable el don de los hijos, que es también don para los padres que así evitan morir para siempre.

El agotamiento del capital narrativo es la causa más común de la crisis y muerte de una OMI. No es fácil escapar de este síndrome mortal. Muchas veces enfermamos y sufrimos sin ser capaces de llegar ni siquiera al diagnóstico, y atribuimos la crisis a otras causas (falta de radicalidad de los jóvenes, maldad del mundo…). Otras veces nos damos cuenta de que la crisis tiene que ver con nuestra incapacidad para narrar el corazón del carisma y constatamos que el capital narrativo ya no (nos) habla, o no habla lo suficiente, o habla a las personas equivocadas, pero erramos la cura.

La cura errónea más común consiste en añadir historias nuevas, que son más fáciles de comprender en el “siglo presente”, pero que carecen del ADN de la primera historia. Cuando lo hacemos, parece que muchos nos entienden, pero es sencillamente porque estamos contando otra historia. Por ejemplo: una comunidad nacida de un carisma para evangelizar el mundo de la familia, ante la dificultad de seguir explicándole al mundo y a sí misma las palabras evangélicas de la primera generación, con el tiempo empieza a ocuparse de políticas familiares, adopciones y métodos naturales. Estas nuevas historias son mucho más cercanas a una sensibilidad cultural que ha cambiado. Son mucho más fáciles de explicar y de entender, más adecuadas para encontrar financiadores y patrocinadores. Pero el problema decisivo que se esconde en estas operaciones, hoy tan frecuentes, está directamente relacionada con el capital narrativo. La nueva asociación ya no puede utilizar el primer capital narrativo, que se queda como un recurso solo para los archivos o para buscar frases para las felicitaciones de Navidad. En este caso no hay injerto de nuevas historias en el viejo árbol, sino únicamente una sustitución del primer capital narrativo por otro nuevo. En determinados casos, que son una especie dentro de este mismo género, en una primera fase la parte nueva del capital narrativo intenta mantener el contacto con su componente originario. Pero progresivamente las nuevas historias de mayor éxito van erosionando a las viejas hasta desgastarlas completamente.

Para muchas personas, estas transformaciones y evoluciones son innatas a la naturaleza de las cosas y de la historia, siempre han existido y existirán. En cambio, otras ven en ellas un problema grave y decisivo. El nuevo capital narrativo, sencillo y fácil de comprender, no atrae vocaciones. La primera generación fue capaz de conquistar personas dispuestas a dar su vida por ese ideal porque les fascinaba la profecía y la radicalidad de la promesa. Si la gran dificultad de explicar el primer mensaje va generando progresivamente palabras más sencillas de entender porque su carga ideal se ha debilitado, el resultado será la transformación del tipo de personas atraídas por el mensaje. Las personas de la primera generación que hicieron de ese ideal la dimensión o una dimensión  identitaria de su vida (esta es la esencia de toda vocación) poco a poco van desapareciendo y dejando paso a otros miembros con una adhesión cada vez más ligera. En otras palabras: el nuevo capital narrativo ya no selecciona vocaciones sino simpatizantes o trabajadores empleados en las obras (la vida se da por Dios o por un mundo sin pobreza, pero no por la "responsabilidad social de la empresa").

Así es como se están extinguiendo miles de comunidades carismáticas y movimientos espirituales nacidos en el siglo XX y en siglos anteriores. A veces, de su muerte nacen nuevas instituciones. Otras veces mueren sin más, cuando ante la probable desnaturalización de la identidad, la comunidad y sus responsables reaccionan poniendo obstáculos o impidiendo la actualización del primer capital narrativo. Se siguen contando las primeras historias con el mismo lenguaje y con las mismas palabras que ya no fascinan a nadie.

Un tercer resultado, igualmente infeliz, es la reabsorción del carisma dentro de la tradición que el carisma quería innovar y cambiar. Ante la dificultad de explicar a los demás y a nosotros mismos el germen carismático de nuestra comunidad, renunciamos a los componentes específicos y nuevos y “volvemos” a realizar las mismas actividades tradicionales que queríamos innovar. De jóvenes nos atraía el anuncio a otras religiones y a los no creyentes pero de adultos volvemos a dar catequesis de confirmación.

A estos escenarios y a muchos otros nos acercaremos, tratando de desentrañarlos, en las siguientes entregas de esta nueva serie. Trataremos de entender cuáles son los buenos caminos para que en el futuro los ideales puedan seguir alimentando la conciencia del mundo, para que el injerto de nuevas historias en las primeras funciones engendre nuevas flores, nuevos frutos y nuevos colores. Nos preguntaremos: ¿Es verdad que podemos actualizar y regenerar los capitales narrativos de nuestras comunidades o su muerte es inevitable? ¿Qué transformaciones son generativas? ¿Cómo entender si estamos traicionando la promesa o si la estamos haciendo realidad? Son preguntas y respuestas difíciles y arriesgadas, pero sobre todo necesarias.

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