Más aumenta la moda del liderazgo más se debilita nuestra democracia, que se vuelve lidercracia. Quizás, entonces, todos deberíamos hacernos cargo.
Luigino Bruni
publicado en Messaggero di Sant'Antonio el 03/12/2024
El liderazgo es ya uno de los dogmas del nuevo capitalismo. Ya hemos hablado en estas páginas, y ahora volvemos a reflexionar sobre otra de sus dimensiones. Ya no queda universidad que no incluya cursos enteros sobre liderazgo, y no solamente en las facultades de economía o de management; también se encuentran en filosofía, ingeniería, y cada vez más en las facultades teológicas y pontificias, donde los adjetivos se multiplican – liderazgo inclusivo, amable, trinitario, benedictino, franciscano...-. No es fácil saber si la demanda (del público) ha arrastrado la oferta (de las universidades) o viceversa; ni si esta moda ha llegado a su punto cúlmine o si estamos solo al comienzo de lo que está destinado a convertirse en un nuevo y verdadero culto popular mundial, en el que todos estaremos llamados a convertirnos en líderes (¿y a dónde encontraremos suficientes seguidores?).
Acá me quiero detener en dos aspectos. El primero tiene que ver con un dato que es, en cierta medida, paradójico. Mientras explota la moda del liderazgo, las empresas están empezando a experimentar una falta de candidatos para cubrir roles de responsabilidad. A pesar de los salarios altos y del prestigio de los cargos, cada vez menos personas están dispuestas a aceptar propuestas de funciones de gobierno y de dirección de grupos de trabajo, instituciones y comunidades. Ya desde hace tiempo esto se vuelve evidente en la administración de los municipios, donde es cada vez más difícil encontrar gente que acepte ser candidata a alcalde o a asesor. Pero últimamente esta tendencia también está llegando a las empresas y a las organizaciones. La gran complejidad de los nuevos trabajadores, con sus nuevas fragilidades, el aumento de conflictos y de nuevas formas de denuncias en el lugar de trabajo, hace que las personas se contenten con salarios más bajos y una vida menos ansiosa - “¿por qué debería asumir responsabilidades cada día más grandes y con riesgos imprevisibles, solo por ‘algo más de dinero’?” -. Se entrevé, entonces, un nuevo e inédito período de carencia de responsables, que llevará a nuevas crisis, quizás muy profundas. Paralelamente, y como consecuencia natural, aquellos que se ofrecen, en cambio, a desempeñar funciones de mando son las personas menos adecuadas para ese mismo rol, y las que han seguido probablemente muchos cursos para convertise en buenos líderes: porque, en general, el que se auto-candidatea para roles de gobierno es casi siempre la persona equivocada (en economía es un fenómeno que se estudia con el nombre de «selección adversa»).
El segundo aspecto tiene que ver con los daños que está causando la moda del liderazgo en la vida política. Lo que en los últimos años venimos observando en muchos países es un deslizamiento de la vida democrática hacia nuevas formas de gobierno centradas en el líder carismático, que es el otro nombre del populismo. Desde hace por lo menos un siglo y medio sabemos que la democracia no es el gobierno de la mayoría, sino el gobierno de las élites, que, como recordaba Pareto, casi siempre están compuestas de las mismas personas, a pesar del movimientos de los distintos partidos. Pero hoy el fenómento está cambiando de forma, y el juego político – desde Estados Unidos a Italia, pasando por varios países europeos y sudamericanos – se juega cada vez más en torno a las características personales y carismáticas de una sola persona, del líder. Cuentan cada vez menos los programas, los partidos, los parlamentos: lo verdaderamente importante es el “pacto” directo entre el líder y el pueblo, saltándose todos los cuerpos intermedios y los contrapesos. Cuanto más aumenta la moda del liderazgo, más se debilita nuestra democracia, que se transforma en lidercracia. Quizás, entonces, todos deberíamos hacernos cargo.
Credit Foto: © Giuliano Dinon / Archivio MSA