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Editoriales - La Fiesta de San José

Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 18/03/2024

San José es muy amado por los cristianos por muchas razones, entre ellas su normalidad. A José lo sentimos realmente como uno de nosotros, aunque sabemos que en esa vida ordinaria suya vivió una experiencia humano-divina extraordinaria y única.

José era, dice el Evangelio de Mateo, "un hombre justo" (1:19). Justo es un adjetivo que dice mucho en la Biblia, quizás en el humanismo bíblico ser justo es más importante que ser bueno. El primer "justo" es Noé (Gn 6:9). Noé y José tienen muchas cosas en común. Son justos, no hablan con palabras (no tenemos de ellos un registro de diálogo) porque hablan trabajando, actuando con las manos y los pies. Ambos son "salvadores" y cuidadores, son padres, constructores, carpinteros, y ambos saben salir de escena una vez cumplida su tarea, sin sentirse héroes: Noé después del diluvio planta una viña y vuelve a ser un hombre común, José después de la infancia de Jesús desaparece de los Evangelios y del Nuevo Testamento, donde su nombre ya no aparece.

De José sabemos poco, pero no poquísimo. Sobre todo los Evangelios de Mateo y Lucas nos hablan de él. En Mateo, es José (y no María) el primer protagonista de los capítulos sobre el nacimiento y la infancia de Jesús. Se le aparece un ángel tres veces en sueños. José es un soñador, como el otro José, su antiguo ancestro. José de Nazaret sueña. En particular, sueña con ángeles, ángeles que le hablan mientras duerme. Y las teofanías que llegan en sueños, para muchos hombres y mujeres de la antigüedad, tienen una mayor fuerza de verdad. José es un hombre que sabe soñar (se necesita toda una vida para aprenderlo). Es un soñador de Dios, insertado en el corazón del relato del más grande sueño de Dios - "te suplico: mi Dios, mi soñador, sigue soñándome" (Jorge Luis Borges).

Queremos mucho a José porque es una hermosa figura de padre y de esposo.

Aunque vivió en un mundo en el que los maridos dominaban a las mujeres y a los hijos, José se nos presenta como un humilde guardián, un protector de María y del niño Jesús, un esposo y padre que en tiempos de crisis (Herodes) sabe lo que debe hacer, y lo hace sin demorar. No es un jefe de familia, no es amo de casa: está junto a su mujer y a su hijo, los protege, se ocupa de sus vidas, lleva el pan a la casa. Y en un momento en que la mirada sobre los hombres y los maridos ha vuelto a oscurecerse por la violencia absurda de alguien que empaña la noche de todos, es importante mirar esta bella figura de hombre gentil, de padre y marido respetuoso que sabe cuidar, que sabe llevar a cabo su tarea de custodia amorosa.

Es casi seguro que José era joven cuando tomó a María por esposa. Sin embargo, la tradición y la historia del arte lo han imaginado y representado casi siempre como un anciano.

Según el Protoevangelio de Santiago, un texto del siglo IV, José se casó con María cuando ya era anciano y había tenido otros hijos, y para Epifanio de Salamina (Panarion) José era viudo y se casó con María cuando ya tenía más de ochenta años. Los Evangelios no dicen esto y, por tanto, los dejan imaginar como los novios de la época: jóvenes y en la primavera de la vida. Su antigua viudez es sólo teológica (ligada a las tradiciones sobre María), y está bien dejarla para la historia, y pensar entonces en José como un marido joven y trabajador.

José, de hecho, es también para nosotros el carpintero. Mateo (13:55), hablando de Jesús, lo llama hijo del "carpintero". Marcos (6:3) nos dice que también Jesús fue "carpintero", y es probable que durante una parte de su juventud lo haya sido realmente. Lo que es seguro es que Jesús creció en casa de un carpintero. No se crió (como Samuel) en el templo, ni en un palacio de la corte, ni siquiera en una tribu de nómadas. Creció en una casa en medio del trabajo, y trabajó con sus manos. Respiró durante años los olores del aserrín y de la madera lijada, y se formó en la disciplina del trabajo artesanal, un arte antiguo, muy estimado incluso en la Biblia: “Pongamos como ejemplo al carpintero: corta un árbol, le quita la corteza, trabaja con cuidado la madera y fabrica una mesa que presta buen servicio” (Sabiduría 13:11).

Hoy, 19 de marzo, es un día del trabajo para recordar a José, pero recordando al José trabajador también recordamos y celebramos al Jesús trabajador. De hecho, hay que festejar porque en el origen del cristianismo hay una familia de trabajadores manuales, de artesanos con manos callosas marcadas con las astillas de madera y los golpes del martillo. Es realmente una gran y hermosa noticia. Por eso, no debe sorprendernos que Benedicto XIII incluyera en 1726 a San José en las letanías de los santos de todos los libros litúrgicos. Fue, de hecho, un Papa social que fundó como obispo más de 170 Montes frumentarios para los pobres entre Manfredonia y Benevento. Y no nos sorprende que José fuese un santo muy querido por Bernardino da Feltre, el fraile franciscano que estuvo en el origen de los Montes de Piedad, bancos populares fundados para liberar de la usura a los trabajadores y sus familias.

El cristianismo es, por lo tanto, una historia de trabajo y de trabajadores, desde sus primeros pasos. Incluso los primeros apóstoles eran pescadores, trabajadores llamados cuando ajustaban sus redes a orillas del lago. Las manos que partieron el pan en la última cena y luego en el ágape de las iglesias eran manos callosas, estriadas, ásperas y astilladas, no las manos delicadas de los sacerdotes del templo. El Logos se hizo carpintero; y luego escogió marineros, trabajadores -no escribas, ni sacerdotes- que siguieron siendo pescadores, que sólo cambiaron el objeto de pesca.

Por los Evangelios sabemos que aquellos pescadores siguieron algunas veces pescando peces, incluso mientras pescaban hombres. En José, en Jesús, en Pedro, en Juan, en Santiago y en María, la trabajadora doméstica, también está el fundamento teológico y antropológico del ora et labora de la vida monástica, de la ética del trabajo de los comerciantes, de los artesanos y de los artistas europeos que hicieron hermosas y eternas nuestras ciudades, que con sus vidas y sus obras dijeron que el trabajo manual no se adapta al esclavo, sino que es el distintivo del hombre libre, del ciudadano, del cristiano. Es muy lindo que la palabra latina con la que San Jerónimo tradujo "carpintero" fuese faber: José es también una bella imagen del homo faber, es una raíz del artículo 1 de la Constitución italiana.

El olor hogareño a madera fresca recién descortezada Jesús lo volvió a sentir al final, en otra madera recién descortezada, y ese olor tal vez fue el único habitante doméstico de aquel terrible día: "En el taller de Ioséf no le fue escatimado ningún nivel de entrenamiento, incluido los martillazos en sus dedos..... Llevó al Gólgota el palo de la horca, toda una sola cosa. Cuando los tuvo en su carne, los clavos, cuando los sintió entrar, se encontró por primera vez del lado de la madera... Volvió a ver a Ioséf. Le tocaba a él, Jesús, acabar como un leño extendido y tallado. Su vida era materia prima. La docilidad de la madera era la suya" (Erri de Luca).


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