ABCDEconomía de Luigino Bruni
Reglas: las haga quien las haga, somos nosotros quienes las “vivimos”
publicado en el semanario Vita del 20 de marzo de 2009
Una guía para redescubrir las palabras clave de la acción económica después de que los mitos han caído y las burbujas se han desinflado. El “diccionario” de Luigino Bruni llega a la séptima palabra. Las palabras analizadas hasta ahora son: Felicidad, Beneficio, Mercado, Banca, Inversión y Responsabilidad. Esta semana: Reglas.
Ningún sistema cívico podría funcionar sin reglas. El mercado es un aspecto más de la vida cívica y por ello, para funcionar bien, necesita reglas. Hace por lo menos dos siglos que se viene discutiendo sobre quién debe dictar las reglas y quién debe hacer que se respeten. La idea más extendida acerca de la relación entre reglas y mercado es más o menos la siguiente: la política dicta las reglas, los jueces hacen que se respeten y el mercado las da por buenas y se mueve dentro de ellas considerándolas como una limitación a su acción.
A esta idea habitual a menudo se le aplica, sobre todo en los medios de comunicación, una metáfora deportiva, futbolística concretamente: la Federación o el Comité Olímpico establecen las reglas del juego, el árbitro y los jueces deportivos se encargan de hacerlas respetar y los jugadores juegan dentro de ellas. Cuando cada uno hace su parte, el deporte es una actividad cívica y buena.
Desde este punto de vista, la política no es uno de los jugadores del campo, como tampoco lo son los órganos judiciales ni los distintos organismos e instituciones existentes para implementar y hacer respetar las reglas.
Hoy, ante la crisis, se evoca con facilidad esta sencilla metáfora: la crisis ha llegado porque no había reglas, o no estaban bien establecidas, o las pocas que había buenas no se han respetado. Y de ahí se extrae una receta simplista para salir de la crisis: mayor presencia de la política en las finanzas y en la economía con reglas nuevas y más eficaces, más controles y mayor vigilancia por parte de árbitros y jueces deportivos.
En realidad, como ya se habrá podido intuir, la historia es mucho más compleja. Antes que nada, con la llamada globalización ya no está claro quién juega, quién establece las reglas ni quién es el árbitro. Las grandes empresas, los bancos y las finanzas, no son simples “jugadores” que actúan con reglas dictadas por otros (como por ejemplo la política), sino que ellos mismos son generadores de normas, ellos mismos deciden en qué casos hay que sacar una falta, lanzar un penalti o un fuera de juego.
También deciden si una sustancia es doping o no y en algunos casos afirman que el doping es incluso positivo y virtuoso para el mercado (como en el caso de los sueldos dopados de los altos ejecutivos) Por otra parte, la política ya no se limita a poner las reglas, sino que se convierte en un jugador más. Hoy sabemos que los sujetos políticos tienen objetivos privados al igual que los sujetos económicos: quieren ser reelegidos, tienen objetivos de balance, de consenso y de deuda pública. Por eso con frecuencia abandonan su puesto de “productores” de reglas para bajar al campo a competir con los actores económicos.
Las reglas no son nunca neutrales, sobre todo en los mercados, y de hecho toda regla da ventajas a unos y penaliza a otros. Por ejemplo, las normas de Basilea han puesto la vida muy difícil a los sujetos de la sociedad civil que pedían un préstamo al banco, puesto que muchos activos tóxicos, aplicando tales reglas, resultaban más seguros que una parroquia o una cooperativa social.
Por estas razones, hay siempre quien defiende que las únicas reglas buenas son las que nacen desde abajo, de la autorregulación del mundo empresarial. Este es un debate encendido, sobre todo en el caso de la responsabilidad social corporativa, donde hay muchos que sostienen que toda regla ética debería ser adoptada únicamente por quien libremente quiera. Ya se encargará la “vieja” competencia del mercado de “obligar” a las empresas a ser responsables, ya que en caso contrario los clientes las castigarán.
¿Cómo están, entonces, las cosas? En primer lugar debemos usar metáforas un poco más sofisticadas y complejas para intuir los mecanismos de la economía y de las finanzas globalizadas. Ya no es suficiente pensar en el mercado como en un torneo de fútbol ni en la política como en el único guardián de las reglas y del bien común. Debemos reconocer que hoy las reglas de la economía las dictan (o no las dictan) varios sujetos y varias agencias, incluído el mercado y la sociedad civil. En un mundo que se mueve en tiempo real, los tiempos de la política se han hecho demasiado lentos para la economía y las reglas muchas veces llegan cuando el fenómeno que había que regular ha cambiado y se ha hecho distinto. Además, hay que pensar las reglas de manera global. La economía y las finanzas han perdido su relación con el territorio (al cual estaban ligadas las reglas tradicionales, como en el caso de los impuestos). Si un país regula con dureza las finanzas, las empresas y los bancos cambian su sede social a otro lugar. Mientras haya sedes legales de empresas (que incluso publican espléndidos balances sociales) en paraísos fiscales (también en Europa), hablar de una nueva gestión de la economía y de las finanzas, resulta simplemente una ingenuidad.
Para terminar, desde un enfoque plural de la reglamentación, hemos de reconocer que en la vida cívica existen ámbitos – como el de las finanzas – donde la información es asimétrica y quien sabe más se ve incentivado a aprovecharse de quien sabe menos. En estos sectores es cierto que la existencia de reglas más eficaces y de una mayor vigilancia por parte de las instituciones civiles y económicas es muy oportuna. Pero es aun más cierto que son los ciudadanos adultos quienes deben recuperar hoy parcelas enteras de libertad, de democracia y de civilización que habían delegado durante demasiado tiempo en la política y en los reguladores, creyendo que a estos les movía el bien común. Con independencia de quién sea el “productor” de las reglas (parlamento, gobierno, agencia o una norma de autoregulación), como ciudadanos debemos “habitar” los lugares de la economía y de las finanzas, volviendo a adueñarnos de nuestra ciudadanía activa. Los primeros que tienen interés legítimo en que se apliquen las reglas, vengan de donde vengan, son los ciudadanos.
Esta crisis también nos dice que hemos estado distraídos durante mucho tiempo, pensando que había árbitros imparciales que velaban por nuestros ahorros y nuestros gastos. Del miedo y de la incertidumbre de estos tiempos no saldremos ni con el Leviatán hobbesiano ni solamente con sanciones más duras. En el fondo, este tipo de amenazas autoritarias termina por aumentar la desconfianza recíproca y pone en peligro la libertad y la democracia. Hoy la primera regla de la economía se llama participación.
La semana que viene: "Interés"