Pagas, incentivos y demás

Pagas, incentivos y demás

Si no aprendemos en casa, y en los primeros años de vida, el valor de la gratuidad, de adultos sólo nos motivará el dinero y no seremos buenos trabajadores. Dejemos los premios y las remuneraciones a los adultos y protejamos a nuestros hijos del imperio del dinero.

Luigino Bruni

publicado el  04/02/2024 en Il Messaggero di Sant'Antonio

 La paga de los chicos/as es un tema controvertido por distintos aspectos. A menudo es una palabra que engloba fenómenos diferentes entre sí. En sentido estricto, la mesada1 es un monto de dinero (semanal o mensual) que los padres dan a un hijo/a que carece de ingresos propios para que lo use en sus gastos ordinarios. Generalmente, la mesada se refiere a chicos/as, adolescentes o preadolescentes, no a niños ni a estudiantes universitarios. Una segunda confusión está en relacionar la mesada con los incentivos monetarios en los varios "trabajitos" de los hijos. Porque dar unos euros a la semana como paga es diferente a crear una especie de mercado familiar en el que los servicios domésticos se asocian a un precio: 3 euros por levantar la mesa, 4 euros por lavar los platos, etc... Los dos instrumentos -paga e incentivo- pueden coexistir en la familia, pero uno puede existir sin el otro, y viceversa.

En nuestra cultura dominada y obsesionada por el business, la cultura de la paga y/o de los incentivos va agregando siempre nuevos consensos, es el nuevo catecismo infantil de la nueva religión capitalista. Psicólogos, expertos en dinámica familiar, economistas, periodistas y todólogos inventan cada día nuevas razones para extender el uso de la lógica económica dentro del hogar. Porque, según dicen, aumenta la responsabilidad de los niños, aprenden a manejar el dinero, comprenden su valor y empiezan a tiempo a moverse en el mercado que los espera hasta que sean adultos.

Como se habrá adivinado, yo estoy totalmente en contra de los incentivos monetarios con los jóvenes (ni hablar de los niños) y también estoy en contra de la paga. Porque ambos instrumentos crean una mentalidad económica fuera de tiempo y contexto, y porque la familia es el lugar donde es necesario aprender otros valores no monetarios, incluso para mañana gestionar bien el dinero, el mercado y el trabajo. El incentivo -o sea, asociar cada servicio particular a un contrato monetario- crea en los jóvenes la idea de que la motivación o la razón para hacer un trabajo es el dinero y no el trabajo en sí mismo. Si me pagan por hacer la cama, empiezo a pensar que hacerlo no tiene una razón en sí, sino que la razón es el dinero.

Y así olvido que la cama tiene que estar bien hecha y punto, porque tenerla arreglada antes de ir al colegio tiene un valor en sí mismo, que no tiene nada que ver con el dinero. Otra cosa es utilizar premios (o recompensas) -que no son incentivos-, y mucho mejor si no son monetarios (pero aquí puede haber excepciones). Los premios no son sistemáticos (no están siempre), vienen de vez en cuando a reforzar la motivación intrínseca, a decir "bravo", pero no son la razón para hacer bien las cosas. Por otro lado, una vez introducido el dinero en las relaciones familiares, es muy difícil, si no imposible, quitarlo para obtener los mismos resultados; el incentivo, además, tiende a contaminar los ámbitos semejantes (de la cama se pasa a los platos, al perro, a los deberes...).

Si no se aprende en la casa, y en los primeros años de vida, el valor de la gratuidad, es decir, el valor infinito del trabajo bien hecho, de adultos estaremos movidos por el dinero y no seremos buenos trabajadores. Y es realmente un programa de vida muy triste, porque carecerá de la dimensión más importante del vivir: la libertad, incluida la libertad de los incentivos, de poder tomar las decisiones que son justas y buenas. Es la gratuidad libre la que funda incluso el valor del dinero, pero mañana. En casa hay muchas cosas más importantes que hacer y que aprender. Dejemos los incentivos y los pagos a los adultos, y protejamos a nuestros pequeños del imperio del dinero.

 

Credits foto: © Giuliano Dinon / Archivio MSA


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