Comentario – Virtudes para recuperar y vivir/4
por Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 01/09/2013
Si hay una virtud especialmente valiosa para los tiempos de crisis, esa es la fortaleza. Fortaleza es la capacidad de seguir viviendo, resistiendo a las largas y duras adversidades. Es una fuerza espiritual y moral a la que las generaciones pasadas atribuían una enorme importancia, hasta el punto de llamarla virtud cardinal.
La fortaleza hace que no nos abandonemos a pesar de que se den todas las condiciones para ello y resistamos en la búsqueda de la justicia donde hay corrupción. Es la que nos impulsa a seguir pagando los impuestos cuando muchos dejan de hacerlo, a respetar a los demás cuando no somos respetados; a ser no violentos en ambientes violentos.
Es la que nos hace mantener la moderación cuando estamos inmersos en la intemperancia, la que nos hace resistir durante años en un puesto de trabajo equivocado, la que nos hace seguir en la familia o en la comunidad cuando todo y todos (excepto nuestra alma) nos dicen que nos vayamos.
Es una virtud como las otras, pero a la vez es una precondición para poder vivir las demás virtudes, cuando se vive en contextos difíciles y sobre todo cuando las condiciones difíciles duran mucho tiempo. Es una virtud al servicio de las demás virtudes, porque nos permite seguir adelante cuando no hay reciprocidad. Hay una hermosa y actual palabra que recoge muchos de los significados de la fortaleza: resiliencia. La resiliencia expresa la capacidad que tiene la persona de no ceder a las adversidades, de seguir agarrado al clavo ardiendo, de no resbalar por las pendientes de las que está hecha la vida personal y cívica. Por este motivo, la fortaleza ha sido y es la salvación sobre todo de los pobres, que gracias a esta virtud consiguen muchas veces compensar la injusta falta de recursos, derechos, libertades y respeto, evitando la muerte. Gracias a ella pueden resistir las largas carestías y las interminables ausencias de los maridos y los hijos emigrados o dispersos en las muchas guerras (existe una relación especial entre la fortaleza y las mujeres). Los que se ven encerrados en la cárcel durante décadas por ser pobres, como Edmundo Dantés, encuentran en ella la fuerza para seguir esperando.
La fortaleza no escapa a la lógica paradójica de toda virtud. Hay momentos decisivos en la vida en los que la fortaleza debe saber trasnformarse en debilidad para ser verdaderamente virtuosa. Es la aceptación dócil de una desventura, una enfermedad grave, un fracaso o una viudedad. O tal vez la reconciliación con la última etapa de la vida cuando alguien (quizá una voz interior) nos dice que ha llegado nuestra hora. La dignidad y la fuerza moral en estos momentos de debilidad-virtuosa dependen mucho de cuánta fortaleza hayamos sabido acumular durante el resto de nuestra vida.
La fortaleza es además esencial para resistir y vencer las tentaciones, una palabra que ha salido del horizonte de nuestras ciudades porque es demasiado verdadera para ser comprendida por nuestra incivilizacion del consumo y las apuestas en las finanzas y en los juegos. En cambio, las tentaciones existen y saber reconocerlas y superarlas significa no perderse en la vida. La fortaleza es la que nos hace rechazar donaciones de empresas inmorales, la que nos impide especular con la venta de una buena empresa familiar en la que hay generaciones de amor y de dolor, la que nos hace capaces de no seguir un enamoramiento equivocado y volver, fieles, a casa.
La economía es un trozo de vida y por eso necesita también de la fortaleza para ser vida buena. Pero hay dos ámbitos en los que la fortaleza desempeña un papel esencial. El primero se refiere directamente a la vida y a la vocación del empresario. Aunque mucha gente piense (y escriba) exactamente lo contrario, la economía de mercado no es un sistema que recompensa regularmente el mérito ni el talento. O al menos no lo recompensa mejor que otros sistemas (el deporte, las sociedades científicas, la familia…). En la dinámica de mercado no existe una relación cierta entre el comportamiento virtuoso del empresario (innovación, lealtad, corrección, legalidad...) y su éxito en el mercado. Esta relación muchas veces existe pero puede también no existir. Los resultados de una empresa dependen de innumerables circunstancias, que pueden cambiar independientemente del control y del mérito del empresario o empresaria. Y así puede ocurrir que esfuerzos meritorios se queden sin recompensa y que el premio vaya a quienes tienen menos mérito o menos talento. La desventura puede golpear (y de vez en cuando lo hace) también al justo, al empresario virtuoso, sobre todo en tiempos de crisis. Cultivar la virtud de la fortaleza le puede salvar y le puede ayudar a no rendirse y a relanzar la carrera.
El segundo ámbito es el interior de las organizaciones. Hay momentos en los que las empresas atraviesan verdaderas crisis, sobre todo cuando afectan a las motivaciones profundas de las personas. Su superación depende de que haya en esos lugares una determinada cantidad de personas con suficiente resiliencia. Si no hay nadie (al menos uno) que, superando la lógica de los incentivos, siga resistiendo y luchando sin tener en cuenta el horario y el desgaste de recursos, las crisis empresariales no se superan. El arte del gobierno de una empresa consite principalmente en saber atraer personas con altos valores de resiliencia, en no dejar que se vayan y en hacer que la resiliencia-fortaleza aumente con el transcurso de la experiencia laboral. La fortaleza necesita ser constantemente alimentada, porque si bien es cierto que se aprende a ser fuertes practicándola, no es menos cierto que al ser una virtud ‘de largo recorrido’, la fortaleza está especialmente sujeta al riesgo del agotamiento. Una señal inequívoca de que la fortaleza se está acabando (o se ha acabado) es esa frase tan común, “ya no merece la pena”, que se dice cuando ya no se ve ningún valor en el sufrimiento de la resistencia. Por eso es muy importante no considerar nunca la fortaleza de los otros (ni la nuestra) como un rasgo inalterable o como un stock, porque puede languidecer e incluso morir si la persona no la cultiva (con la vida interior, con la poesía, con la oración…) y quienes la rodean no la refuerzan con expresiones de aprecio, cariño y reconocimiento. Podemos permanecer mucho tiempo en condiciones de gran dificultad si no estamos solos, si tenemos la compañía de las virtudes de los otros y de la propia interioridad habitada.
Para terminar, la fortaleza es indispensable para mantener la alegría de vivir en dificultades duraderas, enfermedades o traiciones. Una de las cosas más sublimes del mundo es la existencia de personas capaces de mantenener una alegría auténtica en condiciones objetivas de gran adversidad. Este tipo de alegría virtuosa es un himno a la vida, un bien común que enriquece a todos los que se ven contagiados por ella. La fortaleza que necesitamos para mantener la alegría no es menos valiosa ni poderosa que la que nos permite soportar las dificultades y el dolor. Esta alegría es el sacramento de autenticidad de toda virtud, una alegría frágil y fuerte que hace el yugo de las largas adversidades más ligero, incluso suave.
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