Ante la grave crisis del empleo, hay que moverse.
por Luigino Bruni
publicado en Città Nuova n.4 - 2010
Benedicto XVI ha dicho reciente e insistentemente que es necesario «hacer todo lo posible para tutelar y aumentar el empleo ». Hoy más que nunca el centro del sistema económico debe estar ocupado por las personas. El capital tecnológico, financiero y social es por supuesto importante, pero el “capital humano”, los trabajadores, siguen siendo el factor clave de cualquier economía que quiera estar a la altura del hombre. Sin embargo, la crisis financiera y económica global muestra con gran fuerza que el trabajo humano ha quedado relegado en nuestro modelo de desarrollo capitalista. Un modelo que, al ser cada vez más dependiente de las finanzas, ha ido perdiendo contacto con la fatiga del trabajo.
El trabajo ahora está al servicio del consumo. Ha dado lugar a uno de los fenómenos más preocupantes de nuestro tiempo, que es la carrera por el consumo. La historia nos enseña que los pueblos se desarrollan no cuando la tendencia “competitiva” de los seres humanos se expresa en primer lugar en el consumo (competición por tener el auto o el teléfono móvil más caro que el de los demás), sino mediante el trabajo y la producción. Además podríamos haber aprendido de esta crisis que la única riqueza que produce auténtico bienestar es la que surge del trabajo humano. La promesa de hacerse rico sin trabajar siempre es sospechosa y muchas veces se basa en el engaño individual y social.
¿Qué podemos hacer en estos tiempos de profunda crisis del trabajo? En primer lugar hay que tener muy en cuenta que el trabajo no es una mercancía que puede dejarse exclusivamente en manos de la demanda (empresas) y de la oferta (trabajadores). El trabajo, o, mejor dicho, trabajar es un bien de primera necesidad, ya que de él dependen la dignidad e identidad de las personas, sus sueños y la posibilidad de adquirir otros bienes, moviendo así la rueda de la economía. Por eso la presencia de los sindicatos será siempre un gran signo de civilización y humanización plena de la vida civil.
Saldremos de esta crisis si sabemos encontrar una nueva organización del empleo. La globalización y la entrada de nuevos continentes en la escena económica están cambiando radicalmente el modelo económico dominante en occidente durante el siglo XX, basado en el binomio estado-mercado. Según este modelo, que ha producido resultados extraordinarios en términos de crecimiento económico, el mercado capitalista debe producir y dar trabajo y el estado debe rellenar los huecos del mercado, incluso desde el punto de vista del empleo. Todo lo que tenía que ver con la vida privada y asociativa y por ello con los valores ideales y políticos, no correspondía ni al mercado ni al estado. Todo eso era un “tercer sector” y cuando creaba empleo era algo marginal, ya que su naturaleza no era económica.
Hoy este modelo está entrando en crisis mortal, porque ni el mercado tradicional ni el estado se sostienen ya. Entonces el tercer sector debe evolucionar hacia lo que llamamos “economía civil”, es decir hacia un nuevo modelo económico y social donde la sociedad civil no es un elemento residual (tercero), sino el punto de apoyo de la creatividad de toda la economía. Hoy es necesaria una nueva era de la innovación donde los ciudadanos no dejen el trabajo solo en manos de las grandes empresas tradicionales y del Estado, sino que sean protagonistas de nuevas empresas en sectores de alta innovación.
Hoy no sólo hay que “salvar” el trabajo o “buscarlo”. También hay que “crearlo”. Hay que concebir un sistema donde las cooperativas y las asociaciones no se ocupen solo del cuidado de las personas, sino también de los bienes de alto valor añadido. Hay que inventar un nuevo pacto social para que la economía civil no tenga únicamente la función de redistribuir recursos, sino también de crearlos.
Si queremos que Italia siga ocupando un puesto significativo en el nuevo escenario económico mundial, hay que relanzar una fase de nueva creatividad para imaginar nuevos escenarios y nuevos mercados, con bienes que hoy son cada vez más escasos y por ello preciados: los bienes relacionales, culturales y medioambientales.