El indicador del producto interior bruto no es el único signo de bienestar de un país
Luigino Bruni
publicado en Città Nuova n.10/2014 el 25/05/2014
Si es verdad lo que dicen los medios de comunicación, el principal objetivo de nuestra política económica es que la variación del PIB vuelva a tener signo positivo. Relanzar el crecimiento. Sin embargo, no son muchos los que se hacen esta sencilla pregunta: ¿Estamos seguros de que aumentar el PIB, o crecer, sea siempre y en todo caso algo positivo y deseable? La variación del PIB dice demasiado poco sobre el bienestar, sobre la calidad de vida, sobre la democracia y sobre los derechos y libertades de un país. Siempre ha sido así. Los grandes economistas lo sabían y lo saben. Pero en nuestra sociedad, la capacidad del PIB para “hablar” se ha debilitado todavía más, aunque los debates públicos lo ignoren o finjan no saberlo.
En la sociedad de los siglos XIX y XX, donde la economía sobre todo producía mercancías y una gran parte de la humanidad carecía de muchas cosas necesarias para llevar una vida decente, aumentar la producción industrial y en general la renta de las familias era directamente algo bueno; los bienes se transformaban con facilidad en bien-estar.
Pero hoy, en nuestras sociedades de consumo, ¿qué dice del bienestar de las personas el aumento de la producción y del consumo de teléfonos móviles o de sofás? Es mucho más complicado pasar del aumento del consumo de bienes al aumento del bienestar. Lo que el PIB indicaba ayer, hoy cada vez menos, eran al menos los puestos de trabajo. Hoy, con la fuerte mecanización e informatización de la economía, ya no hay garantías de que el aumento del PIB conlleve un aumento del empleo, porque si el PIB aumenta gracias a empresas muy robotizadas que venden en la exportación, el crecimiento económico puede llevar, como lleva, una disminución del trabajo.
Hace doscientos años, los economistas eligieron para las mercancías la palabra “bienes”, tomándola prestada de la filosofía moral. Las mercancías de la economía so buenas, es decir bienes, porque poseerlas aumentaba el bien personal y el bien común. Hoy ese significado moral se ha perdido totalmente y seguimos llamando “bien” al pan, pero también llamamos “bienes” a la pornografía, a las minas antipersona, al juego de azar, con tal de que pasen por el mercado. Hasta tal punto que in Polonia se habla de incluir en el PIB incluso “bienes” que no pasan siquiera por el mercado, como la prostitución y las distintas actividades ilegales.
La industria de los juegos de azar, tan floreciente en Italia (que es la tercera economía mundial en este indecente sector), está en fuerte crecimiento y por lo tanto está contribuyendo a relanzar el PIB, y en esto también puestos de trabajo. Entonces ¿podemos estar contentos con este crecimiento y tal vez incentivarlo con la publicidad, como estamos haciendo cada vez más? En realidad, debemos decir en alta voz que este PIB no es bueno, que es malo, muy malo. Y debemos decir que estos puestos de trabajo no son buenos y que debemos hacer de todo para reducirlos.
Hoy como ayer no todos los puestos de trabajo son buenos. Siempre ha habido trabajos equivocados que la gente hacía y hace para no morir. Pero esto no debe impedirnos distinguir el trigo de la cizaña y después hacer todo lo posible para que aumenten los trabajos decentes y buenos y disminuyan los equivocados.
No debemos olvidar que con la abolición de la esclavitud en Europa y en América hemos perdido miles de puestos de trabajo, pero después de unas décadas hemos creado la revolución industrial y técnica precisamente porque faltó la esclavitud (trabajo a costo cero).
Nuestros abuelos y nuestros padres trabajaron en el Norte de Europa en las minas, y muchos murieron de silicosis para no morir de hambre unos años antes. Pero hemos conseguido, con la fuerza de las ideas y del movimiento de los trabajadores, cerrar estos trabajos e inventar otros mejores. Pero en Italia y en otros países europeos hemos perdido la capacidad de producir buenos y nuevos trabajos, y así están volviendo los malos trabajos que pensábamos que habíamos derrotado para siempre.
Están aumentando los trabajadores en los bingos, en las videoloterías, en las salas de máquinas tragaperras (más de 150.000 contando sólo las oficiales), en la pornografía, en el mundo de la prostitución y los abusos. Está aumentando de nuevo, y mucho, el consumo de tabaco entre los jóvenes (porque hemos dejado la prevención en la escuela) y de alcohol, y el consumo de televisión, tras una caída entre los años noventa y el comienzo del milenio, ha vuelto a aumentar desde hace unos años, volviendo al altísimo nivel de los años ochenta. Todo PIB, todo crecimiento, dicen muchos. Toda tristeza, soledad, y “deshumanización”, dicen otros, pero todavía somos demasiado pocos. La democracia ha sido durante siglos una “destrucción creadora” que ha dado muerte a actividades y trabajos equivocados para que surjan otros nuevos en su lugar.
En esta fase crucial de cambio de Italia y de Europa, hay una enorme necesidad de elevar el nivel de los debates públicos y de volver a poner en el centro la calidad moral de nuestro sistema económico.