La gratuidad, un proceso comunitario

La gratuidad, un proceso comunitario

El empresario de Brescia que ha pagado de su bolsillo el comedor escolar a los niños que no se lo podían permitir, ha recibido, junto a algunas alabanzas, también fuertes críticas. ¿Cuál es el valor de la gratuidad dentro de la comunidad? El economista Luigino Bruni responde a tres preguntas.

por Chiara Andreola
publicado en cittanuova.it el 16/04/2010

Luigino_Bruni_03Primero los dardos tuvieron como destinatario al alcalde de Adro (Brescia), que decidió dejar fuera del comedor escolar a los que no estaban al día con los pagos. Después, cuando un (inicialmente) anónimo empresario pagó la cuenta para evitar que los niños de primaria, que no tenían culpa alguna, se quedasen con el estómago vacío, los disparos se dirigieron hacia el autor del magnánimo gesto. El motivo es que ahora a los que son poco honestos les resultará demasiado fácil aprovecharse de la generosidad ajena. Así, unas 200 familias han anunciado que dejarán de pagar la cuota en señal de protesta. Por su parte, el alcalde ha declarado al Corriere della Sera que el gesto de Silvano Lancini – así se llama el empresario – es «una acción política», encaminada a favorecer a la oposición. Tanto si se trata de auténtica generosidad como si se trata de un movimiento calculado, este episodio trae al centro del debate la cuestión del valor y del papel de la gratuidad en la ciudadanía. Hablamos de ello con Luigino Bruni, profesor de economía en la Universidad Bicocca de Milán y autor de un libro que trata precisamente sobre este tema (El precio de la gratuidad, Ciudad Nueva).

En cuanto se ha sabido el nombre del benefactor, han ido tomando cuerpo las suposiciones sobre posibles intereses ocultos. ¿Por qué nos cuesta tanto concebir un gesto de gratuidad?
 
«El ethos del mercado está tan centrado en el principio del interés personal, como dicen incluso los libros de textos de las escuelas de negocios en las que se forman las clases dirigentes, que incluso un acto altruista termina por entrar dentro de esta lógica y se convierte en “sospechoso”. Pero hay que decir que aquí hay también una reacción ante una idea de beneficencia que puede esconder relaciones de poder. El munus, el don, ha acompañado durante milenios a la vida en común, pero en algunos casos era expresión de dominio. Séneca ya afirmaba que cuando el beneficiario no consigue responder al don del benefactor, termina por odiarlo, porque cada día le recuerda su dependencia. Hay que crear las condiciones para que exista una cultura de la gratuidad. La economía civil y la Economía de Comunión van en esta dirección ».
 
¿En qué se diferencia la gratuidad de la beneficencia?
 
«La gratuidad está radicada en la reciprocidad. Es un proceso que comienza, como por ejemplo en este caso, con una donación, pero después se desarrolla y dura en el tiempo dentro de la comunidad. No es sólo el acto de una persona. En este sentido, la cultura europea es distinta de la americana, donde se considera normal que un empresario haga una donación incluso importante. Al no estar acostumbrados al modelo filantrópico, sino al comunitario, no tenemos la idea de que el individuo asuma de su bolsillo una obligación que atribuimos al Estado o a la comunidad. Es en la comunidad donde la reciprocidad encuentra su expresión plena, precisamente porque no es simple beneficencia, sino un modelo de relaciones. La pobreza misma es una relación, no un status».
 
Uno de los motivos por los que se ha criticado el gesto del empresario de Brescia es el peligro de que algunos, pudiendo hacerlo, se aprovechen y dejen de pagar la cuota del comedor. ¿La gratuidad tiene limitaciones?
 
«El acto de generosidad es frágil por naturaleza y está expuesto al oportunismo. El peligro es inevitable, pero eso no es un buen motivo para dejar de hacerlo. Construir comunidades solidarias con dinámicas más sostenibles funciona como una garantía en este sentido, porque una vez que el proceso de gratuidad entra en la dimensión comunitaria se puede ejercer una especie de control».


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