El informe del Instituto de Estadística (ISTAT) muestra una Italia con graves dificultades. Es necesario recuperar la esperanza con una nueva primavera espiritual y ética
por Luigino Bruni
publicado en Città Nuova n.12/2014 del 25/06/2014
El cuadro que dibuja el informa del ISTAT no es feliz, y hace falta mucha esperanza civil (gran virtud para estos tiempos difíciles) para no desanimarse y seguir luchando.
El primer mensaje que lanzan estas cifras se refiere al trabajo y al paro. Estamos en el nivel más alto desde 1977, la época del terrorismo y las brigadas rojas. La tasa media nacional de paro es del 13.6%, pero todavía nos asusta más ver que en los jóvenes llega al 46%, y en el Sur al 60.9%. Hemos dejado de ser capaces de crear trabajo para nuestros jóvenes. Podríamos encontrar más razones para la preocupación atendiendo a los datos de las personas que tienen trabajo y descubriendo que la crisis ha reducido los derechos efectivos de los trabajadores y que muchos se ven obligados a realizar trabajos que no les gustan.
Cuando las crisis alcanzan niveles como estos, aumenta mucho esa forma de sufrimiento que nace de tener que realizar trabajos que no se corresponden con nuestra ‘vocación’ (ni con nuestros estudios), simplemente para no ‘morir’ y para evitar que nuestros hijos mueran. En el informe del ISTAT no están estos indicadores, pero los conocemos porque lo vemos cada día.
Profundizando un poco en los datos, vemos que la tasa de paro de las mujeres es, por término medio, dos puntos y medio mayor que la de los hombres. A nivel nacional es del 20% y en el Sur supera el 22%. Todos estos datos han empeorado en estos últimos cinco años, de lo que se deduce que esta crisis ha afectado más a las mujeres. Muchas de ellas, que habían intentado conjugar trabajo y familia, han tenido que volver a casa (otro dolor no contabilizado pero muy real). El capítulo demográfico del informe también habla en femenino. En estos últimos cinco años las mujeres italianas (y europeas) tienen menos hijos (1.42 por mujer), los tienen más tarde, y tienen menos en el Sur donde hay menos trabajo. Hay que echar por tierra, de una vez por todas, la idea de que las familias no tienen hijos porque las mujeres trabajan. Donde las mujeres no trabajan queriendo hacerlo, hay menos hijos, menos felicidad y más depresión. Hoy hay 320.000 familias con hijos menos que hace cinco años (2002-2007), y sólo son el 38% del total de familias. El informe estima que en los próximos treinta años el número de ancianos por cada 100 jóvenes se habrá duplicado con respecto a las cifras actuales (pasando de 123 a 278). Son datos demasiado serios como para no darles importancia. ¿Qué se puede hacer? Podemos y debemos aumentar los servicios a las familias jóvenes (también en esto la diferencia entre Norte y Sur es muy grande, demasiado), pero sin una nueva primavera espiritual y ética que vuelva a dar a nuestros jóvenes ganas de vivir y de construir el futuro, será muy difícil invertir esta tendencia hacia un verdadero declive.
En 2013, el 19.4% estaba por debajo del umbral de pobreza (contra el 17% de media en la Europa de 28 países), y las familias con carencias graves pasaron del 6.8% (del 2007) al 12.5, un salto impresionante. Llama mucho la atención que el 18.4% de las familias tenga más de cinco miembros. Pero el sistema político todavía sigue teniendo miedo de la familia. Estamos pidiendo y esperando que el Gobierno amplíe a las familias con una sola renta el bonus de los 80 euros, porque en Italia era demasiado difícil entender que si sólo trabaja uno de los cónyuges con un sueldo de 2.000 euros al mes y 3 hijos pequeños, esa familia tiene más dificultades que una pareja sin hijos donde cada uno gana 1.500 euros (más el bonus). Son cuentas demasiado difíciles si seguimos viendo sólo individuos, sin ver a la familia. La familia sufre, pero no cede y no deja que nos hundamos.
Buenas noticias llegan de la economía social y civil (a la que seguimos llamando equivocadamente ‘sin ánimo de lucro’). En los últimos diez años es el sector más dinámico: un 28% más de empresas y un 39.4% más de trabajadores. Ciertamente este aumento es una respuesta a un mundo con más soledad y fragilidad, pero también es una señal que nos dice que hoy y mañana el cuidado del otro será, con sus viejas y nuevas profesiones, un gran lugar de creación de trabajo.
Otra buena noticia llega de la longevidad. Italia es uno de los países donde un niño al nacer tiene mayor esperanza de vida: 79.6 años para los hombres y 84.4 para las mujeres. Pero las mujeres envejecen cada vez más solas. El 11% de las personas solas (que son 7.5 millones) tiene más de 85 años, y el 62% de las mujeres mayores envejecen solas. No olvidemos que muchas de estas mujeres han gastado los mejores años de su vida cuidando y acompañando a padres, madres, hijos tíos y abuelos.
Para terminar, un dato que debería hacernos reflexionar mucho: 370.000 familias están formadas por dos o más núcleos familiares, y en los últimos cinco años las personas que viven en estas familias pluri-nucleares han aumentado en 438.000 unidades. Se trata de padres que vuelven a acoger a sus hijos después de una separación, un divorcio, una emancipación fracasada, o parientes que, por motivos económicos, se ponen a vivir juntos. En nuestras casas hay más solteros, separados, divorciados, sobre todo con menos de 34 años y sobre todo mujeres. Estos jóvenes que vuelven a casa no son ‘hijos pródigos’ que se han comido los bienes de sus padres; son hijas e hijos, muchas veces frágiles, que no han conseguido crear la familia con la que soñaban. Hoy a lo mejor nuestras familias no organizan una fiesta, como en el Evangelio de Lucas, pero siempre los acogen y vuelven a arreglar las habitaciones y a sacar las camas que habían retirado años atrás. Y vuelven a luchar y a esperar, juntos.