¿Cuánto vale un voto?

¿Cuánto vale un voto?

Según la teoría económica, si examinamos los costes y beneficios del voto, los ciudadanos deberían desertar de las urnas. ¿Es esta la única causa de la alta abstención en las últimas elecciones o hay otros motivos?

por Luigino Bruni

publicado en: www.cittanuova.it el 01/04/2010

Scheda_elettorale¿Por qué vota la gente?

La ciencia económica no es todavía capaz de darnos una respuesta totalmente convincente a esta pregunta. Siguiendo únicamente los criterios de la pura racionalidad económica, la que nos lleva a decidir en función de los costes y beneficios individuales, ningún ciudadano racional debería acudir a las urnas. El impacto que un solo voto tiene sobre el resultado final de una votación política está muy cerca de cero, mientras que el coste (sobre todo en tiempo) cae enteramente sobre el individuo. En otras palabras, si todos nos preguntáramos “qué aporta nuestro voto a la política nacional” y actuáramos en consecuencia, muchos escaños deberían quedar desiertos.

¿Por qué entonces, haciendo caso omiso de la teoría económica y de los economistas, mucha gente sigue yendo a votar? Tal vez porque cuando participamos en la vida política y ciudadana no miramos únicamente los beneficios y costes individuales, sino que atribuimos un valor intrínseco o ético a la participación política en sí misma. Cuando María tiene que decidir si va a ir a votar o no, siendo el coste material de su voto igual a 2 (tiempo, gasolina…) y el beneficio igual a 0,1 (la influencia de su voto en el resultado electoral), si no tuviera en cuenta otro tipo de beneficio, se quedaría tranquilamente en su casa o iría a dar un paseo. Si, por el contrario, la participación política le produce algún tipo de  bienestar o felicidad, es como si a ese 0,1 se le añadiera un valor inmaterial que, siempre que sea suficientemente alto, le hace ir a las urnas en lugar de disfrutar del descanso dominical. ¿Qué sentido tiene, desde este punto de vista, el descenso de la afluencia a las urnas? En primer lugar se deduce que este descenso es resultado de que cada vez más personas razonan en términos puramente individualistas y “económicos”.

Pero hay algo más que decir. Cuando la calidad del debate público y la moralidad de los políticos disminuyen, se reduce también el valor intrínseco y simbólico de la participación para las personas. Y cuando se supera determinado umbral (para María es el 1,9 pero cada uno tiene su propio umbral), entonces puede que ya no se vaya a votar. “Ya no merece la pena”, se dice en apretada síntesis. Y aunque María ignore cuál es su umbral, si este año no ha ido a votar, esta decisión nos revela que el valor intrínseco de la participación política para ella ha bajado. En ese caso, la ausencia del voto es signo de un malestar y quizá de una deseo de mayor calidad en la vida política. Ciertamente hay ciudadanos para los cuales el valor ético de la participación política es muy alto, pero muchos otros gravitan alrededor del valor más cercano al umbral crítico y la crisis moral de la política puede haber llevado a muchos de ellos a renunciar al voto.

Entonces ¿qué conclusión podemos sacar? Si queremos que la gente siga votando, ejercitando el principal derecho-deber de una democracia, hay que llenar la política de ideales y de moralidad, haciendo que su valor, simbólico pero muy real, permanezca alto, haciendo que “merezca la pena”. 


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