Ya sea venerando o marginando el cuerpo, la sociedad de hoy intenta negar la fragilidad y la vulnerabilidad.
por Luigino Bruni
Hoy el cuerpo recibe más atenciones y cuidados que nunca. El negocio que mueve el cuidado del cuerpo (productos, masajes, spas, cirugía estética, gimnasios, lámparas bronceadoras, fármacos adelgazantes, etc.) es impresionante. Sólo en Italia mueve unos 15.000 millones de euros al año y sigue creciendo. El cuidado del cuerpo se está convirtiendo en un verdadero culto, con sus ritos, liturgias, templos y sacerdotes. Pero si nos fijamos con atención en este fenómeno, nos daremos cuenta de que la cuestión es compleja y tiene su lado oscuro. En primer lugar, el cuerpo que tratamos de cuidar es el nuestro o el de nuestros seres queridos; los cuerpos de los demás sólo nos interesan si son guapos, jóvenes, sanos, en forma, atractivos o si pertenecen a nuestros familiares.
El consumismo se está convirtiendo cada vez más en una religión que promete la eternidad. Mi automóvil dentro de unos meses ya no será nuevo, pero puedo comprar otro igual (un poco mejor) con la ilusión de tener un automóvil eternamente nuevo. Y así ocurre con todos los productos, cuerpo incluido. Nos gustaría vencer el tiempo y la vejez con cuidados, productos y cirugía. Pero, antes o después, el tiempo de la enfermedad y la fragilidad llega y esta cultura no nos ayuda a afrontarlo. Así marginamos el cuerpo enfermo, frágil, feo, viejo o muerto. Ya no se ven funerales en nuestras ciudades. De niño crecí rodeado de vida y también de muerte, que era una dimensión de la vida. En nuestras casas habitaba la vida y la muerte y crecíamos un poco reconciliados con ella (con la muerte tenemos que reconciliarnos de por vida).
Esa misma ausencia del cuerpo la encontramos hoy en las redes sociales (como facebook, por ejemplo). Si nos limitamos a “encontrarnos” con personas construidas, virtuales, y dejamos de encontrarnos con el otro con su corporeidad complicada, ambivalente, estos espléndidos inventos podrían sacarnos a la larga fuera del ámbito de lo humano, porque no existe lo humano sin cuerpo. Es sobre todo el cuerpo quien nos dice quiénes somos y dónde estamos. El cuerpo nos hace distintos, verdaderamente diversos unos de otros, y nos hace presentes nuestras limitaciones. Marginar el cuerpo o venerarlo son dos caras de la misma medalla: la ilusión de la posibilidad de vivir bien sin considerar la fragilidad ni la vulnerabilidad propia y ajena.