para salvar al mercado de sí mismo
por Luigino Bruni
publicado en Tempi el 3/11/2011
Lo que está ocurriendo estas últimas semanas en el tema de la crisis económica, financiera, política y civil de Italia y de Europa, es muy confuso y de difícil, si no imposible, interpretación. De todos modos, hay un mensaje que cada vez es más fuerte y claro: la crisis que estamos afrontando no es transitoria y coyuntural, como muchas de las que hemos vivido en el siglo XX. Estamos asistiendo (sin darnos cuenta) a la muerte de un determinado capitalismo, basado en las finanzas, en los estados sociales y en la deuda pública, un capitalismo fruto de los últimos 70 años de historia occidental y mundial, pero todavía no entrevemos qué va a ocupar su lugar. La situación que estamos viviendo se parece a la de un empresario, consciente de que el producto principal de su empresa ha dejado de funcionar en el mercado, pero sin que haya conseguido todavía idear otro mejor.
El proyecto de la Europa del euro no funciona porque sigue careciendo de un proyecto político fuerte, capaz de aguantar los golpes de una economía y de unas finanzas que se han globalizado. La fragilidad del Banco Central Europeo no es otra cosa que una fotografía de todo esto. Además, esta crisis de Europa se sitúa dentro de otra crisis más general y estructural del capitalismo contemporáneo. El desarrollo se ha financiado con una deuda que ha crecido sin medida en las últimas décadas, contaminando a los principales bancos del mundo. El traspaso de la deuda de los bancos privados a la deuda pública de los estados produce el mismo efecto que un veneno en el cuerpo: no desaparece simplemente porque lo hagamos circular de un órgano a otro. Entonces ¿qué podemos hacer? En primer lugar debemos recordar que detrás de las crisis a veces se ocultan cosas importantes, muchas de las cuales son invisibles a los ojos de quienes no saben ver más allá de las apariencias. Las crisis individuales y colectivas sin duda son “heridas”, pero a veces pueden convertirse en “bendiciones”. Entonces la verdadera pregunta que debemos hacernos es: ¿cómo conseguir que del ocaso de este sistema económico financiero mundial pueda surgir una época mejor que la anterior?
La primera operación es fundamental: dotarse de ojos capaces de ver lo que parece invisible, saber descubrir en el horizonte de nuestra civilización la novedad que se abre camino. Como San Agustín, que en la caída del imperio romano intuía el alba de la Cristiandad. Si viéramos nuestro sistema económico y social desde fuera, con la perspectiva de un supuesto observador imparcial de otro planeta, el primer dato que aparecería con nitidez es que occidente, gracias, entre otras cosas, a las finanzas creativas de las últimas décadas, ha crecido demasiado y demasiado mal. Esto lo vemos no sólo en el medio ambiente, herido y humillado, sino también en el creciente empobrecimiento de las relaciones sociales en nuestras ciudades, en el rencor intercultural que acompaña a la globalización multiétnica y por último, aunque no menos importante, en la invasión de la vida de las personas por la economía. Esta invasión está, por una parte, transformando la vida civil en un único hipermercado abierto 24 horas, donde debe llenarse cada segundo de tiempo libre de cosas que se venden (un aspecto muy original para este observador imparcial que viera la televisión o diera una vuelta por nuestras ciudades, sería observar cómo constantemente alguien intenta venderle algo a otro); y por otra parte está reduciendo, cuando no eliminando, los tiempos de la gratuidad, de la reflexión, de la oración, tiempos ocupados ahora por la esfera económica (ya es habitual llenar los momentos de espera o de descanso con el teléfono móvil). Para poder ver la novedad que asoma por el horizonte no es tan importante que decrezca el PIB, como alguna escuela de pensamiento propugna, como que decrezca el peso y el espacio de lo económico dentro de la vida social: recuperar espacios enteros de vida rescatándolos de los intercambios económicos y monetarios que poco a poco los han ido conquistando.
Ya sabemos que la economía es importante y el mercado es un lugar para la libertad y la creatividad, pero si queremos salvaguardar los lugares de civilización llamados empresa, mercado, bancos, debemos hacer que ocupen su puesto, que no es el único, en la vida en común. Cuando el mercado se hace hipertrófico y tiende a abarcarlo todo, termina por devorarse a sí mismo, porque el contrato de mercado no se puede mantener sin un pacto social más amplio que el puro aspecto económico.
Por eso, detrás de las medidas económicas de estos días están en juego cosas más importantes: dar vida a un nuevo pacto social nacional, europeo e internacional que sepa estar a la altura de la globalización económica y cultural del mundo y que sea capaz de salvar al mercado de sí mismo. Todo eso tiene nombre concretos. Se llaman nuevas instituciones (hay que reformar totalmente el Banco Central Europeo), nuevas leyes (¿cuándo estará operativa una Tobin Tax o algo parecido?) y serias reformas fiscales, no demasiado vinculadas a los territorios nacionales que ya no son adecuados en la era de los mercados globales (¿cómo explicaremos el día de mañana a nuestros hijos sin avergonzarnos que nosotros inventamos los paraísos fiscales?). Para terminar, la novedad que aparece por el horizonte no se hará nunca realidad sin una nueva etapa educativa, que vuelva a poner a los jóvenes también en el centro de la economía y las finanzas. Los jóvenes –hay que recordarlo en estos tiempos- no son el futuro, como muchas veces se dice en tono paternalista, sino una forma distinta de entender y vivir el presente. Cuando esta “forma distinta” falta, la economía y la sociedad dejan de funcionar, porque les falta el entusiasmo, la pasión, la creatividad, la energía y el futuro, características típicas de los jóvenes que son esenciales para el bien común. Si los jóvenes se quedan al margen del mundo, el mundo no funciona; el mundo económico y político tampoco. Si sabemos darnos estos ojos nuevos y tenemos el valor de mirar con optimismo hacia delante, poniendo a los jóvenes en el centro, de esta “herida” podrá nacer una “bendición”.