Redescubrir la economía civil

Hace falta responsabilidad también en la economía, cuya tarea es, en última instancia, contribuir a la serenidad de las generaciones presentes y futuras - Entrevista de Simone Baroncia a Luigino Bruni

publicada en www.giovanipace.org , septiembre 2009

¿Qué relación existe entre agape, economía y bien común?
La tradición italiana de la felicidad pública concebía la economía en vista del bien común. El bien público, que corresponde al término inglés common (bien colectivo), es una relación directa entre los individuos y el bien consumido. El bien común es exactamente lo contrario: es una relación directa entre personas, mediada por el uso de los bienes en común. Para la Doctrina Social de la Iglesia el bien común es la “dimensión social y comunitaria del bien moral”, y por esto es “indivisible porque solamente juntos es posible lograrlo”, como afirma el n. 164 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. El agape, una forma de amor que hace  su aparición con el cristianismo, ha quedado acantonado en la definición moderna de bien común. Por una parte ha sido relegado a la esfera privada de la familia y por la otra ha sido confiado al Estado a través del estado de bienestar, o bien, en la cultura anglosajona, a la filantropía, que son dos formas públicas que recogen sólo una parte de la riqueza de la dimensión del amor agápico. A la civilización se le presenta el reto de volver a poner el ágape en el centro de la vida de la ciudad.

¿Pero es que puede leerse la historia económica en clave agápica?
La historia de la economía no es sólo la historia de los contratos, ni sólo la historia de la intervención pública y de las acciones filantrópicas. La historia que va desde los Montes de Piedad de los franciscanos en el Medioevo hasta la economía de comunión y el comercio justo y solidario de hoy, no puede ser comprendida en su plenitud si no se toma en consideración el agape que está en la base de su nacimiento y desarrollo. En este sentido, creo que hay que revisar también en clave agápica el principio de subsidiaridad, que hasta ahora sólo se veía verticalmente, esto es en la relación entre los diversos niveles de la administración pública. Considero necesaria una nueva declinación de este principio fundamental de la vida civil.

¿Cómo?

No hace el contrato lo que puede hacer la amistad y no hace la amistad lo que puede hacer el agape. Es bueno recordar al jurista aquilés Giacinto Dragonetti, discípulo de Antonio Genovesi, quien en la introducción al libro ‘De las virtudes y de los premios’ (1766) escribía: “Los hombres han hecho millones de leyes para castigar los delitos, pero todavía no han establecido ninguna para premiar las virtudes”. Para Dragonetti la virtud está asociada al bien público y el agape es la piedra angular de la ciudad.

Así pues, ¿el agape está ligado a la felicidad, que es el fundamento de la economía civil?

La economía civil es una antigua tradición italiana, que tiene su origen en el humanismo civil. En el ‘400 italiano las regiones de la Toscana, Umbría y Las Marcas fueron muy importantes para el desarrollo económico y comercial. Después, en el siglo XVIII, en Nápoles surgió una nueva primavera con el pensamiento económico de Antonio Genovesi, quien decía que el propósito último de la economía no era la riqueza, sino la felicidad pública. Desde esta perspectiva, el crecimiento de un país es importante sólo en la medida en que mejora el bienestar de las personas. Si el PIB (Producto Interior Bruto), aunque crezca, nos empobrece porque se contamina el medio ambiente o las relaciones interpersonales empeoran, la economía - diría Genovesi - hace el mal, porque la economía es buena cuando mejora la calidad de  vida. Por lo tanto hoy la economía civil está volviendo a ponerse de moda en un mundo, como el nuestro, donde los bienes ambientales y sociales son escasos y donde tenemos muchas mercaderías y pocas relaciones. Esta antigua tradicion italiana es muy importante y muy actual. Junto con otros autores, la estamos relanzando en la praxis y en la teoría económica contemporánea.

Un retorno a la felicidad pública, que es una palabra que ya no está de moda…

No está de moda, porque se ha perdido el significado público de la felicidad. Cuando ocurrió el terremoto en Abruzzo comprendimos lo que quiere decir que un país también tiene un cuerpo. Cuando vivimos en la normalidad, en la abundancia, nos olvidamos de que el país es una comunidad, un cuerpo y de que la felicidad nos concierne a todos. Cuando hay una calamidad natural resurge el sentimiento de pertenencia a una dimensión más grande que nuestra familia. La felicidad pública dice que esta dimensión debe ser la normalidad y no la excepción: concebir el país como una familia, donde si no están bien todos no está bien ninguno y donde existen más intereses comunes que conflictos de intereses. En cambio, en los últimos decenios, se ha deshilachado el tejido social que mantenía unido al país y hoy se ve al otro como un rival y no como un aliado. Esto es una señal de decadencia que es absolutamente necesario rectificar.

La felicidad pública implica también la idea de don.

El don, con su ambivalencia, es una experiencia compleja. El don en cierto sentido obliga. Hay que recuperar esta idea en una civilización que no hace ya dones o que no los quiere ya aceptar, salvo que se trate de los conocidos regalos promocionales u ofertas en las rebajas. Nadie quiere ya el don verdadero, porque tiene miedo de exponerse al otro. Es una civilización que se entristece. La gran señal de que algo no funciona hoy es la falta de alegría, que era típica de un mundo donde la dimensión de la relación con el otro era importante. Pero yo soy optimista: sigamos adelante, lo conseguiremos.

¿Qué tiene que ver con todo esto la economía de comunión?

Tiene que ver porque es una parte de la economía civil, ya que apunta a la felicidad pública y se ocupa de las palabras clave del humanismo cristiano y civil. La Economía de Comunión es un proyecto importante e innovador de empresarios, trabajadores, dirigentes, consumidores, ahorristas, ciudadanos, estudiosos y otros operadores económicos, lanzado por Chiara Lubich en mayo del 1991 en Sao Paulo (Brasil). Su objetivo es construir y mostrar una sociedad humana donde, a imitación de la primera comunidad de Jerusalén, “no haya entre ellos ningún necesitado”. Las empresas son el eje portante del proyecto. Estas se comprometen libremente a poner en comunión las ganancias para tres finalidades a las que se presta igual atención: ayudar a las personas desfavorecidas, creando nuevos puestos de trabajo y atendiendo a sus necesidades básicas, con proyectos de desarrollo; mantener la empresa, que no debe dejar de ser eficiente y competitiva por el hecho de estar abierta a la gratuidad; y difundir la cultura del dar y de la reciprocidad. La economía de comunión nace de una espiritualidad de comunión vivida en la vida civil; conjuga eficiencia y solidaridad; apunta a la fuerza de la cultura del dar para cambiar los comportamientos económicos; y no considera a los pobres como un problema, sino como un recurso precioso.


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