La Economía de Comunión va a cumplir 20 años. Un “lugar de resistencia”.
por Luigino Bruni
publicado en Città Nuova n.21/2010 del 10/11/2010
A finales de mayo del 2011 todo el mundo de la Economía de Comunión (EdC) se dará cita en Sao Paulo para volver a las raíces de esta experiencia y trazar nuevas perspectivas. La EdC está viva y crece en la historia de hoy, entre las crisis y esperanzas de nuestro tiempo. La propuesta inicial de Chiara Lubich, lanzada en mayo de 1991, de dar vida a empresas y parques empresariales y después (en mayo de 1998) a todo un movimiento cultural que otorgara “dignidad científica” a la praxis de las empresas, no cayó en el vacío. Fue recogida por miles de personas, en su mayoría dentro del Movimiento de los Focolares pero recientemente también fuera de él. Personas e instituciones que están tratando de hacer que aquella semilla fructifique.
Al mismo tiempo, toda la EdC está llamada hoy, en mi opinión, a afrontar una nueva etapa.
Hace poco tuve la oportunidad de repasar, junto con algunos de los protagonistas de la EdC en Brasil, los momentos iniciales del proyecto. Un episodio poco conocido de aquellos días volvió con fuerza a mi cabeza y a mi corazón. Al regresar de su viaje a Brasil, Chiara observó un detalle en el cuadro de “María desolada” que colgaba de la pared de su estudio desde que se lo regaló, hace muchos años, Igino Giordani: María estrechaba contra su pecho una corona de espinas. Ella se dio cuenta inmediatamente de la conexión con la “corona de espinas de la pobreza” que había visto en las favelas de Sao Paulo y que fue la chispa inspiradora de la EdC que acababa de nacer.
Este episodio nos hizo reflexionar sobre la naturaleza de la inspiración originaria y sobre las perspectivas que nos esperan hoy y en los años venideros: la corona de espinas, el dolor de los pobres, era la corona de espinas de Sao Paulo, de todas las ciudades, la corona de espinas del mundo y de este capitalismo. Evidentemente esa corona no estaba compuesta solo por los indigentes de los Focolares. Los pobres de su movimiento eran para Chiara solo un primer paso para llegar mucho más lejos.
La perspectiva que se abría ante la EdC era de gran alcance: contribuir a la creación de un nuevo orden económico y social y un nuevo modelo de desarrollo, repensando y uniendo las dos realidades centrales del capitalismo que hoy siguen en contraposición: la empresa (motor del desarrollo económico) y la miseria (de los excluidos de ese desarrollo).
Cualquier balance sobre la EdC debe hacer referencia sobre todo y en primer lugar a esta dimensión del proyecto: la relación entre empresas y exclusión. Después vendrá el impacto cultural o teórico que la EdC ha tenido y tiene en la Iglesia, en la sociedad y en el mundo académico (elementos evidentemente importantes), así como su capacidad para hacer que los empresarios sean más éticos y generosos.
Desde esta perspectiva, tenemos que admitir que todavía estamos lejos de alcanzar la realización de la vocación de la EdC. El éxito de un proyecto como este no se mide en base al número de empresas que a lo largo de estos años se han hecho más éticas, ni en base a los beneficios recogidos y donados (todavía demasiado escasos, por otra parte), ni en base al desarrollo de los parques empresariales. La EdC estará plenamente alineada con su misión cuando se convierta en un modelo económico y social que muestre, aquí y ahora, una economía con el semblante de la comunión, un semblante verdaderamente humano. Para alcanzar este objetivo, sometido cada día a nuestra libertad y responsabilidad, necesitamos querer y saber hacer frente al menos a tres retos importantes.
En primer lugar, es necesario que la EdC, considerada como praxis y como cultura, esté cada vez más en red con otras experiencias de economía social y civil que tratan, a su modo, de humanizar la economía. Un reto que ya prefiguró la misma Chiara en su lectio magistralis del 1999 con ocasión de la concesión del grado honoris causa por la Universidad Católica del Sagrado Corazón de Piacenza. A lo largo de los diez años que han transcurrido desde entonces, algún paso se ha dado, pero hay que hacer más y a más amplia escala, tanto a nivel nacional como internacional.
En segundo lugar, la pobreza (a la que preferimos llamar con mayor propiedad y siguiendo el evangelio, miseria o exclusión) hoy hay que declinarla de distintas maneras. La pobreza material de las favelas brasileñas de 1991 no es la única (si bien esta dimensión será siempre central e importante, ya que muchas veces se encuentra en la base de otras formas de pobreza).
La exclusión, la soledad, la falta del sentido de la vida, la carencia de valores éticos, de derechos, de libertad y de relaciones hoy se nos muestran como formas de pobreza típicas del siglo XXI, al lado de las formas tradicionales. En especial, desde el carisma de la unidad del que la EdC es expresión, hoy es urgente amar y atender sobre todo las necesidades que surgen de las relaciones rotas, de la carestía de bienes relacionales y de las distintas formas de des-unidad (privadas, civiles y políticas) que el carisma de la unidad, por vocación, es capaz de reconocer, para transformar estas heridas en bendiciones.
Hay que lanzar una nueva fase de creatividad e innovación, en la que todos los empresarios y actores de la EdC actuales y futuros sientan la libertad y la responsabilidad de descubrir las antiguas y las nuevas formas de pobreza para encontrar nuevas soluciones, sin perder de vista que la primera forma de lucha contra la exclusión y la indigencia es la creación y la oferta de trabajo.
Finalmente, hay que hacer un esfuerzo cultural y teórico, en diálogo constante con muchos otros, para concebir, desde la experiencia de estos primeros años de la EdC, la propuesta de un nuevo modelo económico que no se limite a reflexionar sobre la acción individual y la empresa. Estoy convencido de que los economistas, los empresarios y los operadores de la EdC tienen el potencial necesario para proponer nuevos modelos de desarrollo y nuevas dinámicas institucionales y para ofrecerlos como contribución a ese nuevo orden económico, ambiental, social y espiritualmente sostenible, que hoy muchos buscan y que cada vez es más urgente encontrar.
Si la EdC es capaz de interpretar y afrontar con “valentía carismática” estos retos, la profecía de Chiara se convertirá en sal de la historia y podrá contribuir al buen vivir de las mujeres y de los hombres de hoy (y de mañana), dentro y fuera de los mercados. No por casualidad este año, además del acontecimiento de mayo de 2011 en Brasil, la EdC a nivel mundial ha lanzado un “proyecto jóvenes” que tendrá como etapas más significativas la realización de dos escuelas internacionales, una en América Latina y otra en África, en enero de 2011.
En la cultura del consumo, la EdC puede y debe ser un “lugar de resistencia”. No islas, sino oasis de comunión y gratuidad, como lo fueron las abadías de la Edad Media. No olvidemos que Chiara intuyó por primera vez la realidad que más tarde se llamaría EdC (“las chimeneas”), al contemplar desde lo alto de una colina en Suiza una abadía benedictina. Un mensaje de comunión y gratuidad que hoy tiene enorme valor. En un mundo en el que el dinero tiende a serlo todo, porque con él puede comprarse (casi) todo, la EdC hace presente que la riqueza más grande es la que se da y se comparte. Para las personas y para los pueblos.