Las palabras distintas de los iguales

Las parteras de Egipto/11 – Moisés sigue el consejo de un padre: es el don de la reciprocidad

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 19/10/2014

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Logo Levatrici d EgittoCuando el Santo bendito le dijo en Madián: ‘Vuelve a Egipto’, Moisés tomó a su mujer y a sus hijos. Aarón le salió al encuentro cerca del monte de Dios y le preguntó: ‘¿Quiénes son estos?’. Moisés respondió: ‘Estos son mi mujer, a la que he tomado por esposa en Madián, y mis hijos’. ‘¿Y a dónde los llevas?’, añadió Aarón. ‘A Egipto’, respondió. ‘O sea que nosotros sufrimos por los hebreos que están en Egipto y ¿tú quieres llevarlos allí?’ Entonces Moisés dijo a su mujer: ‘Ve a la casa de tu padre’, y ella tomó a sus dos hijos y se fue.

Rashi, Comentario del Éxodo.

En la tierra, mezclados en un mar de providencia y de bien, también están los enemigos de los débiles y de los pobres que cruzan el desierto hacia la tierra prometida. Estos enemigos atacan de improviso, a veces sin motivo. Muchos pobres de ayer y de hoy se salvan gracias a que alguien ‘mantiene las manos levantadas’, rezando, invocando y gritando con ellos, por ellos, en lugar de ellos. Y también gracias a otros que, cuando los profetas se cansan por la lentitud y la dureza de la batalla y sus brazos empiezan a caer, se ponen a su lado y los sostienen.

El humanismo bíblico contiene un gran mensaje: El mal, a pesar de ser potente y astuto, es menos profundo y verdadero que el bien; la vida es más grande y fuerte que la muerte. Gracias a esta palabra, los que luchan por el bien y por la vida pueden seguir esperando, y su esperanza puede no resultar vana.

Después del hambre, en Massá y Meribá vuelve la sed y con ella vuelven las protestas (17,1-7). En el desierto de Refidim se produce también el ataque de Amalec, y el pueblo liberado de Egipto conoce la primera guerra, que Israel vence porque Moisés consigue mantener las manos levantadas durante toda la batalla. Lo consigue con la ayuda de Aarón y Jur, que “le sostenían las manos, uno a un lado y otro al otro” (17,4). Cuando llegan determinados enemigos, para seguir viviendo no basta la fortaleza de Moisés. Hacen falta también los brazos de Aarón y de Jur, otros ‘carismas’ co-esenciales para que el pueblo no muera. Los profetas pueden y deben rezar y a veces gritar, pero si no hay personas e instituciones que crean en su oración y actúen, no se logra ganar la batalla, porque los brazos del profeta solos no lo consiguen. Hoy siguen muriendo demasiados pobres no sólo por la falta de Moisés; sino también por la falta de Aarón y Jur, o porque, si están, no son demasiado fuertes y resilientes como para llegar hasta la puesta del sol. Y así, a pesar de los gritos de los profetas, seguimos muriendo en las mil Lampedusas del mundo.

Jetró, sacerdote de Madián, suegro de Moisés, se enteró de lo que había hecho Dios a favor de Moisés y de Israel, su pueblo” (18,1). Con su suegro, llegan al campamento también su mujer Seforá (con la que Moisés se había casado durante su exilio en Madián), y sus dos hijos. E inmediatamente en este escenario de desierto, hambre, sed y guerra, se abre un claro de cielo, uno de esos instantes de paraíso que sólo se puede ver y vivir en familia: “Moisés salió al encuentro de su suegro, se postró y le besó. Se saludaron ambos y entraron en la tienda” (18,7). Se besan y en la tienda se cuenta la liberación, el milagro del mar, la fiesta y la pandereta de Miriam. Y “Jetró se alegró” (18,9).

Aunque él también era descendiente de Abrahám (por Queturá, su segunda mujer; Génesis 25,1-4), Jetró pertenecía a otro pueblo y adoraba a otros dioses. Pero acogió a un Moisés desterrado y fugitivo, le dio por esposa a su hija, trabajaron juntos (Moisés pastoreaba su rebaño) y ciertamente le quiso. Sobre todo vio y conoció la llamada de Moisés en el Horeb y le dijo: “Vete en paz” (3,18). No podía conocer la voz que llamaba a su yerno, pero sintió que era una voz verdadera.

Muchas veces, casi siempre, los familiares de los profetas tienen el don de entender que la voz que llama a un hijo, a un hermano o a una madre, es una voz buena y verdadera. Tal vez no la conozcan, tal vez tengan otra cultura y otros cultos, pero el amor y la gracia natural de la familia les permite, muchas veces en el dolor, intuir que esa voz ha entrado en su familia para una salvación.

El encuentro de Moisés con su familia nos revela también la ausencia de Seforá y de sus hijos durante la liberación del pueblo del faraón. Les dejamos en el camino entre el Horeb y Egipto, cuando Moisés fue salvado por una acción misteriosa de Seforá del ataque de Dios que quería matarlo (3,24-26). Pero durante su misión en Egipto, Moisés estaba sin mujer y sin hijos.

Hay un misterio de soledad en el corazón de la profecía bíblica. No olvidemos que la vocación profética no es una llamada a una vida personal feliz, sino un envío para desempeñar una tarea de liberación y de felicidad para otros. También hay una cierta felicidad en seguir la voz, pero es una felicidad distinta y misteriosa, a la que deberíamos llamar ‘verdad’. Cuando una persona recibe este tipo de vocación, sabe que si responde ‘heme aquí’ no tiene asegurada la presencia de sus afectos y de su típica y sublime felicidad. En la llamada del profeta no hay promesas de compañía durante las plagas ni en el camino del éxodo. Hay una certeza de estar siguiendo una voz buena y verdadera para uno mismo y para todos, y también hay sorpresas, como ver abrirse el mar, ver una columna de fuego que señala el camino u oír hablar a las nubes. Esta forma de soledad, acompañada y llena de una voz que no se ve pero se oye, es una parte esencial de la vocación profética, incluso sin salir de casa y estando rodeado de familiares.C’è un mistero di solitudine al cuore della profezia biblica. La vocazione profetica non è – non dimentichiamolo – una chiamata ad una vita personale felice, ma un invio per svolgere un compito di liberazione e di felicità per altri.

Jetró, que se queda en la tienda de Moisés al día siguiente, puede verle en el ejercicio diario de su ministerio (y misterio). Y le pregunta: “‘¿Cómo haces eso con el pueblo? ¿Por qué te sientas tú solo haciendo que todo el pueblo tenga que permanecer delante de ti desde la mañana hasta la noche?’” (18,14). Moisés le responde: “Es que el pueblo viene a mí para consultar a Dios. Cuando tienen un pleito, vienen a mí; yo dicto sentencia entre unos y otros” (18,15-16). Jetró replica: “’No está bien lo que estás haciendo. Acabarás agotándote tú y ese pueblo que está contigo, porque este trabajo es superior a tus fuerzas; no podrás hacerlo tú solo” (18,17-18).

Es importante la mirada típica de los familiares y de los amigos de los profetas, y su misteriosa pero real autoridad (‘no está bien lo que estás haciendo’). El pueblo y los ancianos tenían otra visión de Moisés: él era su libertador y su guía, el intérprete de la voluntad de Dios para ellos, el sabio que administraba justicia. Jetró viene de fuera, quiere a Moisés, le conoce desde joven, ha visto brotar sus afectos y su vocación. Por eso puede ver que la vida concreta de Moisés no es sostenible. Sin una mujer, un hijo o un padre que nos vean de otro modo y nos digan: “si sigues así acabarás agotándote”, no conseguimos entender que nuestro trabajo y nuestro deber están empeorando nuestra vida. No son nuestros compañeros ni los clientes los que pueden decirnos estas palabras distintas, y mucho menos las personas que nos ven como sus guías. Pero sin estas ‘otras’ palabras no alcanzamos la tierra prometida, nos perdemos en el desierto y perdemos el camino. Estas miradas son esenciales no sólo para los profetas. Lo son también para los responsables de comunidades religiosas y civiles, para los fundadores de movimientos y asociaciones, para todos los que tienen responsabilidades morales y espirituales sobre otros. Sin la mirada distinta de los familiares y amigos, al menos de algunos de ellos, nos perdemos y no llevamos a cumplimiento nuestra tarea.

Los familiares y los amigos de verdad, también los que vienen de culturas distintas a las nuestras, también los que no creen en nuestro Dios pero nos quieren de verdad, tiene para nosotros una gracia de tipo profético. Pueden hablarnos y nos hablan en nombre de Dios, y si les escuchamos nos ayudan mucho a desempeñar nuestra misión. Por eso las comunidades que no tienen más miradas que las de los ‘internos’, raramente son lugares de salvación.

La presencia de miradas externas de amor natural permite al ‘profeta’ experimentar la reciprocidad entre iguales, que puede faltar, y muchas veces falta, con los miembros de la comunidad a la que guía. Un padre, una mujer o un suegro le pueden dar la experiencia de cruzar la mirada ‘de igual a igual’, que el Génesis puso como ley humana fundamental (2,18). El profeta es primero Adán y luego Moisés. También los profetas más grandes necesitan vivir la filiación, gracias a alguien que con otra autoridad puede darles consejos eficaces. También los profetas deben obedecer a los hombres.

Ahora escúchame” – añade Jetró - “Elige de entre el pueblo hombres capaces, temerosos de Dios, con fieles e incorruptibles, y ponlos al frente del pueblo como jefes de mil, jefes de ciento, jefes de cincuenta y jefes de diez”. Moisés “hizo todo lo que le había dicho” (18,24).

Después Jetró “se volvió a su tierra” (18,27), y Seforá vuelve al segundo plano de la Biblia. Forma parte de la función y de la gracia de los familiares y amigos de los profetas saber cuándo es el momento de volver a marchar. Pero antes, con su paso, pueden verles de otra manera y ayudarles a llevar a término su tarea.

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