Las voces de los días/4 – Fuera de las “casas”, de los rincones recónditos, hay vida y fermento.
Luigino Bruni
Publicado en pdf Avvenire (49 KB) el 20/03/2016
"Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?” El les contestó: “Algún enemigo ha hecho esto”. Le dijeron los siervos: “Quieres que vayamos a recogerla?” Él les respondió: “No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega.”
(Mateo 13,24-30)
“Al regreso de un viaje de vacaciones por el extranjero, un amigo me comentó una cosa que le había sorprendido: “allí hay muchos más ciegos que aquí”. Yo le dije: “No hay más ciegos, simplemente salen más de casa porque allí hay menos barreras arquitectónicas, más infraestructuras adaptadas y una cultura que fomenta la vida social de los ciegos”.
Este diálogo con Julia, una compañera siciliana invidente, me ha dado mucho que pensar. Dejar que emerja la diversidad, la pobreza y los problemas es un gran y potente indicador del grado de civilización de un pueblo, además de una forma elevada de riqueza de las naciones.
La plaza más bella del mundo es aquella en la que podemos encontrarnos todos, con todas nuestras capacidades y nuestras distintas incapacidades. La mejor clase es aquella en la que conviven los niños y niñas brillantes con los que brillan de distinta manera. Sordos, ciegos, cojos, deprimidos y felices, invitados todos al mismo banquete de las diferencias. Algunas pobrezas enriquecen a los pueblos, cuando consiguen hacerse públicas y por tanto visibles en las calles de todos. En este sentido, sigue siendo cierto que “la pobreza es la riqueza de los pueblos”, y que la primera pobreza de una persona, un pueblo o una comunidad consiste en esconder sus propias pobrezas.
Las civilizaciones siempre han decidido qué heridas mostrar en público y qué heridas esconder, ocultar o negar. Durante milenios, hemos tenido encerradas en casa muchas pobrezas nuestras y de nuestros hijos, que quedaban aprisionados con ellas. Tenían que ser invisibles, y muchas de ellas aún lo siguen siendo. A veces las descubríamos durante una crisis, una emergencia, o por el mal olor que venía de la puerta de enfrente. Las crisis, como estamos viendo, son siempre una buena ocasión para que las pobrezas invisibles puedan emerger. En nuestra alma hay pobrezas que se convertirían en riquezas para nosotros y para todos si fuéramos capaces de contárselas a alguien que pudiera acogerlas, si “salieran de casa”.
Algunas pobrezas invisibles de ayer hoy se están haciendo visibles, están emergiendo gracias a un progresivo proceso de liberación que hace más bellas y cívicas nuestras ciudades. Pero otras pobrezas invisibles están naciendo y se mantienen intencionadamente escondidas. A veces incluso son muy lucrativas para aquellos que las ocultan. Ya no se ve a los pobres encadenados a las salas de juegos de azar. Los escaparates cada vez más negros impiden su visión pública y los vecinos de “juego” sólo ven la máquina encantadora, envueltos en una soledad auto-devoradora y productora de perversas ganancias privadas y públicas. Tampoco vemos a los niños que duermen en habitaciones pensadas para facilitar el juego diurno y nocturno de las madres. El primer paso para la liberación de estos esclavos postmodernos es comenzar a verles, aclarando las lunas de sus prisiones, entrando de vez en cuando en su interior para iluminarlo con nuestra mirada. En un país que no sólo carece de fuerza para cerrar estas cárceles sino que abre cada vez más, a nosotros, los ciudadanos, sólo nos queda la posibilidad y la resistencia moral de llevar la ciudad a su interior.
Además, hay pobrezas personales que a lo largo de los siglos aprendimos a transformar en riquezas colectivas y que están progresivamente volviendo al reino de la indigencia invisible y sola..
Pensemos en la oración. La oración nace antes que nada de una indigencia, de la experiencia antropológica de que somos pobres e incompletos, de la intuición profunda de que somos más grandes que los límites de nuestro cuerpo y del universo. Las creencias y las religiones lograban transformar estas indigencias individuales en liturgias comunitarias, en iglesias, templos, peregrinaciones y procesiones, que (casi) siempre eran otras tantas formas de bienes comunes y de Bien común. Salíamos de casa, nos poníamos en camino con otros compañeros y nos reconocíamos juntos como indigentes y mendigos. Nos poníamos a rezar, transformando esas pobrezas en riqueza. Podemos (y debemos) rezar también en lo secreto de nuestro propio cuarto, pero cuando rezamos juntos y nos reconocemos unos a otros como hambrientos de sentido y de eternidad, la común indigencia se convierte en riqueza pública, para toda la ciudad. También los que no creen (o los que han dejado de creer) que más allá de las oraciones haya un Tú que las recoja, saben que la presencia de comunidades que saben rezar juntas es una capacidad (capability) de la ciudad, que aumenta su libertad. Hoy esta indigencia antropológica continúa, pero ya no sabemos encontrar o reconocer los lugares donde celebrarla juntos ni tampoco los compañeros con quienes compartirla. Ya no sabemos ponernos en peregrinación, porque nos faltan las metas y por tanto también los caminos, y los que existen ni siquiera los vemos. De este modo, la pobreza no sale de casa y no se convierte en riqueza.
Las pobrezas y los problemas escondidos y segregados siempre son males individuales y comunitarios, pero no siempre somos conscientes de ello. Cuando en una comunidad dejan de verse las pobrezas y los problemas, siempre debemos preguntarnos si es que somos más ricos o es que sencillamente las pobrezas no pueden salir de casa a causa de nuestras barreras arquitectónicas cívicas y morales. Muchas veces la reducción de una pobreza tan sólo es expresión de una crisis y de una pobreza comunitaria.
Esta paradoja se da de forma generalizada, pero cuando hablamos de comunidades espirituales o ideales es decisiva. En los momentos mejores y más vitales, las personas se sienten libres de dar sus bienes y riquezas junto con sus propios “males” y pobrezas. En cambio, cuando se debilitan la comunidad y su espíritu, los bienes que se comparten son menos, como también son menos las peticiones de ayuda. Aunque muchas veces no nos demos cuenta o pensemos que la reducción de la pobreza es fruto de la riqueza y el aumento de bienes. Una comunidad renace cuando sus miembros vuelven a darse unos a otros sus bienes junto con sus múltiples pobrezas y dolores.
Por otra parte, hay un tipo especial de pobreza, un problema comunitario, que se convierte en riqueza cuando sale de casa. Para que una comunidad ideal-carismática pueda seguir viva después de su fundación y superar la crisis del paso de la primera a las sucesivas generaciones, debe dejar que surjan las disensiones, las críticas y las diversas interpretaciones, visiones y lecturas del “carisma” y de los fundadores. Sin embargo, por lo general esto se ve como un problema, como una forma de pobreza, y por consiguiente se impide que salga. La salud moral de estas comunidades se mide por la pluralidad de voces que logran expresarse y cantar juntas, incluidas las que parecen discordantes cuando en realidad no son más que voces distintas y nuevas.
La Iglesia sigue vive después de dos mil años porque, sobre todo en los primeros siglos, estuvo alimentada y purificada por muchos carismas teológicos y espirituales que eran muy distintos unos de otros. A veces eran incluso recíprocamente disonantes, pero juntos se opusieron a la creación de un pensamiento único y monolítico. La Iglesia se nutrió incluso de sus herejías, porque para defenderse de ellas tuvo que pulir y purificar su propio kerigma, se vio obligada a desarrollar nuevos anticuerpos que la protegieran del virus de la ideología de la propia fe. Toda comunidad viva que quiera crecer y durar generaciones, necesita que lleguen personas, desde dentro o desde fuera, portadoras de instancias innovadoras y creativas, como condición necesaria e indispensable para la vida. Pero estas personas necesariamente son percibidas como problemáticas por los que tienen que gobernar. No todas estas instancias son buenas para la comunidad, no todos los problemas son una riqueza. Algunos nacen del narcisismo y si se cultivaran sencillamente conducirían a la descomposición de la comunidad-movimiento-organización. Pero el elemento crucial está en la imposibilidad de reconocer la naturaleza de la instancia innovadora en su fase de emersión, cuando nace y comienza a expresarse. El único modo para discernir estos carismas “secundarios” es dejar que crezcan, darles a todos la posibilidad de florecer. Los carismas “buenos” curan a los “malos”.
El carisma originario tiene una fuerza intrínseca que, si se desarrolla correctamente, produce anticuerpos de forma natural. Pero si a las personas innovadoras se las bloquea, porque se las percibe como una amenaza y una pobreza, o, peor aún, si el gobierno de la comunidad orienta y pilota artificialmente la emersión únicamente de las instancias definidas como “buenas”, las comunidades enferman y muchas veces incluso mueren.
Para encontrar un profeta verdadero hacen falta diez “falsos”. Si una comunidad quiere tener la certeza de que sólo genera profetas buenos únicamente producirá malos profetas. En el campo del espíritu, si el trigo bueno está solo no es fecundo. Cuanto más espiritualmente viva esté una comunidad, más amplio será el espectro de las críticas, objeciones, y protestas, que, lejos de ser una pobreza, son una riqueza. A veces, algunas personas que al principio parecían más problemáticas y peligrosas, cuando crecen y maduran se revelan como recursos valiosísimos; y otras que en las primeras fases parecían dóciles porque eran aduladoras, con el tiempo se convierten en verdaderos tumores de un cuerpo que, por haberlas seguido, se ha vuelto estéril e incapaz de atraer a nuevos miembros. Sobre todo en las fases que siguen a la primera fundación, no son los responsables de las comunidades-movimiento los más adecuados para discernir a los reformadores buenos de los cismáticos y heréticos. Y cuando lo hacen, seleccionan a las personas equivocadas, porque se parecen demasiado a los seleccionadores. A diferencia de las empresas, si la selección de las élites de mañana en las realidades ideales la realiza la “propiedad” de hoy, es muy difícil que emerjan los reformadores auténticos que son la única esperanza de mantener vivo el espíritu ideal originario. Estos reformadores esenciales llegan por vocación, por una llamada interior directa. A veces será un antiguo perseguidor como Pablo de Tarso. Pero también aquí hay “barreras arquitectónicas” que no dejan que las diversidades salgan de casa. Casi siempre son barreras que se construyeron en el pasado para hacer carreteras más rápidas y edificios más grandes, cuando la ciudad y su cultura eran distintas. Para salvar y salvarnos hace falta tener el valor y la fuerza de derribar las barreras y modificar las carreteras, los semáforos y las aceras. El aire libre de la plaza y de los jardines es el que nos cura y nos salva.
descarga el pdf artículo en pdf (49 KB)