Un estudioso que cita a Dante y revoluciona el pensamiento dominante. Entrevista exclusiva con el premio Nobel.
por Luigino Bruni
Publicado en Città Nuova n.3/2013 el 10/02/2012
Para comprender quién es Amartya Sen un buen punto de partida son las últimas palabras de su libro de 2010, La idea de justicia: “La filosofía se puede ejercer con resultados de extraordinario interés sobre una variedad de cuestiones que nada tienen que ver con las miserias, las injusticias y la falta de libertad que afligen a la vida humana.
Pero la filosofía también puede contribuir a dar mayor relevancia a las reflexiones sobre los valores y las prioridades, y también sobre privaciones, vejaciones y las humillaciones que en todo el mundo afectan a los seres humanos”. Sen está sobre todo a favor del segundo ejercicio de la filosoía y la economía y cualquiera que hoy quiera hacer lo mismo, debe conocer el magisterio de Sen sobre este y otros temas.
A los 80 años, Sen es uno de los intelectuales globales más influyentes en circulación, además de ser un gran economista (Nobel en 1998), porque va más allá de la ciencia económica. Con su vida y su obra encarna una frase que muchos de esta ciencia comparten: “Un economista que es sólo economista es un mal economista”.
Sus aportes como estudioso han sido relevantes en los temas clásicos de la economía y también de la filosofía política, respondiendo mejor a algunas de las preguntas de siempre sobre pobreza, desigualdad, opciones colectivas.
Ha cambiado las preguntas de la ciencia económica e incluyó temas de los que también la economía debe ocuparse: los derechos, la libertad y, por lo tanto, las conocidas capabilities (en inglés, la real capacidad de hacer y ser). Partiendo de estos temas, Sen se ha ocupado del well-being (en inglés, bien-estar), una de sus palabras clave y un concepto que ha querido distinguir de happiness (en inglés, felicidad).
Para Sen, el well-being se mide sobre la base de lo que una persona hace y no de lo que siente (happiness): es decir, es un tema de libertad, de derechos, capacidad y funcionamientos. Para comprender su vasta obra hay que acercarla a la de clásicos como Adam Smith, J. S. Mill, Karl Marx, J.M. Keynes; economistas que centraron sus reflexiones en los temas del desarrollo, la riqueza de las naciones y la pública felicidad. Por lo tanto, en el gran tema de la distribución de los ingresos, de la pobreza y de la riqueza, la desigualdad y la equidad.
El debate sobre la happiness es rico y tiene al menos 40 años. Sen comenzó a ocuparse del well-being a comienzos de los ochenta, el período en que comenzaron las investigaciones sobre la "economía de la felicidad". Se estudiaba la felicidad de las personas con la idea de poder medir la felicidad subjetiva a través de cuestionarios. La principal pregunta en los formularios era la siguiente: “Piensa en la peor situación en la que podrías encontrarte y dale cero puntos; luego piensa en la mejor situación en absoluto y dale diez puntos. Luego, evalúa tu situación presente con un voto entre uno y diez”. Según tales estudios estos números pueden ser confrontados también entre personas diversas y en diferentes países. A partir de esta tesis, que es de peso, se llegó a demostrar que el ingreso per cápita y el PBI (Producto Bruto Interno) cuenta poco, o seguramente menos de lo que los economistas piensan, en la felicidad de las personas. Por lo tanto, Sen tiene su modo de acercarse al tema de la felicidad.
–Profesor Sen, usted mantiene una postura original con respecto a los estudios sobre la felicidad. En general parece ser muy crítico acerca de cómo los economistas y los sociólogos miden hoy la felicidad. ¿Es así?
«Sí y no. Si por happiness entendemos lo que el pensamiento utilitarista de J. Bentham evidenciaba con esta expresión, no puedo más que objetar, como lo afirma toda mi crítica al utilitarismo de estos decenios. Pero tenemos que ponernos de acuerdo sobre qué entendemos por happiness y qué lugar ocupa en la vida de las personas».
–¿Y cómo cambia?
«No hay dudas de que la felicidad es algo grande para lograr. Pero no es el único motivo por el cual se le atribuye valor. El problema surge cuando construimos una teoría ética, como hacen los utilitaristas (en especial Bentham), basada sólo sobre la felicidad, medida como diferencia entre los placeres y las penas. Es ésta una perspectiva que en estos últimos años ha tenido un gran revival. Esta visión restringida del bienestar basado en la felicidad (happiness) es muy problemática y peligrosa cuando la usamos para confrontar diversas condiciones de privaciones y miseria de las personas. En efecto, las evaluaciones de la propia felicidad están sujetas a efectos de adaptación, porque las personas se adaptan a situaciones también muy desfavorables, con tal de sobrevivir. Pero la capacidad de adaptación de las personas puede llevar a sacar conclusiones equivocadas, también en el plano de políticas sociales y económicas».
Este tema, conocido como el del “esclavo feliz”, es una de las constantes en el pensamiento de Amartya Sen sobre la felicidad. Habría que ponerle un marco y colgarlo en las sedes de toda institución y organización que se ocupa del desarrollo humano o de lucha contra la indigencia. Así escribe en 1993 este economista nacido en Bengala: «Consideremos a una persona con muchas desventajas, pobre, explotada, abusada laboralmente y que esté enferma, pero uyas condiciones sociales han hecho que se sienta muy satisfecha de su suerte (por medio de la religión, la propaganda política o la cultura dominante). ¿Podemos creer que le va bien porque está feliz y satisfecha?».
Me parece una crítica muy importante y digna de ser compartida. La coautora de Sen, la filósofa Martha Nussbaum, dice que existen “buenas penas” y “malos placeres”, como los buenos sufrimientos relacionados con las luchas por la conquista de derechos para sí y para los demás, o los malos placeres de quienes abusan de otras personas. Por lo tanto, el simple criterio de maximizar los placeres y minimizar las penas no dice nada, o demasiado poco, acerca de la calidad de vida de una persona, una comunidad o una sociedad.
–El trabajo con otros economistas (Stiglitz y Fitoussi) para detectar nuevos indicadores de bienestar que superen el PBI, ¿se basa en la imposibilidad de confiar sólo en la medición de la felicidad subjetiva?
«Sí. De hecho, tengo muchas dudas de que la felicidad individual sea un buen indicador del bienestar de las personas. Como mencioné, la métrica utilitaria basada exclusivamente en la felicidad puede ser muy injusta en relación con los que sufren privaciones de manera sistemática. Por ejemplo, los que ocupan los últimos lugares en nuestras sociedades estratificadas, minorías oprimidas en comunidades intolerantes, es decir, los desocupados y trabajadores precarios que viven en un mundo con muchas incertidumbres, trabajadores explotados en contextos industriales, amas de casa sometidas en culturas sexistas. Por cierto, gracias a su capacidad de adaptarse a las condiciones de vida logran sobrevivir, pero estas adaptaciones distorsionan las evaluaciones subjetivas de la felicidad de estas personas. En la evaluación de las condiciones de vida y de bienestar de los más pobres de la sociedad, los indicadores de felicidad nos dicen mucho menos que otros indicadores acerca de las condiciones objetivas de privación y de falta de libertad. Seres reconciliados y contentos con sus propias desventajas es algo muy diferente de no tener esas desventajas».
–Para usted, profesor Sen, en la línea de Aristóteles y los clásicos de la ética de las virtudes, la "vida buena" se mide por lo que las personas "hacen y pueden hacer" y no por lo que "sienten". Se puede decir que las modernas democracias necesitan varios indicadores de bienestar (incluído el PBI), porque cualquier reducción a un solo indicador, incluido el de la felicidad, pone en peligro la democracia y la libertad.
«Sí. Creo que también los indicadores basados en la felicidad son problemáticos, porque hacen que se cometan errores graves en perjuicio de las personas más desfavorecidas en la sociedad. En mi último libro, La idea de justicia, dije: “No es necesario ser Gandhi (o Martin Luther King, Nelson Mandela o Aung San Suu Kyi) para comprender que los objetivos y las prioridades de una persona bien pueden ir más allá de los estrechos confines del bien-estar y de la felicidad individual”».
–Me gustaría concluir con una frase de la Divina Comedia citada por usted: “Oh, humanos que nacisteis a altos vuelos, ¿cómo un poco de viento los echa a tierra? (Purgatorio, XII).
«En efecto, la pregunta de Dante es muy importante. Es grande el contraste entre los grandes logros que los seres humanos pueden alcanzar y las existencias tan pobres y limitadas que muchas mujeres y hombres terminan por vivir. La potencialidad de los seres humanos –de llevar una vida buena, de estar contentos y felices, de ser libres– es mucho mayor de lo que logramos concretar.».
Si la tarea del economista, al menos de gente como Sen, fuera la de estudiar para contribuir a la reducción de los obstáculos objetivos y subjetivos que nos impiden desplegar nuestras potencialidades, entonces ser economistas sería un buen oficio.