Las voces de los días/7 – Los autoproclamados evangelios sin cruz de los falsos reformadores
de Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 17/04/2016
“Grave y terrible error fue la invención de las cruces”
Evangelio de Tomás
Los procesos de cambio en las organizaciones con motivación ideal y comunidades carismáticas son especialmente complejos y delicados. A diferencia de lo que ocurre en muchas organizaciones económicas o burocráticas, donde el cambio está planificado y orientado para alcanzar los objetivos que establecen sus propietarios, en las realidades ideales la reforma es un camino hacia lo desconocido.
Si el que se autoproclama reformador es un falso profeta, se presentará como portador de certezas acerca del cambio, como alguien que conoce el bien que le espera a la comunidad al final del camino que él mismo desea, quiere y propicia, como un ángel portador sólo de luz.
Uno de los elementos que complican y dificultan la superación de las crisis en las comunidades ideales y carismáticas es la aparición de falsos reformadores. Cuando la comunidad está tan apagada que ni siquiera advierte la necesidad de la reforma, de ella no surgen “profetas”, ni buenos ni malos. En cambio, si la comunidad está viva, los buenos y los malos profetas surgen juntos y su número es mayor cuanto más vivo y fecundo es el carisma originario. La abundancia de falsos profetas es también un signo de vitalidad de una comunidad. Cuanta más luz hay en un carisma, más frecuentes, sutiles y peligrosas son las herejías gnósticas. En las iglesias primitivas pululaban los apóstoles y los falsos profetas. Así pues, no debemos cometer el error de pensar que los buenos profetas sólo surgen en las fases positivas y los malos en las crisis, porque la realidad histórica nos dice exactamente lo contrario. La misma fertilidad espiritual del cristianismo de los orígenes generó a Pablo de Tarso y a Simón el Mago.
Las falsas profecías asumen muchas formas históricas concretas. En las comunidades ideales y/o carismáticas, las falsas profecías y las falsas reformas más solapadas y perniciosas son las que recurren al registro de la luz. Son variantes y actualizaciones de la antigua herejía gnóstica, porque se presentan como un ofrecimiento de una luz nueva y un conocimiento distinto. El gnosticismo, en sus variadas y múltiples expresiones, fue el principal enemigo ideológico del cristianismo de los primeros siglos. Penetró en muchas comunidades, e incluso podría haber resultado mortal si no hubiera sido duramente combatido y vencido gracias a la acción de los mejores profetas y teólogos, desde Ireneo hasta Agustín.
Las experiencias espirituales e ideales están natural y radicalmente expuestas a la seducción gnóstica, precisamente porque son esencialmente experiencias de luz y de inteligencia. Quienes siguen un ideal o un carisma, se sienten atraídos por su luz nueva y por su discurso (logos) distinto. Encuentran el don de una mirada distinta con la que ven otros horizontes, otros cielos y otras bellezas, así como una inteligencia luminosa que les proporciona un conocimiento distinto del mundo y de las cosas.
Así pues, no debe asombrarnos que estas comunidades lleguen a una fase gnóstica, que amenaza sobre todo a los carismas más luminosos y espirituales. Es una enfermedad del propio carisma, que se desarrolla como una forma de neurosis: la parte que enferma es la más brillante. Para que las experiencias espirituales sigan siendo auténticas y generando vida buena, no deben perder contacto con la historia, deben ser experiencias encarnadas y por consiguiente limitadas, parciales y entrelazadas con la oscuridad. El espíritu debe estar en la carne y seguir sus leyes y sus ritmos. Muchas experiencias carismáticas se pierden cuando nacen porque el espíritu se desencarna y se evapora buscando una perfección sin sombra. Por estas razones, las fases gnósticas acompañan también el desarrollo de la existencia histórica de los fundadores. Si las comunidades duran más allá de la vida de sus fundadores es porque esas tentaciones no han ganado la partida. No son pocas las comunidades que nacieron de verdaderos carismas y se apagaron pocos años después, porque a sus fundadores les sedujo y devoró la neurosis gnóstica.
Pero es en la fase posterior a la fundación cuando la tentación gnóstica se convierte en paso casi obligado y siempre decisivo. Cuando se acaban los verdaderos “milagros” y “resurrecciones” que constituían la vida normal de la etapa fundacional de la comunidad, algunos comienzan a pensar que pueden recrear los antiguos milagros con técnicas y drogas espirituales. Hacen como algunos atletas que, cuando ya no logran alcanzar los records iniciales, en lugar de cambiar de entrenamiento y trabajar más duro, caen en la trampa del doping. El gnosticismo es una forma de doping espiritual, que promete el rendimiento de la juventud sin trabajo ni esfuerzo. Si no se le hace frente rápidamente, infecta a la comunidad entera.
La planta gnóstica echa sus raíces en el sufrimiento y en la frustración que se derivan de no saber mantener el esplendor inicial del carisma, así como en la invencible añoranza de los signos y ambientes de los primeros tiempos. En lugar de tomar como punto de partida el núcleo entero del primer mensaje, necesariamente hecho de carne y espíritu, el reformador gnóstico realiza una doble operación: reconstruye una imagen parcial y desencarnada del carisma originario y le añade revelaciones secretas a las que, según él, habría accedido mediante experiencias privadas o comunicaciones especiales, adornadas con elementos espectaculares y pseudo-místicos y con técnicas que permitirían un acceso más profundo y espiritual al mensaje ideal. La reforma gnóstica va acompañada de una promesa de experiencias místicas especiales y accesibles sólo a unos pocos iniciados en los secretos y en los misterios, alrededor de los cuales construye su fuerza mesiánica y su promesa. Son siempre experiencias de élite, nunca transparentes ni populares, ni de parte de los pobres. El menosprecio de la experiencia concreta y del cuerpo crea casi inevitablemente una excepción ética, que permite a los iluminados actos carnales y acciones dañinas para los demás, pero lícitas y necesarias para los habitantes de este nuevo reino “de color”.
Son construcciones barrocas, variopintas; mundos poblados por muchos seres fantásticos y “verdades” ausentes del primer mensaje original. Los seguidores de estos falsos profetas pronto asumen miradas y actitudes de iniciados, sufren un cambio estético incluso en la expresión de los ojos y en los rasgos de la cara, y se separan como nuevos “santos” del pueblo (todavía) no iluminado.
Cuando el carisma está vivo y sano es muy fácil reconocer a los falsos profetas movidos por intereses personales materiales o intenciones cismáticas. Es mucho más difícil reconocer y nombrar a los falsos profetas de la luz y la inteligencia, porque éstos utilizan el mismo repertorio simbólico y las mismas palabras que un día fundaron la comunidad y atrajeron a muchos. Son lobos devoradores disfrazados de mansos corderos, a veces incluso de buen pastor. Las crisis graves de las comunidades ideales son siempre crisis de luz y de inteligencia. Por esta razón, la oferta de herejías de luz e inteligencia es tan abundante durante las crisis más importantes. Y por esta misma razón muchas veces no se reconoce a los falsos profetas, que tienen éxito y dan muerte a las comunidades.
Una tarea fundamental para gestionar las crisis profundas y las grandes reformas es saber reconocer los síntomas gnósticos en lo que se presenta como renovación y salvación. Es una tarea muy difícil, porque el reformador gnóstico, a diferencia de otros falsos profetas, usa verdades y palabras realmente presentes en el carisma genuino originario y construye su discurso a partir de textos y frases de los discursos del fundador. Desde el comienzo de la historia, la inteligencia de la serpiente se presentó con palabras y argumentos parecidos a los de Elohim, e incluso más seductores. Los cromosomas gnósticos están en el ADN del carisma genuino, porque la gnosis construye su salvación recombinando de forma distinta algunos elementos del genoma fundacional. Elimina los ordinarios, los normales, los grises y mestizos, y ensambla sólo la parte luminosa del patrimonio genético original, dando vida a un organismo que tiene todos los rasgos que estaban presentes en el primer cuerpo. Por eso la reforma gnóstica aparece como tremendamente fascinante y luminosa. Es como el elixir de la eterna juventud o el árbol de la vida. Es como si una foto de cuando teníamos veinte años mágicamente cobrara vida.
La propuesta gnóstica de reforma se presenta como un día en el que siempre fuera mediodía. En nombre de esa luz sin sombra rechaza la dimensión opaca, que es verdadera y supone un límite. Encarnación, imperfección y pecado se convierten en palabras malditas, condenadas como el escándalo que hay que superar para dar vida a una nueva etapa de plena maduración que está a punto de comenzar. Es la propuesta de un eskaton al revés: mientas que las experiencias espirituales auténticas viven un ya imperfecto e indican un todavía no que no puede alcanzarse plenamente, las gnosis se muestran como un ya perfecto, cumplimiento de un ya sido imperfecto.
Los reformadores gnósticos siempre brillan más que los fundadores, porque les falta la sombra de la realidad verdadera. Sólo el cuerpo proyecta una sombra cuando entra en contacto con la luz del sol. En estas falsas reformas, la muerte está ausente de la escena de su fingida pasión. Son “evangelios” sin calvario ni cruz, donde la piedra no rueda y el sepulcro no es más que una cómoda habitación. Son pésimas elaboraciones del luto de vivir. Renuncian a la vida para no mancharse los pies con el polvo del único camino posible para los seres humanos bajo el sol.
Las resurrecciones sin crucifijos no salvan a nadie. Son espíritus fantasmales que alejan de la carne herida de las víctimas y de los otros, y aprisionan en jaulas de consumismo psíquico y emocional. Los falsos profetas gnósticos se revelan en que no tienen señales de los clavos en sus cuerpos ni en los de los que tocan y abrazan.
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