La prosperidad de un pueblo no se mide con el PIB

La prosperidad de un pueblo no se mide con el PIB

El pensamiento de Daron Acemoğlu, premio Nobel de Economía

Luigino Bruni y Alessandra Smerilli

publicado en el Osservatore Romano el 17/10/2024

El premio Nobel de Economía de 2024, otorgado hace unos días a Daron Acemoğlu, Simon Johnson y James A. Robinson por sus trabajos sobre “cómo se forman las instituciones y cómo influyen en la prosperidad”, es sin dudas una buena noticia. De hecho, es necesario reconocer que también la ciencia económica es una ciencia plural, si es verdad lo que decía Jacob Viner en el siglo pasado: “La economía es eso que hacen los economistas”. La economía, en efecto, siempre ha conocido orientaciones culturales diversas, aunque con frecuencia se lo olvide o no se adviertan las posibles consecuencias. De los tres estudiosos premiados en Estocolmo, que trabajan y publican juntos desde hace años, Acemoğlu es el autor más conocido y quizás el de mayor reputación científica. Profesor del MIT (Massachusetts Institute of Technology), con 57 años tiene un corpus impresionante de publicaciones, en cantidad y en calidad, muy conocido entre sus colegas. Acemoğlu es sobre todo un estudioso que salió de las bibliotecas y de las oficinas, concibiendo su trabajo como compromiso público. Nunca contrapuso el trabajo científico al divulgativo: escribió manuales para estudiantes y hace unos meses aceptó dar una clase a los jóvenes de Economy of Francesco, el movimiento que lanzó el Papa Francisco para cambiar la economía actual y dar un alma a la economía del futuro.

Su biografía dice ya algo importante sobre la que después sería su teoría del rol de las instituciones en el desarrollo y el bienestar económico. Nacido en Turquía, Acemoğlu es hijo de un profesor universitario. Su madre, enseñante, dirigía una escuela armenia en Estambul. No era una familia pobre la que le permitió llevar adelante sus estudios universitarios en York, y después en la London School of Economics, donde obtuvo primero la maestría y luego el PhD: estudios de gran calidad, que lo llevaron en 1993 al MIT, donde muy joven se convierte en profesor. Pues bien, si Daron, con su don inicial de inteligencia hubiese nacido en una familia de campesinos de la periferia de Anatolia, su historia hubiera sido diferente. Este es un primer nudo, tanto práctico como teórico, de suma importancia. La primera institución de su vida, la familiar, fue decisiva por todo lo que le sucedió de bueno y por lo que pudo hacer después.

Hay que reconocer que Acemoğlu y otros colegas representan una forma de hacer ciencia económica mucho más cercana a los economistas clásicos que a los colegas que interpretan desde hace décadas su oficio teórico como una rama de la matemática aplicada a cualquier tipo de problema social o individual. Basta con leer sus artículos científicos y sus libros para darse cuenta. Primero que nada, están llenos de historias. La historia es el primer material teórico de la escuela de Acemoğlu, tan importante al menos como la matemática y la econometría, las que de todas maneras posee a la perfección. Para los economistas del pasado -desde Smith hasta Bentham-, los hechos y episodios de la historia humana, desde el Neolítico hasta Silicon Valley, ocupan un lugar de primerísimo plano: son sustancia, no accidente. El método de trabajo de Acemoğlu es al mismo tiempo antiguo y nuevo, porque por un lado se enlaza con la tradición histórica alemana, con aquella institucionalista y en parte también marxista, pero el modo específico de juntar en sus textos historia, instituciones y análisis matemático avanzado es en gran parte nuevo. Como es nueva también la tesis de base, repetida desde hace más de veinte años con algunas variantes y agregados: el corazón de su tesis (y de ellos) atribuye a la calidad de las instituciones un rol central, en cierta medida único, en el desarrollo económico de los pueblos y en el nivel de democracia. Al hacerlo, desafía y refuta teorías clásicas como la marxista, en la que las instituciones son parte de la superestructura generada por las relaciones de producción (la estructura), pero también la de Max Weber, que liga el nacimiento y el desarrollo del capitalismo a un singular espíritu religioso (el calvinista en particular).

En cambio, Acemoğlu y sus colegas distinguen las instituciones en “extractivas” e “inclusivas”. Las primeras son creadas y usadas por las élites para extraer rentas y mantener posiciones de poder, mientras que las segundas son pensadas e implementadas para crear un bienestar general, haciendo accesibles las distintas posiciones sociales y fomentando de esa manera la democracia. Por ejemplo, a nivel político, los gobiernos extractivos usan sus súbditos para reforzar los privilegios propios, y los inclusivos reducen progresivamente los privilegios propios en ventaja del pueblo. Está claro que los gobiernos inclusivos no nacen de manera espontánea, sino que son el fruto de revoluciones, de luchas y de mucho esfuerzo social.

El PIB, el crecimiento económico, por lo tanto, no dicen mucho sobre la prosperidad de los pueblos ni sobre la democracia, porque hay naciones ricas que a causa de las instituciones políticas, económicas y sociales, la riqueza no hace más que mantener élites parasitarias. Esto también lo sabía muy bien el economista italiano Achille Loria, que a principios del siglo XX escribía algo que a Acemoğlu debería gustarle: “Quien observe desapasionadamente a la sociedad humana, advertirá fácilmente cómo esta presenta un extraño fenómeno de absoluta e irrevocable escisión en dos clases estrictamente distintas; una de las cuales, sin hacer nada, se apropia de enormes y crecientes rentas, y la otra, mucho más numerosa, trabaja desde la mañana hasta la noche a cambio de una mísera recompensa; o sea, una vive sin trabajar y la otra trabaja sin vivir” (Las bases económicas de la constitución social, 1902).

Por último, el espíritu religioso de los pueblos es quizás una dimensión despejada demasiado rápido por Acemoğlu. Es cierto que sus instrumentos estadísticos potentes le permiten identificar un nexo causal entre las variables, y por ende construir una narración del progreso y del bienestar con un claro nexo de causa-efecto entre los muchos factores. Para los galardonados, la religión es a su vez fruto de instituciones político-sociales, o se pierde entre los muchos elementos de los que dependen los cambios en el tiempo. Pero es difícil pensar que la Reforma protestante y la Contrareforma católica hayan tenido un peso insignificante, por las formas de desarrollo económico y civil de los países europeos, de Estados Unidos y de Brasil, y que la ética confuciana o samurai no tenga peso en la historia de China, Corea y Japón. También porque el derecho, las leyes, la cultura política de un pueblo son, en el fondo, una cuestión de espíritu, no menos importante que sus instituciones económicas.

Immagine creata con AI


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