Editorial
por Luigino Bruni
publicado en Vita el 30/12/2011
Está acabando un annus terribilis para las finanzas y la economía mundial (mejor dicho, para una parte del Occidente opulento, puesto que otros países como Brasil siguen gozando de muy buena salud). Una forma de repasar los debates de esta larga crisis es observar las vicisitudes de la Tobin Tax, un tema abordado, criticado y relanzado en las distintas etapas de la tormenta.
Mario Monti fue alumno de James Tobin en Yale y por lo tanto es de esperar que aplique sus enseñanzas. Alrededor de la Tobin Tax se concentran, en efecto, muchos de los grandes desafíos de esta crisis.
Debemos recordar que la primera discusión pública en torno a este impuesto tuvo lugar a caballo del año 2000, dentro del movimiento, sobre todo juvenil, de protesta por los mercados globalizados y las finanzas sin reglas que culminó en los "acontecimientos de Génova" de julio de 2001. Génova fue el puerto de destino de aquel tumultuoso movimiento, también de su estuario violento. Pero no terminó ahí. Dos meses después llegó el 11 de septiembre con las Torres Gemelas y toda la atención de la opinión pública se distrajo de la regulación de las finanzas hacia la lucha contra el terrorismo. Así comenzó una larga fase en la que el virus de las finanzas si reglas fue anidando en el portador sano de Occidente, hasta que 7 años después, otro día de septiembre, el 15, la caída de Lehman Brothers nos hizo saber que el virus se había extendido por todo el cuerpo y que la enfermedad había brotado.
Un primer mensaje que podemos extraer de estos diez años es que si hubiéramos tomado en serio la protesta de los jóvenes (a los jóvenes siempre hay que escucharles porque muchas veces plantean preguntas correctas aunque las respuestas no sean las más adecuadas) tal vez esta crisis no hubiera llegado nunca o hubiera sido mucho menos grave.
Pero para entender plenamente el significado de este impuesto que toma el nombre del Premio Nobel James Tobin, puede ser útil recordar cuáles son las tres funciones principales de los impuestos en las democracias modernas.
La primera es la más evidente y la menos controvertida desde el punto de vista ideológico: la financiación y construcción de bienes públicos. Esta primera función de los impuestos no exige necesariamente altruismo ni virtudes cívicas especiales, únicamente la confianza y la esperanza de que la inmensa mayoría de los conciudadanos no sean evasores (una confianza que hoy en Italia podría considerarse también como una virtud).
La segunda función es la redistribución de la renta: los impuestos se convierten en instrumento de solidaridad y fraternidad civil. Dicen con los hechos que un pueblo es también una comunidad con un bien común que garantizar y salvaguardar, que puede apoyarse en una forma de racionalidad auto-interesada (como explica el filósofo J. Rawls), como cuando pensamos que el día de mañana las personas desfavorecidas podríamos ser nosotros o nuestros hijos. Se asocia también con la eficiencia y el desarrollo económico, porque un país con menos desigualdades crece más.
La tercera función, la menos reconocida y recordada, es la de estimular los bienes llamados “meritorios” (o de mérito) y desincentivar los bienes “demeritorios”: Se gravan poco, o en todo caso menos, los bienes considerados útiles para el bien común (cultura, educación…) y se gravan más los bienes que en realidad son “males” (tabaco, alcohol…). En este caso los impuestos cumplen la función de orientar el consumo de las personas hacia sectores éticamente sensibles donde entran en juego valores de interés colectivo.
Normalmente los impuestos desempeñan una u otra de estas funciones y son muy raros los que cumplen todas juntas. La Tobin Tax sería precisamente uno de ellos. Contribuir a dar orden y estabilidad a los mercados financieros significa dar vida hoy a una especie de bien público de gran valor incluso económico. El efecto redistributivo es evidente, si se utilizan, como parece evidente, los ingresos para construir infraestructuras, sanidad y educación en los países en vías de desarrollo. Además la especulación financiera presenta aspectos de bien demeritorio, ya que el riesgo excesivo crea, por una parte, una forma de adicción a la adrenalina que genera este tipo de operaciones y por otra aumenta el riesgo de sistema que recae sobre toda la población (como vemos estos meses).
Las finanzas son una buena planta del jardín de la polis. Pero en estas últimas décadas, al no haber sido podada, ha crecido demasiado y ha invadido todo el jardín, hasta casi sofocar a todas las demás plantas. La Tobin Tax sería una forma de podar esta buena planta y de reconducirla a su justa dimensión. El desafío crucial consiste en adoptar un impuesto como este a nivel lo más global posible, ya que el ámbito de las finanzas es el mundo.
Además, junto con la aplicación del impuesto, es necesario acometer una seria lucha contra el escándalo de los paraísos fiscales. Pero aunque sólo la adoptara Europa, estoy convencido de que la Tobin Tax representaría una gran señal de civilización. Europa ha sido la patria de la economía moderna y de las finanzas, ha sido capaz de inventar las instituciones y los instrumentos que la han engrandecido y que han hecho posible el desarrollo y la democracia para el mundo entero. Hoy Europa solo saldrá de esta grave crisis política y económica cuando sepa relanzar un gran proyecto. Emitir una señal fuerte como la Tobin Tax sería una decisión valiente pero con visión de futuro.