Hoy conocemos su fuerza corrosiva, que convierte las relaciones en mercancías. Pero también hoy los tiempos están maduros para afrontar un reto: hablar de este gran tema sin fundamentalismos ni ideologías. Porque la vida en común tiene necesidad del mercado.
El mercado tiene muchas virtudes. Es hora de descubrirlas
por Luigino Bruni
publicado en el semanal Vita del 8 de octubre de 2010
“[Salerio:] Antonio está triste porque piensa en sus mercancías … [Antonio:] No es, por tanto, la suerte de mis mercancías lo que me entristece”
(Shakespeare, El mercader de Venecia).
Estos tiempos de crisis (mucho más profunda y seria que la pura crisis financiera o económica) son ante todo una llamada a la responsabilidad individual y colectiva, también en el ámbito del pensamiento. Una dimensión de esta llamada a la responsabilidad es la necesidad de abrir un nuevo debate, auténtico y profundo, sobre la naturaleza de la empresa, de los bancos, del beneficio, del mercado y, en definitiva, del capitalismo. El reto está en conseguir hablar de estos grandes temas de la civilización sin ideologías y sin palabras gastadas que, de hecho, durante los últimos veinte años han impedido la realización de una crítica de nuestro sistema económico con la suficiente altura y profundidad, cuya necesidad es, sin embargo, cada vez mayor y más urgente.
En este número de Vita comienza una serie de artículos sobre el mercado, que podemos calificar de valientes porque mirarán a la economía desde un punto de vista impopular e insólito: el de las virtudes del mercado.
Pero ¿cómo podemos hablar seriamente de las virtudes del mercado, cuando hoy una parte influyente de la opinión pública considera que la lógica del mercado es corrosiva de las virtudes cívicas por conducir a la mercantilización de todas las relaciones humanas?
Yo mismo, en distintos escritos (algunos de ellos incluso publicados por Vita en años anteriores) he señalado los graves riesgos que comporta el fundamentalismo del mercado y sus vicios individuales y colectivos. El mercado, en cuanto actividad humana, es mejorable y por consiguiente debe someterse siempre a la crítica del pensamiento, sobre todo en los tiempos que hemos vivido, vivimos y muy probablemente viviremos durante mucho tiempo aún.
Nosotros creemos, sin embargo, que precisamente en épocas de crisis es muy importante recordar a las personas, a las instituciones y a las realidades humanas su “vocación”, invitándolas a descubrir o redescubrir su lado mejor. Como bien saben quienes han vivido crisis serias o han ayudado a otros a superarlas, para salir de estos momentos de impasse en la vida es necesario encontrar el propio “daimon” socrático, acudir a la parte mejor de uno mismo, encontrar o reencontrar la vocación profunda.
Algo parecido ocurre con las realidades colectivas, con las instituciones, con la sociedad. En momentos difíciles el pesimismo no sirve para nada, hay que saber buscar más hondo y beber en aguas más puras. No debemos olvidar que la fase actual de la economía de mercado (que podríamos llamar capitalismo financiero-individualista) nace de un pesimismo antropológico, que se remonta como mínimo a Lutero, Calvino y Hobbes. La gran hipótesis sobre la que se sustentan tanto la teoría económica como el sistema económico es el presupuesto de que los seres humanos son radicalmente oportunistas y auto-interesados como para dejarse comprometer por motivaciones más altas (como el bien común). Elocuente es a este respecto un pasaje de uno de los fundadores de la economía del siglo XX, el italiano Maffeo Pantaleoni, que desafiaba en un escrito de comienzos de siglo a “los optimistas” a demostrar que las motivaciones que hacen que “los barrenderos barran las calles, los sastres hagan trajes, los conductores de tranvía trabajen 12 horas, los mineros bajen a la mina, los agentes de cambio ejecuten órdenes, los molineros compren y vendan trigo, los agricultores caven la tierra, etc. son el honor, la dignidad, el espíritu de sacrificio, la esperanza de un premio en el más allá, el patriotismo, el amor al prójimo, el espíritu de solidaridad, la imitación de los antepasados y el bien de los sucesores y no solo una especie de retorno que se llama económico”.
Pero no podemos dejar que la última palabra acerca de la vida en común y el mercado la tenga este pesimismo antropológico. Tenemos el deber ético de dejar a quienes vengan detrás de nosotros una visión más positiva sobre el mundo, el hombre, la política y la economía.
Esta visión distinta y positiva puede comenzar con una reflexión sobre el “deber ser” del mercado, sobre su tarea moral en la edificación de una sociedad buena y justa, una sociedad civil que muere cuando es el mercado el único que regula la vida en común, pero que también muere o no se desarrolla cuando le falta el mercado con sus virtudes típicas, esas virtudes que parecen, y a veces lo están, alejadas de la praxis económica de nuestro tiempo y que por ello hay que volverlas a traer a nuestra conciencia personal y colectiva.
Comenzaremos nuestro viaje hacia el interior de las virtudes del mercado recuperando la idea de mercado que tenían y tienen los fundadores de la tradición de la economía civil, italiana y no sólo italiana: de Antonio Genovesi a John S. Mill, de Alfred Marshall a Luigi Einaudi, y de Giacomo Becattini a Robert Sugden. Para estos autores, aunque con matices distintos, el intercambio de mercado es también y sobre todo una forma de reciprocidad y de vínculo social, un pedazo de vida en común, un trozo de vida vivido con las mismas pasiones, vicios y virtudes, si es cierto que la economía es el estudio de los seres humanos en el desarrollo de los “asuntos ordinarios de la vida” como decía Alfred Marshall en 1890.
La semana que viene comenzaremos pues a explorar algunas de las virtudes del mercado.
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