ABCDEconomía "Subsidiaridad"

ABCDEconomía de Luigino Bruni

Subsidiaridad. Nuevas lecturas para un principio antiguo

publicado en el nº 33 de Communitas dentro del monográfico titulado "El abecedario de la economía civil"

No hay vida buena civil ni política sin subsidiaridad. Esta es una de las grandes lecciones del siglo XX, con sus totalitarismos e ideologías, la última y tal vez más peligrosa (ya que no aparece como tal) de las cuales es la del mercado entendido como único principio regulador de la sociedad. Subsidiaridad es una expresión que procede de subsidio, ayuda. El primero en pronunciar explícitamente este principio fue el papa Pío XI en la Quadragesimo Anno, en 1931, en un periodo histórico que supuso la muerte de la libertad y la democracia entre otras cosas porque previamente había muerto la subsidiaridad. Sin embargo, desde un punto de vista implícito, el principio de subsidiaridad es antiguo y se remonta como mínimo al pensamiento de los primeros concilios ecuménicos, de los Padres de la Iglesia, de la escolástica, cuando se elabora la categoría de persona. Existe de hecho una relación muy estrecha entre el principio de subsidiaridad y el principio personalista. Veamos por qué.

La primera definición de subsidiaridad podría ser la siguiente: las decisiones que afectan a una persona o a una comunidad deben tomarse en el nivel más cercano a las personas involucradas. Cualquier otra intervención más lejana sólo es “buena” si sirve de ayuda (subsidio) para la vida de esas personas; por el contrario es “mala” cuando la acción lejana sustituye a la más cercana a la gente. Dicho con otras palabras, una acción pública o colectiva es más deseable cuanto más involucre en el proceso a los sujetos interesados en esa acción. La participación, el proceso, no es menos importante que el objetivo a alcanzar, ya que muchas veces el “cómo” no es menos importante que el “qué”.

El principio de subsidiaridad es también uno de los principios de la Unión Europea (que sin embargo lo ha aceptado solo en parte, desvinculándolo del principio personalista). Un principio invocado hoy por quienes buscan una arquitectura institucional que respete la “proximidad” y la democracia deliberativa. Hasta hoy ese principio se ha aplicado sobre todo en su versión “vertical” (como criterio regulador de la relación entre los distintos niveles de la administración pública: estado, regiones, municipios …), aunque recientemente se ha puesto énfasis también en su aspecto “horizontal” (relación entre sociedad civil, mercado y administraciones públicas).

Estoy convencido de que es necesario realizar una nueva lectura de este principio fundamental de la vida civil, que podría formularse de este modo: que no haga el contrato lo que pueda hacer la reciprocidad (gratuita); o bien, en una versión más positiva: el contrato de mercado es una forma de relación plenamente humana y civilizadora cuando es subsidiario de la reciprocidad. En cambio, el contrato de mercado se convierte en enemigo del bien común cuando se convierte en un sustituto de la gratuidad como, por desgracia, está ocurriendo en nuestras sociedades de mercado, incluso cuando invocan en abstracto el principio de subsidiaridad. En algunos contextos, sobre todo cuando entra en juego la protección de personas desfavorecidas o cuando hay asimetría estructural entre las partes, el contrato puede revelarse como un instrumento que sirve y ayuda (subsidia) al don y a la gratuidad (muchas experiencias de microcrédito son ejemplos válidos de esta versión de la subsidiaridad) Sean entonces bienvenidos los contratos y el mercado, siempre que ayuden a hacer que crezca la fraternidad universal.

Llegados a este punto, la conexión del principio de subsidiaridad con el principio personalista ya debería estar más clara. ¿Por qué deberíamos preferir la intervención del ayuntamiento a la del estado (en la versión “vertical” de la subsidiaridad) o una guardería gestionada por una cooperativa de padres a una guardería pública (en la versión “horizontal”)?   Porque en el fundamento del principio de subsidiaridad está implícita la hipótesis de que las personas son verdaderas personas cuando se encuentran y cuando viven relaciones de reciprocidad, precisamente porque el ser humano no es solo individuo sino que es persona, es decir solo es él mismo en relación con los demás. El principio de subsidiaridad está presente a través del principio personalista en el diseño originario de la Constitución Republicana, en toda la tradición de la economía civil, social y cooperativa que lo han vivido desde siempre aunque no lo hayan llamado con ese nombre (nombre un poco difícil que con frecuencia se explica mal y en abstracto).

Desde esta misma clave personalista se podría leer la subsidiaridad en la relación con los nuevos medios de comunicación.  Un medio (e-mail, skype, facebook …) es bueno cuando favorece el encuentro personal y es malo cuando se convierte en un sustitutivo de las relaciones humanas reales – el límite entre bueno y malo muchas veces es cuestión de umbral crítico.

Para terminar, quiero traer una frase que escuché a Mons. Bregantini y que personalmente me parece que constituye la más hermosa declinación del principio de subsidiaridad: “Sólo tú puedes conseguirlo, pero no puedes conseguirlo solo”. La subsidiaridad es un principio extraordinario también para toda relación educativa auténtica. Cuando el padre, el profesor o el adulto dejan de subsidiar y empiezan a sustituir al otro, el proceso educativo deja de funcionar y empieza a producir patologías y narcisismo (que no por casualidad es la gran enfermedad de la postmodernidad). Algo parecido podría decirse en temas de desarrollo. La ayuda que le llega a una persona desde fuera solo es eficaz si apoya y potencia el primer movimiento fundamental, que es totalmente interior de la persona: ¡su deseo de vivir!

La subsidiaridad es pues la gran palabra del ámbito civil, porque proporciona el criterio necesario para ordenar la diversidad, para articular los multiformes colores y rostros de la communitas, para hacer posible la convivencia de las diferencias. Por eso es una palabra cargada de futuro, en un mundo que será cada vez más multiforme y rico en diversidades.   


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