Economía narrativa/8 - Crítico anticonformista de todo lo que se ve fingido, el escritor ha dado voces a personajes inmortales. Y a un Jesús que nos conmueve.
Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 01/12/2024
«Me acuerdo de un atardecer recorriendo en auto un camino de la Calabria. No estábamos seguros de la ruta y fue un alivio enorme para nosotros encontrar a un viejo pastor. Se subió al auto con algo de desconfianza, porque ahora, desde la ventana por la que no dejaba de mirar, había perdido de vista el campanario de Marcellinara. Por ese campanario desaparecido, el pobre viejo se sentía totalmente desarraigado. Lo regresamos rápido: y siempre estaba con la cabeza afuera de la ventanilla, escrutando el horizonte, para ver reaparecer el campanario de Marcellinara».
Ernesto De Martino, La fine del mondo, 2002
Después de Silone y de Levi, comienzan algunos artículos sobre ‘Un mundo pequeño’ de Guareschi, otra gran mirada sobre el mundo popular de ayer, y sobre su alma.
Un mundo pequeño es el mundo contado por Guareschi, aquella “lonja de llanura que se asienta entre el Po y los Apeninos” (Don Camilo: Un mundo pequeño, 1948, p. 11). Un mundo muy pequeño, demasiado pequeño para nosotros, pero un mundo que todavía nos fascina, nos llama y nos interroga en un momento en el que el mundo se ha vuelto grande, muy grande, ciertamente demasiado grande como para sentirse bien y no sufrir la angustia del ‘desarraigado’. El desarraigo es la gran marca antropológica y espiritual del tercer milenio – hemos globalizado el mundo, hemos derribado todos los campanarios, y nos estamos perdiendo. Don Camilo y Pepón tienen muchos defectos, y algunas virtudes, pero no están desarraigados: viven bajo el mismo campanario simbólico.
“Un mundo pequeño” nació a finales de 1946, y durante unos veinte años más de trescientos episodios han alegrado al mundo – en la edición de 1953 de ‘Un mundo pequeño. Don Camillo e il suo gregge’, Rizzoli contaba 27 países a los que Don Camilo había sido traducido. El mismo Guareschi nos cuenta aquel nacimiento providencial: “¿Por qué siempre te reduces al último minuto? Nunca me he arrepentido en mi vida de haber hecho al día siguiente lo que pude haber hecho hoy… Yo lo recuerdo, la víspera de Navidad de 1946. Por las fiestas era necesario terminar el trabajo antes de lo habitual… Entonces, además de completar el ‘Candido’, escribía cuentos para el ‘Hoy’: era tarde y todavía no había escrito el pedazo que faltaba para completar la última página de mi diario… ‘Hay que cerrar ya el Cándido’, me dijo el impresor. Así que agarré un pedazo del ‘Hoy’, lo hice recomponer en caractéres más grandes y lo puse dentro del ‘Candido’… Si hubiera hecho caso a los ‘funcionarios’ y hubiera preparado mi trabajo a tiempo, Don Camilo, Pepón y las otras cosas de “Un Mundo Pequeño” habrían nacido y muerto en la Nochebuena de 1946… Y sin embargo, entre broma y broma, hace dos horas firmé (a último momento y entre el disgusto de los ‘funcionarios’) la aventura n° 200 de “Un Mundo Pequeño” (Don Camillo e il suo gregge, 1953, pp. 12-13).
Giovanni Guareschi (1908-1968) es uno de los pocos clásicos de la literatura popular, y el adjetivo ‘popular’ amplifica el sustantivo. En Italia, su vida y su obra fueron muy agitadas. Nació en Fontanelle (Parma), un pueblo de la Bassa. Hijo de una maestra y un comerciante de bicicletas: “Cuando era chico me sentaba mucho a orillas del gran río y decía: ‘¡quién sabe si, cuando sea grande, logre cruzar a la otra orilla!’… Ahora tengo cuarenta y cinco y a menudo voy, como en aquel entonces, a sentarme a orillas del gran río y, mientras mastico una fibra de pasto, pienso: ‘acá se está bien, de este lado de la orilla’” (Don Camillo e il suo gregge, p. 14).
Empezó temprano a trabajar como viñetista y como cronista. En 1942 fue arrestado por haber dicho palabras insultantes contra Mussolini y el fascismo. El 9 de septiembre de 1943 fue detenido por los alemanes, por lo tanto, llevado a los campos de Alemania y de Polonia, hasta septiembre de 1945. Así cuenta él aquella experiencia decisiva: “Estaba envuelto en la guerra en calidad de italiano aliado de los alemanes, primero, y en calidad de italiano prisionero de los alemanes, al final. Los angloamericanos bombardearon mi casa en 1943, y en 1945 vinieron a liberarme de la prisión… En cuanto a mí se refiere, toda la historia es esta. Una historia banal en la que tuve el peso de una cáscara de nuez en un océano tempestuoso, y de la que salí sin distintivos ni medallas pero victorioso, porque a pesar de todo y de todos, logré pasar a través de este cataclismo sin odiar a nadie. Incluso conseguí encontrar un precioso amigo: yo mismo” (Diario clandestino, 1949, p. 9). Palabras de una inmensa intensidad y profundidad que uno no espera del autor de Pepón y Don Camilo, porque no lo hemos leído atentamente y porque, al no conocer la Biblia, pensamos que los discursos profundos y el humor nunca pueden ir juntos.
Durante la posguerra su crítica pública continuó, pero no solo contra el comunismo, como es ya ampliamente (y demasiado) conocido. Guareschi, en verdad, era un crítico radical y severo contra todo lo que le parecía fingido, falso, ideológico, conformista, hipócrita y oportunista. De hecho, fue muy criticado por Togliatti (‘el tres narices’), pero los que lo sentenciaron fueron un liberal y un democristiano. En 1950 fue condenado a ocho meses de cárcel por difamación (no cumplidos por falta de antecedentes) por una viñeta de ‘Il Candido’ en la que había criticado el uso mercantil que Luigi Einaudi, entonces Jefe de Estado, había hecho de su función pública al promover un vino suyo - ‘Nebbiolo, el vino del Presidente’. Más conocida fue la demanda de Alcide de Gasperi, por haber publicado en 1954 dos cartas (que luego resultaron ser falsas) en las que Gasperi habría pedido a los Aliados que bombardearan Roma. Pasó 409 días encarcelado en Parma, y no quiso recurrir a una apelación. “Acepto la condena como aceptaría un puño en la cara”, dijo. De esta experiencia devastadora nunca se recuperó. Y se agudizó su aislamiento. En 1957 deja la dirección de ‘Il Candido’ y en 1961 tendrá un primer infarto; el segundo, en 1968, será fatal.
La suya no fue una vida exitosa, a pesar del gran éxito internacional de sus obras. Fue, por el contrario, una vida cubierta de críticas malvadas e injustas, de marginación, de reducción de sus obras a simples historias para reir, y de reducción de su persona a una caricatura.
Guareschi nunca se dio aires de escritor. No frecuentaba los ambientes literarios que importaban, no ganó el Nobel (incluso si en 1965 alguien trató de candidatearlo): “Yo, en mi vocabulario, tendré si acaso doscientas palabras… Por lo tanto, nada de literatura ni otra mercancía por el estilo” (Don Camilo, p. 9). Pero basta con leer sus relatos para entender que se está ante un grandísimo escritor. Lo es porque presenta (al menos) tres talentos que conviven solamente en los grandes escritores.
El primero es la capacidad de captar el alma de una época y un lugar. Nos ha revelado (como mínimo) la Bassa, así como Levi la Lucania y Silone la Marsica. Pero más que Silone y que Levi, Guareschi está realmene adentro de sus historias. Está en muchas de las palabras y de los gestos de Don Camilo, pero también de Pepón, de la señora Cristina, o del Crucifijo: “Los personajes principales son tres: el padre Don Camilo, el comunista Pepón y Cristo crucificado. Ahora bien, es conveniente explicar: si los sacerdotes se sienten ofendidos a causa de Don Camilo, son dueños de romperme en la cabeza la vela más grande; si los comunistas se sienten ofendidos a causa de Pepón, también son muy dueños de darme con un palo en el lomo. Pero si algún otro se siente ofendido por los discursos del Cristo, no hay nada que hacer, porque el que habla en mis historias no es Cristo, sino mi Cristo: o sea, la voz de mi conciencia. Asunto mío personal, cosas íntimas mías” (Don Camilo, pp. 36-37).
El segundo talento es el don (porque no es virtud: ningún talento es virtud) de no quedar atrapado en la jaula de acero del propio temperamento ni de las propias ideologías, convicciones y fe, de la cual no se liberan los escritores medios y pequeños. Guareschi, hasta el segundo antes de escribir su historia y el segundo después de haberlas escrito, no era capaz de pensar en las palabras de sus personajes. Sobre todo en algunas historias, las palabras de Pepón, de Don Camilo y de Jesús son más grandes, mucho más grandes que las palabras de Guareschi: “Yo no tengo más nada que decir sobre “Un Mundo Pequeño”. Nadie puede pretender de un pobre caballero que después de haber escrito un libro también lo deba entender” (Don Camillo della Bassa, Introducción).
Y así llegamos directamente al tercer talento, el que tiene que ver con la relación entre el escritor y sus creaciones. Guareschi es de los pocos escritores que no son titiriteros de sus personajes: “Ahora, no es que me dé aires de creador: no diría que soy el que los ha creado. Yo les di una voz. El que los creó fue la Bassa. Yo los encontré, los tomé del brazo y los hice caminar de un lado a otro por el alfabeto” (Don Camillo e il suo gregge, p. 14). Al comienzo de “Un Mundo Pequeño” fue Giovannino el que llevaba de la mano a sus protagonistas; después fueron Pepón y Don Camilo los que llevaron de la mano a Guareschi, en historias, emociones y palabras que Giovannino no sabía ni imaginaba en aquella Nochebuena de 1946. Guareschi no habría bautizado al hijo de Pepón con el nombre de ‘Lenin’: Don Camilo sí (Don Camilo, p. 7); Guareschi no habría corregido el italiano del discurso de Pepón, Don Camilo sí (p. 17); Guareschi no se arrepentiría de haber escrito ‘Pepón burro’, Don Camilo sí (p. 12). Toda gran obra es, para los lectores, catarsis y metanoia; para su autor es también, casi siempre, resurrección.
Entre las palabras que, probablemente, Guareschi no quería escribir, y que sin embargo escribió, está el mensaje principal y quizás el más lindo del libro: Don Camilo y Pepón discuten todo el tiempo, se pelean, son diferentes en todo pero… en las inundaciones del gran río van juntos por el terraplén para salvar al pueblo – como veremos. Es exactamente lo que hoy le falta a nuestra política y a nuestra sociedad. Y también nos conmovemos al leer: “Y, a finales de 1951, cuando el gran río desbordó e inundó los felices campos de la Bassa y llegaron paquetes de ropa y de mantas por parte de lectores extranjeros ‘para la gente de Don Camilo y Pepón’, entonces me emocioné” (Don Camillo e il suo gregge, p. 14).
Por todas estas razones decidí comentar Don Camilo de Guareschi. Pero la razón más profunda es otra. Fui seducido por los diálogos entre Camilo y Jesús. Pepón aparece casi siempre junto a sus compañeros y su familia. Don Camilo está solo. Su único compañero es Cristo, con él sabe hablar, dialogar. Aquel pequeñísimo mundo se vuelve infinito en ese cara a cara, simplemente maravilloso. ¿Seremos capaces de volver a hablar con Jesús?