Comentario – A propósito de la "apertura"
por Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 18/06/2014
La escuela es un espejo cóncavo de la sociedad, que refleja, ampliándolas y a veces dándoles la vuelta, sus potencialidades y virtudes junto a sus ineficiencias y vicios. Pero, antes que nada, la escuela, de todo tipo y grado, es uno de los grandes “bienes comunes” de nuestra sociedad. Es allí donde se unen las generaciones y donde se mezclan los saberes, donde aprendemos a gestionar nuestras frustraciones, donde hacemos amistad con nuestras limitaciones y las de los demás, y donde aprendemos que la cooperación y la competición pueden y deben convivir. Es el lugar donde descubrimos que existen reglas anteriores a nosotros, que no son un “producto” nuestro. Es donde nos hacemos mayores. Donde aprendemos la poesía.
En las sociedades tradicionales, la escuela era un bien común más de la comunidad. Las iglesias, la familia en sentido amplio, los partidos políticos, los oratorios y las grandes narrativas del mundo eran otros grandes lugares de bien común, en sinergia con ella. Por eso, la escuela no debía ser demasiado invasiva y debía permanecer en su ámbito y en su lugar. En esta fase nuestra de fragilidad de los vínculos civiles y de las comunidades primarias (empezando por la familia), debemos volver a ver a la escuela como un gran e indispensable bien común, que puede desempeñar un papel único en la regeneración de los vínculos y en la reconstrucción de la cuerda que nos une: la confianza-fides civil. Sin un nuevo y gran plan para la educación es impensable que podamos vencer el virus de la grave corrupción de nuestras clases dirigentes y la inmoralidad de nuestra esfera pública. Es escandaloso, por ejemplo, tener que ver estos días cómo se han malvendido los mundiales de fútbol a las sociedades de apuestas, que nos bombardean antes, durante y después de los partidos que ven millones de adolescentes ¿Esta es su idea de servicio público?
Así pues, hay que ver el complejo tema de las “vacaciones escolares” de los profesores, administrativos y alumnos, como parte de un tema más amplio. Los tres meses y medio de vacaciones escolares que tienen el 90% de los estudiantes es, sobre todo, una herencia de una sociedad en la que la mayor parte de las madres eran amas de casa (algunas, maestras) y había otras comunidades primarias vivas y fuertes en todas partes. En los meses de verano, todos nuestros adolescentes y jóvenes tenían otros lugares donde crecer y crecer bien. La pluralidad y la biodiversidad de los lugares educativos sigue siendo hoy un principio fundamental de la vida buena en común, que hay que salvaguardar y proteger decididamente. Pero debemos tomar nota de que la sociedad ha cambiado y la mayor parte de las madres de hoy trabaja fuera de casa (aunque todavía sean demasiado pocas y aunque durante esta crisis el número de madres trabajadoras se haya reducido). En verano, la vida se hace aún más complicada y estresante, sobre todo para las mujeres con hijos en edad escolar. No olvidemos que existe una seria “cuestión femenina” oculta detrás de este gran tema. Tampoco hay que olvidar que las actividades veraniegas de los oratorios no son suficientes y no llegan a todos, mientras que aumenta exponencialmente el negocio privado de campamentos de verano que llegan a costar 200 euros por semana. Una tendencia que tiene efectos éticos importantes, porque las familias más pobres se convierten también en las más cansadas y pueden caer en verdaderas “trampas de pobreza”.
La educación para todos fue y sigue siendo una gran política redistributiva de renta y sobre todo, de oportunidades. En Italia está aumentando la desigualdad económica y social, entre otras cosas, porque en los últimos treinta años hemos dejado de invertir en educación. Salimos del feudalismo yendo todos a la escuela, sentándonos pobres y ricos en los mismos pupitres. Y volvemos a él cada vez que, como ahora, aumenta la dispersión escolar y los niños no aprenden poesía, que es el primer ejercicio de ciudadanía.
Ampliar la apertura de las escuelas hasta primeros de julio y comenzar las clases el uno de septiembre, como ocurre en casi todos los países de Europa, incluso en los más “cálidos”, sería una operación muy útil y necesaria. También ha sido útil el debate suscitado por la reflexión de Giorgio Paolucci desde estas mismas columnas. Pero hay un punto importante: este gran cambio no puede apoyarse únicamente sobre el mundo de la educación. Es necesaria una nueva alianza o un nuevo pacto social a todos los niveles. La sociedad civil debe estar cada vez más presente en la escuela y hace falta más sinergia entre el sector público, la ciudadanía, las asociaciones, las parroquias y los movimientos. Todavía está muy poco desarrollado el voluntariado escolar (sobre todo en la escuela pública) que, sin embargo, podría ser un recurso esencial sobre todo en verano. Evidentemente habría que contar con nuevas infraestructuras (en algunas regiones a finales de mayo se jadea en clase pero también se jadea en las casas de los más pobres) y programas adecuados para la estación veraniega, sin tener a los niños y adolescentes en los pupitres con 35 grados, organizando talleres al aire libre y experiencias de trabajo para los cursos superiores (demasiado alejados del trabajo de verdad).
Un primer y muy necesario “plan keynesiano” para salir de la crisis del trabajo debe encontrar pronto concreción en un gran plan para la escuela, porque, cuando una sociedad no invierte en educación, años después está obligada a invertir en servicios de rehabilitación de toxicomanías y en cárceles. Estamos dejando en herencia a nuestros jóvenes un país más endeudado y un planeta contaminado y empobrecido en reservas naturales. Volver a invertir seriamente en educación sería un acto de reciprocidad y de justicia hacia ellos.