Familismo moral

Familismo moral

Comentario – Valores que nos unen y nos sirven

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 16/03/2012

logo_avvenireIEl informe del CENSIS sobre los “valores de los italianos” trae buenas noticias para el país. De él se desprende que existe un “familismo moral” que es mucho menos famoso que el “familismo amoral” del que tanto se ha hablado para describir el modelo italiano. Las relaciones familiares y comunitarias están en los primeros puestos. Otra investigación, realizada con un compañero de la Universidad Bicocca de Milán (Luca Stanca), pone de relieve que las personas que dan importancia a la familia y a las relaciones son por término medio también las más felices. Después de algunos años de hipertrofia de las finanzas y del consumismo, estos primeros años de crisis están haciendo que despierte una vocación nacional que no había muerto, pero sí se había quedado dormida, aunque se seguía manteniendo viva y encendida bajo las cenizas.

Italia tiene una historia de relaciones que dura ya más de 2.000 años. La cultura mediterránea, el cristianismo, el intercambio, el comercio y la cultura ciudadana y burguesa han ido creando durante siglos una identidad, en el centro de cuyo ADN se encuentra el valor de la relación. Esta red de ‘relaciones entre distintos’ es la que hizo grande a Italia cuando fue grande (humanismo civil, reformas del siglo XVIII, risorgimento, reconstrucción…); pero también sus patologías (como determinados facilismos amorales y algunas formas de mafia), pueden interpretarse como enfermedades o degeneraciones de esta misma vocación relacional. Hoy, en estos tiempos de crisis y en estos días difíciles, nos estamos dando cuenta de que es mucho más interesante y satisfactorio invertir tiempo en las relaciones que consumir dinero en los hipermercados. Hay un segundo dato del informe que encaja perfectamente con el primero: el 57% de los italianos considera que en su familia el deseo de consumir es menos intenso ahora que hace años. Y además – esto es muy importante – lo cree con independencia de la disminución o no de sus propios ingresos.

Es como si nos estuviéramos dando cuenta del fracaso de un modelo de economía basado en el consumo. El juego de creer que era posible relanzar la economía, afectada por una crisis de confianza y de entusiasmo civil, simplemente relanzando el consumo, ha durado poco y nos ha dejado a todos descontentos y decepcionados. Resulta extravagante, cuando no ofensivo, pensar que en estos tiempos de seria disminución de los ingresos reales de las familias, alguien pueda pensar en relanzar la economía manteniendo las tiendas abiertas 24 horas 7 días a la semana.

No hay que olvidar que el consumismo, apoyado en el endeudamiento, es la enfermedad de la crisis. ¿Cómo puede convertirse ahora en la cura? Es cierto que hace falta más crecimiento económico, pero sobre todo lo que hace falta es que volvamos a reencontrar el entusiasmo de las relaciones, que volvamos a unir nuestra creatividad para crear puestos de trabajo. No hace falta que la gente se pase las tardes y los fines de semana en los centros comerciales, frustrada y cada vez con menos dinero en el bolsillo, soñando con un estilo de vida triste e irreal. Hoy hay que dirigir los sueños hacia la producción y la capacidad de generar y no sólo hacia el consumo, para poder esperar lo mejor. Deberíamos recordar de vez en cuando que una economía no dura mucho cuando descuida los sectores primario (agricultura) y secundario (industria) y se basa demasiado en el terciario (comercio y servicios). Una de las causas de la grave crisis que padecen hoy algunos países está en las políticas europeas, a veces cortas de miras, que han abandonado durante años los sectores tradicionales en los que residían los saberes y las competencias de siempre (por ejemplo, la pesca y la agricultura en Portugal), para lanzarse a los servicios y al comercio, sectores que con frecuencia son mucho más frágiles y con un valor añadido real mucho más bajo. Las relaciones familiares y comunitarias no se sostienen si no se apoyan en relaciones laborales serias, que creen riqueza y reduzcan la incertidumbre de la gente, recursos éstos de los que luego se alimentan las restantes relaciones de la vida.

El gran economista Albert Hirschman nos enseñó que los países no pasan sólo por ciclos económicos (recesión-expansión), sino también por «ciclos de felicidad»: fases históricas en las cuales prevalece la búsqueda de la felicidad privada (individuo) que se alternan con otras en las que prevalece el deseo de felicidad pública (relaciones). Al igual que ocurre en los ciclos económicos, una fase prepara la siguiente y cuando se llega al culmen de la felicidad privada, se crean las premisas para su superación por una etapa de felicidad pública. Para Hirschman, el principal mecanismo que produce el cambio de fase es la decepción.

Hoy nos encontramos en mitad de uno de esos momentos de inflexión del ciclo, pero para que este deseo de “felicidad pública” sea sostenible e influya también en el ciclo económico, es urgente una nueva política. Detrás de su aparente anti-política, los italianos no están pidiendo menos política, sino otra política distinta, subsidiaria y más ligera. Sin relaciones políticas adecuadas, las relaciones civiles, comunitarias y familiares nunca llegarán a ser motor de ese desarrollo económico y cívico del que tenemos una necesidad vital.

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