Davos: el Papa, la realidad que falta
por Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 23/01/2014
Se respira optimismo en Davos 2014. La crisis que comenzó en 2008 ya se intuye superada y son muchos los que se aprestan a archivarla en los libros de historia y en el cajón de los recuerdos tristes de las familias y los pueblos. Lástima que ese optimismo no pueda apoyarse en bases sólidas. Entonces la pregunta que surge es: ¿Por qué motivos quiere Davos ofrecer a la opinión pública un cuadro económico tan distinto del que bien ve la mayor parte de la gente?
La respuesta está en la lista de los protagonistas del “World Economic Forum”, compuesta por líderes de las finanzas mundiales y de grandes lobbies transnacionales, con los representantes políticos e institucionales en el papel fundamentalmente de espectadores, cuando no de clientes. Son élites con una representatividad mínima. La economía capitalista no es democrática: no votan las personas (una persona, un voto) sino los capitales. En este tipo de simposios se puede palpar cuánta verdad había en las palabras de Federico Caffè, cuando decía hace años que los mercados no son anónimos, sino que tienen "nombre, apellidos y sobrenombre".
Para entender un poco este optimismo, hay que tener en cuenta que para estas élites y paras las personas físicas y jurídicas a las que representan, la economía en definitiva no va tan mal; digamos que en realidad va bastante bien. Una vez conjurado (de momento) el peligro de bancarrota del sistema financiero global, que hace un par de años no estaba tan lejos, las operaciones de las finanzas especulativas siguen dando pingües beneficios y sobre todo rentas doradas. Para entender lo que de verdad está sucediendo en Davos deberíamos leer a la vez el informe presentado hace unos días por Oxfam (Working for the few), donde, entre otras cosas, se afirma que las 85 personas más ricas poseen lo equivalente a la mitad de la población mundial. Estos 85, y con ellos algunos millones de personas más repartidos por todos los países (en la India el número de supermillonarios se ha multiplicado por 10 en la última década), están muy bien representados en Davos. Los que faltan son los otros y no sólo los que viven en situación de pobreza extrema en países africanos devastados por muchas de las multinacionales que hoy, entre las montañas suizas, exhiben sus refulgentes balances sociales, sino también muchas familias europeas que se están empobreciendo por una crisis del trabajo cuyo precedente más parecido habría que buscarlo al comienzo de la revolución industrial.
El segundo motivo para este extraño “optimismo de unos pocos” tiene que ver con la distancia creciente entre los representantes reunidos en Davos y la vida de la gente común, sobre todo de los pobres. ¿Qué saben esas élites de la vida de una familia en un poblado del Sur de Sudán o de una familia europea con dos o tres niños pequeños y un cónyuge en el paro? Prácticamente nada. Una de las enfermedades más graves del capitalismo actual es la total separación entre los top managers de las grandes empresas, bancos y fondos (incluidas algunas organizaciones humanitarias globales) y la gente corriente. Cuando los que gobiernan dejan de sentir el olor de la gente que hace fila en las tiendas, en el metro o en los trenes de cercanías, estos poderosos ya no saben si manejan personas o máquinas, almas o centros de costes e ingresos. El metro y el tráfico urbano normal (no el de los coches con sirenas ni el de los helicópteros privados) son los primeros lugares donde hoy se ejerce la ciudadanía y donde se comprenden sus paradojas y su valor. El pacto social se romperá antes o después si durante demasiado tiempo no respiramos todos los mismos olores de la vida, los malos y los buenos.
El Papa con su mensaje ha querido lanzar, en nombre de las no-élites, un grito de alarma a estas élites que están a punto de perder el contacto con los lugares auténticos de la vida social. Pero el peligro más grande es que a esta advertencia le ocurra lo que le ocurrió al director del relato de Søren Kierkegaard: "Un director de teatro se presenta en el escenario para advertir al público de que ha estallado un incendio; pero los espectadores creen que su aparición forma parte de la representación y así, cuanto más grita, con más fuerza suenan los aplausos". Para que las palabras de Francisco dieran todo su fruto, harían falta otros Forum, en los que los pobres y los países periféricos excluidos de Davos pudieran contar otras historias sobre este capitalismo financiero y los políticos y los poderosos las escucharan sentados en silencio.
La sede más natural para un Forum alternativo como este sería la Roma de Francisco, el único que hoy cuenta con la autoridad y la credibilidad suficientes para reunir a todos en torno a él. La nueva economía que muchos deseamos llegará, invirtiendo la mirada y los protagonistas, si volvemos a empezar desde los pobres y desde las periferias. Una realidad inmensa que hoy es “la más pequeña de las ciudades”.
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