Fin de año: agradecimientos e historias que contar
por Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 31/12/2013
El mundo griego, para referirse a lo que nosotros hoy llamamos tiempo, usaba dos palabras: chronos y kairos. Para el tiempo-chronos el día de San Silvestre es un día como cualquier otro. En cambio, para el tiempo-kairos, las horas y los años son distintos: el día en que murió Nelson Mandela (el 4 de diciembre) o el día en que fue elegido Francisco (el 13 de marzo) son días cualitativamente distintos, que quedan grabados en la tablilla plana del tiempo. Chronos es cantidad homogénea, kairos cualidad y diversidad, algo parecido a la diferencia que existe entre espacio y lugar. La dinámica chronos-kairos marca el ritmo del tiempo de nuestra vida diaria. El nacimiento de los hijos, un acontecimiento luctuoso, el trabajo encontrado y perdido, dan color y vida a los números del calendario.
Este 2013 ha sido un año más largo para los que más han sufrido, muchos de ellos por la falta de empleo, demasiados de ellos jóvenes. Nos hemos despertado bruscamente y nos hemos dado cuenta de que no hemos perdido millones de puestos de trabajo por las hipotecas sub-prime norteamericanas ni por la prima de riesgo, y que no es culpa de Europa que nuestros jóvenes ya no tengan un buen trabajo. Sabemos que deberíamos levantarnos con nuestras propias fuerzas, pero no podemos por una grave carestía de capitales morales. El mundo ha cambiado verdaderamente, ya no lo comprendemos, y todos sufrimos por la 'falta de pensamiento' (Pablo VI). Sufrimos dolores de parto. Algo nuevo está naciendo, pero todavía no nos damos cuenta. Sufrimos también porque colectivamente no conseguimos ver ningún niño detrás del suplicio. Y cuando no vemos al niño, no vemos la salvación, el esfuerzo no tiene premio, nos falta la alegría. Deberíamos entrenar la mirada para ver más lejos y de otro modo, vislumbrar dentro de nosotros y entre nosotros las personas y los lugares donde están sucediendo cosas nuevas, descubrir dónde están ‘naciendo niños’. Y aprender a decir “gracias”, una palabra a redescubrir a partir de su raíz charis.
El 31 de diciembre es sobre todo el día del agradecimiento, también civil. El ejercicio de la virtud de la gratitud siempre es importante, pero en el éxodo por el desierto es esencial. Decir gracias, sobre todo cuando cuesta y se hace seriamente, es un recurso extraordinario para seguir esperando y caminando. Son muchas las personas a las que quiero dar hoy las gracias. Quiero empezar por los empresarios, que siguen arriesgando recursos, energías y talentos para salvar el trabajo y siguen adelante a pesar de todo; esos empresarios que construyen bienestar y pagan los impuestos. Son muchos, aunque no se hable de ellos, y nadie les da las gracias. Cuando un empresario decide pagar los impuestos sabe que, en un mundo como el nuestro, con una alta evasión, está pagando mucho más que lo que le correspondería en justicia. Sabe que está pagando también por sus “colegas” que han puesto su sede fiscal en Montecarlo pero usan los mismos bienes públicos. Muchos, ante el espectáculo de esta injusticia se pervierten y comienzan a evadir. Otros empresarios, trabajadores y ciudadanos se indignan y piden justicia. Pero no se envilecen y siguen adelante. Y no sólo por cumplir obligación fiscal. Saben que están haciendo también un don. Y el don hay que agradecerlo. Si no existieran estos “pocos justos” (que por otra parte no son tan pocos), la ciudad ya se habría autodestruido. Un gracias doloroso, que se convierte también en “perdón”, debe llegar a los empresarios que no han conseguido salir adelante y han tenido que cerrar la empresa, dejando en casa a muchos trabajadores, en medio de grandes sufrimientos y angustias (conozco muchos de ellos). “El hombre no es su error”, he leído en una comunidad de Don Oreste Benzi. "El empresario no es el fracaso de su empresa", siempre se puede volver a empezar.
Gracias también a todas las personas que acompañan a los pobres y a los que están solos, y que, con la fuerza del agape, curan la desesperación. A muchos administradores públicos honrados, que no tiran la toalla cuando les sobrarían razones para hacerlo. A las maestras y a los educadores que, en una escuela herida, empobrecida y despreciada, siguen amando a nuestros hijos. Para terminar (aunque habría que seguir mucho más) gracias a las familias, a las madres y a los padres y más aún a los ancianos, que siguen remendando la fides, esa fe y esa cuerda que todavía nos mantiene juntos. Ellos remiendan el tejido social y nos recuerdan nuestras raíces y nuestras historias.
En “Las mil y una noches”, Sharazad para no morir tenía que dejar de contar historias. Si hoy queremos vivir y transmitir vida debemos contarnos más historias de vida verdadera, encontrar juntos nuevos motivos de auténtica esperanza y repetirnos continuamente unos a otros “no tires la toalla”. Y no dejar de agradecer.
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