Los números al poder

Los números al poder

¿Cuál es el peligro de medirlo todo con métodos racionales? ¿Los números son objetivos? ¿Qué relación existe entre economía y política y entre economistas y políticos? Entrevistamos al economista Luigino Bruni

Por Chiara Andreola

publicado en: Cittanuova.it el 8/09/2011

Numeri_coloratiLa otra noche en televisión un importante director de una sociedad de estudios argumentaba en relación con las medidas económicas del gobierno, con la gran serenidad y sencillez que le daba el hecho de estar trabajando con números: “Esto es lo que hay que ingresar, así que, teniendo en cuenta que las matemáticas no son opinables, basta organizar las cosas de forma que se obtenga esa cifra. Elemental, querido Watson”.

Pero las cosas son un poco más complicadas, porque ni la política ni la economía son solo números. Hablamos de todo ello con Luigino Bruni, economista y profesor de la Universidad Bicocca de Milán.

Si la economía no son sólo números ¿dónde termina la economía y dónde empieza la política?

«Desde sus comienzos, en el siglo XVIII, a la ciencia económica se la llamó “economía política”, para distinguirla de la economía doméstica.

La economía moderna nace con un vínculo muy estrecho con la política, como su instrumento privilegiado, ya que si no hubiera alguien que dijera cómo mejorar las condiciones materiales de la vida, el bien común y la felicidad pública (objetivos típicos de la política) serían algo abstracto y vago.

«Hoy no toda la economía tiene relación directa con la política, ya que muchos economistas se dedican a estudiar las empresas, las decisiones de compra y de ahorro, los bancos, las finanzas, etc., pero una rama importante (la economía “macro” o pública) sigue manteniendo una estrecha relación con la economía (entre paréntesis: la tradición italiana siempre se ha caracterizado por esa estrecha relación entre economía y decisiones públicas).

«El economista “político” debería facilitar argumentos, números y datos al político, para que éste pueda decidir en base a un cálculo racional de “coste-beneficio”. Así pues, los números son importantes por varios motivos. En primer lugar, porque sin asignar números a los costes e ingresos derivados de opciones alternativas, no se puede disponer de criterios racionales para decidir si es preferible construir el puente sobre el estrecho de Messina o potenciar la red de autopistas del Sur.

«Es evidente, por otra parte, que una buena democracia y unos buenos políticos saben que el elemento económico es coesencial junto con otros (éticos, sociales…). Además, en las últimas décadas, los economistas ya no asignan números solamente a los típicos costes y beneficios “económicos” (ingresos, impuestos, gastos…), sino también a otros bienes que no son de mercado pero sí son susceptibles de valoración económica, como el medio ambiente y las relaciones sociales.

«Pongamos un ejemplo: ¿cómo decide un político cuándo y cuánto aumentar los impuestos para construir un nuevo parque en la ciudad? Una base importante es la opinión de parte de la población con respecto al nuevo parque. Para poder estimar esas preferencias medioambientales se usa el método de la “disponibilidad a pagar”, medida en base a cuestionarios. Es cierto que esos cuestionarios no miden el “valor intrínseco” del aire limpio, pero añaden elementos a una decisión que siempre es compleja y multidimensional.

«Ahora bien ¿cuál es el peligro de “medirlo” todo mediante números (y en términos monetarios)? Que el político, ante la sencillez e inteligibilidad universal del canon numérico y monetario, olvide las otras dimensiones coesenciales de la decisión y tome los datos económicos como los únicos relevantes para decidir. Eso es lo que ocurre cuando se usan las frías y objetivas cifras para justificar que una medida es inevitable. Los números y los valores monetarios no dicen nada en términos de equidad y justicia, dimensiones que muy a menudo son más importantes para el bien común. Este es un error grave, casi más grave que hacer mal las cuentas y asignar números equivocados a los distintos elementos en juego; un error muy común en economía.

«El error más común es equivocarse en la tasa de descuento de flujos que duran en el tiempo ¿Qué significa esto? Imaginemos que tenemos que decidir si construimos una instalación de energía eólica o seguimos quemando petróleo para suministrar energía a una ciudad. El economista construye un plan de costes e ingresos de ambas alternativas, pero ¿cómo se calculan los costes futuros del petróleo dentro de 10 o 20 años? El economista indio  A. Sen sostiene que cuando tratemos de estimar flujos que tendrán efectos sobre las generaciones futuras, deberíamos utilizar una tasa de descuento negativa, es decir asignar más peso al futuro que al presente (lo contrario de lo que se hace habitualmente).

«Es evidente que la decisión de una tasa de descuento más o menos elevada, puede conducir a preferir una opción en lugar de otra; los números que se nos presentan como dato científico, en definitiva no son tan objetivos. Por no hablar de las cifras del PIB o de las estimaciones de ingresos procedentes de la lucha contra la evasión fiscal, donde el margen de error y de discrecionalidad son muy altos».

Muchas veces se habla de la necesidad de contar con la presencia de técnicos en el gobierno y otras veces se arremete contra los tecnócratas del BCE y se dice que la “ciencia” por sí sola no puede impulsar un país. ¿Cómo deben ser las relaciones entre los “técnicos” (por ejemplo los economistas) y los políticos? ¿Cómo colaborar?

«Aquí se abre un gran tema que tiene relación con la democracia en la era de la globalización y en particular con los burócratas europeos. Desde el punto de vista ético, antes que económico, tengo fuertes dudas sobre los costes de la burocracia europea. Hemos creado estructuras europeas que imitan a las de los estados nacionales, hipertróficas en términos burocráticos. Personalmente estoy convencido de que si redujéramos a la mitad el número de funcionarios y empleados europeos, la eficiencia de la Unión no saldría perdiendo sino ganando, de alguna forma como ocurre en Italia y en otros estados-nación.

«El técnico, no elegido por los ciudadanos, que, con números en la mano, impone normas a los países es un tema que, para abordarlo seriamente, requeriría una política más madura y europea. Los políticos nacionales en Europa toman las directivas del BCE (o de las bolsas) como guía de sus actos, no sólo por miedo a las sanciones, sino porque en un mundo en continua evolución, en el que todavía no se han desarrollado nuevas claves de lectura política y ética de la globalización, se siguen las líneas económicas porque son las únicas que hay o al menos las únicas comprensibles para ellos (y para el público).

«El gran economista Keynes decía en 1936 que los políticos " que se creen libres de toda influencia intelectual, con frecuencia son esclavos de algún economista difunto. Locos en el poder, que oyen voces en el aire y destilan su frenesí a partir de algún escribano académico de pocos años atrás".

«El político, cuando debe interpretar el mundo, tiene en la mente los instrumentos que ha aprendido en la universidad, que normalmente están varias décadas más atrasados que las dinámicas actuales. Así pues, hace falta más diálogo entre los políticos y los técnicos y entre los políticos y la gente. Y también más estudio, es decir seguir actualizando los conocimientos toda la vida. Nos va en ello la democracia en esta compleja y rápida era que estamos viviendo».


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