No existe una única forma de hacer economía o empresa: el modelo norteamericano no es adecuado para el viejo continente. No es lo mismo las finanzas que la política.
de Luigino Bruni
publicado en pdf Città Nuova nº 03/2015 (28 KB) del 10/02/2015
Deberíamos tomarnos muy en serio la oleada de malestar con respecto a las instituciones financieras europeas y mundiales (la Troika), que está surgiendo con fuerza cada vez mayor en Grecia, España y Portugal, pero también en Francia e Italia. En la Europa latina, comunitaria y ‘católica’ (y también ortodoxa). Es evidente que no todas las razones de las protestas sobre la política europea y el euro son buenas. Pero algunas sí que son profundas y muy serias.
Todas las economías y los capitalismos del mundo no han sido nunca iguales. Hasta los años 70 del siglo pasado, en el mundo había muchos sistemas económicos distintos. Estaba el capitalismo norteamericano, pero también el alemán, el francés, la economía mixta y popular italiana, la economía socialista, los distintos ‘capitalismos’ japoneses, indios, sudamericanos… Esta variedad de vías de acceso al mercado y la economía originó también una gran biodiversidad de formas de empresa y de banca, de formas de trabajar, producir y consumir. De formas de vivir: la economía no es ni más ni menos que la vida de la gente. Con el comienzo de la globalización de los mercados, acompañada por el auge de las teorías de la llamada ideología neoliberal (que yo llamaría post-liberal o ultra-liberal), se desencadenó un proceso de convergencia de los distintos ‘capitalismos’ en el modelo estadounidense, con una fuerte reducción de las diferencias nacionales y del genius loci de cada pueblo. Una nivelación cultural y una fuerte pérdida de biodiversidad. Así se fue imponiendo la idea de que no había más que una cultura de empresa buena, una única banca eficiente, un único modo de hacer finanzas. Todas las demás formas de economía, empresa y banca, distintas y alejadas de la única idea buena y verdadera, se fueron considerando como discrepancias y residuos de un pasado feudal que había que eliminar cuanto antes. Las escuelas de negocios de todo el mundo han desempeñado un papel fundamental en el avance sin freno de la ideología de la vía única al capitalismo, al producir, implementar y enseñar en todo el mundo una ideología ‘universal’ de la dirección. En las escuelas de negocios de Buea y de Chicago se siguen los mismos ‘protocolos’ (como en cirugía) puesto que la empresa es una y tiene las mimas reglas en todo el mundo. Poco importa si después esas empresas tienen que operar en los suburbios de Nairobi o en la city de Londres. Lo mismo podríamos decir de los bancos y las finanzas.
En realidad, las cosas son muy distintas. La economía europea siempre ha tenido varias almas económicas, varios ‘espíritus del capitalismo’. En particular, la Reforma protestante originó una cultura empresarial y bancaria distinta a la que siguió operando en los países de cultura católica (más aún en los de cultura ortodoxa). La clara separación entre don y contrato, entre comunidad y empresa, que se consolidó en los países del norte de Europa y en los Estados Unidos (tras la reacción de Lutero contra una relación demasiado estrecha y en buena parte equivocada entre el dinero y el don, por el ‘mercado de las indulgencias’), nunca se dio en los países mediterráneos. Aquí la economía ha seguido mezclada con la comunidad, el don con los contratos, el dinero con la gratuidad. Un cruce que ha generado muchas enfermedades típicas de estos países (desde el amiguismo hasta las mafias), pero también ha producido algunas bendiciones. Entre estas últimas destacan las empresas familiares (que son todavía hoy el corazón de la economía italiana), el gran movimiento cooperativo, las cajas rurales y de ahorro, los BCC y los bancos populares, que han embellecido nuestra economía haciéndola rica y equitativa.
La creación de Europa tuvo como piedra angular el ‘principio de subsidiariedad’ (el primer poder les corresponde a los que están más cerca del problema que hay que resolver). Pero nos hemos limitado a aplicarlo en la esfera político-administrativa (a la hora de ordenar las competencias entre instituciones europeas, nacionales, regionales y locales), mientras que a nivel financiero y económico se aplica cada vez más la anti-subsidiariedad. En efecto, las finanzas se han ido concentrando alrededor de Frankfurt, vaciando de poder a los bancos centrales nacionales, y las directivas europeas sobre la dimensión óptima de los bancos comerciales está produciendo grupos bancarios cada vez más grandes y alejados del territorio. Mientras que la Europa política avanza de arriba abajo, la Europa de las finanzas se mueve en dirección contraria, alejando las decisiones de las personas y de los territorios. En este contexto se comprende mejor la gravedad del Decreto del Gobierno de Renzi que de hecho ha transformado los bancos populares (bienes públicos y herencia antigua del humanismo comunitario italiano) en sociedades por acciones, en sociedades anónimas, transformando bienes comunes en bienes privados de unos pocos.
Europa podrá hacer realidad el gran sueño de sus padres si es capaz de ampliar el radio de acción del principio de subsidiariedad a todos los ámbitos. Hoy no es sólo urgente acercar las instituciones financieras y económicas a los territorios, sino que es también indispensable recordar que la economía es la penúltima palabra, pero no la última: no son las razones de la política (Bien común) las que deben estar al servicio de la economía (bienes privados), sino al revés. Detrás del grito de los países mediterráneos en crisis debemos saber escuchar también la demanda de identidad, de biodiversidad y de historia.
Aprendamos a escuchar el grito de los pobres: en él se esconde siempre un fruto de verdad y de bien común del que Europa no puede ni debe prescindir.