Agua, ambiente y energía son y seguirán siendo cuestiones-clave para el desarrollo y la paz
por Luigino Bruni
publicado en Mondo e Missione, febrero 2012
Amartya Sen, uno de los economistas más originales e influyentes de los últimos decenios, ganó el premio Nobel también por haber demostrado que durante las carestías la cantidad de alimentos no disminuye. Antes bien, como demuestran sus estudios sobre la India, a veces hay carestías en periodos en los cuales la disponibilidad de alimentos es particularmente alta. La carestía, en realidad, llega porque disminuye la capacidad de adquirir alimentos en los mercados. Por eso existe una relación muy estrecha entre el hambre, las relaciones sociales y la justicia global de un sistema político y civil de una nación.
Lo que empeora dramáticamente durante una carestía son las relaciones entre las personas, que no permiten ya obtener el alimento. Para comprender y tratar las carestías y el hambre es necesario tener una visión global y sistemática del problema. La miseria, antes que una condición subjetiva de indigencia, es esencialmente un asunto de relaciones equivocadas; o mejor dicho: la miseria de las personas muchas veces es un efecto de otras enfermedades sociales mucho más difíciles de vencer.
A este respecto, un tema cada vez más decisivo cuando pensamos en la pobreza, en el hambre y en la miseria es el de los bienes comunes (commons), esto es aquellos bienes que las comunidades usan conjuntamente, sin que los derechos de propiedad estén asignados a cada individuo. En nuestros tiempos se observa una tendencia muy radical a transformar los bienes comunes en bienes privados, sea sencillamente por el aprovechamiento económico de esos bienes por parte de sujetos y empresas privadas, sea por una ideología económica que considera los bienes comunes como un problema, porque su ’excesivo aprovechamiento’ tiende a destruirlos (es la conocida teoría de la “tragedia de los commons”).
Concluyo dando de nuevo la palabra a Amartya Sen: «Decidí dedicarme a la economía cuando a los 9 años vi delante de mi casa a un hombre delgadísimo, que tenía los ojos muy abiertos y las mejillas hundidas. Había carestía y él buscaba alimento. Murió de hambre y nadie logró explicarme cómo era posible que al mismo tiempo y en el mismo lugar, unos vivieran bien y otros murieran de hambre. En Bengala, no faltaban los alimentos, lo que faltaba era más bien un sistema político capaz de reconocer el derecho de acceso al alimento para cualquiera que lo necesitara.»