por Valentina Raparelli
publicado en Nuova Umanità News online el 19/01/2012
Professor Bruni, el artículo que acaba de publicar en Nuova Umanità[1] describe usted la figura del empresario de un modo bastante diferente al habitual. ¿Nos puede explicar de dónde viene, en su opinión, esta diferencia? Es decir, ¿por qué las figuras del inversor, del directivo y del especulador han llegado a confundirse con la del empresario-innovador?
Depende en gran parte de la revolución de las finanzas, que ha afectado a la economía (praxis y teoría) durante los últimos 20 años. A finales de los años ochenta y a comienzos de los años noventa, debido a graves cambios en la geopolítica y geoeconomía mundiales por efecto de la globalización, Occidente frenó su crecimiento pero no quiso reducir el consumo. Las finanzas creativas entonces prometían una fase de crecimiento del consumo sin crecimiento de la renta, mediante nuevos instrumentos técnicos.
Eso hizo que muchos empresarios se transformaran en especuladores y se dedicaran a obtener ganancias especulando, abandonando su sector tradicional y su vocación (recordemos qué hicieron en los años noventa Fiat y Pirelli, sin salir de Italia, así como la ex Olivetti). Una segunda razón fue la progresiva uniformidad de las culturas empresariales, siguiendo la poderosa estela de la cultura anglosajona. La tradición europea e italiana en cuanto a la gestión de las empresas se caracterizaba por una fuerte atención a la dimensión comunitaria y social, a causa de la presencia de un paradigma católico-comunitario (sobre todo en los países latinos). Esto, junto a la primera causa de la revolución financiera, hizo que los directivos asumieran un rol cada vez más central en las grandes empresas, en mengua de los empresarios tradicionales. Hoy, para salir de la crisis, necesitamos muchos más emprendedores y muchos menos especuladores (y directivos súper bien pagados).
Partiendo de la Teoría del Desarrollo Económico de Schumpter[2],describe el mercado como una “alternancia virtuosa” entre innovación e imitación, donde la innovación, aportada por el empresario-innovador-, genera un nuevo bien y lo introduce en el mercado, y la imitación (que tiene una función positiva) lo hace extensible a la mayoría, haciendo que baje el precio y aumente el bienestar colectivo. Pero ya que la ganancia, para el innovador, está esencialmente circunscrita al lapso de tiempo que pasa entre la innovación y la imitación, ¿cuáles piensa que pueden ser los parámetros de referencia para evitar que esta “alternancia virtuosa” no termine en daño reciproco entre empresas?
Aquí la política y las instituciones en general desempeñan un papel muy importante: conseguir, mediante las oportunas normas que garanticen la competencia y el correcto funcionamiento de los mercados, que la alternancia sea virtuosa y no viciosa. Pero la sociedad civil también tiene un papel igualmente esencial: los ciudadanos-consumidores, con sus decisiones de compra, deben premiar a las empresas que tienen comportamientos éticamente correctos y “castigar” (cambiando de empresa) a las que tienen un comportamiento predatorio y agresivo. El mercado funciona y da frutos de civilización cuando está en continua relación con las instituciones y con la sociedad civil. En fin, traza las características de la “competencia civil” en la cual la competencia (cum-petere) no se juega en el eje Empresa A contra Empresa B para quitarse al cliente C, sino más bien en el eje Empresa A pro cliente C y Empresa B pro cliente C, donde cada empresa ofrece al cliente propuestas de beneficio mutuo y quien peor lo hace, sale del mercado o se reestructura.
¿Qué ejemplos de “competencia civil” nos puede dar? Y ¿cómo cree que se pueden apoyar y valorar, para crear esa red social de relaciones de cooperación y beneficio mutuo?
El microcrédito, la cooperación social, la economía de comunión, el comercio justo, son ejemplos “de escuela” de esta competencia civil, al menos como fenómenos microscópicos (siempre hay excepciones). Pero también hay otros fenómenos que pueden parecer lejanos y que, sin embargo, pueden ser interpretados de acuerdo con esta visión. Pensemos, por ejemplo, en la lógica de los hoteles “low cost” y en su relación con los hoteles más tradicionales. Podemos interpretar la lógica de estos nuevos hoteles de este modo: «querido cliente, te proponemos un contrato en el que nos beneficiamos mutuamente: te damos menos que otros hoteles (recepción, servicio de habitaciones, acompañamiento a los ascensores...), pero también te pedimos menos (pagas poco). Si en el hotel buscas lo esencial (dormir en un lugar limpio y sencillo) ven con nosotros; si quieres otras cosas, ve donde nuestros competidores». El mercado debería funcionar así, tratando de satisfacer cada vez mejor las necesidades de los demás, en una perspectiva de beneficio mutuo. Para sostener un mercado civil, también en este caso la política es importante. Hoy, por ejemplo, en Italia, si se extendieran a la economía civil las medidas que el Gobierno esta aprobando por ahora sólo para las empresas con ánimo de lucro, se crearían cientos de miles de puestos de trabajo. Por lo tanto, hablamos de cosas serias y relevantes para la vida de todos.
[1] «Nuova Umanità», XXXIV (2012/1) 199, pp. 1-14.
[2] J.A. Schumpeter, "Teoria dello sviluppo economico", Sansoni, Firenze, 1971 (primera ed. alemana 1911).