por Luigino Bruni
publicado en Benecomune.net el 01/07/2011
El gran economista Albert O. Hirschman, a finales de los años setenta publicó un librito con un título sugerente: Felicidad privada y felicidad pública. La tesis del libro era fuerte y clara: en los distintos países no existen sólo ciclos económicos, en los que se alternan fases de boom o crecimiento y fases de crisis o depresión, sino también ciclos políticos entre compromiso público y compromiso privado. En base a algunas evidencias históricas y con una fuerte capacidad de intuición, Hirschman nos explicó que en la historia podemos encontrar fases de compromiso público seguidas de periodos de vuelta a lo privado.
Al igual que en los ciclos económicos, la fase anterior explica y determina la fase siguiente. En economía, cuando el boom económico y el crecimiento llegan a su apogeo, crean las premisas de la crisis y el decrecimiento (y viceversa). En la esfera civil una fase de búsqueda de intereses y objetivos privados e individuales crea las premisas para una nueva oleada en la dirección contraria, es decir de compromiso por el bien común y la felicidad pública. Así pues, se da una oscilación entre periodos de preocupación y compromiso por la esfera pública con otros en los que las preocupaciones se concentran sobre todo en mejorar la esfera privada. En las fases “públicas” de este ciclo histórico, la política es la que ocupa el centro de la escena; el bienestar económico y el consumo individual son, por su parte, los protagonistas de las fases “privadas” del ciclo. El mecanismo que Hirschman pone en el centro de esta alternancia entre público y privado es la decepción, que impulsa a las personas a cambiar sus preferencias y valores después de haberse detenido largo tiempo en lo privado o en lo público. Una vez que se supera el umbral, se desencadena la reacción y el ciclo se invierte.
Esta teoría puede ayudarnos a entender y a describir lo que está ocurriendo alrededor del Mediterráneo, incluyendo Italia. Es probable que estemos atravesando el punto de inflexión del ciclo privado/público, después de una larga fase en la que nos hemos concentrado en el crecimiento del bienestar económico privado. Las fases de este ciclo son distintas para distintos contextos culturales: para España e Italia se trata de un regreso de lo público tras 30 años dedicados a la felicidad y al bienestar económico privados; para Oriente Medio se trata en muchos casos del alba de una etapa de participación inédita. Lo que es seguro es que en la era de la globalización y de las redes sociales, los efectos de contagio son rápidos y muy relevantes y, aunque con historias y culturas muy distintas, los jóvenes egipcios han influido con toda probabilidad en los jóvenes europeos que han salido a la calle o han acudido en masa a las urnas por un deseo de lo “público” parecido al de sus coetáneos de la otra orilla del mare nostrum.
En los años 60 y 70 (la última etapa de felicidad pública en Italia y en Europa) lo que llevaba a las personas, sobre todo a los jóvenes, a la calle para ocuparse de asuntos públicos, eran sobre todo las ideologías. Hoy son el medio ambiente (incluido el TAV), la energía y los alimentos (pensemos en el fenómeno de los Grupos de Compra Solidaria, que va en aumento) los que inducen a las personas a redescubrir lo público. La novedad está en la conciencia de la centralidad de los bienes comunes, como el agua y el aire de nuestras ciudades. Es decir, nos estamos dando cuenta de que hemos entrado con decisión en la era de los bienes comunes, en la que los bienes más preciados y cruciales ya no son el calzado ni el ordenador, sino los bienes que consumimos juntos y que están sometidos, como nos enseña la teoría económica, a la tragedia de la auto-destrucción. Si los bienes comunes se convierten en la norma, refugiarse en lo privado ya no funciona, porque para no destruir los bienes comunes es necesario reconocer el vínculo entre las personas, la interdependencia entre las opciones de todos y las de cada uno.
Para terminar, hay que señalar que cuando se habla de “felicidad pública”, desde Aristóteles hasta Sen, el adjetivo (pública) prevalece sobre el sustantivo (felicidad), ya que no es la búsqueda común del placer lo que impulsa a la gente a la participación, sino la búsqueda, a ratos confusa, de libertad y de derechos, el deseo de comunidad, incluso cuando esta búsqueda de felicidad pública se asocia con la lucha y el sufrimiento y no con sensaciones placenteras. En efecto, como nos recordaba el economista napolitano Antonio Genovesi a mediados del siglo XVII, mientras que la felicidad privada puede coincidir con la búsqueda del placer hedonista, la felicidad pública necesita virtudes cívicas: amistad y bienes relacionales (diríamos hoy). Para que el ciclo público de la felicidad dure y no desaparezca en una mañana, es necesario que a la sociedad civil, nacional e internacional, se le una la política, que sigue siendo la gran ausente en este retorno al compromiso público. Aunque no creo que por mucho tiempo.