El mercado nos ofrece diversión, pero ha perdido el verdadero sentido de la fiesta
por Luigino Bruni
publicado en Mondo e Missione, mayo 2012
IEl 30 de mayo, el profesor Luigino Bruni será uno de los ponentes principales en el Congreso teológico-pastoral que se celebrará en Fieramilano City, con ocasión del VII Encuentro Mundial de las Familias. El tema lleva por título: “La familia, el trabajo y la fiesta en el mundo contemporáneo”.
Una nueva forma de hambre está afectando a nuestras sociedades consumistas y capitalistas: el hambre de tiempo. Una de las razones en que se apoyó durante milenios la prohibición de prestar dinero con interés (o usura), fue la convicción de que el tiempo no era un bien del que pudieran disponer los hombres, sino sólo Dios.
Si el tiempo es de Dios y si en un préstamo lo único que cambia entre su concesión y su devolución es el tiempo transcurrido, pedir intereses era como lucrarse con el tiempo.
Hoy, en cambio, asistimos al escenario opuesto: el tiempo es el principal recurso que se intercambia en el mercado. ¿Qué son los electrodomésticos, la comida congelada, la lavandería, los empleados del hogar, los trenes de alta velocidad y los aviones… sino compra-venta de tiempo? El «mercado del tiempo» es, con mucho, uno de los que más crecen.
Pero la pregunta crucial es: “comprar tiempo: ¿para qué?” Y aquí surge una de las principales paradojas de nuestro tiempo: nos afanamos en comprar tiempo, liberándonos de tareas que no nos gustan, pero sin tener por lo general ninguna idea sobre el buen uso que vamos a darle al tiempo liberado o comprado. Y así ocurre que el tiempo que compramos gracias a la riqueza que ganamos en el mercado de trabajo, lo invertimos en trabajar o en consumir, cayendo en un «círculo virtuoso» sin salir de la esfera económica: somos libres de ir a muchos lugares, pero esclavos del único meta-lugar que se llama mercado. En consecuencia, este hambre de tiempo no puede saciarse nunca y crea neurosis y otras enfermedades.
Una señal evidente de esta nueva enfermedad es la transformación de la fiesta en diversión. En la cultura tradicional, el ritmo del tiempo de trabajo se establecía en relación con el tiempo de la fiesta. La fiesta se celebraba porque era el fruto del tiempo de trabajo (en el campo o en la fábrica) y tanto su preparación como su celebración requerían mucho tiempo. Las fiestas religiosas, como bautismos y matrimonios, se preparaban con mucha antelación y su celebración duraba tiempo. El tiempo era su principal carburante.
La fiesta, además, no se puede comprar en ningún mercado, porque es un asunto de0 gratuidad, un bien relacional, y por eso la fiesta siempre es una experiencia lenta. Más aún, el «derroche de tiempo» es una de las características fundamentales de la fiesta, para que sea fiesta.
La cultura actual de la escasez de tiempo ya no conoce la fiesta (porque usa y consume el tiempo, pero no lo ama), sino la diversión, que puede y debe ser comprada, y no exige ni siquiera la compañía de otros. La diversión no necesita tiempo, pero debe ser rápida. Si hoy no recuperamos una sana relación con el tiempo-gratuidad y seguimos comprándolo y usándolo, seguiremos perdiendo contacto con la alegría de vivir, que no nace de la diversión (que a lo mejor conoce el placer), sino únicamente de la fiesta.
Con este artículo termina el camino de “Contra el hambre, cambio de vida” Agradecemos de todo corazón a Luigino Bruni – que seguirá colaborando con Mondo e Missione de otra forma – por sus valiosa y apreciada contribución.