Muchas veces en la EdC hablamos de dar, de cultura del dar, de don. En este breve texto Luigino Bruni reflexiona sobre el vínculo que existe entre don y per-dón.
por Luigino Bruni
El perdón es una de las experiencias humanas más profundas y universales. A pesar de ello, creo que se reflexiona demasiado poco sobre la naturaleza de esta experiencia fundamental, si bien es cierto que autores como Jankelevitch o Derrida han dedicado páginas memorables al perdón.
El punto de partida de cualquier discurso sobre el perdón es la relación tan profunda que existe entre don y perdón y que se expresa en muchos idiomas. Por ejemplo, en inglés, la sugerente tensión que existe entre forgive y forget nos da una primera idea de lo que el perdón es en realidad: no es un acto que se realiza para quitarse un peso, para dejar de sufrir o para olvidar. No consiste en tomar (get) sino en dar (give). Este tipo de perdón, el perdón para olvidar, es muy común, potente e importante, pero no es suficiente para construir una buena vida en común.
Hay un segundo tipo de perdón, que se expresa con las palabras: “Te perdono de verdad, pero es la última vez”. Este perdón contiene ya una cierta gratuidad (se perdona de verdad) y es muy frecuente en la amistad, sobre todo en las relaciones de pareja, donde existe una reciprocidad directa “yo-tu”. Este tipo de perdón también es importante, pero tampoco agota la experiencia del perdón.
Si es verdad que don y perdón van juntos (no existe el uno sin el otro), entonces podríamos resumir de este modo la tercera dimensión de una experiencia solo humana o tal vez más que humana (como dice Derrida) del perdón: “Te perdono y sigo creyendo en la relación contigo con toda su fragilidad”. En otras palabras, es como si dijéramos, no al otro sino a nosotros mismos: “Te perdono y estoy dispuesto a perdonarte también mañana si vuelves a herirme”.
Este es el verdadero “per-dón”. Este perdón tiene además una característica extraordinaria. A diferencia de las dos formas anteriores (que podrían asociarse la primera de ellas al eros y la segunda a la philia), esta tercera forma de perdón, que requiere la fuerza del agape, cura la fragilidad del otro, que puede incluso dejar de equivocarse si nuestro don le cura interiormente. Es un perdón terapéutico.
La ausencia de este perdón es la que muchas veces acaba con las parejas, comunidades o amistades importantes, cuando no somos capaces de per-donar verdaderamente, de volver a apostar y arriesgar de nuevo en esa relación. Su presencia, en cambio, es la que nos hace capaces de superar las grandes pruebas de la vida.
Pero ¿dónde se aprende este perdón? ¿En qué escuelas? ¿Con qué maestros?
En conclusión, los tres tipos de perdón son necesarios, porque cada uno de ellos desempeña una función diferente en las distintas etapas de la vida. Pero el tercer per-dón, el del agape, es el más precioso, ya que es raro y no surge espontáneamente. Cuando la vida en común se juega sólo sobre los registros de los otros dos perdones, falta la alegría, que es el gran signo que acompaña siempre al per-dón, de quien lo recibe y de quien lo da.