por Adriano Lovera
publicado en donnamoderna.com el 30/08/2011
Gobiernos llenos de deudas, bolsas en picado, paro en aumento. El sistema económico basado en el libre mercado está atravesando una de las peores fases de su historia. Hay quien afirma que ha llegado al final de su recurrido. También hay quien piensa que puede salvarse, pero siempre que cambie sustancialmente.
«¿Conoce a alguna persona que haya sufrido un infarto? No se cura con una medicina, sólo lo consigue cambiando por completo su estilo de vida». Luigino Bruni, profesor de economía política en la Universidad Bicocca de Milán, retrata de esta manera al capitalismo de hoy. Porque el sistema económico basado en el libre mercado, extendido prácticamente por todo el mundo, desde Estados Unidos hasta Europa (incluida la China), parece estar muy enfermo.
Los gobiernos están llenos de deudas, las bolsas caen y la industria no despega, por lo que el paro sigue siendo alto y el consumo sigue estancado. Cada día, en función de la marcha de los mercados, saltan nuevas alarmas. Y surge una pregunta: ¿se trata solo de un momento difícil o es que el capitalismo definitivamente ha llegado al final de su recorrido? «En mi opinión, sigue siendo el mejor sistema posible y merece la pena salvarlo» sostiene Daniela Parisi, profesora de historia del pensamiento económico de la Universidad Católica de Milán, «con la condición de que se de nuevas reglas y devuelva un poco de confianza a las personas».
La primera desgracia del capitalismo se llama deuda. En Estados Unidos, para evitar la quiebra de las cuentas estatales, el presidente Barack Obama ha firmado un acuerdo que prevé recortes en el gasto público para los próximos años por un importe astronómico: 2 billones de dólares. También aquí el gobierno ha tenido que adelantar la aplicación de las medidas económicas adoptadas en julio y de aquí al 2013 tendremos que ahorrar 80.000 millones de euros para equilibrar las cuentas.
¿Por qué hemos llegado a esta situación? «En el pasado gastamos demasiado y ya no nos lo podemos permitir» explica el profesor Bruni «y esto se refiere tanto a las familias como a los estados. En el mundo occidental, la economía corrió aprisa durante los años 80 y 90 y cada vez más personas fueron elevando su nivel de vida: se compraron casa, automóvil, teléfono móvil y así sucesivamente. Pero en 2008 el juego se paró de repente, cuando explotó la deuda privada en los Estados Unidos: los bancos quebraron porque habían concedido hipotecas y tarjetas de crédito a personas que, en realidad, no tenían ingresos suficientes para devolverlas. Para salvar a estas instituciones, el estado tuvo que poner el dinero y ahora se encuentra endeudado hasta el cuello».
En Europa el sector privado tiene un nivel de deuda sostenible, entre otras cosas porque los bancos han sido más intransigentes: nada de préstamos a quienes no tengan ingresos seguros. Pero el problema es que algunos países han gastado sin control no sólo para garantizar los servicios, las pensiones y los salarios, sino también para mantener privilegios y derroches. ¿Cómo? Financiándose mediante la emisión de títulos estatales (en Italia sobre todo BOT y BTP), un mecanismo que permite cobrar por adelantado pero obliga a devolver continuamente los préstamos con intereses. Hoy han llegado al límite. Grecia prácticamente está en quiebra y únicamente se salvará gracias a las ayudas de la Unión Europea, mientras que Italia y España tienen una deuda tan grande que sus acreedores (pequeños ahorradores, bancos italianos y extranjeros y otros países) están nerviosos.
Así llegamos a la segunda enfermedad, típicamente europea: el mercado y la moneda son únicos, pero las reglas no lo son. «Algo ha cambiado en las finanzas, ya que los países de la Unión Europea se han impuesto criterios severos acerca de la estabilidad de los bancos» dice Francesco Vella, jurista, profesor de la Universidad de Bolonia y autor del libro “Capitalismo y finanzas. El futuro entre riesgo y confianza”, publicado en mayo por la editorial “Il Mulino”. «Pero lo que falta es una conducta de gobierno unitaria. Bruselas prepara sus planes de salvamento para situaciones de emergencia, pero después, una vez que ha pasado la tempestad, cada Estado quiere mantener su poder, cuando lo que verdaderamente haría falta es una coordinación común». También haría falta una política valiente, capaz de tomar decisiones impopulares como la tan discutida de aumentar los impuestos a los grandes patrimonios. Por este camino, el capitalismo podría curarse de su tercer mal: la desigualdad.
«En Occidente, incluida Italia, el 1% de la población es riquísimo, el 10’% es muy rico y todos los demás se encuentran a gran distancia» sigue explicando el profesor Bruni. «La economía no despega mientras una buena parte de los ahorros privados no se ponga en circulación y vuelva a estar a disposición de todos, en forma de nuevas inversiones, tanto públicas como privadas. Puede que no guste, pero hoy es verdaderamente necesario un nuevo pacto social, con una fiscalidad que redistribuya la riqueza en favor de la clase media-baja, porque aquellos que tienen millones de euros en el banco mantienen su tenor de vida y no mueven sus ahorros. Pero si se concediera una desgravación fiscal, aunque sólo fuera de 1.000 euros, a quienes hoy consumen poco, inmediatamente se transformaría en compras, en comida, en zapatos, en ropa».
¿Y el famoso coste de la política? «Está claro que hay que recortarlo» dice Bruni «pero que nadie crea que las medidas económicas resolverán la situación. Es el entusiasmo de la gente lo que hace que el mecanismo funcione». «En efecto, el verdadero espíritu del capitalista» concluye Daniela Parisi «es el del empresario capaz de renunciar a la segunda vivienda para reinvertir los beneficios y crear más trabajo. Lo cierto es que para actuar, el individuo necesita sentirse protegido y ayudado por su Estado. Si a los “pequeños” les sacude el recaudador y a los grandes grupos, a los llamados “poderes fuertes” no les toca nunca nadie, el juego no funciona. En cambio, si hay confianza, el capitalismo volverá a correr».