Economía narrativa/5 – Las figuras femeninas de la gran novela que reveló el sur campesino, cuentan secretos de relaciones afectivas y de memoria religiosa
Luigino Bruni
publicado en Avvenire El 10/11/2024
“Agradecer deseo por el hecho de tener una hermana”.
Mariangela Gualtieri, Ringraziare desidero
Dos episodios del Cristo de Carlo Levi, el encuentro con su hermana y el niño salvado por la Vírgen de Viggiano, nos introducen a un mundo que todavía tiene mucho para decirnos.
Cristo se detuvo en Éboli es, antes que nada, un libro lleno de escenas escritas con una prosa bellísima, capaz de regalarnos fragmentos de una humanidad tan linda como hoy tan perdida. En la primera parte de la novela, tenemos la visita de Luisa a su hermano, Carlo Levi. Luisa era una célebre neuropsiquiatra infantil, conocida por sus estudios pioneros en educación sexual de los niños. Luisa era cuatro años más grande que Carlo (nació en 1898), y su hermano nos da una hermosa descripción suya entre las páginas más intensas de la novela. A su llegada, la vio bajar del auto del ‘taxista’ de Gagliano: “Sus gestos claros, su vestido sencillo, su sonrisa descubierta, el tono franco de su voz, eran lo que yo conocía, lo que siempre había conocido: pero después de largos meses de soledad… su llegada fue como la de una embajadora de otro Estado a un país extranjero” (p. 78). Y es gracias al relato que Luisa le hace a su hermano sobre su arribo en tren a Matera que tenemos quizás las páginas más famosas del Cristo: “Niños había infinitamente… He visto niños sentados en el umbral de la casa, las moscas se les posaban en los ojos, y ellos se quedaban inmóviles… Pero la mayoría tenía gordas panzas infladas, enormes, y las caras sufridas y amarillas por la malaria” (p. 82). Una descripción tremenda que contrasta, y esta vez el contraste es bueno, con la estupenda Matera de la actualidad, convertida en una de las ciudades europeas más lindas. Italia fue también capaz de estas metamorfosis civiles, que no deben, sin embargo, hacernos olvidar que la Basilicata y el Sur no son solo la luminosa Matera.
El relato de la llegada de Luisa a Gagliano está cargado de emociones, sobre todo cuando Carlo describe cómo el pueblo recibe y entiende esa visita sororal: “Para ellos, yo era hasta el momento alguien caído del cielo, me faltaba algo: estaba sólo. Haber descubierto que también yo tenía lazos de sangre en esta tierra, parecía colmar adorablemente, a sus ojos, una laguna. El verme con una hermana removía en ellos uno de sus sentimientos más profundos… Cuando por la tarde paseábamos, mi hermana y yo cogidos del brazo, por la única calle del pueblo, los campesinos desde los umbrales nos miraban dichosos. Las mujeres nos saludaban y nos cubrían de bendiciones: - Bendito el vientre que los ha llevado -… - ¡Benditos los senos que los han amamantado! - … Una esposa es algo hermoso: pero una hermana lo es mucho más. - Frate e sore, cuore e cuore” (pp. 84-85). Palabras que recuerdan a las de las mujeres al paso de Jesús (Lc 11:27).
El mundo griego conocía muchas más palabras para decir lo que hoy nosotros llamamos ‘amor’. Philadelphia y storgé se usaban para expresar la forma particular de amor que es típica de los vínculos familiares. Pablo, en la Epístola a los Romanos (12:10), usa la rara palabra philostorgos – compuesta por la unión de philos (amigo) y storgé – para decir: “Ámense los unos a los otros con amor fraternal”. El amor entre hermanos y hermanas es una forma de amor entre las más fuertes y más profundas, diferente al amor conyugal y también al amor a (y de) los padres. Está hecho de pocas palabras y de mucha sustancia silenciosa, de libertades, de peleas que a menudo se recomponen al minuto de surgir. El amor entre hermanas es también diferente al amor entre hermanos, pero el amor entre un hermano y una hermana es aún más particular, quizás el más delicado y hermoso. Vive de gracia, de dulzura, de larguísimos abrazos, de mucha emoción. Porque diversamente al de hombres y mujeres, el afecto entre un hermano y una hermana es de una típica ternura y complicidad unidas a la delicadeza, el respeto, la confianza, el pudor. Hay algunos grandes dolores íntimos que los hombres los decimos a veces más fácilmente – y otras exclusivamente – a una hermana. No es un amor elegido como el de la amistad (la philia); las hermanas (y los hermanos) nos suceden, se encuentran en la casa antes que nosotros o llegan después, pero esta no elección en lugar de reducir el afecto y la libertad los acrecienta, es fermento de muchas otras libertades buscadas y conquistadas. El don de tener una hermana cambia y crece con nosotros, los años lo revelan, muestran todos los tesoros que permanecen escondidos desde niños. Pocos dolores son tan grandes como los que nacen de una hermana gravemente enferma, o humillada y ofendida, y la muerte joven de una hermana es quizás, con el de la muerte de un hijo, el dolor más grande sobre la tierra. Hoy, en un tiempo de familias frágiles y efímeras, y de demasiadas soledades, el amor sororal sigue siendo un ancla para nuestra felicidad. Fraternidad es una hermosa palabra, pero sola no basta para expresar la emoción sentida por las mujeres al ver a Carlo y a Luisa tomados del brazo. Se necesitaría una palabra distinta, ‘hermano y hermana’ juntos, la fraternidad y la sororidad; una palabra que no existe, pero que no debemos dejar nunca de buscar, hasta quizás un día encontrarla.
También son particularmente delicadas las páginas sobre otra mujer, Margherita, que cumplía con las tareas domésticas en donde Carlo: “Una vieja con una cara de pura bondad”, que “era considerada una de las mujeres más inteligentes y cultas del pueblo” – las páginas más lindas del Cristo son las que tienen a las mujeres como protagonistas. Margherita había hecho “hasta quinto grado, y recordaba perfectamente todo lo que había aprendido. Cuando venía a mi habitación, me repetía los poemas de sus viejos tiempos en la escuela: la Spedizione di Sapri, la Morte di Ermengarda. Los repetía parada en medio de la habitación, con los brazos rígidos y colgantes del cuerpo, recitándolos como cánticos” (p. 165). En aquel mundo la inteligencia era algo diferente a lo que llegaría a ser después. Tenía que ver con la bondad, porque nadie que no fuese bueno podía ser llamado inteligente. Algo parecido a lo que la Biblia llama sabiduría. También la escuela, aunque no fuera esencial, era importante para la inteligencia, porque la escuela era escasa y por lo tanto preciosa como el oro. En el mundo campesino, poder ir a la escuela, sobre todo para las niñas, era siempre día de fiesta, un oasis de belleza en una cotidianidad difícil, hecha de sacrificio y dolor. Para los campesinos de ayer, las palabras que escuchaban de la maestra en las aulas era el lugar de las verdaderas novedades: la historia con sus pueblos misteriosos, la geografía con sus capitales del mundo. Hoy descubrían a los asirios, mañana a los babilonios, pasado mañana Madrid: todos habitantes de su mundo mágico. Pero amaban sobre todo la poesía. No las entendían, pero las aprendían de memoria como se aprendían las plegarias, porque eran tan lindas como las estatuas de la vírgen y de los santos, llenas de colores y cubiertas de oro. Esos niños sabían que los años escolares eran pocos, dos o tal vez cinco, y por eso no faltaban ni a una sola palabra de la maestra. Para sentir un poco qué era la palabra en la Biblia, deberíamos volver con la memoria a las escuelas de niños pobres de ayer, o a una clase africana de hoy: cada palabra era un adelanto de la tierra prometida. En Margherita recitando poesía, volví a ver a mi madre, que también llegó hasta quinto de primaria, y que el 10 de agosto nos recitaba de memoria (y todavía recita) con la misma pose de niña, el poema ‘San Lorenzo’, al que se sumaban en los días especiales ‘Breus’ y ‘La cavallina Storna’. A su querida maestra Anna Filippini le gustaba mucho Pascoli.
Un día Margherita le contó a Carlo, “entre lágrimas”, la historia de su tercer hijo: “Este era el niño más lindo de todos… Un día de invierno, Margherita se lo había confiado a una comadre y vecina, que lo había llevado al campo mientras se ocupaba de la leña. A la tarde la vecina volvió sola y desesperada. Había dejado al niño, que apenas caminaba, durante unos minutos, mientras recogía ramas en el sendero del bosque: pero, de regreso, el niño ya no estaba. Dio vueltas por todos lados, y ningún rastro del niño… El cuarto día, a la mañana, Margherita, que daba vueltas desconsolada por el campo, encontró en la curva de un sendero a una mujer grande y hermosa, con la cara negra. Era la Vírgen de Viggiano. Le dijo:- Margherita, no llores. Tu hijo está vivo. Está allí, en el bosque, en una fosa de lobo. Ve a casa, pide que te acompañen, y lo encontrarás -. Margherita corrió, y, escoltada por campesinos y policías, llegó al lugar señalado por la Vírgen. En la fosa de lobo, entre la nieve, yacía su hijo, tranquilamente adormentado, todo rosa y tibio en ese frío. La madre lo abrazó, lo despertó. Todos lloraban, hasta los policías. El niño contó que había venido una mujer con la cara negra, y que durante cuatro días estuvo con ella, que le había dado leche, ahí en esa fosa, y lo había mantenido caliente” (pp. 165-166). Luego el niño morirá unos años después, al caer de una escalera, pero aquella leche que había recibido de la vírgen de Viggiano lo había hecho especial para siempre. Nosotros hoy a “las mujeres grandes y hermosas, con la cara negra” que encontramos en los senderos, les cerramos las puertas, las rechazamos, no creemos en sus historias de la vida. ¡Pero quién sabe cuántos niños en nuestras ‘fosas de lobo’ siguen siendo ‘amamantados’ por la ‘Vírgen de Viggiano’, y que no mueren!
En el mundo narrado por Levi las mujeres eran las primeras administradoras de lo sagrado, mezclado siempre con lo mágico. Era una gestión compartida entre muchas personas. En el mundo protestante lo sagrado popular fue combatido, en el católico institucional, por el contrario, se mantuvo femenino, plural y popular, por ende, salvaje e indomable, y sobrevivió, mezclado con la magia pero vivo. En ese campo mestizo la fe encontró un terreno fértil, la humildad natural alimentó el humus cristiano. Si el cristianismo, después de esta noche oscura, tendrá una nueva época, esta va a ser anunciada por un amanecer popular, campesino, femenino y espurio. No será el cristianismo de los teólogos ni el del templo, el jardín en el que la piedra pueda aún rodar.