Economía de la alegría /1 - Las fuentes judías inician el viaje al significado de un evento con potencial revolucionario: ¿por qué no somos “amos” de nada?
Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 11/03/2025
El jubileo bíblico era sobre todo una cuestión económica y social. Era el anuncio de un año diferente, extraordinario, en el que se liberaba a los esclavos, se restituía la tierra a los propietarios originales, se condonaban las deudas. La palabra jubileo viene de la palabra hebrea jôbel, el sonido del cuerno de carnero con el que se daba inicio a ciertas fiestas. Pero quizás también haya un eco de otra palabra hebrea, jabal, que significaba ‘restituir, despedir’, lo que enfatiza las dimensiones sociales y económicas. El jubileo era un año sabático al cuadrado, que ocurría cada siete años sabáticos, es decir, cada 49 años, redondeados a 50.
Para entender el jubileo cristiano hace falta mirar el jubileo bíblico, y para entender este hace falta comenzar por el año sabático, y por lo tanto por el shabbat, el sábado. La parte fundamental de las Escrituras es el capítulo 25 del Levítico. Ahí están los tres pilares del Jubileo: la tierra, las deudas y los esclavos. En el Jubileo debían cumplirse, con mayor radicalidad, los gestos de la fraternidad humana (deudas y esclavos) y cósmica (tierra y plantas) que se celebran en el año sabático, cada siete años. En este año especial la tierra debe reposar. Y si un terreno fue alienado por una familia en caso de necesidad, cada uno regresa a su propiedad anterior: “El año cincuenta será declarado santo y se proclamará en la tierra la liberación de todos sus habitantes. Será para ustedes un jubileo; cada uno volverá a su posesión y a su familia… no sembrarán ni cosecharán lo que haya brotado por sí mismo, ni tampoco vendimiarán las viñas que estén sin podar… Comerán solamente lo que los campos produzcan por sí mismos” (Lv 25:10-12). Luego las deudas: “Si uno de tus hermanos que convive contigo empobrece y sus medios para contigo decaen, tú lo sustentarás como a un extranjero o a un peregrino, para que viva contigo. No tomarás interés ni usura de él… No le prestarás dinero a interés ni le proveerás alimentos a ganancia” (Lv 25:35-37). En las normas sobre el jubileo no se habla explícitamente de la remisión o la cancelación de deudas, porque en el jubileo, al ser un año sabático, queda descontado lo que se debía hacer cada siete años: “Al cabo de siete años perdonarán todas las deudas. En esto consiste la remisión: todo aquel que dio un préstamo con el cual obligó a su prójimo perdonará a su deudor” (Dt 15:1-2). Por último, los esclavos: “Y cuando tu hermano empobrezca estando contigo, y se venda a ti… trabajará para ti hasta el año del jubileo; entonces él y sus hijos podrán irse y volver a su familia y a la propiedad de sus padres… tanto él como sus hijos quedarán en libertad en el año del jubileo” (Lv 25:39-41,54). Y en el libro del Deuteronomio hay detalles importantes: “Si un hermano tuyo, hebreo o hebrea, te es vendido, te servirá por seis años, pero al séptimo año lo pondrás en libertad. Y cuando lo liberes, no lo mandarás con las manos vacías. Lo abastecerás de tu rebaño, de tu parcela y de tu lagar” (15:12-14). No solo el esclavo será liberado, sino que la liberación estará acompañada del excedente del don. No se puede permanecer deudor por siempre, no se es esclavo para siempre: solo en seis tiempos, no en el séptimo.
El año sabático sigue la misma lógica del shabbat (sábado), de esa estupenda institución del Antiguo Testamento sin la cual no se puede captar el humanismo bíblico. El shabbat es el ícono máximo de ese principio tan querido por el Papa Francisco: el tiempo es superior al espacio, porque poniendo un sello de gratuidad un día en la semana se sustrae el tiempo al dominio absoluto y predador de los humanos: “para que puedan descansar tu buey y tu asno y para que puedan respirar los hijos de tu esclava, así como el extranjero” (Ex 23:11-12). Si no puedes un día aprovechar tus animales, la tierra, el empleado, el extranjero, tú mismo, entonces tú, homo sapiens, no eres el amo del mundo. Solo eres un habitante, como todos los otros: tienes más poder, pero no eres el dueño de la tierra, del trabajo, de los animales, de los árboles, de los océanos, de la atmósfera. Porque la tierra es siempre tierra prometida nunca alcanzada, porque todos los bienes son bienes comunes. Y lo es también aquel pedazo de tierra de nuestra casa, lo son también los bienes que legítimamente compramos en el mercado, lo es también nuestra cuenta bancaria. Antes de la propiedad privada, existe en el mundo una ley de gratuidad más profunda y general que tiene que ver con todo y con todos, una profecía radical de fraternidad humana y cósmica. La tierra no es “las propiedades” de Mazzarò (G. Verga), los trabajadores no son siervos ni esclavos, los animales no valen solamente en relación con nosotros: antes que nada, cada cosa vale en relación a sí misma. Porque para la Biblia toda propiedad es imperfecta, todo dominio es segundo, todo contrato es incompleto, ningún hombre es real y únicamente extranjero, la fraternidad viene antes que las deudas y los créditos, y cambia su naturaleza.
El shabbat es entonces un anticipo de otro tiempo, del ‘séptimo tiempo’ de Joaquín de Fiore y de los franciscanos, de un tiempo mesiánico en el que todo y todos seremos solo y siempre shabbat. Por lo tanto, es la distancia que hay entre la ley del año sabático y la de los otros seis años el primer indicador del capital ético y espiritual de una civilización, de cualquier civilización. Es la distancia entre el ciudadano y el extranjero, entre nuestros derechos y los de toda criatura, entra la tierra que hoy uso y la tierra que le dejo a los hijos, es lo que habla de la calidad moral de la sociedad humana. Cuando en cambio olvidamos que hay un día diferente y libre que no está bajo nuestro control, la tierra ya no respira, los animales y las plantas valen solo en cuanto se les saca provecho, los extranjeros no se convierten nunca en gente de la casa, las jerarquías se vuelven despiadadas, los líderes ya no son seguidores, el trabajo no es más hermano trabajo sino solo de esclavo o patrón.
Jesús tenía muy presente el Jubileo, como recuerda Luca, que nos muestra a Jesús apenas de regreso a Nazareth leyendo en la sinagoga el capítulo de Isaías relativo al año jubilar: “El Espíritu del Señor está sobre mí… me ha ungido para proclamar buenas noticias a los pobres, me ha enviado a anunciar la libertad de los presos y a dar la vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos y a proclamar un año en el que el Señor concederá su gracia” (Lc 4:18-19). Un ‘año de gracia del Señor’ (aphesis), o sea, un año de liberación: un año jubilar. La crítica de Jesús era a un shabbat que estaba perdiendo profecía, para decirnos que el Reino de los cielos es un shabbat permanente, un séptimo tiempo que se vuelve todo el tiempo nuevo. Eso que el Deuteronomio le asigna al año sabático - “que no haya pobres entre ustedes” (Dt 15:4) – será regla de la vida ordinaria en la nueva comunidad del Reino: “No había entre ellos ningún necesitado” (Hec 4:34).
Es probable que el pueblo de Israel nunca haya celebrado el año jubilar a lo largo de su historia, lo dicen las reiteradas denuncias de los profetas por los esclavos no liberados, por las deudas no condonadas y por las tierras no devueltas. Tampoco los cristianos lograron hacer de la comunión de bienes su economía normal, no entraron en la economía sabática del Reino.
Si Occidente hubiera tomado en serio la cultura del jubileo no habríamos engendrado el capitalismo, o habría sido muy diferente. Nuestro capitalismo se ha convertido, de hecho, en el anti-shabbat, en su negación, su anticristo, su profecía al revés: “El capitalismo es la celebración de un culto ‘sin tregua y sin piedad’. No hay ningún ‘día de semana’, ningún día que no sea festivo en el sentido pavoroso del despliegue de toda la pompa sagrada, del más extremo esfuerzo de los fieles” (W. Benjamin, El capitalismo como religión, 1921). No conoce el reposo, el trabajo no se quita nunca su yugo; ninguna hora, ningún día, ningún tiempo es diferente a los demás, la tierra es solo un recurso aprovechable, y mejor si se convierte en tierra rara.
La presencia del año jubilar es en la Biblia su principal dispositivo anti-idolátrico. Una civilización que consume el tiempo como mercancía es técnicamente idólatra, porque haciéndose dueña de todos los días y de todos los tiempos hace de sí misma la única cosa venerable. El capitalismo es idolatría porque ha firmado la muerte definitiva del séptimo tiempo, ha devorado el shabbat y el domingo transformándolo en week-end, que es la apoteósis del consumismo.
El año jubilar empezó desde hace algunos meses. Para pocos de nosotros empezó un tiempo diferente. No estamos haciendo respirar a la tierra, no estamos liberando a ningún deudor o a ningún esclavo. En estas semanas haremos, con esta nueva serie de artículos, una peregrinación a través del espíritu del jubileo, en su economía de la alegría.
Tal vez el pueblo de Israel escribió las normas del año jubilar para hacer memoria de la gran liberación del exilio babilónico, por lo tanto del regreso de los esclavos a casa y la restitución de la tierra. El gran trauma del exilio se convierte en un año jubilar forzado, que Israel se vio obligado a vivir después de haberlo olvidado durante mucho tiempo: “Nabucodonosor deportó a Babilonia a los que se salvaron de la espada… hasta que la tierra hubiera gozado de sus sábados” (2 Crónicas 36:20-21). Fue en el exilio que el pueblo aprendió el jubileo. ¿Quedaremos también nosotros obligados a aprender otra economía de la tierra y de las relaciones sociales por el exilio ecológico y las nuevas guerras?