Y Dios confió la voz a las mujeres

Y Dios confió la voz a las mujeres

La fidelidad y el rescate/1 – Comienza la “lectura” del libro de Rut (y Noemí), uno de los más bellos y queridos de la Biblia.

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 28/03/2021

«En tiempos de Rut, la situación en Palestina era tal que, si un juez le decía a alguien: “quítate la brizna del ojo”, este no dudaba en replicar: “y tú la viga que tienes en el tuyo”». Louis Ginzberg, La leyenda de los judíos, VI

En esta pequeña narración (85 versículos, 55 de ellos dedicados a diálogos humanos) es como si Dios se echara a un lado. Pero en ella se desvela su propio corazón junto con algunas dimensiones esenciales del alma femenina.

El pequeño libro de Rut es uno de los más hermosos de la Biblia, si no el más hermoso desde el punto de vista narrativo. Contiene muchos mensajes éticos, sociales, económicos y religiosos, pero ante todo es una historia maravillosa, un cuento estupendo. Se trata de una historia familiar, nupcial, que refleja un trozo de la historia de Israel. Pero antes de eso es una historia de mujeres. Es la historia de dos mujeres coprotagonistas, tanto que podríamos llamarlo Libro de Rut y Noemí. Si Rut emerge como una mujer sencillamente espléndida, no menos grande y fascinante es la figura de su suegra Noemí, así como la relación entre ellas. Es la historia de dos mujeres solas, mujeres extranjeras, mujeres migrantes, mujeres en camino, mujeres amigas (una etimología del nombre hebreo Rut es “compañera”). La historia se desarrolla a lo largo del camino, en los campos, en la era del pueblo, casi toda al aire libre. No es una historia de palacio ni de templo. Toda la acción gira alrededor de esa relación especial, tenaz y única con la vida que es típica de las mujeres. El libro no solo habla de mujeres, sino que está atravesado por una mirada completamente femenina. Hay expresiones, escenas y detalles gramaticales que parecen proceder directamente del repertorio lingüístico e íntimo de las mujeres. Algún autor y alguna autora incluso han aventurado la (improbable) hipótesis de que el autor del libro fuera una mujer: «Si hay un libro de la Biblia del que podamos admitir que fue escrito por una mujer, es el libro de Rut» (Irmtraud Fisher, El libro de Rut como literatura exegética). 

En realidad, sabemos muy poco de la historia de este libro – como de todos los libros bíblicos. Ciertamente quien lo escribió era un maestro en las tradiciones espirituales (no solo la hebrea) y en el uso de la lengua con todas sus potencialidades y matices, así como un conocedor del alma humana, en particular del alma de las mujeres. Si bien está ambientado en una época arcaica de la historia de Israel (alrededor del siglo XI-XII a.C., en tiempos de los jueces, un tiempo tremendo), hoy sabemos que, con toda probabilidad, el libro se remonta al siglo V a.C., aunque no se puede excluir que algunas tradiciones orales sobre Rut y Noemí (quizá originalmente distintas) circularan ya antes y durante el exilio babilónico. Pensarlo como un libro postexílico ayuda a comprender algunas de sus dimensiones esenciales: la tierra extranjera, la viudedad, la soledad, la inseguridad radical ante el futuro, el rescate. En medio de aquella verdadera desolación comenzó una nueva vida. Israel no podía encontrar historia mejor que esta para aquel tiempo de ruinas y desolación. Rut es también una flor del mal.

En la Biblia griega de los Setenta, el libro de Rut ocupa un lugar importante. Lo encontramos engarzado entre los Jueces y los libros de Samuel. En cambio, en la tradición hebrea (texto masorético), Rut es uno de los Cinco Megillot o rollos, un libro litúrgico. Se lee en la “fiesta de las semanas” (shavuot), Pentecostés en griego, que originalmente era una fiesta de la siega que se celebraba siete semanas después del ofrecimiento de la primera gavilla de cebada el día posterior a la Pascua. La historia de Rut está envuelta en la atmósfera de la cosecha. Su primer olor es el del trigo y la era. El gesto con el que muchos artistas han fijado a lo largo de los siglos la imagen de Rut es el de una espigadora.

El libro de Rut se encuentra en el corazón de la Biblia, entre otras cosas porque en él confluyen muchos de sus ríos y venas subterráneas. Para entenderlo en profundidad y en sus múltiples alusiones deberíamos frecuentar la Biblia entera. Sin conocer a Rut, no podemos entender pasajes decisivos del Nuevo Testamento, empezando por las primeras palabras del primer Evangelio (la Genealogía de Jesús), pasando por las palabras del discípulo: «Maestro, te seguiré adonde vayas» (Mt 8,19), y terminando por Belén. En Rut oímos ecos claros y fuertes de las figuras centrales de la Biblia: Abraham, el arameo errante, los patriarcas, José en Egipto, Moisés y la Ley, y todos los profetas a partir de la relación entre Eliseo y Elías. Los campos donde se desenvuelve la historia son campos de amistad y fraternidad; no son los campos de Caín («Cuando estaban en el campo...», Gen 4,8). Y por encima de todos ellos, está David, el bisnieto de Rut la moabita. El libro de Rut es también un destilado de toda la Biblia, en extracto sublime de fragancia femenina.

Pero hay dos episodios que merece la pena explicitar. En el origen de las historias de Rut y Boaz, el hombre que se convertirá en su marido, hay dos incestos. Rut es heredera de Moab, el hijo nacido de la unión de Lot (borracho) con su hija mayor, cuando las hijas cometieron incesto para asegurarse una descendencia tras la muerte de los maridos en la destrucción de Sodoma (Gen 19). Boaz, por su parte, desciende de la unión entre Judá, uno de los hijos de Jacob, y su nuera Tamar, que se disfrazó de prostituta para que su suegro no la reconociera (Gen 38). Dos incestos queridos y construidos por mujeres, para obtener descendencias negadas, para continuar la vida. La historia de Rut es también la recapitulación de aquellas antiguas tradiciones, el rescate de aquel lejano dolor. Pero en el talento relacional que Rut muestra al conquistar a Boaz está también la huella del talento de aquellas antiguas mujeres.

Al comenzar el comentario al libro de Rut, es necesario tratar de responder a una pregunta esencial: ¿dónde está Dios en este libro? En Rut, Dios se echa a un lado para dejar que el hombre hable y sobre todo para dejar espacio a las mujeres, a sus palabras, a sus gestos, a su alma. Tal vez este sea el mensaje teológico más importante del libro: cuando la Biblia encuentra las palabras humanas más grandes, hace callar a Dios y deja hablar a los hombres y, algunas veces, a las mujeres. Rut es un libro hecho de palabras de mujeres y hombres – 55 de sus 80 versículos son diálogos – a los que confía la revelación de algunas dimensiones esenciales del Dios bíblico: amor (hesed), fidelidad, justicia, rescate de los pobres. Porque si es cierto que la Biblia contiene una revelación de Dios, son sobre todo los seres humanos quienes nos dicen quién es su Dios. Y lo hacen no solo cuando rezan con los salmos, ni solo con las palabras de la Ley y los profetas; los hombres y las mujeres bíblicas nos dicen quién es Dios también cuando nos hablan sencillamente de acciones humanas. También aquí se encuentra la naturaleza recíproca de la «imagen y semejanza de Dios» (Gen 1,27): si nosotros nos parecemos a Dios, también Él se parece a nosotros. Así pues, si quieres conocer al Dios bíblico no lo busques solo en la creación, en los profetas y en la zarza ardiente; búscalo también en las palabras y en los gestos de Noemí, Rut y Boaz. Esta es también la infinita, maravillosa y verdadera laicidad de la Biblia, que es una gran epifanía de Dios a través de epifanías de hombres y mujeres, que, en el ejercicio ordinario de su humanidad, nos han dicho algo importante sobre Dios – y todavía nos lo siguen diciendo.

Para terminar, en el libro de Rut hay una nota completamente humana que despunta sobre las demás. La Biblia está llena de voces, de vocaciones, de hombres que reciben una llamada, dialogan con Dios y después, casi siempre, se ponen en camino para realizar la tarea recibida. También podríamos contar la Biblia como una secuencia y un entramado de estas voces y diálogos. Sin embargo, en el libro de Rut estas voces divinas no existen. No hay ángeles ni Elohim que llamen a sus protagonistas, no hay manifestaciones de Dios, casi ni siquiera aparece su nombre. Noemí y Rut se “levantan” y se ponen en camino no como respuesta a una voz exterior. La voz que las llama y hace que se levanten, vayan y vuelvan es completamente interior, y por tanto nosotros, los lectores, no la oímos, solo vemos sus efectos. Quizá porque las voces que mueven a las mujeres son susurros encarnados, gemidos de vida, señales escritas en la invencible vocación a la vida. Noemí y Rut buscan y persiguen la vida, y así viven su vocación. El Dios de la vida ve estas acciones totalmente humanas, las reconoce como suyas y pone en ellas su carisma. Y después nos dice: “¿Quieres comprender quién soy? Mira a Rut y Noemí”.

Los hombres bíblicos parece que para moverse necesitan siempre oír la voz de Dios llamándoles por su nombre. Las mujeres bíblicas, casi siempre, se ponen en camino sin más, casi siempre parten solas, en una soledad completamente suya aun cuando esté recubierta de compañía y sororidad – parten para vivir y para dar vida a otros. Rut y sus hermanas – Abigail, Ana, Rispa, Isabel, María. Quizá haya en esto algo del modo femenino de vivir las vocaciones – siempre me siento incómodo cuando tengo que hablar del alma de las mujeres. Cuando las mujeres narran sus historias vocacionales a menudo cuentan historias distintas. No siempre hay una llamada, un encuentro solemne y claro con la voz divina. Para ponerse en camino con su típica tenacidad y fidelidad, muchas veces les bastan las voces humanas y los encuentros distintos con personas de carne y hueso, como el guardián de un sepulcro vacío. Tienen la rara capacidad de interceptar el carácter divino dentro de las voces humanas. Saben reconocer al eterno en un niño. Llevan consigo la vida para darla, y el Dios de la vida les ha otorgado el don de sentirlo y tocarlo dentro de la vida – las religiones y los dogmas habrían sido muy distintos si los hubieran contado las mujeres.

«Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer lo creó». La Biblia es también una larga explicación-exegesis de esta frase estupenda, colocada, no por casualidad, en el primer capítulo de su primer libro. El libro de Rut completa esta exegesis porque, junto con los demás libros y episodios que en la Biblia nos hablan de Dios hablándonos de mujeres, nos explica la otra mita de la imagen de Dios – hombre y mujer lo creó. «En tiempos de los Jueces hubo hambre en el país, y un hombre emigró, con su mujer y sus dos hijos, desde Belén de Judá a los campos de Moab. Se llamaba Elimélec; su mujer, Noemí, y sus hijos Majlón y Kilión. Después, el marido de Noemí murió, y quedaron con ella sus dos hijos, que se casaron con dos mujeres moabitas: una se llamaba Orfá y la otra Rut» (Rut 1,1-4).


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