Cuando el templo se vuelve fuente y hasta los impuestos se hacen Jubileo

Cuando el templo se vuelve fuente y hasta los impuestos se hacen Jubileo

Economía de la alegría 4/ - Del exilio del pueblo hebreo en Babilonia surge la simpleza de la fe auténtica, que se afina y se despoja con el tiempo

Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 23/04/2025

En la visión profética de Ezequiel la casa de Dios se transforma en un río, símbolo de una espiritualidad que desborda los lugares materiales sagrados y se vuelve agua viva, laica y concreta.

La vida espiritual comienza en la simpleza absoluta – ‘Y había solo una voz’. Pero se complica pronto cuando se enriquece, porque la primera voz desnuda de la juventud se vuelve culto, religión, templo, objetos sagrados, dogmas. Pero al final, después de mucho tiempo, y si la vida marcha bien y no nos tira a un costado del camino en una curva complicada y peligrosa, se regresa a lo simple y a lo pobre. Y ahí, con los pies descalzos, se entiende finalmente que en la vida solo cuenta intentar volverse cada vez más pequeños y simples para tratar de pasar por el ojo de la aguja del ángel – porque cualquier objeto o trasto que llevemos con nosotros nos impide pasar. Pasarán solamente esas primeras voces sutiles, quizás un buen amigo, y un pedazo de verdad sobre nosotros mismos. Pasamos buena parte de la vida buscando a Dios en los templos y en los lugares sagrados, para darnos cuenta, casi siempre tarde o al final, que lo que buscábamos estaba, simplemente, en casa, en los simples asuntos cotidianos, entre la vajilla y la alacena. Pero no podíamos saberlo antes del paso por el ojo de la última aguja.

Seguimos con el estudio del Jubileo bíblico. Según una antigua tradición judía, la gran visión que tuvo el profeta Ezequiel en el templo cae “el año del Jubileo” (Talmud Arakhin 12b,6). El talmud cita ahí, de hecho, el comienzo del capítulo 40 de Ezequiel, que contiene el relato de aquella estupenda teofanía, un centro sobre el cual gravita toda la Biblia: “En el año veinticinco de nuestro destierro, al comienzo del año, el día diez del mes, catorce años después de la toma de Jerusalén, ese mismo día, la mano del Señor vino sobre mí y me llevó allá” (Ezequiel 40:1). Un evento ubicado en los ejes del tiempo y el espacio con la solemnidad de un testamento – porque en verdad de un testamento se trata.

Esta tradición talmúdica, situando la visión del templo de Ezequiel en un año jubilar, nos dice algo útil para entender la naturaleza y la cultura del Jubileo. Quizás son necesarias algunas coordenadas históricas. Ezequiel, profeta entre los grandes, lleva a cabo su misión en el exilio, porque a los veinticinco años terminó en Babilonia durante la primera deportación (del 598 a.c.), aquella que afectó a las élites técnicas e intelectuales. Hay que tener presente otro elemento esencial. Muchas de las palabras que nos dejó la Biblia sobre el Jubileo y sobre la cultura sabática que representan el origen, se escribieron o se completaron en el exilio babilónico. Habría sido muy diferente, y ciertamente menos profético, sin Ezequiel, sin el llamado ‘segundo Isaías’ (autor, entre otras cosas, del ‘canto del siervo de YHWH’), y, aunque de otro modo, sin Jeremías. Las normas del Jubileo son parte de la Ley, pero no se entienden sin los profetas. El Jubileo es, de hecho, Ley y Espíritu, institución y profecía, ahora y no-todavía. Ezequiel había profetizado la destrucción del templo años antes de que esta se cumpliera, y había hecho de la futura destrucción el centro de su mensaje profético, que representa un culmen, quizás el culmen de la profecía bíblica. En Babilonia no había templos, estaban los santuarios de los otros dioses, falsos y mentirosos. En Jerusalén, el templo del único Dios verdadero iba a ser destruido, profetizaba el jóven Ezequiel, y así fue. Ezequiel, que también era sacerdote (sin templo), se encargó de la decisiva tarea de enseñarle al pueblo que el Dios verdadero no necesita, contrariamente al de los ídolos, el recinto sagrado del templo para estar presente y obrar. El dato objetivo de la falta de templo en el exilio y de su destrucción en casa, se vuelve un dato teológico y ético: el templo no es necesario para la fe, incluso puede convertirse fácilmente en un obstáculo. El exilio fue una inmensa destrucción creativa en la fe de Israel. Volviéndose pequeños y pobres, reduciéndose a cero por la mayor derrota teológica y política, en los exiliados se cumplió algo extraordinario que marcó el comienzo de una nueva era religiosa: la era del espíritu, la del Dios presente por fuera del templo y en todo lugar, por lo tanto, la época de la verdadera laicidad, de la religión de la tierra. En aquella visión del templo, Ezequiel supera en un instante milenios de religiones materiales que necesitaban ver estatuas e imágenes en los templos y santuarios para sentir la presencia de la divinidad. No tenían forma de saberlo, pero en Babilonia esos deportados empezaron a adorar a Dios ‘en espíritu y verdad’.

La visión de Ezequiel comienza con un nuevo templo y termina con la potente y maravillosa imagen de un río, en las páginas de más vuelo de toda la literatura antigua, que todavía nos dejan fascinados: “Me hizo volver después a la entrada del templo. Entonces vi que por debajo de la puerta brotaba agua, y que corría hacia el oriente… El agua bajaba por el lado derecho del templo, al lado sur del altar. Me sacó por la puerta del norte y me hizo dar la vuelta por afuera hasta la puerta exterior, ahí pude ver que el agua fluía por el lado sur de la entrada oriental... La corriente se había convertido en un río que yo no podía cruzar. Creció tanto que solo se podía cruzar a nado. Entonces me dijo: ‘¿Has visto, hijo del hombre?’” (Ez 47:1-6). El templo se convierte en fuente y luego en río. Una síntesis del humanismo bíblico. El agua del espíritu que fecunda la tierra no ha sido dada para lavar los desagües de sangre de los sacrificios bajo el altar del templo. Al igual que la Ley, el templo es también pedagogo, un día debe hacerse a un lado para permitir el contacto inmediato con el agua viva. La plaza será el nuevo nombre del templo. Acá muere el jóven sacerdote Ezequiel y renace en el viejo profeta.

Nosotros en realidad sabemos que a pesar de la visión de Ezequiel y de las palabras similares de los Evangelios, de Pablo y del Apocalipsis, el homo religiosus de ayer y de hoy ha olvidado mil veces el sentido profundo de aquella profecía. También los cristianos cercaron a Dios en los lugares sagrados, le consagraron cosas y personas, y se olvidaron de la visión de Ezequiel. Porque a las mujeres y hombres religiosos les gustan más los santuarios que los ríos, más la misa que las plazas, más el olor a incienso que el de la cocina o las fábricas. Y así todos los días transformamos la fe en un bien de consumo, el templo en un diván, el Jubileo en el cruce por una puerta, la religión en una zona de confort, y Dios vuelve encadenado a los lugares angostos que nosotros le preparamos sin pedirle permiso. La Biblia lo sabe, sus profetas lo saben; y por eso custodiaron para nosotros la visión de un profeta al que, ya cerca del final de su misión, en un día adulto (tenía más de cincuenta años, veinticinco transcurridos en el exilio) el Espíritu reveló el nuevo templo-río de la nueva Jerusalén – y su profecía se cumplió. El templo se disuelve para hacerse agua que irriga y que sacia la tierra.

Por último, volvamos al Jubileo. En este contexto del templo-fuente universal y laico se encuentran algunas indicaciones económicas: “Tendrán solo balanzas justas, efa justo y bato justo… Estas son las ofrendas que deberán hacer: la sexta parte de un efa por cada homer de trigo y la sexta parte de un efa por cada homer de cebada… Diez batos equivalen a un homer. En cuanto a las ovejas, tomarán una por cada doscientas, de los mejores pastos de Israel. Estas se usarán para las ofrendas de cereales, para el holocausto y para el sacrificio de comunión” (Ez 45:10-15). Si el templo se convierte en agua, si el lugar de la religión es la calle, no puede sorprendernos que para el Talmud estas sean normas jubilares. Y así, en el corazón de estos capítulos dedicados a una de las más grandes teofanía bíblicas, Ezequiel nos habla de balanzas, de efa, de bato, de homer (unidades de peso y de medida), de monedas, de ovejas, nos habla de impuestos, porque, en efecto, de impuestos se trata.

Cosa c’entrano le tasse con il nuovo tempio-sorgente? Noi sappiamo che nel mondo antico, Israele compreso, il tempio era anche il centro di raccolta e di impiego delle tasse, in particolare delle decime sui prodotti agricoli. Ma perché si parla di tasse anche nel nuovo non-tempio ormai divenuto grandi acque? La risposta è semplice. Nella Bibbia le tasse non sono né furto, né usurpazione né strumento di guerra, né, tantomeno, dazi: sono reciprocità, espressione della regola d’oro e della legge di comunione che deve ispirare la vita del popolo. Non capiamo, infatti, la Bibbia se non leggiamo la liberazione dall’Egitto insieme alle tasse, la Legge di Mosè con le monete, gli angeli e le visioni insieme ai contratti e ai debiti, i denari di Giuda e del buon Samaritano con il sepolcro vuoto. Ma noi, che abbiamo dimenticato la Bibbia e i vangeli, pensiamo che le cose davvero importanti della fede siano le parole celesti, le preghiere, le apparizioni, e così releghiamo l’economia e la finanza a materia bassa, alle ‘cose di quaggiù’, a faccende secondarie per addetti ai lavori, alle mense dei diaconi. Riduciamo a poca cosa sia la fede che l’economia, entrambe snaturate e pervertite, e poi le collochiamo in un regno di tenebre dove mammona diventa Dio, e Dio diventa mammona. E invece la Bibbia ci ripete in continuazione che le tasse sono shabbat, hanno la stessa importanza del giubileo, della spigolatura di Rut, del roveto ardente e del mare aperto: “Così dice YHWH: Basta, prìncipi d'Israele, basta con le violenze e le rapine! Agite secondo il diritto e la giustizia; eliminate le vostre estorsioni dal mio popolo” (Ez 45,9).

Solo se teniamo assieme l’Ezechiele della visione del nuovo tempio con l’Ezechiele che dice ‘basta’ alle ingiustizie economiche, la Bibbia diventa liberazione e ci aiuta oggi a dire anche noi ‘basta’ alle violenze, alle rapine e alle estorsioni dei nostri potenti e dei nostri re, anche se non lo facciamo mai abbastanza. Sono queste le verità umili, terrestri e laiche che ci donano i profeti, per insegnarci anche il vero senso del Giubileo.


Imprimir   Correo electrónico

Articoli Correlati

Paz y libertad en riesgo para los que siguen a falsos profetas

Paz y libertad en riesgo para los que siguen a falsos profetas

El Jubileo, un “tiempo sabático” para dar respiro a nuestra vida

El Jubileo, un “tiempo sabático” para dar respiro a nuestra vida