Cuando hay sólo una elección

Cuando hay sólo una elección

Estrella de la ausencia/7 - La amenaza sobre un pueblo y la elección de una mujer: como un drama en cinco actos. 

Luigino Bruni

Publicado en  Avvenire el 15/01/2023

"Volved a mí de todo corazón, con ayunos, con llantos y lamentaciones. Rasgad vuestros corazones y no vuestras vestiduras".

El profeta Joel. 2,13

La respuesta decisiva de Ester constituye uno de los centros narrativos del libro, y nos hace entender la dignidad de las acciones que ponen en riesgo la vida y la elevan al infinito.

Al hombre antiguo, la voz y las palabras no le bastaban cuando tenía que hablar de la vida y la muerte. Necesitaba activar todo su cuerpo, necesitaba todos los recursos de la carne para gritar la primera y la última palabra. Gritar sin rasgarse las vestiduras, sin vestirse de sayal y sin cubrirse de cenizas era poco. Los gestos eran la caja de resonancia de la voz, la hacían ensordecedora. Nos hemos olvidado del lenguaje del pasado, ya no tenemos la riqueza simbólica del mundo antiguo y de la Biblia, hemos perdido demasiados signos de vida. Pero cuando un día decidimos salir a las calles para decir al fin palabras decisivas para la vida de las mujeres, de los hombres o del planeta, no llevamos la ropa de todos los días: estampamos una camiseta diferente, nos la ponemos e intentamos asociarla a nuestro grito, para que se oiga más. Porque esos viejos sayales, esas cenizas y esas vestiduras rasgadas siguen vivas en algún rincón oculto de nuestro corazón, y cada tanto actúan sin que nos demos cuenta. 

Por eso, el primer ministro Amán transmitió el decreto de exterminio total de los judíos a todo el reino. Apenas Mardoqueo se enteró de lo ocurrido, rasgó sus vestidos, se vistió un sayal y se cubrió de ceniza. Corriendo a la plaza de la ciudad, gritó en alta voz: 'Ha sido destruido un pueblo que no ha hecho nada malo'" (4:1). Como Job (Job 1:20) y como el rey de Nínive (Juan 3:5-7), Mardoqueo comienza su lamento integral del cuerpo. Los signos que Mardoqueo activa eran usados para el luto y la penitencia; no puede, pues, descartarse que Mardoqueo haya entrado en un estado de angustia al darse cuenta de las gravísimas consecuencias que su gesto de rebelión había producido en su pueblo. Algo parecido nos ocurre a nosotros, cuando nos damos cuenta de que un acto nuestro de dignidad y de verdad ha dañado a nuestra familia o a nuestra empresa, ha alcanzado y tocado a personas inocentes a las que amamos. Y allí nos asalta un dolor agudo que nos deja sin aliento, quisiéramos borrar el pasado y desaparecer de escena. Entonces seguimos viviendo, nos ponemos a gritar, nos vestimos de sayal, aunque no volveremos atrás por nada del mundo porque sabemos que no había otra opción. Pero el gran dolor permanece, a veces crece y no nos deja en paz por el resto de nuestras vidas, es el costo de nuestra dignidad y la de todos. El fuerte lamento de Mardoqueo se extendió a todo el país: "De provincia en provincia, según se iba publicando el decreto real, todo era un gran duelo, ayuno, llanto y luto para los judíos; muchos se acostaron sobre cenizas vestidos de sayal" (4:3). Quien parece no saber nada del edicto mortal es Ester. El centro dramático de este capítulo es el diálogo a distancia entre Ester y su primo (y padre adoptivo) Mardoqueo, que se debe leer en su ritmo narrativo, como una tragedia.

Primer acto: "Entraron las criadas y los eunucos de la reina y hablaron con ella. Al enterarse de lo sucedido, se escandalizó y mandó vestir a Mardoqueo y quitarle el sayal, pero él no consintió" (4:4). Ester, como muchas mujeres de la Biblia, actúa sin demora. Su reacción inmediata es tratar de vestir a su primo, "quitarle el sayal" de encima; lo hacemos (casi) todos, las mujeres lo hacen de otra manera y mucho más. El gesto de Ester es parte del repertorio de las buenas relaciones primarias, pero este primer gesto del corazón no siempre funciona: Mardoqueo no acepta. A veces los amigos no se dejan "revestir" por nosotros, porque, aunque comprenden y aprecian el amor que anima nuestro gesto, sienten el deber de permanecer en su desnudez chillona. La vida moral avanza cada día, porque hay 'primos' y 'primas' que permanecen desnudos en las plazas, que prefieren el calor del alma al del cuerpo. No escuchan nuestro sentido común, y así elevan la temperatura moral del mundo. Por eso, cuando leemos este pasaje, decimos a Mardoqueo: "Haces bien, no aceptes el vestido, continúa tu lucha con el sayal". El Bien común vive y crece gracias a los pocos hombres y mujeres que llevan sayal para implorar la conversión de los poderosos y la anulación de sus decretos de exterminio: son los "centinelas de la noche", que fieles en sus puestos de vigilancia velan por todos e imploran la llegada de otro amanecer de la tierra.

Segundo acto. "Entonces Ester llamó a su eunuco Hatac y lo envió a pedir información precisa a Mardoqueo, quien le hizo saber lo que había ocurrido... Mardoqueo le dijo que ordenara a Ester presentarse ante el rey, que le suplicara e intercediera por el pueblo" (4:5-8). En ese momento, Ester se da cuenta de que hay mucho en juego e intenta comprender. El muro que existe entre la corte y el reino es muy llamativo: todos los judíos conocen el decreto de exterminio, Ester, la esposa del rey, no. El poder crea cortinas invisibles pero muy fuertes entre los poderosos y el pueblo. La decadencia de las élites dirigentes depende casi siempre de la pérdida de contacto con la vida normal del pueblo. Se alejan de los diálogos en el metro, de las colas del supermercado, de las compras en los mercados locales; se olvidan las palabras corrientes de las mujeres y los hombres, especialmente las de los pobres y los jóvenes, y empieza a crecer así la incompetencia en los asuntos decisivos de los cuales las élites deberían ocuparse: el declive ya ha empezado. Ésta es la raíz de la tristeza que emana de todos los hogares de los poderosos: porque sabemos que ellos tienen muchas cosas que jamás tendremos, pero también sabemos que ellos no tienen algo esencial que nosotros sí tenemos: la normalidad, la extraordinaria belleza de lo ordinario.

Tercer acto. "Hatac entró y le dijo todas estas palabras. Y Ester le dijo a Hatac: ve a Mardoqueo y dile: 'Todas las naciones del imperio saben que quienquiera, hombre o mujer, que entre en casa del rey sin ser llamado no tendrá escapatoria... Y yo no he sido llamada para ver al rey en estos treinta días" (4:9-11). Este tercer acto es el de la mediación. Los diálogos entre Ester y Mardoqueo tienen lugar a través de una persona interpuesta, Hatac, un mediador que desempeña perfectamente su labor de canal sin obstrucciones. Pero también hay un eco de las mediaciones de las relaciones del rey, incluidas las íntimas. Por Heródoto (Historias I,99) sabemos que no se podía acceder directamente a los reyes persas sin "llamar"; nos sorprende, sin embargo, que este sistema se aplicara también a la reina, que aquí parece ser tratada como una concubina o como un funcionario cualquiera. Tal vez porque la esposa seguía siendo una mujer y su condición de subordinada pesaba más que los privilegios de la intimidad conyugal, lo vemos todavía. En el Targum (la versión aramea de la Biblia) Ester dice: "Recé durante treinta días para que el rey no preguntara por mí y no me induzca entonces a pecar". Ester, sin embargo, duda en satisfacer la solicitud de Mardoqueo, se demora, y se abre así el decisivo cuarto acto.
Cuarto acto. “Cuando Mardoqueo recibió la respuesta de Ester ordenó que le contestaran: ‘No creas que por estar en palacio vas a ser tú la única que quede con vida entre todos los judíos. ¡Ni mucho menos! Si ahora te niegas a hablar, la liberación y la ayuda les vendrán a los judíos de otra parte, pero tú y tu familia desaparecerán. ¡Quién sabe si no has subido al trono para una ocasión como ésta!” (4:12-14). Tal vez, frente la persistente reacción de Ester, en Mardoqueo se insinúa la duda de un posible oportunismo por parte de la reina, que en su posición de poder no siente por sí misma el peligro que se cierne sobre todos sus compatriotas judíos. Sin embargo, no podemos decir que la duda sea el centro de esta escena. Su perla está en otra parte. Mardoqueo le dice a Ester que no debe sentirse indispensable para la salvación de su pueblo. No es conveniente hacer sentir a la otra persona como la única o la última playa de nuestra existencia, aunque realmente lo sea. Aquí Mardoqueo está desesperado, pero no hasta el punto de arrastrarse como un siervo a los pies de la reina. Y es aquí donde ese Dios, nunca invocado en el libro de Ester (en el texto hebreo), hace sentir su presencia.

La fe es también ese recurso de última instancia que, en toda situación, incluso en las más calamitosas y desesperadas, nos da la dignidad de hijos. Hay personas que conocen esta misma dignidad incluso sin tener la fe, pero haber guardado la fe toda la vida hace que estos gestos sean más naturales. ¡Quién sabe cuántas dignidades, creyentes o no, nos mantienen ahora con vida impidiendo que la tierra se hunda en la nada! Luego está la hermosa frase que Mardoqueo le dice a Ester: "Quizá el significado de toda tu extraordinaria historia se revele a la luz de este momento". El sentido de toda una existencia, a veces incluso el de generaciones pasadas, se descubre en un momento decisivo. Dolores absurdos de abuelos, abuelas o madres, un día se iluminan gracias a la respuesta acertada de una nieta, en su momento. Como el de María, cuando los dolores de Agar y de Raquel, o el grito de Tamar rociada de ceniza, o aquel de Job sobre el montón de estiércol, se iluminaron y en ese momento entendimos. Quizás debemos guardar como un preciado tesoro una gota de inocencia en nuestros corazones para poder pronunciar, un día, uno de estos diferentes "síes", aunque sea el último.

Último acto. Ester mandó a decir a Mardoqueo: “Vete a reunir a todos los judíos que viven en Susa; ayunen por mí. No coman ni beban durante tres días con sus noches. Yo y mis esclavas haremos lo mismo, y al acabar me presentaré ante el rey, incluso contra su orden. Si hay que morir, moriré“ (4,15-16). Estupendo. Todo se volvió claro en ella. No sabemos qué ocurrió en el alma de Ester para que la vacilación se transformara en certeza absoluta, tal vez porque estas repentinas alquimias forman parte del repertorio secreto de las mujeres. Ahora Ester sabe perfectamente lo que debe hacer, y actúa con la misma fuerza profética que Mardoqueo, y lo derrota. Con este gesto, Ester se convierte en algo que aún no era. Ya no es la prima hija de Mardoqueo que obedecía dócilmente sus instrucciones. La respuesta justa dada en su momento decisivo la convierte en Madre de Israel, una de las mujeres más bellas y amadas de la Biblia. Y aún hoy podemos verla mientras "viola la ley" y repite con las miles de hermanas persa-iraníes de nuestros días: "Si debo morir, moriré". Y entonces hacemos lo imposible para que viva.


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