La fraternidad del trabajo

La fraternidad del trabajo

Editorial – El antídoto cotidiano contra la guerra

Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 25/09/2025

Hace unos días una amiga tuvo problemas para pagar una multa por internet. Se dirigió a una agente que la escuchó y le resolvió el problema. Agradeciéndole, mi amiga le dijo: “qué lindo sería que todos trabajaran como usted”, y la agente se conmovió. Esa emoción de una trabajadora me tocó en lo más profundo.

Todos los días estamos inmersos en un océano de reciprocidad, y no nos damos cuenta. Una red muy densa de amor civil entre desconocidos que nos prepara el desayuno, que nos cura en los hospitales, que educa a nuestros hijos, que produce las cosas que usamos, que limpia las calles y asiste a nuestros ancianos. Esto también es un rostro del mercado, o mejor aún: el mercado es fundamentalmente esta inmensa red de cooperación, la más grande y más amplia que se haya realizado en la historia de la humanidad. Y el cemento que mantiene unido este admirable edificio ético es el trabajo, el humilde y diario trabajo: nos encontramos, nos servimos y nos hablamos simplemente trabajando. Cuando vemos lo que pasa todos los días en el trabajo de los enfermeros, doctores, maestras, albañiles, conductores de tren, basureros, meseros, surge la duda de si la fraternidad es de verdad “el principio olvidado” de la Revolución francesa, o si, por el contrario, es el que más hemos desarollado colectivamente: ciertamente no es ni la igualdad ni la libertad lo que todas las mañanas sostiene los hospitales y las escuelas. Sin la escuela y sin la salud pública la libertad y la igualdad serían poca cosa, aquello que lleva a cooperar en todo momento en una aula escolar o en una sala de urgencias es más fácil de narrar con la palabra fraternidad; porque la fraternidad es un vínculo, es una relación, no es un derecho ni un status individual – es el bien que está en medio, es el “entre”. Y si un día las computadoras y la IA hacen los trabajos que hacemos nosotros, vamos a tener que reinventarnos otro lenguaje igual de serio para comunicarnos y no caer en una pesadilla en la que cada uno solo se encuentra consigo mismo.

Pero hay otra cosa para decir. La buena forma de la cooperación convive con malas formas de cooperación. Porque mientras la gran parte de hombres y mujeres coopera para hacer vivir a otros hombres y mujeres, hay otros, que todavía son una pequeña minoría, que cooperan para hacer morir moral y físicamente a otros hombres, mujeres y niños. Son las cooperaciones en los juegos de azar, en la pornografía y en la prostitución, y en muchas mafias: otras redes enormes, cada vez más globales, en las que se coopera de otra manera.

El Génesis nos cuenta primero la construcción del Arca de Noé (cap. 6), y después (cap. 11) la construcción de la torre de Babel. Tanto los constructores del arca como los de la torre eran trabajadores, y eran solidarios entre ellos, porque sin una forma de solidaridad laboral no se inicia ninguna obra.

Incluso en la construcción de la torre de Babel es explícita la acción colectiva, una comunidad de trabajo. La comparación entre el arca de Noé y la torre de Babel nos dice que no todas las solidaridades y las cooperaciones son buenas, y no todos los trabajos son buenos: el trabajo de los albañiles y de los ingenieros de Babel no era un trabajo bendito, y fue dispersado por Dios. Hay trabajos humanos que es mejor que se dispersen. Siempre son trabajos de hombres y mujeres, a menudo de hombres y mujeres individualmente buenos. La condena de Babel no está dirigida al trabajador individual, es una condena ética por esas estructuras de pecado, aunque sean fruto de trabajo y de cooperación.

El trabajo en las obras del mal convive diariamente con el trabajo en las obras del bien. En estos últimos años estamos tomando una nueva y dramática conciencia acerca de la peor cooperación que el hombre sea capaz: la guerra.
La guerra también es acción colectiva, trabajo, cooperación, una complejísima cooperación. Ninguna batalla se gana sin una cooperación perfecta, desde la fábrica de armas hasta los campos de guerra. Pero si por un instante la miramos a los ojos, nos damos cuenta de que la cooperación por la guerra es la opuesta a la de nuestros buenos mercados de cada día. Es la cooperación de un grupo contra la cooperación de otro. Es un juego de suma cero (+1,-1), o suma negativa (-1, 2), donde la victoria de uno corresponde a la derrota del otro.

Es lo contrario de lo que sucede en el mercado civil, donde el pizzero y yo, que como la pizza, gozamos de la misma alegría, que se traduce en el saludo final: “gracias”, “gracias a vos”, una reciprocidad del mismo signo y del mismo sentido (+1,+1).

Como simples ciudadanos es muy poco lo que podemos hacer ante lo absurdo de estos nuevos vientos de guerra. Nos queda como un zumbido moral constante, que reduce nuestra buena felicidad, y está bien que la reduzca – hoy una felicidad plena estaría totalmente desentonada, en medio de todo este dolor del mundo. Todas las mañanas millones de personas le dicen que no a la guerra, diciéndole que sí al propio trabajo, a la cooperación de los mercados, a la buena cadena de reciprocidad civil. Podemos vivir nuestro trabajo como un antídoto a la guerra, mirando a los ojos a los que trabajan con nosotros y para nosotros, y quizás empezar a darles las gracias más a menudo: en su emoción podemos tener esperanza.

Imprimir

Articoli Correlati

La religión... en términos económicos

La religión... en términos económicos

El engaño de la meritocracia

El engaño de la meritocracia

Los recursos de nuestro sur

Los recursos de nuestro sur

Los signos de la “nueva religión”

Los signos de la “nueva religión”

Los engaños de la lidercracia

Los engaños de la lidercracia

La madre del hijo pródigo

La madre del hijo pródigo