Se buscan deseos deseantes

Se buscan deseos deseantes

Cuentas prohibitivas y perros que comen en la mesa con sus dueños: ¿qué les pasó a los restaurantes de las pequeñas y medievales ciudades históricas en las Marcas y en la Umbría? Reflexiones sobre un cambio de época...

Luigino Bruni

publicado en el Messaggero di Sant'Antonio el 03/04/2025

En estos últimos meses me pasó un par de veces de comer en restaurantes de nuestras pequeñas ciudades medievales en las Marcas y en la Umbría. Dos cosas me sorprendieron, dos señales de un verdadero cambio de época. La primera tiene que ver con los precios de esos restaurantes. Ya cuando se entra en cualquier restaurante de estas ciudades – en mi caso eran de Montefalco y Urbisaglia – es practicamente imposible comer una entrada, un plato y una guarnición sin gastar menos de 50 euros. Inmediatamente llega el chef que presenta el menú del día, luego traen para probar un poco de aceite y de sopa ‘‘homemade’’, como dicen; entonces, pan hecho de su propio horno, platos muy buscados, todo servido con vajilla y vasos lujosos – todos accesorios que al final, obviamente, se pagan. Si por casualidad después alguien toma un segundo plato y media copa de vino («calice»), se llegan a gastar 80 euros por persona. Hace solo diez años se comía con 20/30 euros, y esta diferencia no depende de la inflación.

¿Qué ha pasado? El boom de la comida y del vino de Italia a nivel mundial hizo que se lanzaran muchos nuevos locales para capturar a un nuevo turismo internacional, de ancianos y pudientes; con el efecto colateral de que los restaurantes viejos tuvieron que cambiar de estilo y de menú… y de precios. Y entonces, si una familia con hijos, de clase media, quiere ir al restaurante, lo puede hacer un par de veces al año, como máximo. En otros términos, el mercado de la restauración se está convirtiendo en una cosa de la élite adinerada, cada vez más ‘no-italiana’, con el consiguiente alejamiento de los nativos no adinerados. El loable movimiento slow-food ha hecho mucho bien, pero no ha contribuido al control de los precios de los restaurantes. Sería necesario un nuevo movimiento de restaurantes que permitan a las personas «normales» acercarse de nuevo a la buena comida.

El segundo aspecto tiene que ver con los perros, un tema que, cuando lo traté en el pasado, me trajo muchas maldiciones y amigos que me eliminaron de Facebook. Vuelvo a intentarlo, habiendo aprendido de la experiencia pasada. En las salas de ambos restaurantes había un perro que, posado en la silla, comía de su plato en la misma mesa que los «dueños». Ahora, debajo de la mesa del rico epulón, pensaba, quedó solo Lázaro, los cachorros también subieron al piso de arriba. En los hogares italianos hay cerca de 20 millones de perros y gatos, más perros que gatos. Un fenómeno reciente, que en los últimos diez años explotó. También acá cabe la pregunta: ¿a qué se debe? Sin dudas, la presencia de perros y de gatos en las casas es algo hermoso, mejora el bienestar de las personas, a menudo la salud, y la compañía de ancianos y personas solas. Su presencia enriquece la vida de todos, aumenta el bien común. Según un amigo teólogo (¡original!) son una de las presencias misteriosas de seres espirituales primos de los ángeles. En mi casa siempre hubo gatos y perros, crecí con esa hermosa compañía.

Dicho esto, con todas las demás cosas lindas que podría decir sobre los perros y los gatos, hay un debate que tenemos que dar. Los perros y los gatos nos gustan por muchas razones. Una importante, y en la que muy poco se enfatiza, tiene que ver con el cambio que están atravesando nuestras relaciones. Nos cuesta cada vez más aceptar la ambigüedad de los seres humanos, las heridas que nos provocan. No nos gusta el sufrimiento por los abandonos, los lutos, los conflictos y las peleas. He ahí entonces que en la disminución de las relaciones humanas y de las amistades crecen las relaciones con los perros y los gatos, que se presentan como relaciones hechas de “bendiciones sin heridas”. Los perros, sobre todo, nos tratan como sus dioses, son fieles, nunca nos traicionan, nos esperan a la noche de regreso, saltando y ladrando.

¿Para qué invertir entonces en relaciones humanas cargadas de potenciales heridas si tengo la posibilidad de tener un perro, que es fuente solo de alegría? No nos damos cuenta pero detrás de la decisión de comprar un perro está también esto. No hay nada malo, mientras tengamos presente algo importante. La psicología nos enseña – en particular la de Lacan – que la felicidad más sublime está en el desear un deseo que nos desea como nosotros lo deseamos. Solamente las personas pueden satisfacer esta necesidad. Es cierto, podríamos decir que también nuestro perro nos desea (los gatos, poco), pero es ciertamente un deseo distinto, asimétrico y sin reciprocidad entre pares. Con los perros y los gatos las heridas son menores (cuando se enferman y mueren hay sufrimiento), pero también son menores las bendiciones. Va a ser esta falta de “deseos deseantes” lo que nos va a devolver las ganas de tener hijos y de tener más amigos – y de seguir teniendo también algunos animales.

Credit Foto: © Giuliano Dinon / Archivio MSA

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